—¿Me estás escuchando, Massiel?
La mujer pareció salir del su ensimismamiento. Su mente se encontraba alejada de la realidad, pensaba en lo que había escuchado en aquellos baños, en la "confesión" que sus oídos conocían.
—Sí, claro, amor, te estoy escuchando.
—Maldita sea, no lo haces. Si no quieres salir conmigo, puedes decírmelo de una vez por todas. Demonios.
—Lo siento, de verdad… te estaba escuchando, es solo que por un instante, mis pensamientos…
—Esa siempre es tu excusa, Massiel. "Claro que te escucho, es que mi jefe me dijo algo y estaba pensando…" "Sí, claro que sé de qué hablas, solo me distraje unos segundos porque pensaba en unos proyectos que tengo que hacer para la empresa" ¡Siempre es lo mismo contigo, Massiel! ¡Saco tiempo de donde no tengo para estar contigo, y parece no importarte un demonio!
Massiel cerró sus ojos. Su relación se basaba en peleas. Cada vez era menos tolerante a sus discusiones sin sentido. Ni siquiera sabía por qué seguían siendo pareja, quizás le gustaba la intensidad de él en la cama, quizás no sabía como terminar con él, quizás temía de que él le hiciera daño en un arranque de furia de esos que tenía… habían muchas respuestas a aquella incógnita interna que se arrojó a sí misma.
—No, no otra vez… ¿hasta cuándo seguiremos así, Alfredo?
—Siempre soy yo quien pone empeño porque estemos bien, pero de lo único que hablas, es del imbécil de tu jefe, me gustaría poder partirle la cara a ese maricón.
—¡No lo llames así! —le reclamó ella, dándole un sorbo a su bebida—. Él no tiene nada que ver en esta conversación, eres tú que siempre terminas mencionándolo para recriminarme.
—Y siempre lo defiendes —escupió el hombre, apretando su mandíbula—. ¿Acaso te folla? —La pregunta le robó la voz a Massiel—. ¿Acaso te gusta como te la entierra en el cul…?
—¡Por supuesto que no! —le interrumpió ella entre gritos, atrapando más de una mirada—. ¡¿Por qué demonios me preguntarías algo así?!
—¡Porque todo apunta a que sí!
—No voy a seguir hablando de esto.
—¿No crees que es momento de darte cuenta de que le importas un demonio a tu jefe?
—No quiero hablar de él.
—¿Te molesta que lo incluya en esta conversación? Es irónico, tú lo incluyes en todas las demás, pero te molestas cuando te pregunto si has follado con él cuando sé que claramente lo has hecho.
—¡No he follado con él, es mi jefe!
—Eso no significa que cierres las piernas cuando él esté presente.
Él pasó saliva con amargura.
—Escúchame, Alfredo, yo…
—No —la interrumpió él—. Me harté de todo esto. Esto terminó, Massiel, todo ha terminado.
Tras decir aquello, él se situó de pie, yéndose sin mirar atrás.
Le tomó unos instantes a Massiel reaccionar ante el hecho de que su novio había acabado con ella.
Sintió la tentación de ir tras él, pero dominó aquel impulso.
Su mirada con un deje de perplejidad quedó posada en el hombre, hasta que ese despareció por completo de su campo de visión.
Ella tragó saliva con dificultad, situándose de pie. El corazón le palpitó con fuerza. Las manos se le cubrieron de sudor. Pagó lo correspondiente, luego se retiró a paso trémulo y pesado de allí. Le habían terminado. Era insuficiente, patética, poco atractiva, insoportable… o al menos con esas palabras se llenaba la mente.
Por un instante, a pesar de que no lo amaba, se sintió en tragedia, pero aquello no era una tragedia, más tarde conocería una verdadera tragedia en donde la espectadora sería ella misma.
***
—Nunca he podido amarlo de todas formas.
Massiel se encontraba en la casa de su amiga, Cristal. La perplejidad la había llevado a ir hacia allí, en busca de un hombro en el cual apoyarse.
—No parece dolerte lo que ocurrió.
—No lo hace.
—¿Por qué? Massiel, acaso… ¿tenías a… alguien más?
Massiel sintió una presión en su garganta que le imposibilitó el paso de aire por unos instantes. Estaba harta de contenerse a sí misma.
—Ese "alguien más" tiene el nombre de mi jefe y jamás hemos sido nada, pero el anhelo aún vive en mí. —Antes de que su amiga pudiese digerir lo que había escuchado, ella decidió continuar, antes de que la valentía se le esfumara—. Fui una tonta, creí que podría conquistar el corazón de un hombre que esté a punto de casarse, un hombre que también es mi jefe.
Por un instante, se refugió en sí misma, disociándose de su alrededor.
—Massiel…
—Nunca podré estar con él. No estamos hechos el uno para el otro. —La voz se le convirtió en polvo al pronunciar aquello—. Tengo que renunciar —dijo de repente—. Tengo que irme de allí por siempre, porque si no me voy… ese amor terminará matándome.
Aunque la firmeza cubría su rostro, su interior era escuálido y tembloroso. Dudaba. Temía. ¿Abandonar a su jefe en las garras de alguien que no le haría nada más que daño? ¿Irse para siempre o aceptar jamás poder estar a su lado?
Massiel elevó su cabeza, situándose de pie entre temblores. Siempre había sido alguien bastante débil ante la mayoría de sus impulsos, pero aquel día, ella había tomado una decisión: tenía que renunciar a la empresa en la que había conocido el amor.
***
Los ojos se cerraban solos, su cuerpo carecía de algún vigor. El tiempo la había aplastado sin piedad, jamás había llegado tarde al trabajo, pero suponía que su brillante decisión de pasar por un café, traería aquello como consecuencia.
El esfuerzo que había tenido que ejercer sobre sí misma para no caer rendida de sueño en medio de la acera, había sido demasiado. La vida le dolía al saber que tendría que abandonar a su jefe. Había pasado todo su día libre pensando en ello, aquello le había impedido concebir más de treinta minutos de sueño.
Entró a la cafetería, ordenando algo.
—¿Solo eso? —El azul en los ojos de la mujer que la atendía, era uno profundamente intenso. Parecían poseer la capacidad de explorar en su interior y leer sus tantos fracasos y frustraciones.
Massiel asintió. Cinco minutos transcurrieron y su café estaba listo, pagó y dirigió sus pasos hacia la salida del establecimiento, pero una muy familiar voz, frenó sus rápidos pasos.
Giró su cuello, de una dirección a otra, buscando aquella voz que había escuchado, hasta que dio con ella.
Inés.
¿Qué hacía Inés en una cafetería como aquella? Era la futura esposa de un hombre millonario, dueño de un montón de empresas, ¿qué hacía bebiendo en un lugar tan barato como aquel?
La curiosidad se despertó en los ojos de Massiel, más cuando la vio hablar ensimismada por teléfono, tanto, que caminó al lado de Massiel sin percatarse de su presencia.
Inés se dirigió hacia la salida de aquel sitio.
El impulso de perseguir a la mujer, fue algo que Massiel no logró controlar.
Frunció su entrecejo cuando Inés empezó a dirigirse hacia un callejón solitario.
Ella se ocultó lo suficientemente bien para que Inés no la viera.
Inés empezó a hablar. Massiel agudizó el oído.
—¿Darle un hijo? No quiero arruinar mi cuerpo. No, dudo que él quiera un bebé, no ahora, aunque sea. Además, no es de mucha acción en la cama. —Ella rió—. Pero no creo que sea necesario usar un bebé para atarlo, al menos no ahora. No, aún no sé como puedo sacarle el dinero. Ahora tengo que colgar, me veré con él en la empresa. Adiós, mi amor.
Cuando vio como la mujer alejó el celular de su oído, Massiel apretó su cartera y se apuró a correr lejos de allí, procurando que el ruido que se desglosara de cada uno de sus pasos, fuera casi nulo, y lo logró. Huyó sin ser vista.
Pero un desliz Massiel cometió, del cual apenas se percató: su pulsera se le había caído, y cuando se dio cuenta de que así había sido, fue muy tarde, pensó en regresar, pero sabiendo que se arriesgaba a ser descubierta por Inés.
Desistió, sin embargo, aquel reluciente objeto no pasó desapercibido para los ojos de Inés, que se agachó para sostenerlo, frunciéndose su entrecejo al darse cuenta de que había visto aquello antes, pero no siendo capaz de recordar en donde. Lo único que sabía, era que quien sea que fuese aquella persona a la que se le había caído aquello, no pasaba casualmente por un sitio tan mugroso, aquella persona la había estado persiguiendo, aquello llevó a Inés a preguntarse… ¿había escuchado lo que ella había dicho? De ser así, ella tenía que encontrar a aquella persona, y sin alguna duda, deshacerse de ella.
No había dejado de pensar en las palabras que había escuchado de Inés. Massiel quería poder un freno, pero no quería parecer una amante amargada, o pasar como mentirosa. La rubia dilató sus ojos al percatarse de que había llegado una hora tarde a su empleo. Echando a un lado el cúmulo violento de pensamientos que aparecieron al percatarse de que había desperdiciado una hora para perseguir a Inés, Massiel caminó hacia su oficina. Al abrirla, el rostro del amor le dio la bienvenida. —Buen día. Los latidos bruscos de su corazón se escuchaban como violentas tamboras. —Buenos días, señor. —Antes de que él pudiera pedirle explicaciones por su retraso, ella empezó a hablar—. Lamento la tardanza, sucedió algo que me retrasó. «Dile que vas a renunciar». Massiel pasó por alto aquel pensamiento. —¿Sucedió algo malo? —No, señor. No llegaré tarde de nuevo. «¡Dile que vas a renunciar!», insistió su cabeza. —¿Problemas personales? —preguntó él, no era muy incauto cuando se trataba de ella,
La soledad, siempre había estado presente en la vida de Emiliano. Era una soledad de solución más compleja que simplemente rodearse de un montón de personas. Había sentido aquella soledad desde que su madre los había abandonado a él y a su padre por otro hombre. La única persona que conseguía menguar aquella soledad, era Massiel. Emiliano estaba al tanto de que no podía aferrarse a aquello, porque su secretaria favorita, podría renunciar en cualquier instante. Un suspiro pesado emergió de sus labios secos. La soledad, una vez más lo rodeaba en aquella enorme mansión. Anhelaba la presencia de Massiel, estaba al tanto de lo profundamente incorrecto que era para un hombre casi casado, tener aquella clase de anhelos. Pensó en su padre, liberando otro suspiro, seco y muerto. La salud del hombre estaba completamente deteriorada, no había demasiado por hacer. Sufría del corazón, el doctor había sido cruel y explícito al decirle que podría morir de un infarto en cualquier instante. Tenía qu
Algunas miradas cayeron indiscretas sobre Massiel y Emiliano cuando ambos llegaron en el mismo carro. De repente, ella recordó como había escuchado a sus dos compañeras decir que era "La zorra del jefe". Había pensado durante aquel término durante varias horas, pero solo en aquel instante, este se había aparecido de nuevo en su mente, despertando una agitación en ella. Todos creerían que en realidad era la zorra del jefe, jamás se había visto a Emiliano llegar con nadie a la empresa, ¿y llegaba justo con aquella que todos creían que se acostaba con él? Era muy poco favorable, pero Massiel dudaba que su jefe conociera de alguna manera aquel rumor. —Hay que ir a la junta, estamos tarde. La única razón por la que había invitado a Massiel a aquella junta, era para crear cercanía con ella, pero no podía admitirlo, tenía que mantener aquella barrera entre ambos, la barrera de jefe y secretaria. Entre rápidos pasos, ambos se desvanecieron por un pasillo poco transitado. Al llegar a la
Habían transcurrido dos semanas desde que Massiel había descubierto el secreto de Inés. Desde aquel día, las cosas se habían vuelto mucho más tensas entre ambas, que compartían miradas que decían demasiado y a la vez, nada. Palabras amenazantes que Massiel no se molestaba en recordar, pero que aparecían de repente en los pasadizos de su cabeza. "No tienes idea de lo fácil que sería para mí acabar contigo. No importa lo que digas, Emiliano jamás va a creer en las palabras de su empleada por encima de las de su futura esposa". Massiel caminaba hacia la oficina de Emiliano con unos papeles entre sus manos. Tragó saliva con dificultad, había evitado a su jefe por dos semanas, dedicándole rostros fríos y palabras cortantes. Debía de mantener lo más alejada de él, una sola palabra de advertencia no había salido de sus labios, que pronto estallarían entre gritos de impotencia. Tocó la puerta antes de entrar, empujándola cuando escuchó la palabra "pasa". —Buenos días, señor —saludó, con
Unas enormes bolsas negras adornaban de manera tétrica el rostro escuálido de la rubia, que bebía de manera insistente café, para así evitar caer rendida antes las garras vigorosas de un sueño profundo. La reflexión de si, en realidad él sentía por ella algo, y no todo se trataban de cavilaciones de su parte, no le había permitido concebir un instante de sueño la noche anterior. Massiel maldijo en voz baja, recostando la cabeza de su escritorio, pero poco duró aquel intento de descanso, pues la puerta fue abierta por una persona. La mujer se acomodó en su asiento con apenas fuerza cuando vio a Emiliano entrar. El brillo del collar de diamantes que ella había decidido usar, le robó la mirada por más de un instante a su jefe. El hombre no le ofreció ni siquiera una oportunidad para hablar. —Feliz cumpleaños, Massiel. La sonrisa de Emiliano la transportó a un universo paralelo, en donde ambos eran los protagonistas de una historia de amor, una no turbulenta como la que les deparaba
—Estaré algo ocupada —mintió. Aquel hombre no le generaba alguna confianza. —Puedes posponerlo, pues tengo una propuesta para ti, Massiel. —¿Qué clase de propuesta, señor Wagner? —Quiero que salgas conmigo. —Massiel no contó con oportunidad de responder—. Saldrás conmigo. La sonrisa de Timothy despertó en Massiel un cúmulo de indescriptibles sensaciones que solo el tiempo y las circunstancias podrían revelar. Ella se sumergió en sus reflexiones: era incapaz de comprender como entre todas, él había decidido escogerla a ella. ¿Debería de aceptar? Timothy Wagner, era un atractivo y codiciado hombre, ella, una mujer desesperada por olvidarse de su jefe, echando a un lado la desconfianza que su sola mirada le generaba, ¿qué era lo peor que podría ocurrir su ella aceptaba salir con Wagner? Solo el tiempo sería capaz de cederle una respuesta. —Necesito una respuesta, Massiel. Los impulsos corrieron por la cabeza de la rubia. Siempre se había dejado vencer por ellos, recordaba los con
El hombre, frenó sus quejas cuando se percató de que se trataba de su socio Timothy. Tan rápido como una bala, los ojos de Emiliano conectaron con la acompañante de su socio, Massiel. Aunque no estaba sorprendido de que ella se encontrara con él, no pudo evitar sentir una especie de brusca presión en su pecho, al verla allí, con un abrigo cubriendo su cuerpo, el cual se apreciaba desnudo, así como Timothy, que no usaba nada en el torso. Él con su torso desnudo y ella con un abrigo que cubría su evidente desnudez, con sus labios rojos y su cabello despeinado, Emiliano no era estúpido, sabía perfectamente lo que había ocurrido entre ambos, y preferiría no haberlo sabido, porque la sensación en su pecho y garganta, no lo abandonaría por días largos. Un rubor se especió por las mejillas de Massiel; anheló desvanecerse como cenizas a medida que ambos hombre empezaban a hablar. Las voces de ambos se redujeron a nada para la torturada Massiel, quien se sumergió en un ensimismamiento tan pro
Los ojos de la mujer, era un pozo profundo de insomnio y lágrimas que se secaban por su cuenta. El sueño la había abandonado la noche anterior. Había sido mucha la voluntad requerida para regresar a aquel sitio y mirar el rostro de su jefe, aunque, para su dicha, no le había visto ni siquiera un pelo aquel día. La rubia parpadeó con lentitud cuando alguien abrió la puerta de la oficina que había sido designada para ella; se trataba de una secretaria, de las tantas que Massiel sabía que la criticaban por la espalda. —El jefe me dijo que te mandara a llamar. Te quiere en su oficina. Los ojos de Massiel tomaron energía de inmediato. ¿Acaso tendría algo que ver con lo de Timothy? «Imposible», pensó. No había alguna razón para que su jefe tocara un tema como aquel. —Estaré allí en un instante —contestó, apenas con voz. Le tomó un parpadeo a Massiel encontrarse en la oficina de su jefe, quien le dedicó la mirada más exhausta que ella jamás había recibido: él tampoco había concebido un