Han pasado meses desde que me encuentro en una ciudad lejana de Rusia. Aquí estoy, aislada del mundo, con los mellizos e Iris en un departamento custodiado por hombres que parecen más sombras que personas. Cada rincón de este lugar grita confinamiento; apenas puedo asomarme por las ventanas sin sentir las miradas vigilantes de los guardias. También está la nana, siempre ocupada, siempre vigilante, pero con un aire frío que no invita a confiar. Nuestra rutina es monótona, casi inhumana. Los empleados traen comida todos los días, pero sus rostros nunca reflejan más que el deber. Prácticamente no salimos de este departamento, atrapados en un mundo de paredes grises y pasillos silenciosos. A veces me asomo a la televisión, buscando un escape, pero lo único que encuentro son noticias sombrías: los Stravos, la familia que alguna vez fue intocable, está cayendo en desgracia. Negocios ilícitos descubiertos, propiedades confiscadas, y varios de ellos en la mira de las autoridades. La ruina l
Raegan StravosEstaba completamente enojado. La rabia me hervía las venas, y no podía confiar en nadie. Había perdido el control de mi presidencia, y los malditos traidores me rodeaban por todas partes. Mi padre, un estorbo que ya no significaba nada para mí, había sido llevado lejos, pero ni siquiera me importaba en lo más mínimo. Lo único que me importaba, lo único que realmente me importaba, era encontrar a mi hija. Rubí. Esa era mi obsesión. Esa niña es la razón por la que sigo en pie. Nadie va a arrebatarme lo que me pertenece. Alexa... esa puta traidora... morirá. No hay duda de eso. Su traición tiene que ser vengada. No importa lo que cueste. Nada ni nadie se interpondrá en mi camino. Ahora, aquí estoy, con Aldo Miller. Gobernador de mi partido, uno de mis mejores amigos, o eso creía yo hasta ahora. Aldo no es como Ricardo, ese miserable que maté hace años junto con la perra de su esposa. Aldo es un imbécil, un manipulable. Puedo hacer con él lo que quiera. Es como una herr
Elijan Morgan La ira hervía en mi interior. Cada palabra de Lorenzo era como un puñal clavándose más profundo en mi conciencia. Raegan había ido demasiado lejos: había matado a la madre de mi mujer, enviándole fotografías grotescas de su crimen, y había acabado con Fran y Aldo. Lorenzo estaba destrozado; Fran era su hermana menor, y su pérdida resonaba en todos los Bianchi como un eco ensordecedor. —Mi padre y varios miembros de mi familia quieren sangre —me dijo Lorenzo con voz tensa, su rostro marcado por el dolor y la rabia contenida—. Pero si Giana está muerta, me temo que todo será peor para ti. Lo miré fijamente, tratando de descifrar sus palabras. —¿De qué hablas? —pregunté, el tono de mi voz endurecido por la tensión. Lorenzo suspiró profundamente, como si lo que estaba por decirle pesara como una losa sobre sus hombros. —En la mafia italiana existe una ley antigua que se llama "sangre por sangre". Si alguien mata a un hijo, la única forma de retribución es con la
Alexa Brown Estaba en la sala con mis tres pequeños, disfrutando de uno de esos raros momentos de tranquilidad que últimamente parecían tan lejanos. Los gemelos reían mientras trataban de armar un rompecabezas, y la más pequeña, aún en mis brazos, jugaba con mis dedos, soltando pequeñas carcajadas que llenaban la habitación de calidez. Era uno de esos instantes en los que todo parecía estar bien, aunque solo fuera por un momento. De repente, unos golpes en la puerta rompieron la calma. Fueron firmes, insistentes, casi amenazantes. Mi corazón dio un vuelco, pero traté de mantener la compostura mientras dejaba a la bebé en su cuna portátil. Me acerqué a la puerta, pero antes de abrir, observé por la mirilla. Tres hombres corpulentos estaban de pie, sus rostros serios, casi inexpresivos. Abrí la puerta con cautela, dejando solo un pequeño espacio para asomarme. —¿Puedo ayudarlos? —pregunté, tratando de sonar más firme de lo que me sentía. — ¿Dónde están mis escoltas? Uno de ell
Raegan Stravos Me encontraba en el carro, con mi pequeña Rubí entre mis brazos. El sol comenzaba a ponerse, y la luz cálida se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente acogedor. No podía evitar llenarla de besos, cada uno más lleno de amor y ternura que el anterior. Su risa, tan inocente, llenaba el aire, y mi corazón se derretía ante la dulzura de su voz. —Te extrañé, princesa... —le dije, mi voz suave, llena de una emoción que solo un padre podía sentir. Ella sonrió, con sus ojitos brillando, y sus pequeñas manos se aferraron a mi camisa mientras respondía, su voz suave y confiada. —Yo también, papi. —sus palabras me llenaron de una calidez que no sabía cómo describir. Era como si todo en el mundo tuviera sentido solo por tenerla a ella cerca. —Papi tiene un hermoso regalo para ti — Le entregué una muñeca — Siempre llevala contigo, hermosa. El amor por mi hija era un fuego que no podía apagarse, y cada momento con ella me recordaba lo que realmente importa
Elijan MorganTenía al miserable frente a mí, su rostro ensangrentado y su sonrisa burlona alimentaban mi furia. No me había cansado de golpearlo, no después de todo lo que le había hecho a mi mujer, a mi Alexa. Él la había abusado, la había lastimado de maneras que no podía perdonar ni olvidar. Había arrancado tres años de mi vida, tres años de distancia entre mis hijos y yo. Y aún así, ese infeliz seguía riéndose, como si su vida no estuviera pendiendo de un hilo.—¿De qué mierda te ríes? —le solté, mi voz cargada de odio mientras lo agarraba de la camisa y lo empujaba contra la pared.Raegan apenas levantó la cabeza, su sonrisa torcida aún presente, y escupió sangre al suelo antes de hablar.—De ti, Elijan. Eres un idiota, un imbécil que cree que puede salvar a todos. Pero no puedes... porque yo ya lo arruiné todo.Mis puños temblaban de la rabia contenida, y di un paso hacia él, dispuesto a terminar lo que había empezado. Pero entonces, Lorenzo, quien estaba a mi lado y compartía
Alexa Brown No quise pensar más en Raegan. Era un capítulo oscuro, una herida que prefería mantener cerrada. Sabía que había muerto, pero Elijan nunca me dio detalles, y yo jamás insistí. La verdad no cambiaría el hecho de que él ya no estaba en mi vida, ni tampoco la paz que intentaba construir con lo que quedaba de mí. Mi madre también había muerto, la sepultamos entre lágrimas y recuerdos, en el pequeño cementerio de la ciudad que solíamos visitar cuando era niña. Ahora estaba aquí, en la mansión que perteneció a la familia de Elijan, tratando de encontrar algo que se pareciera a la felicidad junto a él y nuestros tres hijos. Remo y Rubí llevaban oficialmente el apellido Morgan, igual que Iris. A pesar de todo, el peso de los años y de las heridas que cargábamos, parecía que el cambio de apellido había sido algo natural para Remo e Iris. Ellos aceptaron a Elijan con una facilidad que me sorprendió, especialmente Remo, que incluso lo buscaba para conversar o pedir consejo. Pero
Regina Stravos. Desde que nací, siempre me he sentido fuera de lugar en mi familia. Mi padre es un hombre cruel, de mirada fría y palabras hirientes. Apenas si me ha mostrado algún indicio de afecto, y cuando lo hace, es tan superficial que apenas lo reconozco. Es como si su amor estuviera reservado para otros, nunca para mí. Mi madre, por otro lado, está completamente enamorada de él. Vive para complacerlo, obedeciendo sus órdenes como una sombra. Es todo lo que yo no quiero ser, una mujer que se pierde en su sumisión, que renuncia a su propia identidad por él. Mi hermana Renata, si es que se le puede llamar así, me odia. No hay una razón clara para su desprecio, pero lo siento en cada uno de sus gestos, en cada palabra fría o cruel que me lanza, como si mi mera existencia fuera una ofensa para ella. A veces, me pregunto si ella misma sabe por qué me odia, o si simplemente aprendió a hacerlo de manera instintiva, siguiendo el ejemplo de un padre que nunca mostró amor por mí. Lo