Celeste —Tengo que ir —dije con determinación— Algo me dice que debo estar allí. Hay algo importante en esa ciudad.—¿Escuchaste algo? ¿Las voces? —me preguntó mi mate. Su rostro reflejaba angustia. Estaba entre la espada y la pared, no quería que fuera, pero sabía que tampoco podía evitarlo. Necesitamos respuestas. Su preocupación por no dejarme ir era evidente.—Hace tiempo que no escucho las voces, pero es un sentimiento, como lo del templo. Sé que debo estar ahí, Alaric —le pedí, tomando los bordes de su chaqueta. Habíamos pasado unas semanas hermosas juntos, como si fuéramos un rey y una reina viviendo en paz. Pero la realidad no tardaría en alcanzarnos.—Voy contigo —demandó, mientras tomaba su espada y sus cosas.—Sabes que no puedes ir. El pacto de sangre... Si sales lo suficiente...—No es una pregunta, mi cielo. No hay forma de que te deje sola —insistió, con una mirada inquebrantable en sus ojos verdes.—Te lo ruego, si algo te pasa... —suspiré mientras él me abrazaba con
Alaric—Esos desgraciados... —gruñí mientras sentía mi aura expandirse. El llamado del pacto se escuchaba lejano, como una canción a kilómetros, pero ahí estaba. El anillo que hizo mi cielo era una bendición; mi amor era un regalo del paraíso. —Estan en la zona norte. Con razón nos han tenido perdidos en tontas peleas en las otras coordenadas —murmuró Damián, colocándose frente a una computadora. Sus dedos golpeaban el teclado con rapidez mientras buscaba información—. ¿Cuántos son?—Unos cuarenta mercenarios, la vampira y la hechicera —respondió Nora. Era una muchacha curiosa y proactiva. Estos dos hermanos, los lobos les había dado la espalda, y ellos habían creado algo grandioso. Esta ciudad se alzaba imponente ante esos bribones. —¿Una hechicera? Pensé que solo conocería a una en mi vida, con la llegada de nuestra reina, y ahora hay dos —musitó Marina, impresionada. El odio que le tenía a Humberto por aterrorizar a mi mate y por unirse a las fuerzas de mi fallecido hermano, nubl
Eva—¡Maldición, maldición, maldición! —murmuré para mí misma, con frustración. Este se suponía que iba a ser un viaje sencillo: ir a la ciudad, buscar un supuesto objeto, con ayuda de la diosa, evitar que lo obtuvieran, y eso sería todo. Mi idea era alejarme lo más posible de alfa Damián y sus guerreros. Me agradaba el joven alfa, y había escuchado muchas cosas de su ciudad, pero todo se había quedado corto. La ciudad era imponente, y entre sus guerreros había tanto lobos como vampiros, preparados para matar. Y, como si no fuera poco, estaba Su Majestad. Algo me decía que Cielito también estaría aquí. Juro que esto era una tragedia.Las piedras caían como si fueran lanzadas desde el cielo, y si aún tenía dudas sobre cuál era el elemento de Clementina, sin duda era la tierra. La hechicera estaba bien resguardada, y no podía evitar maravillarme al ver su poder en acción. La batalla se desataba a nuestro alrededor. Me parecía que estábamos enfrentándonos uno a uno, aunque sabía que el p
Celeste—Tiene que ser por aquí, siento que está cerca —dije mientras caminaba entre los callejones. No tenía tiempo para admirar la belleza de la ciudad. Simplemente seguía mi instinto, como había dicho mi mate. Solo pensar que él estaba allá afuera peleando con esos hombres hacía que mi corazón se encogiera. Pero si alguien podía ganar, era él, siempre y cuando no se expusiera más allá de lo que el anillo que le di le permitía.—¿Qué estamos buscando exactamente? —preguntó Nora, insistía en que conocía la ciudad como la palma de su mano.—Celeste siente que hay algo aquí, un objeto que el enemigo necesita. No sabemos dónde ni qué es, pero tenemos que llegar antes que... antes que esa hechicera.—La hechicera se está moviendo —dijo uno de los guerreros que nos acompañaban. Sin duda, alguien en la sala de los monitores ya le había dado el mensaje.—¿Qué hay por allá? —pregunté mientras avanzábamos.—Es la zona más antigua de la ciudad —indicó la muchacha. Era nuestra mejor opción. Íba
Alaric—¡Celeste! —rugió Roy y salió un aullido ronco y cargado de pánico. Mi corazón latía como un tambor desbocado mientras corría entre los escombros, esquivando guerreros y vampiros. Los gritos de combate resonaban a mi alrededor. Mercenarios intentaban huir, perseguidos por mis guerreros.—¡Majestad, espere! —gritó alguien a mis espaldas, pero lo ignoré. El mundo entero dejó de importar. Solo había una cosa en mi mente: encontrarla. ¿Y si no llegaba a tiempo? ¿Y si la había perdido para siempre? El polvo me cegaba y me ahogaba, pero seguí avanzando. Mi lobo aullaba dentro de mí, su dolor reflejando el mío.Mis garras arañaban el suelo a cada movimiento, y mi olfato buscaba desesperadamente su rastro. Pero en esta m*****a nube de polvo y sangre, todo estaba cubierto por el hedor metálico de los vampiros. Un sonido seco y repetitivo atravesó el caos. Un cuchillo siendo lanzado y un impacto punzante quemó mi costado. El líder de los vampiros mercenarios estaba allí, de pie, envuelto
Fabrizio —¿Qué sucede? —me pregunta Margarita.Le había hecho un largo tour por el castillo y los alrededores. Esta semana la llevé al pueblo más cercano, a uno de los templos más allá. A las montañas para que viera las estrellas. Una cita tras otra, y rápidamente me di cuenta de que nunca me cansaría de estar con ella. Deseaba su presencia cada minuto del día y, por la noche, me quedaba suspirando, recordando todo lo que habíamos hecho. Ella había quedado agotada y, cuando volvimos a su habitación, no sé ni cómo terminé dormido, algo que jamás hago, en su cama… ella tan cerca. Pero ahora, un ruido me despertó.—Creo que es el rey que ha vuelto — pero luego escucho chillidos de vampiros y sostengo a Margarita por los hombros.—Mi flor, quédate aquí. No puedes a salir.—Fabrizio...—Volveré, te lo juro — cierro el seguro de la puerta. Al salir, veo a Rachel, ya armada, corriendo por los pasillos.—Son vampiros —le digo. La guerrera suspira.—Sabíamos que podía suceder, pero este era e
Eva —La herida ha sido muy fuerte. La mordida de un hombre lobo es terriblemente venenosa para un vampiro, y más si ese lobo es uno de los primeros, el gran guerrero —me confirma uno de los cuidadores de Valerius.Humberto está en una camilla, herido, y al parecer ha perdido parte de una pierna. Me hubiera gustado que Su Majestad mejorara su puntería y le hubiera arrancado la cabeza.Ese lugar antiguo en la ciudad había quedado sepultado gracias a Clementina. Su Majestad iba a investigar, estaba segura de ello. Ellos podrían encontrar algo, y esperaba que Valerius no tuviera otro plan. Había visto su ejército; si decidía atacar la ciudad, esto no terminaría nada bien. Ciudad Ónix parecía ser un lugar feliz, incluso para los vampiros, y Damián me agradaba bastante para ser alfa. —Al menos vive— espeto. Humberto está peor que nunca, nunca pensé que podría ser más feo. —No estoy seguro de que esté feliz cuando se levante— dice el cuidador con mala cara. Eso es justo lo que quiero, que
Celeste —No está, no puedo creerlo — observo la zona donde sucedió el derrumbe. Habían pasado ya varios días y no había rastros de Clementina. Solo encontramos sus ropas y tierra. Cuando la toqué, supe que no era simple tierra, era ella. En algún libro que leí decía que las hechiceras vuelven a su elemento. "Todo vuelve", me había dicho ella. Me dolía terriblemente su muerte aun cuando no la había conocido. ¿Quién era ella? ¿Cómo sabía de mis padres? Tenía tantas preguntas que ahora se quedaban sin respuesta.—Ella se sacrificó, pero no destruyó todo. Creo que nos dio una ventaja — comenta mi mate. Los guerreros habían movido tierra por todas partes y no habíamos encontrado nada hasta que mi mate utilizó su poder. Estaba convencido de que había algo más y, mientras movía las piedras para ahondar en el túnel, yo empezaba a creer que también tenía razón, hasta que nos topamos con una hendidura que mostró una puerta.—¿Una llave? —pregunté asombrada revisando la puerta de piedra maciza.