BellaNo había amanecido en su totalidad cuando abrí los ojos. Aun tumbada en la cama, me quedé observando la delicadeza con la que un sutil dorado se comenzaba a derramar lánguido por las ventanas.Alguien tocó la puerta, lo hizo con pequeños golpecitos apenas audibles, luego entró despacio. Era Virgilia, una de las muchachas del servicio, normalmente no subía a mi habitación ni a ninguna otra, su lugar siempre había sido la cocina, por eso me sorprendió que se acercara a mi cama y sonriera con aquella amabilidad que le caracterizaba. Alcanzó mi cabello en una caricia y yo arrugué la frente porque no comprendía el motivo de su visita.—Descanse, niña Isabella… —Dijo, su voz de pronto comenzó a escucharse un tanto borrosa, como si no coincidiera con su cercanía. Por alguna extraña razón, su petición se había convertido en una orden.Cerré los ojos, pero una parte de mi se mantuvo a la expectativa cuando se marchó.Ne tenia intenciones de moverme, ni siquiera cuando de repente el reloj
Bella—¿Qué hacemos aquí? —Pregunté luego de un instante de silencio.Rigo había detenido el auto frente a la conocida fundación Fiore di campo. Un lugar que acobijaba en sus paredes a madres y niños que habían sufrido de violencia intrafamiliar, y, que, en su representación, se encontraban buenas mujeres de la alta alcurnia.Guadalupe Garza era una de ellas.Me tembló el pulso y me supo amargo descubrir la sonrisa poderosa que se estiraba en la comisura de los labios de Sandro. Aquel gesto guardaba todas las respuestas a mi pregunta y fue suficiente para arrancarme una reacción.—Llegas a ponerle un dedo encima y juro qué te arrancaré la garganta con mis propias manos. —Amenacé sabiendo que conseguiría una burla de su parte.Si bien era capaz de hacer cualquier cosa por proteger a las personas que quería, intuí que detrás de todo esto era lo que él buscaba.—Guadalupe es una mujer que no raya la extravagancia, ¿sabías que no le gusta ser custodiada? —Humedeció los labios antes de con
Bella Tenia el aliento entrecortado y caminaba a pasos inseguros. Casi parecía completamente involuntaria la forma en la que mis pies se dirigían al vestíbulo del hotel y como las palabras de Sandro se repetían constantemente dentro de mi cabeza como si fuese una maldita grabación repetida.“Ve allí y dile que te has enamorado de mi con una locura inconcebible, Bella. Díselo, y yo estaré aquí con los brazos abiertos para darte consuelo”Maldito hijo de puta.Respiré hondo y me lancé dentro del elevador plenamente consciente de que Rigo cuidaba cada uno de mis pasos. Para cuando las puertas se cerraron, sentí que todo el aire había abandonado mis pulmones y ahora no encontraba la forma correcta de respirar.Me recargué con fuerza de las paredes, pero no bastó.—¡Isabella! —Exclamó Rigo en un susurro, antes de capturarme en sus brazos y protegerme contra su pecho.—Estoy bien —Musité con la voz apagada y el indicio de unas lágrimas rayándome las pupilas. Me alejé despacio para mirarle—
Analía —Tienes que firmar unos documentos —había dicho Mauro luego de habernos sacado del perímetro de roma y detener el auto en un terreno bastante solitario.Pero yo no le había prestado demasiada atención a sus palabras hasta que decidió mostrarme una carpeta.—¿Qué es esto? —Pregunté, al mismo tiempo, él parecía renuente a ofrecer demasiadas explicaciones.Me ofreció un bolígrafo y yo lo tomé entre mis dedos. Por un instante, me acobijó el miedo.—Son cuatro páginas, por ende, cuatro firmas. —Explicó, pero yo aun no entendía que era lo que significaba todo esto.—Mauro… —Murmuré bajito, sin embargo, de él solo conseguí que abriera la carpeta y revelara en la primera página una palabra que capturó mi atención.Se hablaba de un fideicomiso. Uno que llevaba mi nombre y expresaba una cifra bastante alta en euros.—Tu padre, en posición de fideicomitente se encargó de traspasar en vida todos su bienes y fortuna a tu nombre. A la cual tendrías acceso cuando cumplieras la edad de veinti
BellaEse día lloré hasta que el amanecer me cazó despierta. Los siguientes días no fueron muy diferentes, apenas respondía con monosílabos en la mesa y volvía a mi habitación a sumirme en mi miseria.Mientras todos dormían, soñé que la muerte me pisaba los talones. Mauro alcanzó a escuchar mi grito desgarrador y abrió la puerta sin previo aviso. No dijo nada, no hizo preguntas, tan solo se sentó en el filo de la cama y me abrazó, reiterándome su compañía.—No permitiré que nadie te lastime, pequeñaja. No si estoy yo para impedirlo —susurró contra mi frente mientras me frotaba los brazos.—¿Cómo me escuchaste? —Pregunté bajito.—Siempre estoy cerca de ti, siempre —Respondió, y luego cerró las ventanas antes de acomodarse en uno de los sillones junto a la ventana.Nos miramos fijamente y compartimos un silencio agradable hasta que se pintó el primer indicio del amanecer. Mi hermano creyó que todavía dormía cuando recibió una llamada y abandonó la habitación en extremo silencio.Cerró l
Bella Encajada dentro de aquel vestido revelador y con el corazón atorado en la garganta, me enfrenté al ojo minucioso de la prensa luego de haber bajado del auto atada al brazo de mi prometido. Rigo, y otro de los hombres que custodiaban nuestra llegada, impidieron que se acercaran demasiado, cosa que agradecí. Las preguntas no pararon hasta que llegamos a la entrada del recinto, pues Sandro se encargó todo el tiempo de alardear acerca de lo imperiosa que sería nuestra boda. —Sonríe, mi amor. Seremos la portada del periódico de mañana —susurró el Vitale mientras las cámaras captaban como hipócrita sonrisa se abría en mis labios. —Un ridículo y mediático teatro —solté con los dientes apretados. Me estremecí al sentir sus labios pegados al lóbulo de mi oreja mientras susurraba perversidades que los medios se encargaban de enmarcan como la perfecta imagen de dos jóvenes enamorados. Si llegasen a descubrir todo lo que se escondía detrás de aquella asquerosa farsa, tendrían material s
Bella Me hubiera encantado tener la oportunidad de desnudarme despacio y que Sebastian acariciase cada rincón de mi piel. Que besara cada centímetro, que me hiciese suya sin contemplaciones. Pero habría sido demasiado sospechoso mi larga ausencia en el baño. Así que tuvimos que conformarnos con ello, sabiendo que no era suficiente. El beso redujo su marcha tan pronto necesitamos del aire, y aunque fueron apenas unos segundos para llenar nuestros pulmones, bastó para volver a besarnos con la misma urgencia que al principio. En un movimiento casi desesperado, mis dedos buscaron la hebilla de su cinturón y los suyos levantaron la falda de mi vestido. El contacto que compartimos nos robó un pequeño estremecimiento que no supe quién de los dos lo inició primero. Al principio, se abrió paso con premura, llegó hasta mi centro y tocó por encima de la tela todo de lo que él era dueño. Recorrió el interior de mis muslos, apretó y navegó hasta la curva de mis nalgas. En respuesta, yo eché la
Analía Lo intenté, pero no lo conseguí.No sentí si quiera un pequeño atisbo de tristeza el saber que mi madre estaba muerta. Que yo le había arrancado el último suspiro y que su velatorio se estaba llevando a cabo lo más discreta posible en el salón de la casa.No hubo un anuncio por parte de la familia, tampoco invitaciones a rezarle un padre nuestro, y es que la frivolidad que lo rodeaba todo era tan certera, que habían sobornado a un pequeño grupo de individuos corruptos para que el entierro no diese parte a las autoridades.Se enterraría un cuerpo que no llevaría el nombre de Hortensia. Si, sus huesos se pudrirían allí, pero a vista de todos, debajo de la tierra, yacería una mujer de un algún barrio turbio que posiblemente nadie recordaría.No tenían escrúpulos, y eso era un hecho que rozaba el limite de lo alarmante.El salón estaba en completo silencio. El servicio ofrecía café a un Gerónimo con el periódico en mano y a una Francesca conmovida por la muerte de su mejor amiga y