Emiliano no había dormido bien, en realidad, no había dormido absolutamente nada. Leer el correo de Massiel le había arrancado las ganas de descansar. Era de noche, él reflexionaba sobre la razón por la que ella se había ido. Tragó saliva en su soledad; Inés, como se había convertido en costumbre, no se encontraba allí, él le había restado cualquier importancia a su presencia de todas formas. Emiliano tiró de sus cabellos, frustrado. Si hubiese sabido que aquella noche de fiesta, la vería quizás por última vez, le hubiese insistido mucho más para que se quedara. Había sido un cobarde que no había tenido el valor de decirle lo que sentía y ella se había ido. No sabría como podría tener más contacto con ella. No importaba que supiera en donde ella vivía, no tenía algún sentido ir a su casa y decirle que la amaba, que lo había hecho siempre y que su boda con Inés no significaba nada, que solo era una pantalla para darle felicidad a su padre moribundo. Él restregó sus ojos, sintiend
Emiliano se sentó al lado de la mujer, quien rebuscaba entre sus bolsillos, un poco de dinero para pedir una copa. Él no podía dar crédito al estado de la mujer; el corazón le brincaba con vigor en el pecho al verla tras siete días de ausencia. Los ojos de Massiel se llenaron de luz cuando dio con un billete de cien dólares en el pequeño bolsillo de su vestido. Con uno de cien no sería suficiente para consumir todo el licor que quería, así que pensó en rebuscar en su cartera. Fue luego de desperdiciar cinco minutos buscando su cartera, que Massiel se percató de que no la tenía encima. O se la habían robado, o la había dejado en la fiesta anterior, o Cristal la tenía. No tenía idea, y se encontraba muy ida como para intentar pensar. —No creo que este sea el mejor lugar para ti. —Massiel dio un fuerte respingo cuando escuchó la voz de un hombre cerca de ella; el ruido de la música más su ruido mental no le permitían identificar demasiado bien aquella voz, pero hilos de lucidez le d
Habían transcurrido tres semanas desde que él había visto por última vez a Massiel. Las ansias de verla otra vez, anudadas al recuerdo de él entrando a su casa y dejándola sobre su cama, eran difíciles de afrontar. Tanto, que no podía concentrar su cabeza en algo ajeno a Massiel. No podía prestarle atención a nada que no se encontrara relacionado con aquella rubia ebria de labios enrojecidos. Había recibido el correo de ella y lo había leído, por lo menos un millón de veces. Le había enviado otro, hace una semana, preguntándole como se encontraba. Ella no lo había respondido, aquello lo estaba consumiendo. Todavía tenía en la punta de la lengua, la pregunta que le haría inmediatamente se encontrara con ella, una vez más. «¿Por qué te fuiste de la empresa, Massiel?» Quería que a los ojos, ella le diera una respuesta contundente. Emiliano elevó su mirada cuando se encontró con Inés parada en la puerta de su oficina. No se encontró con la energía para dedicarle ni siquiera una son
Inés pasó saliva, sintiendo la furiosa mirada de su amante sobre ella. —Emiliano ha insinuado que puede terminar todo esto cuando quiera. La mirada de su amante se cubrió de oscuridad. —Él no puede hacer nada de eso, faltan como dos malditas semanas para la estúpida boda. —Además su padre me llamó, preguntándome si ambos discutimos. —¿Por qué te llamaría el viejo decrepito para decirte algo así? —No lo sé, pero supongo que el hijo estuvo en su casa, seguro le dijo que no quiere casarse conmigo. Tenemos que hacer algo. —¿Por qué Emiliano dijo eso? —Inés desvió su mirada—. ¿No me digas que fue por tu culpa? —El hombre la sujetó con brusquedad de la mandíbula. —¡Me estás haciendo daño! Él la apretó, esta vez del cuello. —¡¿Cuántas malditas veces te he dicho que cierres la boca cuando estés con él?! —¡Ni siquiera dije nada malo, suéltame! —¡Si él habló sobre no casarse, fue porque dijiste una m*****a estupidez, Inés! —Apretó mucho más su cuello, acercándose a ella de manera vio
La razón los abandonó a ambos, Emiliano la cargó entre sus brazos; ni siquiera sabía en donde se encontraba la habitación, pero entre pasos torpes consiguió encontrarla; sus lenguas seguían danzando y él no buscaba detenerse, se sentía como un adicto que había conseguido probar su dulce polvo. La arrojó sobre la cama, acostándose sobre ella, siendo incapaz de controlarse, empezó a despojarla de su ropa, dejando besos en todo su cuello, no podía soportar la excitación que sentía, por lo que empezó él mismo a despojarse de su propia ropa con tanta rapidez que el tiempo se convirtió en nada. Massiel cerró sus ojos cuando sintió como los labios de Emiliano se posaron sobre su abdomen, besándolo, lamiéndolo con sutileza, no supo cuanto duró aquella acción, pero el placer que esta le ocasionó, fue uno casi insoportable, quería gritar tan fuerte que se le rompiera la garganta, no creía ser capaz de contener más gemidos, no si él seguía acariciándola así. El fuerte jadeo que emergió de los
Parado en la puerta, él no pudo evitar cerrar sus ojos. Luego de hacer el amor una vez más, ella le había implorado que se fuera, entre esfuerzos, él había tenido que vestirse, pero la voluntad de irse no llegaba a él: quería permanecer con ella para siempre, allí, en cualquier otro lugar, en donde fuera, solo quería que ambos pudieran estar juntos, solo quería ir a una realidad ajena a aquella, en la que por obligación familiar se casaría con alguien a quien le era imposible amar. —Lo lamento muchísimo, Massiel —murmuró él—. No creas que soy la clase de hombre que… —Por favor, retírese. —Massiel, no vine a tu casa solo para… —Señor Emiliano, váyase. —Me interesas más allá de un simple cuerpo… Ella no respondió nada, se obligó a sí misma a mirarle con frialdad. Aquello jamás debió de haber ocurrido, jamás podría perdonárselo a sí misma. Emiliano le dedicó una última mirada, saliendo de aquella casa, en donde había conocido un paraíso del que no quería salir. En su auto, se tort
Massiel había decidido que el aislamiento, era una idea perfecta para lidiar con el poder inmensamente destructivo de sus propios pensamientos, pero estos adquirían más fuerza en la soledad, no se silenciaban, ni siquiera por un instante, su cabeza era un constante parloteo negativo de gritos, gemidos, jadeos y recuerdos, por lo que se había decidido salir temprano de su casa, a prepararse para la practica en el que podía ser su futuro empleo, pero ni siquiera exponiéndose al mundo exterior, su cabeza dejaba aquel parloteo tan desenfrenado. La paranoia se apoderaba de ella cada vez que recordaba el hecho de que ambos habían mantenido relaciones sin alguna protección. El pensamiento recurrente de que estaba embarazada de Emiliano, terminaría conduciéndola a la locura. Massiel tragó saliva de manera lenta y dolorosa, poniendo un pie en la entrada de su trabajo; no quería hacerse una prueba de embarazo, pues aquello solo conseguiría aumentar su angustia, pero no podía ignorar lo que hab
Inés le dedicó una sonrisa tan cálida que sus verdaderas intenciones permanecieron ocultas. —Los doctores dijeron que se encuentra estable, mi amor. Los ojos de Emiliano cayeron sobre los de su padre, que lucía demacrado. Un suspiro lo había separado de la muerte. El hombre sintió un fuerte escalofrío al pensar en aquello. —¿Puedes explicarme como fue que sucedió todo esto? —Inés sonrió para sus adentros al ver la angustia en los ojos de Emiliano, se merecía aquello y mucho más por intentar abandonarla—. ¿Cómo fue que te enteraste de que mi padre estaba hospitalizado antes que yo? —Lo llamé, por eso ocurrió todo. —Él no consiguió comprender en absoluto—. Le dije que me sentía muy agradecida por todo lo que había hecho por mí, pero que habías decidido romper conmigo, así que la boda se cancelaba. —¿Por qué hiciste eso? ¡No era tu responsabilidad, yo soy su hijo, era yo quien tenía que decírselo, Inés! —gritó el hombre, con sus ojos calados de cólera, una sensación en su pecho le de