RaeganEstaba fuera de mí, completamente enojado. Cada parte de mi cuerpo vibraba con furia mientras caminaba de un lado a otro en la sala de espera, los músculos tensos, como si fuera incapaz de detenerme. Mi médico de confianza, el doctor Serrano, estaba atendiendo a Alexa en la clínica que había comprado exclusivamente para emergencias familiares. Nadie más podía acceder a ella, y ahora, yo estaba esperando a que me dieran noticias. No podía evitar pensar en cómo había llegado a esto. Todo por esa estúpida, por su falta de obediencia, por provocar una situación que claramente se me había ido de las manos.Maldita sea. No tenía ni idea de que estaba embarazada. Nunca me lo dijo. Si lo hubiera sabido, las cosas podrían haber sido diferentes, pero ella había decidido callarse, seguir con su actitud y hacer lo que quería. Lo que más me enfurecía era que sabía que me estaba provocando, que estaba empujándome al límite para que la golpeara. Pero no, ella nunca entendió. Nunca. Y yo, en m
Alexa Brown Estaba devastada, rota en mil pedazos. Apenas podía procesar lo que me habían dicho: había estado embarazada, y los golpes de Raegan habían arrebatado una vida que ni siquiera sabía que crecía dentro de mí. La rabia y la tristeza se entrelazaban en mi pecho como una soga que me asfixiaba. Ese miserable no se cansaba de lastimarme, una y otra vez, como si su crueldad no tuviera límites. Decidí insistir en volver a casa. Lo único que me daba algo de fuerza era la idea de estar con mis niñas, abrazarlas y fingir, aunque fuera por un momento, que todo estaba bien. También esperaba a Remo, a quien Raegan, finalmente, había accedido a traer nuevamente. Esa promesa era lo único que mantenía mis pies sobre la tierra. Estaba en mi habitación, intentando calmar la tormenta que se desataba dentro de mí, cuando la puerta se abrió sin aviso. Era Carla. Entró con esa actitud altanera que siempre me ponía los nervios de punta. Su cabello perfectamente arreglado, el maquillaje impe
Alexa BrownYo estaba demasiado nerviosa; mi mente no dejaba de dar vueltas al hecho de que Remo estuviera en manos de esos miserables. Elijan, como siempre, no había movido un dedo. La rabia y la impotencia me carcomían, pero al mismo tiempo, el miedo se apoderaba de mí. ¿Qué harían ellos ahora?Finalmente llegó el fin de semana, y para mi horror, habían organizado una maldita fiesta. Era una cena privada con Aldo y su familia obviamente estaría Lorenzo. No quería bajar, ni siquiera abrir la puerta de mi habitación. Me quedé en la cama, abrazada a mis dos hijas, intentando encontrar en su tranquilidad un poco de paz que yo no tenía.Durante esa distracción, mientras los invitados se perdían en su desenfreno, mi mente no dejó de planear. Lo tenía decidido: iba a huir. No podía quedarme más tiempo bajo el control de Elijan ni en esta casa, donde cada esquina parecía un testigo de mi sufrimiento. Mis manos temblaban mientras repasaba una y otra vez los pasos que tenía que dar, sabiendo
Alexa Cuando desperté, el miedo me envolvía. No podía reconocer el lugar en el que estaba. La habitación, lujosa y desconocida, me hizo sentir aún más perdida. Mi cabeza estaba llena de preguntas, pero lo primero que hice fue salir, buscando respuestas. Al bajar las escaleras, el sonido de mis pasos resonó en la casa silenciosa. Y allí estaba él, Lorenzo, sentado en una sala, como si nada hubiera pasado. Viéndolo allí, en esa posición, me invadió una sensación de traición indescriptible. ¿Cómo pudo? —Tú nos vendiste, miserable... dije, mi voz temblando de ira, mientras me acercaba a él y le soltaba una bofetada. Mi mano ardía, pero la rabia no se desvanecía. —¿Quién te pagó? Dime, Lorenzo. Él se quedó en silencio por un momento, su rostro tenso por el golpe. No respondió de inmediato, pero el dolor en su mirada me dejó más confundida aún. De repente, alguien pronunció mi nombre. —Alexa... Me giré rápidamente, el sonido familiar de mi nombre me hizo detener el corazón en
Subí las escaleras con el corazón acelerado, rumbo a la habitación donde estaban mis dos pequeñas. Al entrar, lo primero que vi fue a Iris corriendo hacia Elijan con una sonrisa radiante, como si lo conociera de toda la vida. Lo abrazó con una intensidad que me dejó sin palabras, como si en lo más profundo de su ser supiera que él era su padre. Fue un momento tan emotivo que sentí un nudo formarse en mi garganta, incapaz de contener la avalancha de emociones. —Elijan —dijo Iris con inocencia, sus pequeñas manos aferrándose al cuello de Elijan. Él la abrazó con fuerza, cerrando los ojos como si quisiera grabar ese instante en su memoria. Su expresión estaba cargada de una mezcla de amor, culpa y alivio. Yo permanecía en la puerta, observando en silencio, hasta que Rubí, mi pequeña más tímida, se acercó a mí con pasos vacilantes. —Mami... ¿dónde estamos? —preguntó Rubí, su vocecita llena de confusión. La levanté en brazos y la abracé con fuerza, besando su cabello oscuro. Sentía
Estaba completamente molesta, sintiendo como si la frustración y el encierro estuvieran devorándome viva. Llevaba más de dos días en la mansión de Lorenzo, mantenida prácticamente como una prisionera por Elijan. Me paseaba por la habitación con pasos nerviosos, mordiéndome las uñas y lanzando miradas furiosas hacia la puerta, esperando respuestas que nunca llegaban. Sin embargo, todo cambió en un instante cuando la puerta se abrió y vi a Elijan entrar... y detrás de él, a mi pequeño Remo. Mi corazón dio un vuelco. Por un momento, todo el enojo y la tensión desaparecieron, reemplazados por una emoción tan intensa que me hizo sentir débil. Corrí hacia él con lágrimas en los ojos, incapaz de contenerme. —¡Remo! —grité, mientras lo abrazaba con fuerza. Su pequeño cuerpo era cálido y reconfortante, y el aroma familiar de su cabello me llenó de alivio. Lo miré detenidamente, notando cómo su cabello oscuro enmarcaba su rostro perfecto y esos ojos grises, tan profundos y expresivos, q
Ya los niños se habían dormido, y yo me encontraba desnuda entre los brazos de Elijan. Su piel ardía contra la mía, y no dejaba de besarme con una devoción que me hacía temblar. Había pasado tanto tiempo sin sentirlo así, sin compartir este nivel de intimidad. Más de tres años sin mi Elijan. Su ausencia había sido un vacío que finalmente se llenaba. —Mi amor, ven con nosotros, te lo suplico... —le rogué, mi voz apenas un susurro cargado de desesperación. Elijan dejó de besarme por un momento. Sus ojos estaban llenos de un conflicto interno que no podía ignorar. —No puedo, Alexa... —respondió, su voz quebrada. Mi pecho se oprimió al escuchar esas palabras. Lo miré con una mezcla de confusión y angustia. —Dime la verdad, Elijan. Dime qué está pasando —insistí, aferrándome a su rostro, buscando respuestas en su mirada. Él respiró profundamente, como si estuviera a punto de soltar un peso que llevaba demasiado tiempo cargando. —¿Recuerdas que mi familia fue asesinada hace añ
Han pasado meses desde que me encuentro en una ciudad lejana de Rusia. Aquí estoy, aislada del mundo, con los mellizos e Iris en un departamento custodiado por hombres que parecen más sombras que personas. Cada rincón de este lugar grita confinamiento; apenas puedo asomarme por las ventanas sin sentir las miradas vigilantes de los guardias. También está la nana, siempre ocupada, siempre vigilante, pero con un aire frío que no invita a confiar. Nuestra rutina es monótona, casi inhumana. Los empleados traen comida todos los días, pero sus rostros nunca reflejan más que el deber. Prácticamente no salimos de este departamento, atrapados en un mundo de paredes grises y pasillos silenciosos. A veces me asomo a la televisión, buscando un escape, pero lo único que encuentro son noticias sombrías: los Stravos, la familia que alguna vez fue intocable, está cayendo en desgracia. Negocios ilícitos descubiertos, propiedades confiscadas, y varios de ellos en la mira de las autoridades. La ruina l