La soledad, siempre había estado presente en la vida de Emiliano. Era una soledad de solución más compleja que simplemente rodearse de un montón de personas. Había sentido aquella soledad desde que su madre los había abandonado a él y a su padre por otro hombre. La única persona que conseguía menguar aquella soledad, era Massiel.
Emiliano estaba al tanto de que no podía aferrarse a aquello, porque su secretaria favorita, podría renunciar en cualquier instante.
Un suspiro pesado emergió de sus labios secos. La soledad, una vez más lo rodeaba en aquella enorme mansión. Anhelaba la presencia de Massiel, estaba al tanto de lo profundamente incorrecto que era para un hombre casi casado, tener aquella clase de anhelos.
Pensó en su padre, liberando otro suspiro, seco y muerto. La salud del hombre estaba completamente deteriorada, no había demasiado por hacer. Sufría del corazón, el doctor había sido cruel y explícito al decirle que podría morir de un infarto en cualquier instante. Tenía que estar a su lado, grabar en su memoria momentos, antes de que su padre se convirtiera en un simple recuerdo.
Alejando aquellos pensando tan negativos de él, Emiliano liberó una sutil sonrisa triste, mientras un recuerdo de la infancia nacía en su interior.
Se recordó a sí mismo de diez años, buscando desesperadamente dinero, para así poder comprar, un instante al menos, del afecto de su padre, para así no sentir que este le abandonaría como había hecho su madre.
El sonido de la puerta siendo abierta, sacó a Emiliano de su profundo recuerdo.
Elevó su mirada cuando sintió el sonido de los tacones de Inés resonando contra el suelo.
Ella le miró, casi con pavor. No lo esperaba allí.
La mujer carraspeó su garganta.
—¿Por qué estás aquí?
A Emiliano no le sorprendió que ella ni siquiera lo saludara. Los besos dulces, los abrazos cálidos… todo aquello solo era parte más de la apariencia que ellos tenían que mantener, todo su "amor" se basaba en apariencias. En ninguno de ellos existía un sentimiento como tal, aunque Inés se molestaba en fingir que sí, pero Emiliano estaba muy al tanto de la realidad. La única razón por la que estaba con ella, era porque aquello llenaría de felicidad a su padre.
—Papá enfermó.
—¿Y por eso estás aquí?
—Estoy aquí porque tuve que ir a su casa y luego regresé.
—Ya veo. Saldré de nuevo.
A Emiliano tampoco le sorprendía que ella no se encontrase ni siquiera un poco preocupada por el estado de salud de su padre.
—Adelante, Inés.
Un suspiro se dejó escuchar de los labios de Inés, giró sus ojos, mordiendo sus labios pintados de rojo profundo.
—¿Qué sucedió con tu padre? —preguntó, aplastada por el compromiso.
—Su condición empeoró.
—¿No se está tomando sus medicamentos?
—Lo hace, pero el estado de su corazón es demasiado débil.
La mujer guardó silencio, cada vez que Emiliano hablaba con ella, sentía que no era escuchado, se había sentido ignorado toda su vida, ni el dinero ni el poder ni nada físico había llenado aquella sensación de vacío que lo lastimaba; la única persona que siempre parecía estar ahí para escucharlo, era Massiel, e incluso antes de darse cuenta de que ella era la única que lo escuchaba, Emiliano había estado enamorado de ella, en ocasiones le gustaría que todo fuese distinto, que él pudiese ir a donde Massiel y decirle que en verdad la amaba, pero su familia jamás le permitiría estar con una simple secretaria.
—Debo ir a donde mi madre. No creo que tarde demasiado, amor.
Él la miró; no le importaba, su compañía lo hacía sentir incluso más solo.
No podía creer que estaba a pocos meses de casarse con aquel tempano de hielo. Aquella boda, implicaba adentrarse en un mundo alejado de todo, incluso de Massiel.
Aquello lo aterró: él no quería alejarse de su amada Massiel.
El silencio de su habitación, era tanto, que pudo escuchar los pasos de Inés alejarse hasta desparecerse. Él se sumergió en su soledad, en la ausencia del amor, desapareciéndose en sus anhelos, allí era el único lugar en donde ambos podían estar juntos.
***
La voz de Massiel se quebró en una maldición.
Era la única secretaria de aquella empresa que había sido invitada a una junta exclusiva como aquella, en lugar de poner el suficiente empeño para salir a tiempo, había dejado que el tiempo la sofocara.
Eran las cinco y cincuenta de la madrugada. Diez minutos, con solo eso contaba.
«Cinco minutos caminando hacia los taxis… otros quince para llegar…»
Sus cálculos mentales la desquiciaron, ni aunque lo intentara podría llegar a tiempo.
La parada de taxis quedaba al otro lado de la calle, por lo que ella se dispuso a cruzarla sin cuidado.
El sonido de una bocina siendo tocada, la ensordeció, haciéndola sentir miedo de ser atropellada; de inmediato regresó a la acera, mirando con apuro la hora, no había espacio para la duda: llegaría tarde a aquella junta importante.
—¿Massiel? —La mujer dilató su mirada cuando escuchó aquella voz masculina. Agachó su cabeza, observando por la ventana de aquel auto que la había casi atropellado, que quien lo conducía, era nada más y nada menos que su jefe.
—Señor…
—Ven, entra Massiel.
Ella peinó su rubia melena.
—No, descuide, no será necesario, tomaré un taxi y…
—Puedo llevarte, quiero llevarte, Massiel, anda, pasa. No creo que llegues a tiempo con este tráfico —le insistió—. Puedes sentirte cómoda de pasar.
Tras unos instantes de rápido análisis, Massiel le dedicó una trémula sonrisa a su jefe Emiliano, entrando en su auto.
—Muchas gracias —le murmuró, rebuscando entre su bolso un espejo.
—No tienes que agradecerme. El tráfico está horrible hoy, creo que incluso yo llegaré tarde.
Tras decir aquello, los ojos de Emiliano se quedaron prendados a la belleza de su secretaria.
El hombre empezó a parpadear con fuerza cuando se percató. Debía de buscar la manera de ocultar de mejor forma su amor por ella.
El tráfico se hizo más pesado. Ella quiso reír, ni siquiera su jefe llegaría a tiempo.
—¿Vives por aquí? —preguntó él, intentando romper la fría tensión entre ambos.
—Cerca de por aquí.
—Un día iré a visitarte.
—Puede ir cuando quiera.
Una sonrisa viajó por los labios mal pintados de la rubia, casi coqueta. Ella se reprochó. Él era un hombre casi casado, tenía que buscar la manera de erradicar aquel comportamiento.
Massiel pensó en qué jamás habían pasado tanto tiempo juntos en un espacio estrecho. Podrían, fácilmente, sumergirse en un beso.
El pensamiento ruborizó a Massiel.
—Puedes estar segura de que un día te haré una visita, Massiel.
Antes de que ella pudiese añadir algo, el tráfico empezó a avanzar, y él arrancó el auto.
***
Inés miró a sus espaldas antes de entrar en aquel auto. Nadie podría descubrirla allí.
Un beso se plantó en sus mansos labios una vez se encontró allí. El cuerpo de la mujer rozó con uno fornido cuerpo masculino.
"No tienes idea de cuanto te extrañé", le gruñó, desnudándola de inmediato. Los dedos del hombre se sumergieron en el interior de la mujer, conduciéndola al paraíso.
—El plan va b-bien —masculló ella, entre un placer sofocante—. Pronto nos casaremos.
La familia de Inés era adinerada, pero ni siquiera la mitad de como era la de Emiliano, por eso ella buscaba con tantas ansias que aquel matrimonio se concretara, pues aquello significaría un acceso directo a la fortuna de uno de los hombres más adinerado que conocía.
El padre de Emiliano, la había elegido como su esposa, eran una relación de plástico, pero las apariencias eran muy importantes. «Siento miedo de que se creen falsas especulaciones alrededor de la sexualidad de mi hijo», recordó Inés como le había dicho el padre de Emiliano, desesperado porque su hijo no presentaba ningún interés en estar con alguna mujer, como si su vida giraba solo en torno a los negocios.
—Pronto ese dinero será de nosotros, amor.
El hombre le comió los labios, entre una placentera sonrisa, ella se entregó a él. Emocionada porque Emiliano haría todo lo que su padre le ordenara, y ella tenía tanto a Emiliano como su padre sostenidos del cuello, comiendo de su mano. Aquel dinero era tan importante para ella, que Inés estaba dispuesta a matar para tenerlo. La mano le temblaría muy poco para desaparecer a cualquier persona que se interpusiera entre aquella fortuna que pronto conquistaría.
Algunas miradas cayeron indiscretas sobre Massiel y Emiliano cuando ambos llegaron en el mismo carro. De repente, ella recordó como había escuchado a sus dos compañeras decir que era "La zorra del jefe". Había pensado durante aquel término durante varias horas, pero solo en aquel instante, este se había aparecido de nuevo en su mente, despertando una agitación en ella. Todos creerían que en realidad era la zorra del jefe, jamás se había visto a Emiliano llegar con nadie a la empresa, ¿y llegaba justo con aquella que todos creían que se acostaba con él? Era muy poco favorable, pero Massiel dudaba que su jefe conociera de alguna manera aquel rumor. —Hay que ir a la junta, estamos tarde. La única razón por la que había invitado a Massiel a aquella junta, era para crear cercanía con ella, pero no podía admitirlo, tenía que mantener aquella barrera entre ambos, la barrera de jefe y secretaria. Entre rápidos pasos, ambos se desvanecieron por un pasillo poco transitado. Al llegar a la
Habían transcurrido dos semanas desde que Massiel había descubierto el secreto de Inés. Desde aquel día, las cosas se habían vuelto mucho más tensas entre ambas, que compartían miradas que decían demasiado y a la vez, nada. Palabras amenazantes que Massiel no se molestaba en recordar, pero que aparecían de repente en los pasadizos de su cabeza. "No tienes idea de lo fácil que sería para mí acabar contigo. No importa lo que digas, Emiliano jamás va a creer en las palabras de su empleada por encima de las de su futura esposa". Massiel caminaba hacia la oficina de Emiliano con unos papeles entre sus manos. Tragó saliva con dificultad, había evitado a su jefe por dos semanas, dedicándole rostros fríos y palabras cortantes. Debía de mantener lo más alejada de él, una sola palabra de advertencia no había salido de sus labios, que pronto estallarían entre gritos de impotencia. Tocó la puerta antes de entrar, empujándola cuando escuchó la palabra "pasa". —Buenos días, señor —saludó, con
Unas enormes bolsas negras adornaban de manera tétrica el rostro escuálido de la rubia, que bebía de manera insistente café, para así evitar caer rendida antes las garras vigorosas de un sueño profundo. La reflexión de si, en realidad él sentía por ella algo, y no todo se trataban de cavilaciones de su parte, no le había permitido concebir un instante de sueño la noche anterior. Massiel maldijo en voz baja, recostando la cabeza de su escritorio, pero poco duró aquel intento de descanso, pues la puerta fue abierta por una persona. La mujer se acomodó en su asiento con apenas fuerza cuando vio a Emiliano entrar. El brillo del collar de diamantes que ella había decidido usar, le robó la mirada por más de un instante a su jefe. El hombre no le ofreció ni siquiera una oportunidad para hablar. —Feliz cumpleaños, Massiel. La sonrisa de Emiliano la transportó a un universo paralelo, en donde ambos eran los protagonistas de una historia de amor, una no turbulenta como la que les deparaba
—Estaré algo ocupada —mintió. Aquel hombre no le generaba alguna confianza. —Puedes posponerlo, pues tengo una propuesta para ti, Massiel. —¿Qué clase de propuesta, señor Wagner? —Quiero que salgas conmigo. —Massiel no contó con oportunidad de responder—. Saldrás conmigo. La sonrisa de Timothy despertó en Massiel un cúmulo de indescriptibles sensaciones que solo el tiempo y las circunstancias podrían revelar. Ella se sumergió en sus reflexiones: era incapaz de comprender como entre todas, él había decidido escogerla a ella. ¿Debería de aceptar? Timothy Wagner, era un atractivo y codiciado hombre, ella, una mujer desesperada por olvidarse de su jefe, echando a un lado la desconfianza que su sola mirada le generaba, ¿qué era lo peor que podría ocurrir su ella aceptaba salir con Wagner? Solo el tiempo sería capaz de cederle una respuesta. —Necesito una respuesta, Massiel. Los impulsos corrieron por la cabeza de la rubia. Siempre se había dejado vencer por ellos, recordaba los con
El hombre, frenó sus quejas cuando se percató de que se trataba de su socio Timothy. Tan rápido como una bala, los ojos de Emiliano conectaron con la acompañante de su socio, Massiel. Aunque no estaba sorprendido de que ella se encontrara con él, no pudo evitar sentir una especie de brusca presión en su pecho, al verla allí, con un abrigo cubriendo su cuerpo, el cual se apreciaba desnudo, así como Timothy, que no usaba nada en el torso. Él con su torso desnudo y ella con un abrigo que cubría su evidente desnudez, con sus labios rojos y su cabello despeinado, Emiliano no era estúpido, sabía perfectamente lo que había ocurrido entre ambos, y preferiría no haberlo sabido, porque la sensación en su pecho y garganta, no lo abandonaría por días largos. Un rubor se especió por las mejillas de Massiel; anheló desvanecerse como cenizas a medida que ambos hombre empezaban a hablar. Las voces de ambos se redujeron a nada para la torturada Massiel, quien se sumergió en un ensimismamiento tan pro
Los ojos de la mujer, era un pozo profundo de insomnio y lágrimas que se secaban por su cuenta. El sueño la había abandonado la noche anterior. Había sido mucha la voluntad requerida para regresar a aquel sitio y mirar el rostro de su jefe, aunque, para su dicha, no le había visto ni siquiera un pelo aquel día. La rubia parpadeó con lentitud cuando alguien abrió la puerta de la oficina que había sido designada para ella; se trataba de una secretaria, de las tantas que Massiel sabía que la criticaban por la espalda. —El jefe me dijo que te mandara a llamar. Te quiere en su oficina. Los ojos de Massiel tomaron energía de inmediato. ¿Acaso tendría algo que ver con lo de Timothy? «Imposible», pensó. No había alguna razón para que su jefe tocara un tema como aquel. —Estaré allí en un instante —contestó, apenas con voz. Le tomó un parpadeo a Massiel encontrarse en la oficina de su jefe, quien le dedicó la mirada más exhausta que ella jamás había recibido: él tampoco había concebido un
El murmullo de todos, colisionaba contra los oídos de Massiel. El lugar, era esplendoroso y enorme, lleno de personas, tanto así, que Massiel sintió a la ansiedad susurrándole al oído que diera un paso hacia atrás y que no se atreviera a seguir caminando hacia aquellas personas vestidas elegantemente, mientras que lo suyo rozaba lo vulgar. No había marcha atrás, ella, obligada a caminar, se sumergió en aquel mar de personas. No vio a Emiliano por ningún lado, en realidad, aquello fue lo mejor, pues no se sentiría agradecida de que él la viera usando aquel vestido de prostíbulo. Una copa de vino fue la primera acompañante de Massiel, quien la bebió con ansiedad, pensando en que todos tenían una pareja y de que ella, tarde o temprano tendría que estar acompañada de alguien allí. Una segunda copa de vino la mantuvo alejada de un colapso nervioso: ella no tenía amigos en aquella empresa, estaba, además, muy poco dispuesta a implorarle a uno de sus arrogantes compañeros para que bailara
Massiel miró a Inés sin alguna expresión en su rostro, cubrió sus ojos de frío, para así no revelar que se sentía por completo fuera de lugar. Sabía que si Inés quería someterla a la peor humillación que ella había alguna vez sufrido, podría hacerlo sin algún problema, y algo en los ojos de la mujer, le dijo que no dudaría demasiado en hacerlo. —No estabas aquí, Inés. La tensión apenas le permitió a Massiel respirar. La voz de su jefe nunca se había escuchado tan fría. Ellos tres se transformaron en el eje de atención de la fiesta, que aparentaba seguir su curso normal. Inés jamás le había hecho una escena de celos a Emiliano, y más que ganas de ello, sentía anhelos de humillar a Massiel frente a todos. —No recordaba que te gustara bailar, mi amor. —Hablaremos después, Inés. Él le dedicó una mirada que le indicó que aquel no era el lugar para una escena de celos, pero ella pasó por alto aquella advertencia. —Supongo que lo hiciste únicamente para bailar con tu secretaria favori