Estaba completamente desnuda, envuelta apenas en una sábana que me daba una mínima sensación de protección. Observé con incredulidad mientras Raegan se abrochaba el pantalón, sin rastro de arrepentimiento en su rostro, como si lo que acababa de hacer no tuviera la menor importancia. Mi cuello y mis senos estaban marcados de moretones, y cada doloroso recuerdo de lo ocurrido me hacía sentir más vulnerable y rota. Sin embargo, él parecía satisfecho, con una mueca arrogante que me daba ganas de gritar y desaparecer. Se acercó a mí y, con una frialdad que me estremeció, llevó su mano a mi rostro, obligándome a mirarlo al levantarme el mentón. Su mirada era intensa, posesiva, y su tono de voz era inquietantemente calmado, como si estuviera tratando de justificar su atrocidad. —Amor, la próxima vez seré mucho más cuidadoso —murmuró, acariciando mi mejilla con una falsa ternura—. Pero nunca más en tu vida me amenaces con dejarme, Alexa. Tú eres mi vida entera. Un estremecimiento recorr
Sentía los nervios recorrerme mientras la estilista terminaba de arreglar mi cabello. Me había hecho un elegante peinado alto que me daba un toque sofisticado, y el maquillaje resaltaba mis ojos avellana de una forma que jamás había visto en el espejo. Me sentía hermosa y, al mismo tiempo, vulnerable. El vestido que llevaba caía suavemente sobre mis hombros, dejando ver un pequeño escote discreto. Aunque era conservador, tenía un toque moderno, en un tono blanco brillante. Sin embargo, detrás de toda esa belleza, sentía una tristeza profunda. No tenía a nadie conmigo en este día tan importante. Ningún padre, ningún familiar que me acompañara. Llevaba meses sin saber nada de mi madre. No tenía a nadie a quién acudir, estaba sola contra Raegan Stravos, el maldito que había arruinado mi vida. Bajé las escaleras con una mezcla de emoción y tristeza en el pecho. La expectativa de ver a mis hijos hizo que mi corazón latiera con fuerza, pero el vacío de no tener a alguien más cercano a
Elijan MorganEstaba en la casa de Michael, mi cabeza aún latía con una mezcla de furia y frustración. No podía creer que Alexa estuviera a punto de casarse con Raegan, y solo la idea de verla junto a ese miserable me encendía por dentro. Sabía que no podía quedarme de brazos cruzados. Faltaban horas para esa maldita boda. Michael me observaba, su expresión era severa, como si intentara encontrar alguna señal de calma en mí que no existía. Alessandro, su padre, estaba allí también, sentado al otro lado del escritorio, con la mirada firme y calculadora que siempre lo caracterizaba. Ambos parecían estar a la espera de mis palabras. —Esto tiene que acabar —dije finalmente, mi voz cargada de determinación y rabia contenida—. No puedo permitir que Alexa se case con Raegan. No ahora que sabe lo que es capaz de hacer. Si ella lo hace... —tomé aire, intentando contenerme—. Si no podemos detenerlo por la vía legal, entonces me la llevaré. Alexa no merece esto. No pienso dejarla en sus manos,
Tres años después. Mi vida se ha convertido en una pesadilla interminable. Han sido los peores años que he vivido. Raegan ahora es el presidente de la nación y uno de los hombres más poderosos; el narcotráfico ha azotado al país de manera implacable. La opinión pública ya no está tan a su favor, pero su fortuna ha crecido exponencialmente, reflejando el oscuro camino que ha tomado. Abandoné mi carrera para concentrarme por completo en nuestros tres hijos. Los educamos en casa, donde los protegemos de un mundo que se ha vuelto aterradoramente inseguro. Sé que Raegan ha acumulado demasiados enemigos, y eso me aterra. Él ha prometido que, al finalizar su mandato, nos marcharemos los cinco lejos de aquí, aunque eso no me da consuelo alguno. Vivir casada con él ha sido un verdadero infierno. Desde la muerte de Elijan, siento que me convertí en una sombra de lo que solía ser. Estuve a punto de acabar con mi vida en aquellas primeras semanas después de perderlo, pero entonces descubrí
Me encuentro acariciando el suave cabello de mi pequeña Rubí, quien está sentada en mis piernas, riendo suavemente. Ella es mi mayor adoración, el amor de mi vida, mi pequeña princesa. Siento su calidez y me invade una paz que rara vez experimento. —Papi, pronto será mi cumpleaños... ¿me harás mi fiesta de princesa? —pregunta con una ilusión en sus ojos que me derrite. Le sonrío, sin poder ocultar el amor y el orgullo que siento por ella. —Pues claro, todo para mi princesa hermosa. Sabes que te amo —le digo, con la certeza de que haría cualquier cosa por verla feliz. Rubí es tan hermosa, con su cabello ondulado y esos ojos idénticos a los de su madre. Cada vez que la miro, veo reflejado en ella algo de Alexa. Amo y odio tanto a esa mujer… es la mujer de mi vida, la que me obsesiona hasta la locura, pero hace más de tres años que es solo una sombra en nuestra vida. Es evidente que no me ama. Es fría, distante, incluso en la cama. Mientras sigo acariciando el cabello de Rubí,
Alexa Estaba sentada en el banco del parque, observando cómo mis pequeños jugaban alrededor, sus risas llenando el aire. Remo estaba jugando con Iris, corriendo por el césped con la alegría de un niño que no conoce la maldad del mundo, mientras Rubí permanecía a mi lado, mirando a los demás con una expresión que variaba entre la molestia y el desdén. Últimamente, había notado que mi hija no dejaba de resentirme, y aunque intentaba comprenderla, el dolor de su comportamiento me hacía sentir que no era suficiente como madre. —Mi amor, ve a jugar con tus hermanos —le dije suavemente, sin dejar de mirar a Iris y Remo, pero Rubí no movió ni un músculo. La tensión en su rostro se mantuvo, como si mis palabras no fueran más que una invitación a algo que no quería escuchar. —Ella no es mi hermana... —respondió, señalando a Iris con un gesto brusco y despectivo, como si esas palabras fueran una condena. El rechazo en su voz me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Iris no era su hermana de
Estaba completamente desconcertada por la flor que había aparecido junto con la nota. Mi corazón latía fuerte en mi pecho, casi como si quisiera escapar de mi cuerpo. La nota, con sus palabras que no dejaban de dar vueltas en mi mente, solo aumentaba mi confusión. Lo que más deseaba en ese momento era que Elijan estuviera vivo, que todo fuera una mentira, una cruel ilusión que mi mente había creado para escapar de la realidad. Pero entonces recordé el cuerpo, la fría certeza de que él ya no estaba, de que había muerto. La verdad me golpeó como un puño, dejándome sin aliento. Regresé a la casa lo más rápido que pude, mis tres pequeños en brazos. Estaban tranquilos, pero yo sentía como si el mundo estuviera desmoronándose a mi alrededor. Les pedí a la nana que llevara a Iris a bañarse y a los mellizos también, no podía con todo en este momento. Les recordó que después deberían hacer las tareas, pero mis pensamientos estaban lejos, en otro lugar. No podía concentrarme. Comencé a cami
Me encontraba sentada en una mesa apartada, rodeada de un murmullo constante de conversaciones y risas. La reunión estaba en pleno apogeo, un desfile de empresarios y socios que apoyaban la presidencia de Raegan. Entre copas de vino y discursos bien ensayados, la atmósfera parecía relajada, pero yo me sentía como una intrusa en mi propia vida. Francia, sentada a mi lado, me observaba con curiosidad. Era la esposa de Aldo Miller, gobernador y el mejor amigo de Raegan, un hombre que irradiaba integridad y confianza. Aldo no tenía ni la más remota idea del tipo de alimaña con la que estaba aliado. —Alex, te ves triste, ¿qué pasa? —me preguntó Francia, con una mezcla de dulzura y preocupación. Ella era mi confidente desde que Regina decidió marcharse. Con Francia había encontrado un refugio, alguien con quien compartir mis pensamientos más oscuros. Sabía de mi amor por Elijan, de mis desencuentros con Raegan, pero no de la otra verdad, la que me pesaba como una roca en el pecho: que Ra