Emiliano observó su computador abierto. Un nuevo correo había entrado.Era de parte de Massiel.Sus ojos se atestaron de luz, pudo respirar con más tranquilidad; un peso fue retirado de sus hombros.Profundamente entusiasmado, empezó a leer aquel correo.La sonrisa del hombre fue decayendo a medida que leía. De pronto, él se transformó en escombros.«Pensé que eras distinto, ahora veo que eres distinto, eres peor».La angustia fue arropando el corazón de Emiliano a medida que leía aquel mensaje.—¡No, Massiel! ¡¿De qué hablas?!«Emiliano Johnson, has desaparecido de mi vida para siempre desde este preciso instante; eres nadie, eres nada».Él se quebró. Como un plato de cristal arrojado de un precipicio, él se quebró.Las lágrimas se transformaron en una segunda piel. Una mezcla de cólera e impotencia le obstruyó la respiración. Ni siquiera sabía qué estaba ocurriendo, ni siquiera comprendía como en un parpadeo se había convertido en nada para Massiel. Estaba al tanto de que no tenía a
Un fuerte golpe colisionó contra el rostro de Timothy, tan fuerte que su nariz casi fue quebrada. Un bramido se escapó al unísono. Emiliano golpeó de nuevo al hombre, empleando todo su vigor. El cólera le desfiguró el rostro. Timothy había hecho todo aquello a propósito. La había expuesto como a un objeto, con el único propósito de desatar furia e impotencia en él. Los ojos del Johnson se atiborraron de fuego: lo había conseguido. En él había despertado una vigorosa furia que le llevaba a embestir su rostro sin alguna clemencia. Elevó una vez más su puño, prestándole una importancia nula a la sangre esparcida en sus manos. Jamás en su vida había experimentado una furia que se le pareciera. Timothy pateó a Emiliano en el estómago, arrancándole la respiración por momentos, pero aquello no fue suficiente para mermar los golpes del colérico hombre. —¡Eres un maldito enfermo! —chilló la gruesa y desenfrenada voz de Emiliano—. ¡Maldito asqueroso! ¡Acabaré contigo! —¡Puedes golpearme tod
No había maquillaje suficiente que pudiera ocultar las lágrimas tatuadas en sus mejillas. Ella había llorado hasta quedar dormida en la puerta de su casa, se había desvanecido entre pensamientos de los que Emiliano era el único protagonista. La noche había caído con violencia. Él se había llevado el día, dejándola sumergida en oscuridad. Le había tomado demasiado tiempo recomponerse de las palabras de su antiguo jefe. Escuchar su confesión cruda y explicita de amor, le había arrancado el aire, el vigor, aún así, había ido a trabajar aquel día, pues se rehusaba a dejarles su último sueldo, aunque, en aquella situación, ella se arrepintió, pues para lo único con lo que contaba energías, era para dormir y llorar por él. Massiel dejó el bloc de notas a un lado, secando el sudor de su frente. Su negación para usar el dinero de Timothy era una razón más por la que no podía permitirse faltar a su trabajo, aunque se había dicho a sí misma que solo podría resistir por tres días más. —Regresa
Inés fue incapaz de contenerse. Una pequeña risa se marcó en sus labios.—No fue buena idea haber venido aquí —murmuró la elegante mujer, segura de que Massiel era capaz de escucharla; la falta de respuesta de Emiliano, generó tensión en ella, así que decidió actuar como si nada se encontrara ocurriendo—. Ordenaremos algo ligero. ⸺La larga uña de Inés buscó una comida en el menú, la señaló y se la ofreció a Massiel⸺. Esto queremos.La burla en los ojos de Inés, despertó en Massiel el casi incontrolable anhelo de golpearla, pero, en cambio, lo único que hizo fue dedicarle a ambos, un asentimiento suave, retirándose de allí con rapidez, pasando por alto la profunda mirada de Emiliano, que gritaba aquello que sus labios encontraban incapaces de decir una vez más.La rubia le entregó la orden a un cocinero, que le aseguró que en veinte minutos estaría listo.Tras esto, Massiel decidió recostarse de una pared, puesto que se encontraba lo suficientemente exhausta como para no querer ver a a
Su jefe había dicho que tendría un anuncio importante para dar, aquella era la razón por la que Massiel y sus demás compañeros se encontraban agrupados en aquella oficina. Expectación y curiosidad se distinguía en la mirada de todos, en especial de Massiel, que había escuchado un rumor que le había impedido poder concebir un solo instante de paz. El simple hecho de recordar la seguridad con la que su compañero había dicho aquello y había afirmado que era verdad, dolía en su corazón. Había intentado poner su mejor rostro, ofrecer la mejor versión de sí misma a los demás, pero algo le decía que había fracasado de manera inquietante. El decaimiento relucía en cada margen de su rostro, del color de la nieve en su estado más puro, e igual de frío, pero las apariencias, eran demasiado engañosas, si había algo que Massiel no era, era fría, su corazón permanecía cálido de amor, de aquel amor que sentía por su jefe, desde hace tres extensos y tortuosos años había estado enamorada de aquel h
—¿Me estás escuchando, Massiel? La mujer pareció salir del su ensimismamiento. Su mente se encontraba alejada de la realidad, pensaba en lo que había escuchado en aquellos baños, en la "confesión" que sus oídos conocían. —Sí, claro, amor, te estoy escuchando. —Maldita sea, no lo haces. Si no quieres salir conmigo, puedes decírmelo de una vez por todas. Demonios. —Lo siento, de verdad… te estaba escuchando, es solo que por un instante, mis pensamientos… —Esa siempre es tu excusa, Massiel. "Claro que te escucho, es que mi jefe me dijo algo y estaba pensando…" "Sí, claro que sé de qué hablas, solo me distraje unos segundos porque pensaba en unos proyectos que tengo que hacer para la empresa" ¡Siempre es lo mismo contigo, Massiel! ¡Saco tiempo de donde no tengo para estar contigo, y parece no importarte un demonio! Massiel cerró sus ojos. Su relación se basaba en peleas. Cada vez era menos tolerante a sus discusiones sin sentido. Ni siquiera sabía por qué seguían siendo pareja, quizá
No había dejado de pensar en las palabras que había escuchado de Inés. Massiel quería poder un freno, pero no quería parecer una amante amargada, o pasar como mentirosa. La rubia dilató sus ojos al percatarse de que había llegado una hora tarde a su empleo. Echando a un lado el cúmulo violento de pensamientos que aparecieron al percatarse de que había desperdiciado una hora para perseguir a Inés, Massiel caminó hacia su oficina. Al abrirla, el rostro del amor le dio la bienvenida. —Buen día. Los latidos bruscos de su corazón se escuchaban como violentas tamboras. —Buenos días, señor. —Antes de que él pudiera pedirle explicaciones por su retraso, ella empezó a hablar—. Lamento la tardanza, sucedió algo que me retrasó. «Dile que vas a renunciar». Massiel pasó por alto aquel pensamiento. —¿Sucedió algo malo? —No, señor. No llegaré tarde de nuevo. «¡Dile que vas a renunciar!», insistió su cabeza. —¿Problemas personales? —preguntó él, no era muy incauto cuando se trataba de ella,
La soledad, siempre había estado presente en la vida de Emiliano. Era una soledad de solución más compleja que simplemente rodearse de un montón de personas. Había sentido aquella soledad desde que su madre los había abandonado a él y a su padre por otro hombre. La única persona que conseguía menguar aquella soledad, era Massiel. Emiliano estaba al tanto de que no podía aferrarse a aquello, porque su secretaria favorita, podría renunciar en cualquier instante. Un suspiro pesado emergió de sus labios secos. La soledad, una vez más lo rodeaba en aquella enorme mansión. Anhelaba la presencia de Massiel, estaba al tanto de lo profundamente incorrecto que era para un hombre casi casado, tener aquella clase de anhelos. Pensó en su padre, liberando otro suspiro, seco y muerto. La salud del hombre estaba completamente deteriorada, no había demasiado por hacer. Sufría del corazón, el doctor había sido cruel y explícito al decirle que podría morir de un infarto en cualquier instante. Tenía qu