10: Fiesta.
Los ojos de la mujer, era un pozo profundo de insomnio y lágrimas que se secaban por su cuenta. El sueño la había abandonado la noche anterior. Había sido mucha la voluntad requerida para regresar a aquel sitio y mirar el rostro de su jefe, aunque, para su dicha, no le había visto ni siquiera un pelo aquel día.

La rubia parpadeó con lentitud cuando alguien abrió la puerta de la oficina que había sido designada para ella; se trataba de una secretaria, de las tantas que Massiel sabía que la criticaban por la espalda.

—El jefe me dijo que te mandara a llamar. Te quiere en su oficina.

Los ojos de Massiel tomaron energía de inmediato. ¿Acaso tendría algo que ver con lo de Timothy?

«Imposible», pensó. No había alguna razón para que su jefe tocara un tema como aquel.

—Estaré allí en un instante —contestó, apenas con voz.

Le tomó un parpadeo a Massiel encontrarse en la oficina de su jefe, quien le dedicó la mirada más exhausta que ella jamás había recibido: él tampoco había concebido un
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