CelesteEn un momento estaba temiendo por la vida de mi mate y la mía. Creí que habíamos perdido, que este vampiro nos había arrebatado todo nuestro poder, que estábamos en sus manos, condenados. Pensé que Aldana no podía hacer más, Índigo luchaba, pero no lograba terminar de romper la protección. Temí, que después de todo, del dolor que había pasado… fracasaríamos. Pero luego, Aldana tomó mi mano y sentí que mi fuerza renacía con un poder que jamás había experimentado. Una sensación de que todo era posible, de que no había nada que pudiera enfrentarme. Ella era deslumbrante, olía a mundos antiguos, sentí su sabiduría, amor, dolor, su angustia.—Es mi poder y el de todas las hechiceras. Están todas aquí para ti Celeste, las que se han ido, las que existieron, incluso aquellas cuyos nombres nadie recuerda —susurró Aldana. Ella estaba haciendo esto, su recuerdo, su gran hechizo. Sentía a Alaric detrás de mí, su poder también fluyendo dentro de mí. Podía percibir la esencia de la tierr
FabrizioNo sabía qué hora era ni dónde estaba. Solo recordaba la explosión que me había llevado tan lejos que ahora, por casualidad, veía lo que quedaba de la casona. Esperaba que esto no se hubiese extendido. Mi compañera estaba sana y salva en un jardín seguro, me recordaba.—Diana —susurré cuando vi a la joven guerrera también levantándose.—La explosión nos empujó, señor Fabrizio. Mi tía... las guerreras…—Las buscaremos — me sentía realmente cansado. Habíamos dado parte de nuestro poder y quizás por eso la explosión había sido de tal magnitud. Agradecí a la luna cuando vi gente acercándose.—¡Amelia, Freya!—¡Tía! —Diana salió corriendo mientras veía aparecer a Elías detrás.—Estamos bien. Lo último que sentí es que las hechiceras intentaron aguantar y contener la expansión a los más cercanos, quizás por eso nosotros salimos expulsados —explicaba la guerrera— No siento a Valerius, es como si el vampiro se hubiese quebrado en pedazos —mis instintos me dijeron que en efecto, el en
Alaric Celeste volteó hacia mí, eso lo recuerdo claramente. Me miró con una expresión como si me estuviera observando por primera vez... o quizás era la última. Estaba seguro de que se podía ver el universo en sus ojos. De repente, eran azules con estrellas y mundos que sabía que nunca iba a conocer.Valerius gritaba aterrado, como siempre quise escucharlo desde que había aparecido, desgraciadamente, en mi vida, como una rata, un insecto. El poder que había entrado en la cúpula, que ahora se caía a pedazos, resonó en mi cuerpo ahora sin poderes, como si fuese una caja vacía.Entendí que Celeste era la única que podía derrotarlo, ese vampiro ya no haría daño, estaba destruido. Pero el cuerpo de mi amor temblaba y ella gritaba como si esto fuera demasiado.—Mi cielo... Celeste se volteó y todo se volvió azul y blanco. Mi madre se colocaba delante de mí como si quisiera protegerme, y lo último que vi fue su rostro de perfil y escuché su voz.—Recuérdalo, mi niño de ojos del bosque: lo m
AlaricCuando uno quiere olvidarse del mundo y pensar en otra cosa, el tiempo pasa lentamente. Había atravesado todas las etapas: negación, dolor, miedo y desesperación. Y ahora sentía que no me quedaba nada más por hacer, solo esta terrible y lenta espera que no me llevaba a ninguna parte. Mis guerreras hacían todo lo posible para que todo funcionara bien, pero por las noches escuchaba llantos. Nadie movía los libros de ella, sus cosas. Todo el reino sufría por su reina. —Su Majestad, necesitamos una respuesta —susurró Fabrizio a mi lado, preocupado. Frente a mí tenía a los herejes. Desde que los conocí, no me agradaron, y mucho menos el hecho de que, una vez más, debía concederles algo que no quería.—Libertad, independencia… y que no me meta en sus asuntos, ¿no es cierto? —dije de mala gana. Ellos me habían ayudado más de una vez, y les debía favores. El alfa, inmenso y pálido, inclinó la cabeza.—Nuestras tradiciones son lo único que tenemos y lo que más apreciamos, Su Majestad
CelesteEl mundo fue líquido por un buen tiempo, aunque yo ya lo había olvidado. Aunque, muy dentro de mí, todo lo que había pasado y lo que yo había experimentado seguía de alguna u otra manera. Cuando me desperté, estaba seca, envuelta, y sabía perfectamente con quién me encontraba. Ese aroma, esa sensación de seguridad y felicidad solo podían significar una cosa.—Mi rey… —susurré, encantada, y recordé cuánto lo había extrañado.Recordaba haberlo visto antes de destruir a Valerius, antes de utilizar esa gran cantidad de poder como nunca se había visto para acabar con nuestro enemigo. Cuando me apoyé con las manos para incorporarme y vi sus ojos verdes... era como despertar de la muerte. Estaba en la cama en una cabaña, él arrodillado cerca de mis pies.—Alaric… —dije, disfrutando la maravillosa sensación de pronunciar su nombre, pero él no decía nada. Su respiración era agitada. Tenía una pequeña barba, y me reincorporé rápidamente al notar que estaba más delgado y ojeroso, pero lo
AlaricAun cuando ella estaba descansando, desnuda en mis brazos, en nuestro jardín especial, secreto y seguro, yo aún estaba inquieto. Temía que algo fuera a pasar, que apareciera algo de la nada y se la llevara lejos para siempre. Y, honestamente, no sabía cuándo esa sensación iba a desaparecer. Quizás nunca. Todo el día anterior ella había estado con Roy, quien no dejaba de perseguirla mientras ella corría y reía. Mi lobo había tenido razón. Los lobos conocen a sus mates más que nadie, habíamos esperado y habíamos sido recompensados.—Estoy aquí, mi amor, sigo aquí —dijo cuando le llevé el desayuno y me quedé observándola, sonriendo completamente extasiado. Luego de volver a tenerla anoche, le comenté de lo que había pasado: de cómo habíamos despedido a alfa Rogelio y como alfa Igor se había recuperado, de la ayuda que recibimos, de la nueva Eterna, del poder reunido por todos y de cuánto la extrañamos.—¿Entonces estuviste aquí esperando por tanto tiempo? —preguntó angustiada. —¿
Fabrizio—Te ves demasiado tranquilo, amigo. No pareces un hombre que va a jurar amor eterno a su compañera enfrente de todos en pocos minutos —dijo Amelia mientras ajustaba mi corbatín. El señor Giacomo me rodeaba, revisando los últimos detalles de su obra maestra, como él la llamaba: mi traje de boda. Era oscuro, y tenía una condecoración de Su Majestad, y una margarita en la solapa.—En mi mente, yo le juré amor eterno a ella desde el primer momento en que la vi —respondí. Mi señora resopló. Ya no lucía el uniforme de guerrera de Su Majestad, sino un traje azul, brillante y fantástico.—Juro que parece que siempre tienes la respuesta correcta, Fabrizio El Sabio —dijo riéndose de mí. Pero yo lo decía en serio. Habíamos vivido como compañeros, nos habíamos conocido, trabajamos juntos asesorando a Sus Majestades… solo nos quedaba prometernos bajo la luna y vivir en aquella casita juntos. Para mí, ella había sido mi dueña desde hace mucho tiempo.Desde el momento en que Celeste había vu
Fabrizio—La diosa luna no abandona a sus hijos, y cuando alguno encuentra a su compañero, debemos llenarnos de alegría. Esta pareja ha esperado por siglos para ser bendecida, para encontrarse y vivir la vida que debieron disfrutar desde hace ya un tiempo. Pero quizás el destino no comete errores, y aquí estamos todos juntos para ser testigos del amor de Fabrizio y Margarita. Ellos perdieron a sus familias hace mucho tiempo, estuvieron solos en la tierra esperando encontrarse, y, sin embargo, aquí están, rodeados de tantos. ¡Tantas personas que han venido de lejos, que han dejado sus manadas y sus casas, porque esta pareja, porque estos dos seres los han conmovido hasta lo más profundo! —decía Nana. Yo hacía todo lo posible por no llorar, pero a mi alrededor escuchaba murmullos contenidos y narices soplándose. —Nana, por favor... Vamos a salir horribles en las fotos con los ojos hinchados —susurraba Eva, limpiándose las lágrimas. Nana la miró como si fuese una abuela reprendiendo a u