Podía escuchar mis pulsaciones al tiempo que nos movíamos hasta un lugar seguro. Nadie conocía el hotel Ferragni mejor que yo. Había correteado cada pequeño espacio desde que tenia uso de razón, así que nos arrastré por un angosto pasillo hasta saber que llegaríamos al pequeño cuarto de muebles viejos.Para nuestra suerte, estaba abierto, solo había que girar el pomo y dejar que el mundo exterior se apagara para nosotros.Así fue…Desesperada por sentirle, acaricie su pecho y cuello. Sebastian no dejó de mirarme en ningún momento mientras lo hacía, tampoco yo. Despacio, comencé a deshacerme de los primeros botones de su camisa, mientras tanto, sus dedos se enroscaban a la falda de mi vestido para poder alzarla. En un gesto un tanto brusco, sus dedos se incrustaron en la curva de mis nalgas para poder levantarme.Yo me aferré a su cuello con fuerza y envolví mis piernas alrededor de sus caderas. Quería sentir todo de él pegado a mí, que no quedara espacio entre nosotros, si quiera que
Sebastian Giovanna si quiera preguntó a donde nos dirigíamos. Desde la boda, apenas habíamos intercambiado palabra alguna. Lo cierto era que sus sentimientos por mi eran tan nulos como los míos por ella. La estimaba, sí, pero ese cariño no cobraba fortaleza. Lo mejor que podría hacer por ella en un momento tan crucial en nuestras vidas como este, era entregarle la libertad que merecía y que solo ella pudiese decidir a quien amar. Luego de veinticinco minutos de trayecto, cuando el sol si quiera daba indicios de salir, llegamos a un aeródromo privado en Ciampino, al que solo se tenia acceso con autorización previa del general en jefe de la policía de roma, por suerte, yo estaba casado con su hija. Así que nadie en el interior cuestionaría mis motivos ni por qué un jet iba a despegar antes de que el sol saliera. —¿Qué hacemos aquí? —preguntó Giovanna luego de que el auto se detuvo en la mitad de la explanada. La oteé en silencio y después ofreció su mano a uno de los hombres que la
BellaDos horas, y daría el sí a Sandro Vitale.Dos horas para convertirme en su esposa. Pero sonreí, y lo hice con tanto descaro que incluso me asaltó una pequeña carcajada. El hijo de puta se sentía cerca del triunfo, y si, habría uno, pero no seria precisamente él quien gozase de aquel victoria.Cerré los ojos un instante y suspiré antes de abrirlos.Entonces me miré al espejo. Luego de largas y exhaustivas horas de preparación y maquillaje, allí estaba, atrapada en aquel vestido de varias capas y que me haría lucir frente a la prensa como la jodida y favorita princesa de roma.No dicho por mí, culpen a los medios…Apenas podía moverme enfundada en todo aquello. Pedrería de miles de euros adornándome la piel y un pendiente de zafiro colgado a mi semi recogido. A la altura del moño, un velo de organza que crecía dos metros y medio de largo.Respirar me costó horrores, sin embargo, atrapada en mi propio reflejo, me permití pensar en los recuerdos vividos con Sebastian. Uno a uno, des
Supe que, a partir de ese instante, el futuro dependía únicamente de mí. Recobré la compostura, incluso el aliento... Y luego, me enfrenté a la devastación más absoluta. Era la hora de dar un paso más a ese final que me prometía la libertad, aunque ahora mismo, la situación se pintara diferente en su totalidad. Alcé el mentón, tragué saliva y di un paso al frente que coincidió con el ligero de rumor de canon en Re mayor del icónico alemán Johann Pachebel. Una bocana da aire, un nuevo paso, y así, hasta llegar a la boca del lobo. Al depredador. Al que destruye todo a su paso con su mera existencia. Al ruin, al macabro… A su arrogante y m*****a sonrisa de victoria esperándome al final del altar, para consumirme, para hacerse la protagonista de sus mas ambiciosos deseos. Convertida en presa, convertida en nada. Seguí avanzando, luchando contra esa sensación tan desagradable que me recorría la piel entera. Misma que corroia y arañaba. A medida que los segundos pasaban, el corazón me la
Sebastian La rabia fue amontonándose en mi boca conforme el Vitale e Isabella mantenían una conversación de lo más controversial. Él como un lobo tratando de persuadir a su presa, y ella respondiendo al embate con absoluta seguridad. Sonreí, orgulloso del uso adecuado de sus palabras y de la forma en la que no permitía dejarse intimidar por ese hijo de puta, o al menos hasta que aquel cambio de planes surtió una inquietud en todos nosotros. —…hoy tendremos nuestra noche de bodas en el Grand Palace, ¿te resulta familiar? —todos lo escuchamos. Mauro desde el interior del jardín, Carlo y yo desde una distancia prudente lejos del hotel. —Mierda… —Carlo fue el primero en reaccionar en voz baja al tiempo que a mi se me tensaban los músculos. Súbitamente, me incorporé y erguí mis hombros, sin embargo, mi amigo advirtió cada una de mis intenciones y colocó una mano en mi pecho. Hice el cambio de comunicación para que solo pudiésemos escucharnos entre nosotros y que Isabella no tuviera q
CarloMi hermana estaba con nosotros, y por ahora, eso era lo único que importaba.El trayecto a Fonte Nuova, una pequeña localidad que rodeaba el perímetro fuera de roma, supuso ser un recorrido de casi veinticuatro kilómetros. En la mitad de ello nos abordó el silencio. Denso, casi asfixiante, incluso tétrico. Tan solo se escuchaba el murmullo de una Isabella que se había rendido al sueño y el débil sonido de las llantas derrapando sobre calles poco trabajadas.En cuanto a los cambios de planes, mi hermana no hizo más preguntas al respecto. Tan solo aceptó el refugio del hombre que amaba y descansó su cabeza en el respaldo del asiento, poco después, la inercia la empujó contra el hombro de Sebastian. Justo allí, se redujeron sus miedos.Estaba a salvo…Finalmente lo estaba. Tan pronto llegamos a aquella pequeña casucha de agua helada y paredes desgastadas, Sebastian cargó a Isabella entre sus brazos y la dejó reposar sobre el sofá que había junto a la chimenea. La acobijó y besó s
Analía El reloj marcaba poco más de las cuatro de la madrugada cuando me senté en el alféizar de la ventana y oteé aquella parte del jardín. Una pequeña luz iluminaba entre las sombras a los guardias que hacían el cambio de turno.Inesperadamente, escuché la puerta crujir con suavidad. Ladeé la cabeza esperando encontrarme con alguna de las muchachas del servicio, sin embargo, mi sorpresa fue otra.Sandro entró a mi habitación como si fuese la suya, pero plenamente consciente de que no se había equivocado. Reparó en mí, tenia los ojos hinchados y unas ojeras relativamente marcadas.Me incorporé de súbito. Su visita no podía significar nada bueno, al contrario, estaba tomado y un tanto desorbitado. Eso solo podía significar cosas terribles.—Sabes donde está ella, ¿verdad? —preguntó sin titubeos mientras empezaba a avanzar en mi dirección.Tragué saliva y mantuve la compostura. No iba a caer en su jueguito de intimidación.—No, pero si lo supiera, ¿por qué crees que te lo diría?Torci
GiaLos medios televisivos apañaron las pantallas principales con noticias relevantes acerca de los dos candidatos más fuertes a la alcaldía. Según las encuestas, Alonzo Vitale estaba en la pirámide de ello.Esa noche se sabría el resultado. Esa noche todo cambiaria, para ellos y para nosotros…para la ciudad entera.En una fotografía armoniosamente familiar le acompañaba Gerónimo Ferragni, estrechando su mano y robando atención por parte de los periodistas. Un espectáculo mediático para algunos y uno catastrófico para otros.Si roma caía en sus manos…todo lo que conocíamos de este lugar se vería estropeado y manipulado.La brisa vespertina golpeó mi rostro cuando apagué el televisor y me quedé mirando a través de la ventana. Cuando desperté, había decidido acobijarme en uno de sofá y disfrutar un poco del increíble paisaje que me ofrecía aquel recóndito lugar…al menos hasta que volví a quedarme dormida.. . .CarloGia estaba dormida en posición fetal cuando entré a la habitación y me