Su jefe había dicho que tendría un anuncio importante para dar, aquella era la razón por la que Massiel y sus demás compañeros se encontraban agrupados en aquella oficina.
Expectación y curiosidad se distinguía en la mirada de todos, en especial de Massiel, que había escuchado un rumor que le había impedido poder concebir un solo instante de paz.
El simple hecho de recordar la seguridad con la que su compañero había dicho aquello y había afirmado que era verdad, dolía en su corazón.
Había intentado poner su mejor rostro, ofrecer la mejor versión de sí misma a los demás, pero algo le decía que había fracasado de manera inquietante.
El decaimiento relucía en cada margen de su rostro, del color de la nieve en su estado más puro, e igual de frío, pero las apariencias, eran demasiado engañosas, si había algo que Massiel no era, era fría, su corazón permanecía cálido de amor, de aquel amor que sentía por su jefe, desde hace tres extensos y tortuosos años había estado enamorada de aquel hombre de mandíbula perfecta, y el rumor que había escuchado, era uno que rompía con sus casi inexistentes oportunidades de llegar a algo con él.
«Nunca podrías estar con alguien como él», le reprochó su cabeza, entre bruscas risas.
—Atención —La mirada de Massiel cayó en su jefe—. Necesito su atención —solicitó el hombre, poco a poco, el murmullo fue disipándose hasta que un silencio absoluto ocupó el lugar.
El silencio era tanto, que Massiel temía que su jefe Emiliano fuese capaz de escuchar los descontrolados latidos de su alarmado corazón.
La mujer, de solo veintitrés años, se acomodó en su asiento, arrojando su rubio cabello hacia un lado mientras su mirada caía en nadie más que en él. Se preguntaba si Emiliano era capaz de percibir el amor en sus pupilas o si él también creía que era solo era una fría muchacha.
—Tenemos una noticia —anunció el padre de Emiliano, ganándose la fugaz mirada de Massiel—. Una muy buena noticia.
Cuando la novia de Emiliano se colocó de pie, el corazón de Massiel empezó a retumbar con fuerza, jugó de manera nerviosa con sus dedos debajo de la mesa y empezó a mover sus labios involuntariamente.
La tristeza fue cobijando su mirada, el abatimiento fue escalando por su garganta, no había que ser demasiado inteligente para saber lo que se aproximaba.
Las ganas de salir de ahí sofocaron a Massiel, pero era la empleada perfecta, no podía cometer eso, aquel comportamiento era poco aceptado para la secretaria favorita del jefe.
—Querida, díselo tú —pidió Emiliano.
De repente, sin motivo aparente, los ojos de Emiliano se deslizaron hacia Massiel, por un instante, un intenso instante que había tenido más vigor que una hora de miradas débiles.
Massiel apretó sus puños cuando fijó su mirada en la prometida de su jefe, no por celos, al menos no completamente por ello, sino porque sabía que ella ni siquiera amaba a Emiliano en absoluto.
Una sonrisa se deslizó por los labios de la novia de Emiliano, Inés.
La expectación recorrió una vez más la mirada de todos, parecían ansiosos por conocer la noticia… todos menos Massiel, quien podía presagiarla, el corazón latía con fuerza en su pecho.
—¡Emiliano y yo nos vamos a casar!
Fue en ese preciso momento en el que el mundo de Massiel se quebró en fragmentos que nunca podrían ser reconstruidos de nuevo.
Murió mil veces allí sentada. La sangre se le convirtió en hielo, el corazón se le disipó en cenizas.
Los aplausos empezaron a llover alrededor de la mujer, quien quedó estática, sintiendo una presión en su pecho. Una y otra vez en su cabeza se repitieron las inmortales palabras de Inés, como si su cabeza buscaba que ella terminara de procesarlas. Fue después de unos instantes de completo silencio y quietud, que Massiel, motivada por el ruido de sus compañeros, empezó a aplaudir también.
"¡Felicidades!"
Solo eso podía ella escuchar.
Fue entre una sonrisa rota que ella se tragó su dolor, aplaudiendo.
—Todavía no tenemos planeado el día, pero sabemos que será pronto, ¿no es cierto, amor? —La mirada de Inés viajó hacia su futuro esposo, que le dedicó un suave asentimiento—. Todos estarán notificados el día de la boda. —Una lluvia de aplausos volvió a resonar, ensordeciendo a Massiel, que se sentía tan incómoda que tuvo que sostenerse a sí misma para evitar salir corriendo de allí y liberar la tensión que la noticia le había generado: su mayor temor se había convertido en una realidad cruda y pronta. Aunque era de esperarse.
Massiel se sintió miserable.
Todas las veces que había percibido los ojos de su jefe sobre ella y que había pensado en algo más, estallaban en su mente, burlándose de ella.
Él nunca había estado interesado en ella, nunca lo estaría. Solo había que observar a Inés, para saber que Massiel carecía de alguna posibilidad.
Un par de palabras más se dijeron, palabras que Massiel se bloqueó para no escuchar, su mirada fija en el suelo permaneció el resto del anuncio, solo consiguió reaccionar cuando todos estaban saliendo, y ella decidió plagiar la acción de sus compañeros, sintiéndose derrotada en una guerra que jamás había tenido la oportunidad de ganar, o siquiera de pelear.
Se colocó de pie, con disposición de irse a la puerta, sosteniendo su pequeño bolso color azul, pero se frenó de manera trémula cuando escuchó como su jefe Emiliano la llamaba.
—Massiel, ven aquí.
Un temblor desde los pies hasta la cabeza se apoderó de la secretaria, quien de manera lenta empezó a girarse hacia su jefe.
Cada vez que él le hablaba, ella se enamoraba un poco más, no le había tomado nada de importancia a aquel hecho hasta la fecha, pero saber que su jefe se casaba, cambiaba por completo la situación, no quería enamorarse de algo tan imposible.
La frialdad cubrió el rostro de Massiel, odiaba mirarlo así, pero aquella había sido la única manera que había encontrado de ocultar lo mucho que lo amaba.
—¿Sí, señor?
—¿Te encuentras bien? —le preguntó el jefe, una vez ambos quedaron cerca. La manera en la que se preocupaba por ella, hacía que Massiel siempre se preguntara: ¿era especial para él? ¿O solo una simple secretaria más? «Eres solo una empleada más». Su sed de amor la había llevado a por años creer que era especial para un hombre millonario con la mente demasiado ocupada como para molestarse en ocupar sus ojos sobre una secretaria sin ningún atributo. El humo de las cenizas de su corazón fue exhalado.
—Sí, claro, s-señor.
Emiliano la miró.
—¿Estás segura?
—Sí, claro, me encuentro bien, señor. Felicidades, por lo d-de… s-su boda, felicidades.
—Muchas gracias, Massiel. —La sonrisa de Emiliano terminó de enloquecerla, tenía que darle fin a aquella conversación antes de seguir hiriendo su propio corazón de aquella manera—. Leí los informes que dejaste sobre mi mesa de trabajo. Perfectos siempre, Massiel. —Él le dedicó una suave sonrisa, Emiliano iba a agregar algo más, pero la voz de Inés, lo interrumpió.
—Amor, tengo que hablar contigo.
Emiliano la miró, regalándole otra sonrisa que rompió la única parte de Massiel que aquel anuncio no había destruido.
—Yo debo irme, señor —avisó Massiel de repente. Los celos, eran una sensación que era ajena a ella, hasta que había cometido el error de enamorarse de alguien que jamás podría corresponderle de alguna forma.
La mujer salió, no esperó respuesta de su jefe, que no estaba acostumbrado al comportamiento tan evasivo de ella. Había sido capaz de ver la tristeza en los ojos de la mujer, pero ¿no sería jamás capaz de ver el amor?
Una presión fuerte en el pecho le indicó a Massiel que fuera al baño.
Una vez allí, se encerró, liberando las lágrimas que la sofocaban desde que se había enterado que él se casaría.
Emiliano había ocupado cada parte de su corazón y él simplemente… se casaría con una mujer a la que ella detestaba.
Perdió la noción del tiempo allí, llorando en el más profundo silencio, pero supuso que había transcurrido demasiado tiempo, pues alguien empezó a tocar la puerta de manera frenética, o tal vez hace rato la tocaba y ella, ensimismada por sus adoloridas cavilaciones, no había conseguido escucharlo.
La mujer secó sus lágrimas, dedicándole una mirada al espejo, sus ojos estaban tan enrojecidos que no sería fácil disimular aquello, pero buscaría la forma de hacerlo, se dijo, rebuscando unos lentes en su bolso.
La persona que tocaba la puerta, lo hizo con más impaciencia.
—¡Ya voy! —chilló Massiel, sabía que no debía encerrarse en el baño de la empresa, de todas formas, aquel sitio era tan poco frecuentado que creyó que allí podía llorar en paz.
Se dirigió a la puerta, abriéndola y encontrándose con la persona que menos anhelaba ver.
—Inés —murmuró con amargura.
—Señora Inés. —La novia de su jefe le dedicó una mirada inescrutable—. ¿Por qué estabas encerrada en el baño? —le cuestionó, mirándola a los ojos, enrojecidos e inflamados—. ¿Estabas llorando? —No era preocupación lo que veía en sus ojos, era más bien, burla.
—No, señorita —le respondió, acomodando su cabello e intentando salir, pero Inés bloqueó la salida.
—Estabas llorando —afirmó la mujer, sin ápice de emoción. Massiel no respondió nada, solo le ofreció su rostro serio, Inés le echó una mirada más, antes de dejarla ir.
Massiel arrojó todo su cabello hacia atrás, caminando con rapidez fuera de allí. Verla de cerca y no poder encontrar en ella un solo defecto fue devastador para Massiel, pero más devastador fue encontrarse a sí misma con esa clase de pensamientos.
Solo cuando se encontraba a unos metros de distancia del baño, fue que consiguió percatarse de que había dejado su bolso en el baño.
Se vio en la obligación de regresar, una vez allí, respiró profundo al encontrar su bolso en exactamente la misma posición en la que lo había dejado. Antes de salir, fue cautivada por una voz familiar.
Era la voz de Inés.
—Ese montón de imbéciles empezaron a aplaudir cuando le dijimos que nos casaríamos. —Los movimientos de Massiel se convirtieron en nada cuando la escuchó decir aquello—. Por supuesto. Emiliano es un estúpido que hará todo lo que su padre le diga. Invité a los empleados por lastima, solo eso. —Una risa resonó en el ambiente—. Mi amor, escúchame bien…
Las gafas de Massiel se cayeron de entre sus manos sudorosas, atrapando la atención de Inés que silenció sus palabras de inmediato.
Antes de que la futura prometida de su jefe abriera la puerta del baño en donde se encontraba, Massiel corrió hacia la puerta y salió de allí, corriendo tan rápido que sus tacones amenazaron con romperse.
Inés salió del baño en donde estaba, había elegido aquel lugar porque creía que era un lugar tan solitario que nadie podría escuchar la conversación que mantenía, pero supo que se equivocaba, o al menos eso creía, pues estaba segura de que alguien estaba allí, escuchándola.
Los ojos de Inés cayeron en unas gafas que se encontraban arrojadas en el suelo. No le tomó demasiado tiempo darse cuenta de que eran las gafas que la secretaria de Emiliano había estado sosteniendo minutos atrás, llevándola a la conclusión de que la persona que había estado allí, escuchándola, se trataba de ella.
Inés apretó las gafas entre sus manos, luego las arrojó al suelo, pisándolas de manera implacable con su rojo tacón.
Caminó fuera del lugar, hasta cruzar por la oficina de Massiel, quien levantó su mirada de hielo.
Las ganas de ir corriendo a donde su jefe y decirle lo que había escuchado, resultaron tortuosas para Massiel, pero las dominó.
¿Y si su jefe no le creía? ¿Y si con decirle aquello, lograba que Emiliano la echara, o peor, la odiara?
No tenía respuesta.
Siempre había querido salvar a su jefe de ella, y las ganas en aquel momento solo crecieron más y más, pero más adelante, ella se percataría de que solo había a una persona por salvar, de que solo había una persona en peligro: ella misma.
—¿Me estás escuchando, Massiel? La mujer pareció salir del su ensimismamiento. Su mente se encontraba alejada de la realidad, pensaba en lo que había escuchado en aquellos baños, en la "confesión" que sus oídos conocían. —Sí, claro, amor, te estoy escuchando. —Maldita sea, no lo haces. Si no quieres salir conmigo, puedes decírmelo de una vez por todas. Demonios. —Lo siento, de verdad… te estaba escuchando, es solo que por un instante, mis pensamientos… —Esa siempre es tu excusa, Massiel. "Claro que te escucho, es que mi jefe me dijo algo y estaba pensando…" "Sí, claro que sé de qué hablas, solo me distraje unos segundos porque pensaba en unos proyectos que tengo que hacer para la empresa" ¡Siempre es lo mismo contigo, Massiel! ¡Saco tiempo de donde no tengo para estar contigo, y parece no importarte un demonio! Massiel cerró sus ojos. Su relación se basaba en peleas. Cada vez era menos tolerante a sus discusiones sin sentido. Ni siquiera sabía por qué seguían siendo pareja, quizá
No había dejado de pensar en las palabras que había escuchado de Inés. Massiel quería poder un freno, pero no quería parecer una amante amargada, o pasar como mentirosa. La rubia dilató sus ojos al percatarse de que había llegado una hora tarde a su empleo. Echando a un lado el cúmulo violento de pensamientos que aparecieron al percatarse de que había desperdiciado una hora para perseguir a Inés, Massiel caminó hacia su oficina. Al abrirla, el rostro del amor le dio la bienvenida. —Buen día. Los latidos bruscos de su corazón se escuchaban como violentas tamboras. —Buenos días, señor. —Antes de que él pudiera pedirle explicaciones por su retraso, ella empezó a hablar—. Lamento la tardanza, sucedió algo que me retrasó. «Dile que vas a renunciar». Massiel pasó por alto aquel pensamiento. —¿Sucedió algo malo? —No, señor. No llegaré tarde de nuevo. «¡Dile que vas a renunciar!», insistió su cabeza. —¿Problemas personales? —preguntó él, no era muy incauto cuando se trataba de ella,
La soledad, siempre había estado presente en la vida de Emiliano. Era una soledad de solución más compleja que simplemente rodearse de un montón de personas. Había sentido aquella soledad desde que su madre los había abandonado a él y a su padre por otro hombre. La única persona que conseguía menguar aquella soledad, era Massiel. Emiliano estaba al tanto de que no podía aferrarse a aquello, porque su secretaria favorita, podría renunciar en cualquier instante. Un suspiro pesado emergió de sus labios secos. La soledad, una vez más lo rodeaba en aquella enorme mansión. Anhelaba la presencia de Massiel, estaba al tanto de lo profundamente incorrecto que era para un hombre casi casado, tener aquella clase de anhelos. Pensó en su padre, liberando otro suspiro, seco y muerto. La salud del hombre estaba completamente deteriorada, no había demasiado por hacer. Sufría del corazón, el doctor había sido cruel y explícito al decirle que podría morir de un infarto en cualquier instante. Tenía qu
Algunas miradas cayeron indiscretas sobre Massiel y Emiliano cuando ambos llegaron en el mismo carro. De repente, ella recordó como había escuchado a sus dos compañeras decir que era "La zorra del jefe". Había pensado durante aquel término durante varias horas, pero solo en aquel instante, este se había aparecido de nuevo en su mente, despertando una agitación en ella. Todos creerían que en realidad era la zorra del jefe, jamás se había visto a Emiliano llegar con nadie a la empresa, ¿y llegaba justo con aquella que todos creían que se acostaba con él? Era muy poco favorable, pero Massiel dudaba que su jefe conociera de alguna manera aquel rumor. —Hay que ir a la junta, estamos tarde. La única razón por la que había invitado a Massiel a aquella junta, era para crear cercanía con ella, pero no podía admitirlo, tenía que mantener aquella barrera entre ambos, la barrera de jefe y secretaria. Entre rápidos pasos, ambos se desvanecieron por un pasillo poco transitado. Al llegar a la
Habían transcurrido dos semanas desde que Massiel había descubierto el secreto de Inés. Desde aquel día, las cosas se habían vuelto mucho más tensas entre ambas, que compartían miradas que decían demasiado y a la vez, nada. Palabras amenazantes que Massiel no se molestaba en recordar, pero que aparecían de repente en los pasadizos de su cabeza. "No tienes idea de lo fácil que sería para mí acabar contigo. No importa lo que digas, Emiliano jamás va a creer en las palabras de su empleada por encima de las de su futura esposa". Massiel caminaba hacia la oficina de Emiliano con unos papeles entre sus manos. Tragó saliva con dificultad, había evitado a su jefe por dos semanas, dedicándole rostros fríos y palabras cortantes. Debía de mantener lo más alejada de él, una sola palabra de advertencia no había salido de sus labios, que pronto estallarían entre gritos de impotencia. Tocó la puerta antes de entrar, empujándola cuando escuchó la palabra "pasa". —Buenos días, señor —saludó, con
Unas enormes bolsas negras adornaban de manera tétrica el rostro escuálido de la rubia, que bebía de manera insistente café, para así evitar caer rendida antes las garras vigorosas de un sueño profundo. La reflexión de si, en realidad él sentía por ella algo, y no todo se trataban de cavilaciones de su parte, no le había permitido concebir un instante de sueño la noche anterior. Massiel maldijo en voz baja, recostando la cabeza de su escritorio, pero poco duró aquel intento de descanso, pues la puerta fue abierta por una persona. La mujer se acomodó en su asiento con apenas fuerza cuando vio a Emiliano entrar. El brillo del collar de diamantes que ella había decidido usar, le robó la mirada por más de un instante a su jefe. El hombre no le ofreció ni siquiera una oportunidad para hablar. —Feliz cumpleaños, Massiel. La sonrisa de Emiliano la transportó a un universo paralelo, en donde ambos eran los protagonistas de una historia de amor, una no turbulenta como la que les deparaba
—Estaré algo ocupada —mintió. Aquel hombre no le generaba alguna confianza. —Puedes posponerlo, pues tengo una propuesta para ti, Massiel. —¿Qué clase de propuesta, señor Wagner? —Quiero que salgas conmigo. —Massiel no contó con oportunidad de responder—. Saldrás conmigo. La sonrisa de Timothy despertó en Massiel un cúmulo de indescriptibles sensaciones que solo el tiempo y las circunstancias podrían revelar. Ella se sumergió en sus reflexiones: era incapaz de comprender como entre todas, él había decidido escogerla a ella. ¿Debería de aceptar? Timothy Wagner, era un atractivo y codiciado hombre, ella, una mujer desesperada por olvidarse de su jefe, echando a un lado la desconfianza que su sola mirada le generaba, ¿qué era lo peor que podría ocurrir su ella aceptaba salir con Wagner? Solo el tiempo sería capaz de cederle una respuesta. —Necesito una respuesta, Massiel. Los impulsos corrieron por la cabeza de la rubia. Siempre se había dejado vencer por ellos, recordaba los con
El hombre, frenó sus quejas cuando se percató de que se trataba de su socio Timothy. Tan rápido como una bala, los ojos de Emiliano conectaron con la acompañante de su socio, Massiel. Aunque no estaba sorprendido de que ella se encontrara con él, no pudo evitar sentir una especie de brusca presión en su pecho, al verla allí, con un abrigo cubriendo su cuerpo, el cual se apreciaba desnudo, así como Timothy, que no usaba nada en el torso. Él con su torso desnudo y ella con un abrigo que cubría su evidente desnudez, con sus labios rojos y su cabello despeinado, Emiliano no era estúpido, sabía perfectamente lo que había ocurrido entre ambos, y preferiría no haberlo sabido, porque la sensación en su pecho y garganta, no lo abandonaría por días largos. Un rubor se especió por las mejillas de Massiel; anheló desvanecerse como cenizas a medida que ambos hombre empezaban a hablar. Las voces de ambos se redujeron a nada para la torturada Massiel, quien se sumergió en un ensimismamiento tan pro