Caminamos por el estacionamiento hasta el ascensor. Subimos hasta el décimo piso. Entramos a una especie de bar, pero no se veían las mesas con sus respectivas sillas. El mesero que esperaba en la puerta nos guio hasta una pequeña habitación.
Allí si había una pequeña y elegante mesa para dos. Todo el lugar era extraño, una combinación estética entre asiática y película de mafias italianas.– ¿Qué es este lugar? –Le pregunté a Ryan, mientras me corría la silla para que me sentara.– Un lugar privado, para tomar algo.– ¿Privado? Y si mejor me llevabas a un bunker. – ¿Prefieres que te lleve a un PUB? – Sería menos extraño –observé que el mesero aun nos acompañaba en silencio, esperando alguna orden.– ¿Extraño? –preguntó Ryan.– Siento que hacen reuniones “clandestinas” en este lugar –susurré para que el mesero no me escuchara.Ryan, se carcajeo fuerte.– “Clandestinas” –hizo la misma seña con losRyan apareció con dos copas de vino blanco en las manos. Yo, intentaba respirar para controlar la excitación. También estaba perdiendo la cordura y la decencia. ¿Sexo? ¿En este lugar? Quién sabe cuántas personas estarían allí afuera, muy cerca de nosotros, escucharían todo. Sin mencionar al mesero que nos atendió. Primero en el consultorio médico, luego aquí. Cuando antes no salía de una habitación y si lo hacía en cualquier otro lugar de la casa, me sentía fatal. – ¿No es algo temprano para beber licor? –le pregunté.– Es tan solo una copa, no te vas a embriagar.Me pasó la copa de una manera muy elegante, ahora que lo pensaba bien, sus movimientos eran metódicos, elegantes, muy bien pensados y aprendidos. Como si hubiese tomado clases de etiqueta o algo similar.Tomé un sorbo.– Quiero saber más de ti.Su mirada se tornó confusa, quizá ya había analizado su siguiente movimiento de mi petición anterior.– ¿Qué quieres
– Señora Elena –se apresuró a decir él. – Director Jones –el frio saludo lo hizo sentir decepcionado y modifico una amplia sonrisa por un gesto más amable. – ¿Dónde está? –me apresuré a preguntar antes de que empezaran con sus historias, excusas y relatos de lo que había sucedido. – Por aquí.Seguí con detenimiento a la maestra. Recorrimos varios pasillos, todos iguales, parecía un laberinto, nunca antes se me había hecho tan grande este lugar. Golpeó una puerta roja y seguido la abrió una mujer de más edad. Me apresuré a entrar sin ser invitada. – ¡Mami! –gritó mi pequeño al verme, tenía su carita cubierta de lágrimas, un enorme trozo de gasa cubría la mitad de su frente. De un solo salto, me acerqué a él y lo abracé. – ¿Qué pasó? –aniquilé con la mirada a las dos mujeres que estaban frente a mí. Y al parecer a director, que nos había seguido silencioso, observando con detenimiento mi reacción.– Se… se cayó del
Me quedé unos minutos más tratando de dejar mi mente en blanco, me levanté para preparar algo ligero para el almuerzo de ambos. – Come rápido, debemos ir al médico –le dije a Santi que jugueteaba con la comida, aún estaba algo adormilado. Puso cara de no aprobar este y el siguiente plan, él solo quería dormir. Traté de hacerlo comer lo que más pude y emprendimos el viaje al centro médico, donde siempre lo atendían a él. Apenas llegamos, solicité una revisión sin cita previa, como no era tan urgente, se tardarían en atendernos. Nos sentamos resignados a la larga espera. Jugamos un rato con las manos para tratar de mantenerlo distraído, al siguiente rato se sintió algo caprichoso y quería que lo alzara y le acariciara. Lo puse sobre mis piernas, se trepó a mi cuello, y empecé a acariciarle la espalda con suavidad, para que se relajara. De reojo vi cruzar por el pasillo a un hombre alto, de cabellos oscuros y bata larga. Mi corazón se paró de un brinco, él i
––¿Cómo siguió tu hijo? ¿Cómo estás tú?Un beso, preciosa. Espero verte pronto, Elena. Ryan.–––El mismo mensaje en las mañanas durante estos tres días. Ryan había estado muy pendiente de ambos, o quizá estaba tan desesperado como yo de vernos pronto, pero Warren había decidido no enviarlo esta semana completa a la escuela, intenté persuadirle de lo contrario, ya había perdido una semana cuando estuvimos en Italia y ahora esto, cuando regresara se iba a sentir perdido. Y él, por supuesto había ganado. ––Santiago mejor que ayer, estoy bien ¿Y tú?Elena.–––La misma respuesta, para las mismas preguntas, sin embargo, él dejaba la conversación allí, no contestaba mi pregunta hacía si él estaba bien o no. O era un hombre muy ocupado, o no le gustaba hacer mucha conversación. Estuve tentada a llamarle un par de ocasiones, solo para escuchar su voz, y allí me di cuenta de que ese hombre no solo me había removido
Pensar que vería a Ryan, al siguiente día me llené de ansiedad y no pude pegar el ojo en toda la noche, me removía en las cobijas, sentía calor, frío, sed, tuve que levantarme en dos ocasiones al baño. Mi corazón estuvo muy inquieto y mi mente empezó a maquinar. Incluso por un momento me senté a observar a Warren, ese domingo más temprano nos había dedicado todo el día, fue la compensación por llegar tan tarde entre semana y básicamente no vernos, la pasamos todo el día jugando con nuestro pequeño, viendo películas y comiendo.Incluso fui feliz en algunos instantes, como la familia que éramos. Y empecé a sentirme culpable, por lo que le estaba haciendo, le estaba engañando, y no solo había sido con un hombre, ya iban dos y si seguía por este camino quién sabe con cuantos más. Esta no era la Elena con la que se había casado, mucho menos de la que se había enamorado. Empecé a preguntarme por qué había hecho eso, si lo amaba aún o esa era la verdadera razón de mis actos
– Bésame –le ordené.Simplemente se levantó de su silla y se acercó despacio a mi boca, sus labios se deslizaban con dulzura por los míos. Sus manos reposaron en mis muslos, por momentos los apretaba, haciéndome erizar todos los vellos de mi piel.– Eres hermosa, Elena– susurró sobre mis labios, tomó aire.– Gracias –me sonrojé de inmediato. Él sonrió sobre mis labios. – Hazme el amor –dije separándome un poco de él subiendo mis brazos sobre sus hombros, con un tono seductor. – Hace un rato te lo empecé hacer, Elena–siguió besándome.Se estiró un poco más y llevó su mano derecha hasta mi nuca, metió sus dedos entre mi cabello. –No entiendo… – Ya lo entenderás, luego… – dijo susurrando.Su mano izquierda, la posó sobre mi cadera. Sus besos se fueron intensificando al igual que la humedad en mi ropa interior. Se separó de nuevo de mis labios, y respiramos.– Llévame a la cama –le ordené de nuevo. Se sien
Al escuchar mis palabras susurrarle cerca, dejó de besar mi cuello, me miró directo a los ojos, su rostro estaba rojizo y húmedo del sudor. No había dejado de moverse en ningún momento. Cada roce era electrificante, y me llevaba segundo a segundo a mi siguiente orgasmo. Cerró sus ojos y puso su frente sobre la mía. Intentaba controlar su respiración o controlar los pensamientos de ambos. ¡Maldición Elena, no debiste decirle eso! Miles de pensamientos de arrepentimientos y negativas me empezaron a enfriar el corazón.– Tú también me gustas, Elena –dijo suavemente.De un movimiento subió sus piernas, metió su brazo por mi espalda, me apretó fuerte y se dejó caer hacía atrás. Poniéndome encima de él de inmediato, sin que su miembro se saliera de mí. Ahogué un pequeño grito. Puso sus manos sobre mis caderas y me guío en los movimientos. – Despacio, nena. Disfrútalo.Me había desconcentrado, no porque no me gustara su respuesta, al contrario, su respu
– ¿Cómo te fue ayer con Joseph? – Bien… – Me limité a decir, pero para ser sincera fue más que eso, había sido magnífico.Me estremecí al recordar como nuestros ojos se cruzaron cuando entró por la puerta. Yo lo esperaba sentada en uno de los sillones de la inmensa sala de mi departamento. Con las piernas cruzadas, dejando al descubierto el liguero bajo mi vestido negro, corto, con amplio escote en el pecho y la espalda, era como llevar nada puesto, pero las reglas sociales dictan que no debes presentarte ante un extraño completamente desnuda. O al menos de primera vista. Porque sabía muy bien que minutos después yacería entre sus brazos de esa manera. La sola idea hizo que mi ropa interior se empapara.– Joseph… – dije con un tono de poco interés, pero mis ojos le inspeccionaron de arriba abajo. Llevaba un traje gris pulcro, hecho a la medida, con finas telas, el cabello cuidadosamente arreglado. Sus ojos me llamaron, me invitaban al pecado