SebastianTres semanas, ¿acabaría entonces esta pesadilla?Lorenzo, ahora mi ex jefe de seguridad me miró inquieto desde el otro lado del escritorio. Le conocía demasiado bien, estaba pensando en lo que yo le ofrecía a cambio de nada. Pero él también me conocía lo suficiente como para saber que no habían trampas detrás de aquella propuesta.—¿Tu que ganarías con esto? —Preguntó, se cruzó de brazos y no perdió detalle de ninguna de mis expresiones. Quería buscar algún indicio de respuesta en ellas.Me encogí de hombres y miré a través de la ventana. La noche engullía la ciudad de un solo bocado.—Yo no, pero tu sí.—Entonces, ¿por qué harías algo así? —cuestionó—, te he traicionado, ambos sabemos como la mafia paga a los traidores, ¿Por qué demonios me darías esto? O peor aún, ¿por qué sigo con vida?—Cometiste errores, si —afirmé, y eso dentro de nuestro mundo solo tenia un único precio—, pero yo también he hecho lo mismo por la mujer que amo.Sonrió.—¿Es por ella por quien estás ofr
AnalíaFue increíble ver como dos personas se profesaban amor sin mencionar palabra alguna. Era como si el destino los hubiese creados para amarse de aquel modo. Tan arrebatados y necesitados.Sebastian entrelazó su mano a la de mi prima y luego desaparecieron a través de la puerta. Arrastrando con ellos todas las ganas que tenían por un momento a solas. Su aura era completamente enternecedora.Suspiré. En la vida difícilmente conseguías a quien te amara del mismo modo. A quien correspondiera con la misma intensidad a tus sentimiento. Lo sabía porque en mis veintidós años nunca había experimentado la posibilidad de ser amada hasta la extenuación.Miré a Gia, para mi sorpresa, la descubrí observándome intrigada. Parecía que llevaba rato haciéndolo, como si me estudiara. A decir verdad, yo también lo había hecho. Fue inevitable no hacerlo y preguntarme por qué Mauro la había elegido a ella para amarla.La respuesta era evidentemente clara.Gia Parisi era una rubia de ojos grandes y azul
BellaSus dedos acariciando mi espalda desnuda. Una luna plateada que se levantaba fuera de la ventana, y sus ojos azules mirándome como si yo fuese un ser extraño que había invadido su mundo.Habíamos el hecho el amor. Una vez, luego otra, y luego otra vez. El cansancio nos venció, pero ninguno de los dos decidió dormirse hasta que el sol amenazó con salir.Yo fui la primera en despertarse, los rayos del amanecer ya se colaban ligeros por la ventana para ese entonces. Sebastian permanecía enroscado a mi cintura y yo no pude evitar sonreír. Habíamos pasado la noche juntos y ese hecho ya suscitaba una alegría inmensa.Cuando Mauro me dijo que me llevaría a un lugar tranquilo, no pudo haber escogido mejor lugar que llevarme a los brazos del hombre que amaba. Eran como las baterías suficiente que necesitaba para seguir enfrentándome a la vida miserable que mi padre había escogido para mí.Una vida que, lo que sea que fuesen hacer mis hermanos y Sebastian para salvarme de ella, mi único c
Gia Esa mañana, luego de haber despertado enrollada en los brazos de Carlo, sentí que de alguna forma la mafia nos estaba dando un respiro. Se había colado a la habitación cuando los segunderos del reloj marcaban las tres de la madrugada. Hacer preguntas de donde había estado, fue en vano, se quitó los zapatos y me silenció con un beso para luego quedarse dormido abrazado a mi espalda.Nunca había experimentado la paz absoluta. Rodeada de calma, arena y mar. muchísimo mar.Despertarme cuando los primeros rayos de sol se filtraban, no supuso un problema. Ansié buscarle al otro de la cama, pero encontré un espacio vacío. Más tarde, cuando me desperecé, le descubrí junto a Mauro cerca de una de las terrazas.La tensión entre ellos había menguado, pero podía imaginar que su relación antes de mí era más estrecha. Pensamiento que de pronto me hizo sentir culpable. Yo les había separado.Crucé el pasillo sabiendo que en la habitación principal se encontraban Sebastian e Isabella, recuperar
SebastianEl cielo había tomado un azul extraño para aquella tarde de primavera. Se mezclaba con el púrpura y el naranja. Parecía un hermoso cuadro que yo moría por contemplar con mi hechicera.De no haber sido por lo ocurrido, lo habríamos conseguido.Primero, se escuchó el grito desgarrador de Isabella. Luego, llegó la explosión.—¡Código rojo! ¡Código rojo! —alguien bramó. Fuerte. Autoritario. Pronto supe que se trataba de Mauro— ¡Amenaza en el interior! ¡Rodeen el perímetro y protejan la casa! Repito…protejan la casa.El estallido alcanzó gran parte del exterior e invadió con fiereza el área de la cocina y la alberca. Las paredes blindadas de toda la casa palpitaron con tanta fuerza, que consiguieron dejarme un zumbido dentro de la puta sien.Por un instante, me abordó la sensación de que todo lo que nos rodeaba, pronto se vendría abajo, pero, por más insistente que fuera, se necesitaba mucho más que una granaba para forzar el blindaje de la casa.Que hayan burlado el anillo de se
BellaHaber sabido desde un principio que todo iba a terminar así, no bastó. La sola idea de aferrarnos a una posible forma de escapatoria, tampoco.Estábamos rodeados. Eran más que nosotros. No existía modo. Quizás por eso me aferré al contacto de Sebastian como si se tratase del último. Probablemente lo seria, pero ni siquiera eso me dio consuelo.Luego del protagonismo que robó aquella voz, se formó un silencio tétrico. De esos que te palpitan en los oídos y en los que incluso puedes escuchar el murmullo de tu respiración. La mía, para ese momento, apenas y conseguía escucharse con normalidad.Desvié la mirada, quería estar segura de que todos los míos estuviesen en perfectas condiciones. Mi prima estaba enroscada a mi mano como si fuésemos una misma, y aunque el único objetivo que teníamos por alcanzar era llegar hasta la azotea, todo de ella moría por desprenderse de mi mano e ir corriendo en pos de querer proteger al hombre que amaba. Mauro había sido sometido sobre sus rodillas
BellaReinó un angustiante silencio por todas partes. Caló en nosotros, robó alientos y desconcierto. Apenas tuvimos tiempo de reaccionar y enfrentarnos a la cruda realidad que nos acechaba.Y es que Gia había sido raptada en nuestras propias narices y no hubo nada que ninguno de nosotros pudiera hacer al respecto. Se había entregado por voluntad propia. No se necesitaba ser demasiado inteligente para saber que lo había hecho, lo hizo en pos de protegernos.El dolor cobró forma propia en cada uno de nosotros, incluso en el pálido rostro de Guadalupe, quien apenas había tenido tiempo de conocer a mi amiga.El silencio se prolongó excesivo y casi asfixiante hasta que la reacción de Carlo sucumbió con fuerza.Comenzó con un grito desgarrador que llenó todos los espacios de la casa y que causó estremecimientos. Luego cogió una silla y la lanzó contra la ventana, haciendo añicos el cristal que se desparramó por todos lados.La imagen que tuve de mi hermano en ese momento no fue más que la
GiaTemblaba.El frio habia comenzado a calar por mis huesos provocándome espasmos completamente involuntarios, incluso mis dientes titiritaban. Tenia la garganta seca y me costaba horrores llegar a respirar con absoluta normalidad. Pese a mis parpados caídos, el primer indicio del amanecer se coló a través de la ventana y penetró en mi acompañado de un ligero dolor de cabeza. Comenzó palpitándome en la sien y luego fue extendiéndose hasta cada rincón de mi cuerpo donde pudiese proporcionarme dolor.En seguida, tuve el amago de querer retorcerme, pero bastó para saber que ni siquiera podía moverme y que el frio trepidante a través de mi piel, era porque estaba maniatada con unas cadenas que cobraban una temperatura baja.Despacio, comencé a abrir los ojos. Evidentemente se filtraba un amanecer tímido. Fue difícil llegar a reconocer algo, la habitación estaba completamente vacía y solo era yo en ella. Transcurridos unos segundos, no solo me percaté de que olía a sal marina y que me hab