67. Santa Marinella

Gia

Miré el paisaje súbitamente intimidada.

El camino que nos llevaba a quien sabe que lugar quedaba a más de cuarenta y cinco minutos fuera del perímetro de roma, o al menos ese era el tiempo que venia marcando el reloj del tablero desde que dejamos Emilio Praga atrás.

El doctor había dado luz verde para mi alta pocos días después de la intervención quirúrgica. El bebé y yo lo hicimos muy bien durante el proceso y nos aferramos con muchísima fuerza a la idea de seguir viviendo, pero aquello no fue algo con lo que Carlo iba a quedarse quieto y llevaba preguntando todo el camino si me encontraba bien.

Greco y Enzo nos acompañaban en la carretera también.

Poco después, Carlo descendió su marcha y atravesó un estrecho camino de tierra que terminaba escondiéndose dentro de hectáreas verdes de maleza.

Al final del trayecto y como si fuese a engullirnos de un solo bocado, se abrió paso una gloriosa montaña detrás de un mar inmenso. Estábamos en la playa. Inmediatamente comencé a sentir el c
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