—Estaré algo ocupada —mintió. Aquel hombre no le generaba alguna confianza. —Puedes posponerlo, pues tengo una propuesta para ti, Massiel. —¿Qué clase de propuesta, señor Wagner? —Quiero que salgas conmigo. —Massiel no contó con oportunidad de responder—. Saldrás conmigo. La sonrisa de Timothy despertó en Massiel un cúmulo de indescriptibles sensaciones que solo el tiempo y las circunstancias podrían revelar. Ella se sumergió en sus reflexiones: era incapaz de comprender como entre todas, él había decidido escogerla a ella. ¿Debería de aceptar? Timothy Wagner, era un atractivo y codiciado hombre, ella, una mujer desesperada por olvidarse de su jefe, echando a un lado la desconfianza que su sola mirada le generaba, ¿qué era lo peor que podría ocurrir su ella aceptaba salir con Wagner? Solo el tiempo sería capaz de cederle una respuesta. —Necesito una respuesta, Massiel. Los impulsos corrieron por la cabeza de la rubia. Siempre se había dejado vencer por ellos, recordaba los con
El hombre, frenó sus quejas cuando se percató de que se trataba de su socio Timothy. Tan rápido como una bala, los ojos de Emiliano conectaron con la acompañante de su socio, Massiel. Aunque no estaba sorprendido de que ella se encontrara con él, no pudo evitar sentir una especie de brusca presión en su pecho, al verla allí, con un abrigo cubriendo su cuerpo, el cual se apreciaba desnudo, así como Timothy, que no usaba nada en el torso. Él con su torso desnudo y ella con un abrigo que cubría su evidente desnudez, con sus labios rojos y su cabello despeinado, Emiliano no era estúpido, sabía perfectamente lo que había ocurrido entre ambos, y preferiría no haberlo sabido, porque la sensación en su pecho y garganta, no lo abandonaría por días largos. Un rubor se especió por las mejillas de Massiel; anheló desvanecerse como cenizas a medida que ambos hombre empezaban a hablar. Las voces de ambos se redujeron a nada para la torturada Massiel, quien se sumergió en un ensimismamiento tan pro
Los ojos de la mujer, era un pozo profundo de insomnio y lágrimas que se secaban por su cuenta. El sueño la había abandonado la noche anterior. Había sido mucha la voluntad requerida para regresar a aquel sitio y mirar el rostro de su jefe, aunque, para su dicha, no le había visto ni siquiera un pelo aquel día. La rubia parpadeó con lentitud cuando alguien abrió la puerta de la oficina que había sido designada para ella; se trataba de una secretaria, de las tantas que Massiel sabía que la criticaban por la espalda. —El jefe me dijo que te mandara a llamar. Te quiere en su oficina. Los ojos de Massiel tomaron energía de inmediato. ¿Acaso tendría algo que ver con lo de Timothy? «Imposible», pensó. No había alguna razón para que su jefe tocara un tema como aquel. —Estaré allí en un instante —contestó, apenas con voz. Le tomó un parpadeo a Massiel encontrarse en la oficina de su jefe, quien le dedicó la mirada más exhausta que ella jamás había recibido: él tampoco había concebido un
El murmullo de todos, colisionaba contra los oídos de Massiel. El lugar, era esplendoroso y enorme, lleno de personas, tanto así, que Massiel sintió a la ansiedad susurrándole al oído que diera un paso hacia atrás y que no se atreviera a seguir caminando hacia aquellas personas vestidas elegantemente, mientras que lo suyo rozaba lo vulgar. No había marcha atrás, ella, obligada a caminar, se sumergió en aquel mar de personas. No vio a Emiliano por ningún lado, en realidad, aquello fue lo mejor, pues no se sentiría agradecida de que él la viera usando aquel vestido de prostíbulo. Una copa de vino fue la primera acompañante de Massiel, quien la bebió con ansiedad, pensando en que todos tenían una pareja y de que ella, tarde o temprano tendría que estar acompañada de alguien allí. Una segunda copa de vino la mantuvo alejada de un colapso nervioso: ella no tenía amigos en aquella empresa, estaba, además, muy poco dispuesta a implorarle a uno de sus arrogantes compañeros para que bailara
Massiel miró a Inés sin alguna expresión en su rostro, cubrió sus ojos de frío, para así no revelar que se sentía por completo fuera de lugar. Sabía que si Inés quería someterla a la peor humillación que ella había alguna vez sufrido, podría hacerlo sin algún problema, y algo en los ojos de la mujer, le dijo que no dudaría demasiado en hacerlo. —No estabas aquí, Inés. La tensión apenas le permitió a Massiel respirar. La voz de su jefe nunca se había escuchado tan fría. Ellos tres se transformaron en el eje de atención de la fiesta, que aparentaba seguir su curso normal. Inés jamás le había hecho una escena de celos a Emiliano, y más que ganas de ello, sentía anhelos de humillar a Massiel frente a todos. —No recordaba que te gustara bailar, mi amor. —Hablaremos después, Inés. Él le dedicó una mirada que le indicó que aquel no era el lugar para una escena de celos, pero ella pasó por alto aquella advertencia. —Supongo que lo hiciste únicamente para bailar con tu secretaria favori
Siete días, aquel había sido el tiempo en el que Emiliano no había recibido alguna noticia sobre Massiel. La había llamado, y no había obtenido alguna respuesta, su puesto vacío, le quemaba el corazón. Él había disimulado muy bien su desesperación por tener noticias de ella, pero no creía que fuese capaz de hacerlo por mucho más tiempo: necesitaba saber que había ocurrido con Massiel y por qué esta de repente, había decidido no acudir más a la empresa. El hombre salió de su oficina, mordiéndose los labios. Le había preguntado a casi todos allí que si sabían en donde se encontraba Massiel, pero nadie le había podido dar una respuesta. Nadie sabía en donde ella se encontraba. Emiliano llevó las manos hacia su pecho, sintiendo una fuerte presión allí. ¿En dónde estaba su amada? Entre meditaciones rápidas, él llegó a la conclusión de que quizás ella había renunciado. Había sido amargo llegar a esa conclusión. Imaginar que tendría que sustituir a Massiel por otra secretaria, fue horri
Emiliano no había dormido bien, en realidad, no había dormido absolutamente nada. Leer el correo de Massiel le había arrancado las ganas de descansar. Era de noche, él reflexionaba sobre la razón por la que ella se había ido. Tragó saliva en su soledad; Inés, como se había convertido en costumbre, no se encontraba allí, él le había restado cualquier importancia a su presencia de todas formas. Emiliano tiró de sus cabellos, frustrado. Si hubiese sabido que aquella noche de fiesta, la vería quizás por última vez, le hubiese insistido mucho más para que se quedara. Había sido un cobarde que no había tenido el valor de decirle lo que sentía y ella se había ido. No sabría como podría tener más contacto con ella. No importaba que supiera en donde ella vivía, no tenía algún sentido ir a su casa y decirle que la amaba, que lo había hecho siempre y que su boda con Inés no significaba nada, que solo era una pantalla para darle felicidad a su padre moribundo. Él restregó sus ojos, sintiend
Emiliano se sentó al lado de la mujer, quien rebuscaba entre sus bolsillos, un poco de dinero para pedir una copa. Él no podía dar crédito al estado de la mujer; el corazón le brincaba con vigor en el pecho al verla tras siete días de ausencia. Los ojos de Massiel se llenaron de luz cuando dio con un billete de cien dólares en el pequeño bolsillo de su vestido. Con uno de cien no sería suficiente para consumir todo el licor que quería, así que pensó en rebuscar en su cartera. Fue luego de desperdiciar cinco minutos buscando su cartera, que Massiel se percató de que no la tenía encima. O se la habían robado, o la había dejado en la fiesta anterior, o Cristal la tenía. No tenía idea, y se encontraba muy ida como para intentar pensar. —No creo que este sea el mejor lugar para ti. —Massiel dio un fuerte respingo cuando escuchó la voz de un hombre cerca de ella; el ruido de la música más su ruido mental no le permitían identificar demasiado bien aquella voz, pero hilos de lucidez le d