Me encuentro acariciando el suave cabello de mi pequeña Rubí, quien está sentada en mis piernas, riendo suavemente. Ella es mi mayor adoración, el amor de mi vida, mi pequeña princesa. Siento su calidez y me invade una paz que rara vez experimento. —Papi, pronto será mi cumpleaños... ¿me harás mi fiesta de princesa? —pregunta con una ilusión en sus ojos que me derrite. Le sonrío, sin poder ocultar el amor y el orgullo que siento por ella. —Pues claro, todo para mi princesa hermosa. Sabes que te amo —le digo, con la certeza de que haría cualquier cosa por verla feliz. Rubí es tan hermosa, con su cabello ondulado y esos ojos idénticos a los de su madre. Cada vez que la miro, veo reflejado en ella algo de Alexa. Amo y odio tanto a esa mujer… es la mujer de mi vida, la que me obsesiona hasta la locura, pero hace más de tres años que es solo una sombra en nuestra vida. Es evidente que no me ama. Es fría, distante, incluso en la cama. Mientras sigo acariciando el cabello de Rubí,
Alexa Estaba sentada en el banco del parque, observando cómo mis pequeños jugaban alrededor, sus risas llenando el aire. Remo estaba jugando con Iris, corriendo por el césped con la alegría de un niño que no conoce la maldad del mundo, mientras Rubí permanecía a mi lado, mirando a los demás con una expresión que variaba entre la molestia y el desdén. Últimamente, había notado que mi hija no dejaba de resentirme, y aunque intentaba comprenderla, el dolor de su comportamiento me hacía sentir que no era suficiente como madre. —Mi amor, ve a jugar con tus hermanos —le dije suavemente, sin dejar de mirar a Iris y Remo, pero Rubí no movió ni un músculo. La tensión en su rostro se mantuvo, como si mis palabras no fueran más que una invitación a algo que no quería escuchar. —Ella no es mi hermana... —respondió, señalando a Iris con un gesto brusco y despectivo, como si esas palabras fueran una condena. El rechazo en su voz me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Iris no era su hermana de
Estaba completamente desconcertada por la flor que había aparecido junto con la nota. Mi corazón latía fuerte en mi pecho, casi como si quisiera escapar de mi cuerpo. La nota, con sus palabras que no dejaban de dar vueltas en mi mente, solo aumentaba mi confusión. Lo que más deseaba en ese momento era que Elijan estuviera vivo, que todo fuera una mentira, una cruel ilusión que mi mente había creado para escapar de la realidad. Pero entonces recordé el cuerpo, la fría certeza de que él ya no estaba, de que había muerto. La verdad me golpeó como un puño, dejándome sin aliento. Regresé a la casa lo más rápido que pude, mis tres pequeños en brazos. Estaban tranquilos, pero yo sentía como si el mundo estuviera desmoronándose a mi alrededor. Les pedí a la nana que llevara a Iris a bañarse y a los mellizos también, no podía con todo en este momento. Les recordó que después deberían hacer las tareas, pero mis pensamientos estaban lejos, en otro lugar. No podía concentrarme. Comencé a cami
Me encontraba sentada en una mesa apartada, rodeada de un murmullo constante de conversaciones y risas. La reunión estaba en pleno apogeo, un desfile de empresarios y socios que apoyaban la presidencia de Raegan. Entre copas de vino y discursos bien ensayados, la atmósfera parecía relajada, pero yo me sentía como una intrusa en mi propia vida. Francia, sentada a mi lado, me observaba con curiosidad. Era la esposa de Aldo Miller, gobernador y el mejor amigo de Raegan, un hombre que irradiaba integridad y confianza. Aldo no tenía ni la más remota idea del tipo de alimaña con la que estaba aliado. —Alex, te ves triste, ¿qué pasa? —me preguntó Francia, con una mezcla de dulzura y preocupación. Ella era mi confidente desde que Regina decidió marcharse. Con Francia había encontrado un refugio, alguien con quien compartir mis pensamientos más oscuros. Sabía de mi amor por Elijan, de mis desencuentros con Raegan, pero no de la otra verdad, la que me pesaba como una roca en el pecho: que Ra
La música vibraba en el aire mientras los invitados llenaban el salón con risas y conversaciones. Yo estaba cerca de la barra, sosteniendo una copa de champán más por protocolo que por deseo, cuando Lorenzo, el hermano de Francia, se acercó. Su porte relajado y esa sonrisa que siempre parecía un poco traviesa me resultaban familiares, pero esta vez había algo diferente en su mirada. —Alexa, siempre es un placer verte —dijo con una voz suave pero segura—. La mejor amiga de mi hermana siempre logra destacar, incluso entre tanta gente importante. —Gracias, Lorenzo. Siempre tan halagador —respondí, intentando que mi tono sonara casual, aunque sabía que Raegan, a pocos pasos de distancia, no le quitaba los ojos de encima. Lorenzo ignoró deliberadamente la presencia de Raegan, lo que tensó aún más el ambiente. Sin embargo, Raegan no se quedó callado. —Lorenzo, he escuchado que manejas algunas inversiones interesantes. Quizá podríamos hablar de negocios en algún momento. No sé si Ald
Estaba completamente furiosa con Raegan, y el odio que sentía hacia él hervía en mi interior como un volcán a punto de estallar. Después de todo lo cruel que era, lo único que deseaba era hacerlo pagar por su maldad. La discusión entre nosotros se intensificaba con cada palabra, una espiral de gritos y reproches que parecía no tener fin. —¡Tú consientes demasiado a Remo! —bramó Raegan, su rostro enrojecido por la ira. —¡Porque lo amo! —le grité de vuelta, sintiendo que la rabia me quemaba la garganta—. Pero claro, tú no tienes idea de lo que significa el amor de un padre, porque el tuyo era un maldito perro. ¡No sabes nada de amor! La provocación pareció hacerle perder el control. Dio un paso hacia mí, levantando una mano como si estuviera a punto de golpearme. Lo miré directamente a los ojos, sin apartarme ni un milímetro. —¡Hazlo! —le desafié, mi voz cargada de veneno y determinación—. ¡Múeleme a golpes si quieres, Raegan! Pero si lo haces, saldré a la fiesta y te acusaré fr
RaeganEstaba fuera de mí, completamente enojado. Cada parte de mi cuerpo vibraba con furia mientras caminaba de un lado a otro en la sala de espera, los músculos tensos, como si fuera incapaz de detenerme. Mi médico de confianza, el doctor Serrano, estaba atendiendo a Alexa en la clínica que había comprado exclusivamente para emergencias familiares. Nadie más podía acceder a ella, y ahora, yo estaba esperando a que me dieran noticias. No podía evitar pensar en cómo había llegado a esto. Todo por esa estúpida, por su falta de obediencia, por provocar una situación que claramente se me había ido de las manos.Maldita sea. No tenía ni idea de que estaba embarazada. Nunca me lo dijo. Si lo hubiera sabido, las cosas podrían haber sido diferentes, pero ella había decidido callarse, seguir con su actitud y hacer lo que quería. Lo que más me enfurecía era que sabía que me estaba provocando, que estaba empujándome al límite para que la golpeara. Pero no, ella nunca entendió. Nunca. Y yo, en m
Alexa Brown Estaba devastada, rota en mil pedazos. Apenas podía procesar lo que me habían dicho: había estado embarazada, y los golpes de Raegan habían arrebatado una vida que ni siquiera sabía que crecía dentro de mí. La rabia y la tristeza se entrelazaban en mi pecho como una soga que me asfixiaba. Ese miserable no se cansaba de lastimarme, una y otra vez, como si su crueldad no tuviera límites. Decidí insistir en volver a casa. Lo único que me daba algo de fuerza era la idea de estar con mis niñas, abrazarlas y fingir, aunque fuera por un momento, que todo estaba bien. También esperaba a Remo, a quien Raegan, finalmente, había accedido a traer nuevamente. Esa promesa era lo único que mantenía mis pies sobre la tierra. Estaba en mi habitación, intentando calmar la tormenta que se desataba dentro de mí, cuando la puerta se abrió sin aviso. Era Carla. Entró con esa actitud altanera que siempre me ponía los nervios de punta. Su cabello perfectamente arreglado, el maquillaje impe