BellaEse día lloré hasta que el amanecer me cazó despierta. Los siguientes días no fueron muy diferentes, apenas respondía con monosílabos en la mesa y volvía a mi habitación a sumirme en mi miseria.Mientras todos dormían, soñé que la muerte me pisaba los talones. Mauro alcanzó a escuchar mi grito desgarrador y abrió la puerta sin previo aviso. No dijo nada, no hizo preguntas, tan solo se sentó en el filo de la cama y me abrazó, reiterándome su compañía.—No permitiré que nadie te lastime, pequeñaja. No si estoy yo para impedirlo —susurró contra mi frente mientras me frotaba los brazos.—¿Cómo me escuchaste? —Pregunté bajito.—Siempre estoy cerca de ti, siempre —Respondió, y luego cerró las ventanas antes de acomodarse en uno de los sillones junto a la ventana.Nos miramos fijamente y compartimos un silencio agradable hasta que se pintó el primer indicio del amanecer. Mi hermano creyó que todavía dormía cuando recibió una llamada y abandonó la habitación en extremo silencio.Cerró l
Bella Encajada dentro de aquel vestido revelador y con el corazón atorado en la garganta, me enfrenté al ojo minucioso de la prensa luego de haber bajado del auto atada al brazo de mi prometido. Rigo, y otro de los hombres que custodiaban nuestra llegada, impidieron que se acercaran demasiado, cosa que agradecí. Las preguntas no pararon hasta que llegamos a la entrada del recinto, pues Sandro se encargó todo el tiempo de alardear acerca de lo imperiosa que sería nuestra boda. —Sonríe, mi amor. Seremos la portada del periódico de mañana —susurró el Vitale mientras las cámaras captaban como hipócrita sonrisa se abría en mis labios. —Un ridículo y mediático teatro —solté con los dientes apretados. Me estremecí al sentir sus labios pegados al lóbulo de mi oreja mientras susurraba perversidades que los medios se encargaban de enmarcan como la perfecta imagen de dos jóvenes enamorados. Si llegasen a descubrir todo lo que se escondía detrás de aquella asquerosa farsa, tendrían material s
Bella Me hubiera encantado tener la oportunidad de desnudarme despacio y que Sebastian acariciase cada rincón de mi piel. Que besara cada centímetro, que me hiciese suya sin contemplaciones. Pero habría sido demasiado sospechoso mi larga ausencia en el baño. Así que tuvimos que conformarnos con ello, sabiendo que no era suficiente. El beso redujo su marcha tan pronto necesitamos del aire, y aunque fueron apenas unos segundos para llenar nuestros pulmones, bastó para volver a besarnos con la misma urgencia que al principio. En un movimiento casi desesperado, mis dedos buscaron la hebilla de su cinturón y los suyos levantaron la falda de mi vestido. El contacto que compartimos nos robó un pequeño estremecimiento que no supe quién de los dos lo inició primero. Al principio, se abrió paso con premura, llegó hasta mi centro y tocó por encima de la tela todo de lo que él era dueño. Recorrió el interior de mis muslos, apretó y navegó hasta la curva de mis nalgas. En respuesta, yo eché la
Analía Lo intenté, pero no lo conseguí.No sentí si quiera un pequeño atisbo de tristeza el saber que mi madre estaba muerta. Que yo le había arrancado el último suspiro y que su velatorio se estaba llevando a cabo lo más discreta posible en el salón de la casa.No hubo un anuncio por parte de la familia, tampoco invitaciones a rezarle un padre nuestro, y es que la frivolidad que lo rodeaba todo era tan certera, que habían sobornado a un pequeño grupo de individuos corruptos para que el entierro no diese parte a las autoridades.Se enterraría un cuerpo que no llevaría el nombre de Hortensia. Si, sus huesos se pudrirían allí, pero a vista de todos, debajo de la tierra, yacería una mujer de un algún barrio turbio que posiblemente nadie recordaría.No tenían escrúpulos, y eso era un hecho que rozaba el limite de lo alarmante.El salón estaba en completo silencio. El servicio ofrecía café a un Gerónimo con el periódico en mano y a una Francesca conmovida por la muerte de su mejor amiga y
Gia Me sentía maniatada.Todo lo que estaba sucediendo allí fuera de este bosque solitario e inmenso, era una carga muy pesada para que la pudiese soportar un solo cuerpo. Mientras Sebastian, Carlo y Mauro planeaban la caída del candidato a la alcaldía, las chicas luchaban contra sus propios miedos. Analía conviviendo con la realidad de haberse convertido en la asesina de su madre, e Isabella atrapada en una vida que ella no había elegido para ella.Una ducha caliente no consiguió calmar mi ansiedad, tampoco un té de hierbas ni mucho la visita rutinaria del doctor. Todo iba como se esperaba en mi embarazo, sí, pero yo tenía que poner mucho de mi parte si quería ver progresos. Honestamente, esa era la parte más difícil.No podía controlar mis emociones, tampoco mis miedos. En las noches, cuando dormía, la presencia de Basil se adueñaba de todos ellos.Carlo y Mauro estuvieron presente en la revisión de esa mañana. El uno más ansioso que el otro. Por primera vez, los veía compartir un
BellaVeinticuatro horas para la boda y cuarenta y ocho para las elecciones.Los medios televisivos no paraban de hablar acerca de la boda más ostentosa del año. Luego de que el enlace entre Sebastian y Giovanna supusiera un revuelo por todos lados, el cotilleo se había calmado.Ahora era mi rostro y el de Sandro el que protagonizaba todos los periódicos aquella mañana.—¿No es la mujer más preciosa del planeta, madre? —La voz de Sandro apagó mis pensamientos cuando entró por la puerta del salón principal del hotel. Junto a él, colgada a su brazo, sonreía una Graciella orgullosa.—No pudiste haber escogido mejor esposa que la princesa de los Ferragni, cariño.Detrás de ellos, se aproximaba el fotógrafo y un par de las asistentes de estilismo. Retocaron mi maquillaje antes de que Sandro se aproximara tras las indicaciones del hombre.Allí acababa la última y agotadora sesión de fotos. Frente a un decorado imperioso que nos haría lucir como unos jodidos monarcas de la soberanía.Patétic
Podía escuchar mis pulsaciones al tiempo que nos movíamos hasta un lugar seguro. Nadie conocía el hotel Ferragni mejor que yo. Había correteado cada pequeño espacio desde que tenia uso de razón, así que nos arrastré por un angosto pasillo hasta saber que llegaríamos al pequeño cuarto de muebles viejos.Para nuestra suerte, estaba abierto, solo había que girar el pomo y dejar que el mundo exterior se apagara para nosotros.Así fue…Desesperada por sentirle, acaricie su pecho y cuello. Sebastian no dejó de mirarme en ningún momento mientras lo hacía, tampoco yo. Despacio, comencé a deshacerme de los primeros botones de su camisa, mientras tanto, sus dedos se enroscaban a la falda de mi vestido para poder alzarla. En un gesto un tanto brusco, sus dedos se incrustaron en la curva de mis nalgas para poder levantarme.Yo me aferré a su cuello con fuerza y envolví mis piernas alrededor de sus caderas. Quería sentir todo de él pegado a mí, que no quedara espacio entre nosotros, si quiera que
Sebastian Giovanna si quiera preguntó a donde nos dirigíamos. Desde la boda, apenas habíamos intercambiado palabra alguna. Lo cierto era que sus sentimientos por mi eran tan nulos como los míos por ella. La estimaba, sí, pero ese cariño no cobraba fortaleza. Lo mejor que podría hacer por ella en un momento tan crucial en nuestras vidas como este, era entregarle la libertad que merecía y que solo ella pudiese decidir a quien amar. Luego de veinticinco minutos de trayecto, cuando el sol si quiera daba indicios de salir, llegamos a un aeródromo privado en Ciampino, al que solo se tenia acceso con autorización previa del general en jefe de la policía de roma, por suerte, yo estaba casado con su hija. Así que nadie en el interior cuestionaría mis motivos ni por qué un jet iba a despegar antes de que el sol saliera. —¿Qué hacemos aquí? —preguntó Giovanna luego de que el auto se detuvo en la mitad de la explanada. La oteé en silencio y después ofreció su mano a uno de los hombres que la