GiaTemblaba.El frio habia comenzado a calar por mis huesos provocándome espasmos completamente involuntarios, incluso mis dientes titiritaban. Tenia la garganta seca y me costaba horrores llegar a respirar con absoluta normalidad. Pese a mis parpados caídos, el primer indicio del amanecer se coló a través de la ventana y penetró en mi acompañado de un ligero dolor de cabeza. Comenzó palpitándome en la sien y luego fue extendiéndose hasta cada rincón de mi cuerpo donde pudiese proporcionarme dolor.En seguida, tuve el amago de querer retorcerme, pero bastó para saber que ni siquiera podía moverme y que el frio trepidante a través de mi piel, era porque estaba maniatada con unas cadenas que cobraban una temperatura baja.Despacio, comencé a abrir los ojos. Evidentemente se filtraba un amanecer tímido. Fue difícil llegar a reconocer algo, la habitación estaba completamente vacía y solo era yo en ella. Transcurridos unos segundos, no solo me percaté de que olía a sal marina y que me hab
CarloAnzo vitoli era un pequeño puerto marítimo que se situaba al sur de Santa Marinella. Treinta y cinco minutos en carretera y veinte cuando cargabas una prisa de los cojones.—Sebastian, ¿me recibes? —Hablé a través del auricular y me limpie la fina capa de sudor que se había acentuado en mi frente.—Si —Respondió a la inmediata—, tengo a un hombre inspeccionando la zona. No hay civiles que supongan un problema.—Perfecto. Nos aproximamos. —Informé sabiendo lo cerca que estábamos, luego habilité la línea para que todos nuestros hombres escucharan — Les recuerdo que el objetivo principal es rescatar a Gia, no quiero más bajas ni super héroes en el camino, ¿entendido?—Alto y claro. — Respondieron todos en una voz, excepto Sebastian.—Lástima… —Escuché un suspiro—. Con todas las ganas que tenia yo de repartir bala.Sonreí.—Eso dependerá de la bienvenida, amigo.—Espero sea una muy calurosa.De pronto, se escuchó el rumor de las aguas y el canto de unos pajarillos. Alcé la mano y mi
GiaMe sobrecogió el silencio que se extendió en la habitación luego de que todos se marcharan. Isabella fue la primera en lanzarse a mis brazos. Se envolvió alrededor de mi torso y sollozó en el hueco de mi cuello como si su vida entera se redujera a ese encuentro. Yo correspondí desesperada al contacto porque hubo un momento en el tuve miedo de no volver a verla, de no volver a sentir su piel contra la mía y no poder susurrarle lo muchísimo que la quería. Lo importante que se había vuelto para mí los últimos meses.Guadalupe, Mauro, incluso Analía. Todos consiguieron respirar con normalidad tras mi regreso.El doctor Filippo apareció tras la marcha de cada uno. Le dio un apretón de manos a Carlo y a mi me regaló una pequeña sonrisa antes de comenzar a examinarme. Habían adecuado la habitación con todo un equipo médico para mi llegada.Me tumbé a la cama y permití que el doctor hiciese su trabajo conforme Carlo y yo nos engullíamos con la mirada. Por un segundo, creí que me desintegr
Bella Gia y el bebé estaban a salvo y eso supuso un gran alivio para todos nosotros. Quizás por eso no puse objeciones cuando llegó el momento de marcharme, aunque se tratara de una despedida demasiado dolorosa, tuve que hacerle frente.—Nos veremos pronto, cariño. —Había dicho Guadalupe tras envolverme en un íntimo abrazo.Detrás de ella, me esperaba Sebastian. Con sus preciosos ojos azules llenos de anhelo y los labios semiabiertos en espera de los míos.Me fui a por ellos sabiendo que seriamos la escena a mirar de todos los que estaban en la garita, aunque Mauro fuese el primero en ruborizarse y apartar la mirada, no aferré con fuerza a los hombros del hombre que amaba y tiré de él a mi boca en un beso que guardaba muchísimas ganas. Ninguno de los dos esperamos que aquel gesto provocase una revolución inmediata dentro de nosotros.Y es que tener que despedirnos, resultaba casi agobiante. No queríamos vivir toda la vida despidiéndonos el uno de la otra, pero por ahora, solo teníamo
BellaNo había amanecido en su totalidad cuando abrí los ojos. Aun tumbada en la cama, me quedé observando la delicadeza con la que un sutil dorado se comenzaba a derramar lánguido por las ventanas.Alguien tocó la puerta, lo hizo con pequeños golpecitos apenas audibles, luego entró despacio. Era Virgilia, una de las muchachas del servicio, normalmente no subía a mi habitación ni a ninguna otra, su lugar siempre había sido la cocina, por eso me sorprendió que se acercara a mi cama y sonriera con aquella amabilidad que le caracterizaba. Alcanzó mi cabello en una caricia y yo arrugué la frente porque no comprendía el motivo de su visita.—Descanse, niña Isabella… —Dijo, su voz de pronto comenzó a escucharse un tanto borrosa, como si no coincidiera con su cercanía. Por alguna extraña razón, su petición se había convertido en una orden.Cerré los ojos, pero una parte de mi se mantuvo a la expectativa cuando se marchó.Ne tenia intenciones de moverme, ni siquiera cuando de repente el reloj
Bella—¿Qué hacemos aquí? —Pregunté luego de un instante de silencio.Rigo había detenido el auto frente a la conocida fundación Fiore di campo. Un lugar que acobijaba en sus paredes a madres y niños que habían sufrido de violencia intrafamiliar, y, que, en su representación, se encontraban buenas mujeres de la alta alcurnia.Guadalupe Garza era una de ellas.Me tembló el pulso y me supo amargo descubrir la sonrisa poderosa que se estiraba en la comisura de los labios de Sandro. Aquel gesto guardaba todas las respuestas a mi pregunta y fue suficiente para arrancarme una reacción.—Llegas a ponerle un dedo encima y juro qué te arrancaré la garganta con mis propias manos. —Amenacé sabiendo que conseguiría una burla de su parte.Si bien era capaz de hacer cualquier cosa por proteger a las personas que quería, intuí que detrás de todo esto era lo que él buscaba.—Guadalupe es una mujer que no raya la extravagancia, ¿sabías que no le gusta ser custodiada? —Humedeció los labios antes de con
Bella Tenia el aliento entrecortado y caminaba a pasos inseguros. Casi parecía completamente involuntaria la forma en la que mis pies se dirigían al vestíbulo del hotel y como las palabras de Sandro se repetían constantemente dentro de mi cabeza como si fuese una maldita grabación repetida.“Ve allí y dile que te has enamorado de mi con una locura inconcebible, Bella. Díselo, y yo estaré aquí con los brazos abiertos para darte consuelo”Maldito hijo de puta.Respiré hondo y me lancé dentro del elevador plenamente consciente de que Rigo cuidaba cada uno de mis pasos. Para cuando las puertas se cerraron, sentí que todo el aire había abandonado mis pulmones y ahora no encontraba la forma correcta de respirar.Me recargué con fuerza de las paredes, pero no bastó.—¡Isabella! —Exclamó Rigo en un susurro, antes de capturarme en sus brazos y protegerme contra su pecho.—Estoy bien —Musité con la voz apagada y el indicio de unas lágrimas rayándome las pupilas. Me alejé despacio para mirarle—
Analía —Tienes que firmar unos documentos —había dicho Mauro luego de habernos sacado del perímetro de roma y detener el auto en un terreno bastante solitario.Pero yo no le había prestado demasiada atención a sus palabras hasta que decidió mostrarme una carpeta.—¿Qué es esto? —Pregunté, al mismo tiempo, él parecía renuente a ofrecer demasiadas explicaciones.Me ofreció un bolígrafo y yo lo tomé entre mis dedos. Por un instante, me acobijó el miedo.—Son cuatro páginas, por ende, cuatro firmas. —Explicó, pero yo aun no entendía que era lo que significaba todo esto.—Mauro… —Murmuré bajito, sin embargo, de él solo conseguí que abriera la carpeta y revelara en la primera página una palabra que capturó mi atención.Se hablaba de un fideicomiso. Uno que llevaba mi nombre y expresaba una cifra bastante alta en euros.—Tu padre, en posición de fideicomitente se encargó de traspasar en vida todos su bienes y fortuna a tu nombre. A la cual tendrías acceso cuando cumplieras la edad de veinti