Analía Lo intenté, pero no lo conseguí.No sentí si quiera un pequeño atisbo de tristeza el saber que mi madre estaba muerta. Que yo le había arrancado el último suspiro y que su velatorio se estaba llevando a cabo lo más discreta posible en el salón de la casa.No hubo un anuncio por parte de la familia, tampoco invitaciones a rezarle un padre nuestro, y es que la frivolidad que lo rodeaba todo era tan certera, que habían sobornado a un pequeño grupo de individuos corruptos para que el entierro no diese parte a las autoridades.Se enterraría un cuerpo que no llevaría el nombre de Hortensia. Si, sus huesos se pudrirían allí, pero a vista de todos, debajo de la tierra, yacería una mujer de un algún barrio turbio que posiblemente nadie recordaría.No tenían escrúpulos, y eso era un hecho que rozaba el limite de lo alarmante.El salón estaba en completo silencio. El servicio ofrecía café a un Gerónimo con el periódico en mano y a una Francesca conmovida por la muerte de su mejor amiga y
Gia Me sentía maniatada.Todo lo que estaba sucediendo allí fuera de este bosque solitario e inmenso, era una carga muy pesada para que la pudiese soportar un solo cuerpo. Mientras Sebastian, Carlo y Mauro planeaban la caída del candidato a la alcaldía, las chicas luchaban contra sus propios miedos. Analía conviviendo con la realidad de haberse convertido en la asesina de su madre, e Isabella atrapada en una vida que ella no había elegido para ella.Una ducha caliente no consiguió calmar mi ansiedad, tampoco un té de hierbas ni mucho la visita rutinaria del doctor. Todo iba como se esperaba en mi embarazo, sí, pero yo tenía que poner mucho de mi parte si quería ver progresos. Honestamente, esa era la parte más difícil.No podía controlar mis emociones, tampoco mis miedos. En las noches, cuando dormía, la presencia de Basil se adueñaba de todos ellos.Carlo y Mauro estuvieron presente en la revisión de esa mañana. El uno más ansioso que el otro. Por primera vez, los veía compartir un
BellaVeinticuatro horas para la boda y cuarenta y ocho para las elecciones.Los medios televisivos no paraban de hablar acerca de la boda más ostentosa del año. Luego de que el enlace entre Sebastian y Giovanna supusiera un revuelo por todos lados, el cotilleo se había calmado.Ahora era mi rostro y el de Sandro el que protagonizaba todos los periódicos aquella mañana.—¿No es la mujer más preciosa del planeta, madre? —La voz de Sandro apagó mis pensamientos cuando entró por la puerta del salón principal del hotel. Junto a él, colgada a su brazo, sonreía una Graciella orgullosa.—No pudiste haber escogido mejor esposa que la princesa de los Ferragni, cariño.Detrás de ellos, se aproximaba el fotógrafo y un par de las asistentes de estilismo. Retocaron mi maquillaje antes de que Sandro se aproximara tras las indicaciones del hombre.Allí acababa la última y agotadora sesión de fotos. Frente a un decorado imperioso que nos haría lucir como unos jodidos monarcas de la soberanía.Patétic
Podía escuchar mis pulsaciones al tiempo que nos movíamos hasta un lugar seguro. Nadie conocía el hotel Ferragni mejor que yo. Había correteado cada pequeño espacio desde que tenia uso de razón, así que nos arrastré por un angosto pasillo hasta saber que llegaríamos al pequeño cuarto de muebles viejos.Para nuestra suerte, estaba abierto, solo había que girar el pomo y dejar que el mundo exterior se apagara para nosotros.Así fue…Desesperada por sentirle, acaricie su pecho y cuello. Sebastian no dejó de mirarme en ningún momento mientras lo hacía, tampoco yo. Despacio, comencé a deshacerme de los primeros botones de su camisa, mientras tanto, sus dedos se enroscaban a la falda de mi vestido para poder alzarla. En un gesto un tanto brusco, sus dedos se incrustaron en la curva de mis nalgas para poder levantarme.Yo me aferré a su cuello con fuerza y envolví mis piernas alrededor de sus caderas. Quería sentir todo de él pegado a mí, que no quedara espacio entre nosotros, si quiera que
Sebastian Giovanna si quiera preguntó a donde nos dirigíamos. Desde la boda, apenas habíamos intercambiado palabra alguna. Lo cierto era que sus sentimientos por mi eran tan nulos como los míos por ella. La estimaba, sí, pero ese cariño no cobraba fortaleza. Lo mejor que podría hacer por ella en un momento tan crucial en nuestras vidas como este, era entregarle la libertad que merecía y que solo ella pudiese decidir a quien amar. Luego de veinticinco minutos de trayecto, cuando el sol si quiera daba indicios de salir, llegamos a un aeródromo privado en Ciampino, al que solo se tenia acceso con autorización previa del general en jefe de la policía de roma, por suerte, yo estaba casado con su hija. Así que nadie en el interior cuestionaría mis motivos ni por qué un jet iba a despegar antes de que el sol saliera. —¿Qué hacemos aquí? —preguntó Giovanna luego de que el auto se detuvo en la mitad de la explanada. La oteé en silencio y después ofreció su mano a uno de los hombres que la
BellaDos horas, y daría el sí a Sandro Vitale.Dos horas para convertirme en su esposa. Pero sonreí, y lo hice con tanto descaro que incluso me asaltó una pequeña carcajada. El hijo de puta se sentía cerca del triunfo, y si, habría uno, pero no seria precisamente él quien gozase de aquel victoria.Cerré los ojos un instante y suspiré antes de abrirlos.Entonces me miré al espejo. Luego de largas y exhaustivas horas de preparación y maquillaje, allí estaba, atrapada en aquel vestido de varias capas y que me haría lucir frente a la prensa como la jodida y favorita princesa de roma.No dicho por mí, culpen a los medios…Apenas podía moverme enfundada en todo aquello. Pedrería de miles de euros adornándome la piel y un pendiente de zafiro colgado a mi semi recogido. A la altura del moño, un velo de organza que crecía dos metros y medio de largo.Respirar me costó horrores, sin embargo, atrapada en mi propio reflejo, me permití pensar en los recuerdos vividos con Sebastian. Uno a uno, des
Supe que, a partir de ese instante, el futuro dependía únicamente de mí. Recobré la compostura, incluso el aliento... Y luego, me enfrenté a la devastación más absoluta. Era la hora de dar un paso más a ese final que me prometía la libertad, aunque ahora mismo, la situación se pintara diferente en su totalidad. Alcé el mentón, tragué saliva y di un paso al frente que coincidió con el ligero de rumor de canon en Re mayor del icónico alemán Johann Pachebel. Una bocana da aire, un nuevo paso, y así, hasta llegar a la boca del lobo. Al depredador. Al que destruye todo a su paso con su mera existencia. Al ruin, al macabro… A su arrogante y m*****a sonrisa de victoria esperándome al final del altar, para consumirme, para hacerse la protagonista de sus mas ambiciosos deseos. Convertida en presa, convertida en nada. Seguí avanzando, luchando contra esa sensación tan desagradable que me recorría la piel entera. Misma que corroia y arañaba. A medida que los segundos pasaban, el corazón me la
Sebastian La rabia fue amontonándose en mi boca conforme el Vitale e Isabella mantenían una conversación de lo más controversial. Él como un lobo tratando de persuadir a su presa, y ella respondiendo al embate con absoluta seguridad. Sonreí, orgulloso del uso adecuado de sus palabras y de la forma en la que no permitía dejarse intimidar por ese hijo de puta, o al menos hasta que aquel cambio de planes surtió una inquietud en todos nosotros. —…hoy tendremos nuestra noche de bodas en el Grand Palace, ¿te resulta familiar? —todos lo escuchamos. Mauro desde el interior del jardín, Carlo y yo desde una distancia prudente lejos del hotel. —Mierda… —Carlo fue el primero en reaccionar en voz baja al tiempo que a mi se me tensaban los músculos. Súbitamente, me incorporé y erguí mis hombros, sin embargo, mi amigo advirtió cada una de mis intenciones y colocó una mano en mi pecho. Hice el cambio de comunicación para que solo pudiésemos escucharnos entre nosotros y que Isabella no tuviera q