Massiel miró a Inés sin alguna expresión en su rostro, cubrió sus ojos de frío, para así no revelar que se sentía por completo fuera de lugar. Sabía que si Inés quería someterla a la peor humillación que ella había alguna vez sufrido, podría hacerlo sin algún problema, y algo en los ojos de la mujer, le dijo que no dudaría demasiado en hacerlo. —No estabas aquí, Inés. La tensión apenas le permitió a Massiel respirar. La voz de su jefe nunca se había escuchado tan fría. Ellos tres se transformaron en el eje de atención de la fiesta, que aparentaba seguir su curso normal. Inés jamás le había hecho una escena de celos a Emiliano, y más que ganas de ello, sentía anhelos de humillar a Massiel frente a todos. —No recordaba que te gustara bailar, mi amor. —Hablaremos después, Inés. Él le dedicó una mirada que le indicó que aquel no era el lugar para una escena de celos, pero ella pasó por alto aquella advertencia. —Supongo que lo hiciste únicamente para bailar con tu secretaria favori
Siete días, aquel había sido el tiempo en el que Emiliano no había recibido alguna noticia sobre Massiel. La había llamado, y no había obtenido alguna respuesta, su puesto vacío, le quemaba el corazón. Él había disimulado muy bien su desesperación por tener noticias de ella, pero no creía que fuese capaz de hacerlo por mucho más tiempo: necesitaba saber que había ocurrido con Massiel y por qué esta de repente, había decidido no acudir más a la empresa. El hombre salió de su oficina, mordiéndose los labios. Le había preguntado a casi todos allí que si sabían en donde se encontraba Massiel, pero nadie le había podido dar una respuesta. Nadie sabía en donde ella se encontraba. Emiliano llevó las manos hacia su pecho, sintiendo una fuerte presión allí. ¿En dónde estaba su amada? Entre meditaciones rápidas, él llegó a la conclusión de que quizás ella había renunciado. Había sido amargo llegar a esa conclusión. Imaginar que tendría que sustituir a Massiel por otra secretaria, fue horri
Emiliano no había dormido bien, en realidad, no había dormido absolutamente nada. Leer el correo de Massiel le había arrancado las ganas de descansar. Era de noche, él reflexionaba sobre la razón por la que ella se había ido. Tragó saliva en su soledad; Inés, como se había convertido en costumbre, no se encontraba allí, él le había restado cualquier importancia a su presencia de todas formas. Emiliano tiró de sus cabellos, frustrado. Si hubiese sabido que aquella noche de fiesta, la vería quizás por última vez, le hubiese insistido mucho más para que se quedara. Había sido un cobarde que no había tenido el valor de decirle lo que sentía y ella se había ido. No sabría como podría tener más contacto con ella. No importaba que supiera en donde ella vivía, no tenía algún sentido ir a su casa y decirle que la amaba, que lo había hecho siempre y que su boda con Inés no significaba nada, que solo era una pantalla para darle felicidad a su padre moribundo. Él restregó sus ojos, sintiend
Emiliano se sentó al lado de la mujer, quien rebuscaba entre sus bolsillos, un poco de dinero para pedir una copa. Él no podía dar crédito al estado de la mujer; el corazón le brincaba con vigor en el pecho al verla tras siete días de ausencia. Los ojos de Massiel se llenaron de luz cuando dio con un billete de cien dólares en el pequeño bolsillo de su vestido. Con uno de cien no sería suficiente para consumir todo el licor que quería, así que pensó en rebuscar en su cartera. Fue luego de desperdiciar cinco minutos buscando su cartera, que Massiel se percató de que no la tenía encima. O se la habían robado, o la había dejado en la fiesta anterior, o Cristal la tenía. No tenía idea, y se encontraba muy ida como para intentar pensar. —No creo que este sea el mejor lugar para ti. —Massiel dio un fuerte respingo cuando escuchó la voz de un hombre cerca de ella; el ruido de la música más su ruido mental no le permitían identificar demasiado bien aquella voz, pero hilos de lucidez le d
Habían transcurrido tres semanas desde que él había visto por última vez a Massiel. Las ansias de verla otra vez, anudadas al recuerdo de él entrando a su casa y dejándola sobre su cama, eran difíciles de afrontar. Tanto, que no podía concentrar su cabeza en algo ajeno a Massiel. No podía prestarle atención a nada que no se encontrara relacionado con aquella rubia ebria de labios enrojecidos. Había recibido el correo de ella y lo había leído, por lo menos un millón de veces. Le había enviado otro, hace una semana, preguntándole como se encontraba. Ella no lo había respondido, aquello lo estaba consumiendo. Todavía tenía en la punta de la lengua, la pregunta que le haría inmediatamente se encontrara con ella, una vez más. «¿Por qué te fuiste de la empresa, Massiel?» Quería que a los ojos, ella le diera una respuesta contundente. Emiliano elevó su mirada cuando se encontró con Inés parada en la puerta de su oficina. No se encontró con la energía para dedicarle ni siquiera una son
Inés pasó saliva, sintiendo la furiosa mirada de su amante sobre ella. —Emiliano ha insinuado que puede terminar todo esto cuando quiera. La mirada de su amante se cubrió de oscuridad. —Él no puede hacer nada de eso, faltan como dos malditas semanas para la estúpida boda. —Además su padre me llamó, preguntándome si ambos discutimos. —¿Por qué te llamaría el viejo decrepito para decirte algo así? —No lo sé, pero supongo que el hijo estuvo en su casa, seguro le dijo que no quiere casarse conmigo. Tenemos que hacer algo. —¿Por qué Emiliano dijo eso? —Inés desvió su mirada—. ¿No me digas que fue por tu culpa? —El hombre la sujetó con brusquedad de la mandíbula. —¡Me estás haciendo daño! Él la apretó, esta vez del cuello. —¡¿Cuántas malditas veces te he dicho que cierres la boca cuando estés con él?! —¡Ni siquiera dije nada malo, suéltame! —¡Si él habló sobre no casarse, fue porque dijiste una m*****a estupidez, Inés! —Apretó mucho más su cuello, acercándose a ella de manera vio
La razón los abandonó a ambos, Emiliano la cargó entre sus brazos; ni siquiera sabía en donde se encontraba la habitación, pero entre pasos torpes consiguió encontrarla; sus lenguas seguían danzando y él no buscaba detenerse, se sentía como un adicto que había conseguido probar su dulce polvo. La arrojó sobre la cama, acostándose sobre ella, siendo incapaz de controlarse, empezó a despojarla de su ropa, dejando besos en todo su cuello, no podía soportar la excitación que sentía, por lo que empezó él mismo a despojarse de su propia ropa con tanta rapidez que el tiempo se convirtió en nada. Massiel cerró sus ojos cuando sintió como los labios de Emiliano se posaron sobre su abdomen, besándolo, lamiéndolo con sutileza, no supo cuanto duró aquella acción, pero el placer que esta le ocasionó, fue uno casi insoportable, quería gritar tan fuerte que se le rompiera la garganta, no creía ser capaz de contener más gemidos, no si él seguía acariciándola así. El fuerte jadeo que emergió de los
Parado en la puerta, él no pudo evitar cerrar sus ojos. Luego de hacer el amor una vez más, ella le había implorado que se fuera, entre esfuerzos, él había tenido que vestirse, pero la voluntad de irse no llegaba a él: quería permanecer con ella para siempre, allí, en cualquier otro lugar, en donde fuera, solo quería que ambos pudieran estar juntos, solo quería ir a una realidad ajena a aquella, en la que por obligación familiar se casaría con alguien a quien le era imposible amar. —Lo lamento muchísimo, Massiel —murmuró él—. No creas que soy la clase de hombre que… —Por favor, retírese. —Massiel, no vine a tu casa solo para… —Señor Emiliano, váyase. —Me interesas más allá de un simple cuerpo… Ella no respondió nada, se obligó a sí misma a mirarle con frialdad. Aquello jamás debió de haber ocurrido, jamás podría perdonárselo a sí misma. Emiliano le dedicó una última mirada, saliendo de aquella casa, en donde había conocido un paraíso del que no quería salir. En su auto, se tort