Raegan Stravos Me encontraba en el carro, con mi pequeña Rubí entre mis brazos. El sol comenzaba a ponerse, y la luz cálida se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente acogedor. No podía evitar llenarla de besos, cada uno más lleno de amor y ternura que el anterior. Su risa, tan inocente, llenaba el aire, y mi corazón se derretía ante la dulzura de su voz. —Te extrañé, princesa... —le dije, mi voz suave, llena de una emoción que solo un padre podía sentir. Ella sonrió, con sus ojitos brillando, y sus pequeñas manos se aferraron a mi camisa mientras respondía, su voz suave y confiada. —Yo también, papi. —sus palabras me llenaron de una calidez que no sabía cómo describir. Era como si todo en el mundo tuviera sentido solo por tenerla a ella cerca. —Papi tiene un hermoso regalo para ti — Le entregué una muñeca — Siempre llevala contigo, hermosa. El amor por mi hija era un fuego que no podía apagarse, y cada momento con ella me recordaba lo que realmente importa
Elijan MorganTenía al miserable frente a mí, su rostro ensangrentado y su sonrisa burlona alimentaban mi furia. No me había cansado de golpearlo, no después de todo lo que le había hecho a mi mujer, a mi Alexa. Él la había abusado, la había lastimado de maneras que no podía perdonar ni olvidar. Había arrancado tres años de mi vida, tres años de distancia entre mis hijos y yo. Y aún así, ese infeliz seguía riéndose, como si su vida no estuviera pendiendo de un hilo.—¿De qué mierda te ríes? —le solté, mi voz cargada de odio mientras lo agarraba de la camisa y lo empujaba contra la pared.Raegan apenas levantó la cabeza, su sonrisa torcida aún presente, y escupió sangre al suelo antes de hablar.—De ti, Elijan. Eres un idiota, un imbécil que cree que puede salvar a todos. Pero no puedes... porque yo ya lo arruiné todo.Mis puños temblaban de la rabia contenida, y di un paso hacia él, dispuesto a terminar lo que había empezado. Pero entonces, Lorenzo, quien estaba a mi lado y compartía
Alexa Brown No quise pensar más en Raegan. Era un capítulo oscuro, una herida que prefería mantener cerrada. Sabía que había muerto, pero Elijan nunca me dio detalles, y yo jamás insistí. La verdad no cambiaría el hecho de que él ya no estaba en mi vida, ni tampoco la paz que intentaba construir con lo que quedaba de mí. Mi madre también había muerto, la sepultamos entre lágrimas y recuerdos, en el pequeño cementerio de la ciudad que solíamos visitar cuando era niña. Ahora estaba aquí, en la mansión que perteneció a la familia de Elijan, tratando de encontrar algo que se pareciera a la felicidad junto a él y nuestros tres hijos. Remo y Rubí llevaban oficialmente el apellido Morgan, igual que Iris. A pesar de todo, el peso de los años y de las heridas que cargábamos, parecía que el cambio de apellido había sido algo natural para Remo e Iris. Ellos aceptaron a Elijan con una facilidad que me sorprendió, especialmente Remo, que incluso lo buscaba para conversar o pedir consejo. Pero
Regina Stravos. Desde que nací, siempre me he sentido fuera de lugar en mi familia. Mi padre es un hombre cruel, de mirada fría y palabras hirientes. Apenas si me ha mostrado algún indicio de afecto, y cuando lo hace, es tan superficial que apenas lo reconozco. Es como si su amor estuviera reservado para otros, nunca para mí. Mi madre, por otro lado, está completamente enamorada de él. Vive para complacerlo, obedeciendo sus órdenes como una sombra. Es todo lo que yo no quiero ser, una mujer que se pierde en su sumisión, que renuncia a su propia identidad por él. Mi hermana Renata, si es que se le puede llamar así, me odia. No hay una razón clara para su desprecio, pero lo siento en cada uno de sus gestos, en cada palabra fría o cruel que me lanza, como si mi mera existencia fuera una ofensa para ella. A veces, me pregunto si ella misma sabe por qué me odia, o si simplemente aprendió a hacerlo de manera instintiva, siguiendo el ejemplo de un padre que nunca mostró amor por mí. Lo
Michael Foster Desde que nací, mi vida ha sido complicada. Soy el primero de tres hijos, el primogénito de los Foster, una familia honorable y adinerada. Mi madre nos amaba profundamente a mi padre, a mis hermanos, y a mí, pero un día se cansó. Se hartó de las múltiples infidelidades de mi padre, de las apariencias, y decidió marcharse. Nos abandonó. Julia y Diego, mis hermanos menores, no lo recuerdan; eran demasiado pequeños. Pero yo sí. Aún puedo sentir la calidez de su último abrazo antes de que desapareciera de nuestras vidas. Fue un año horrible. Mi padre, herido en su orgullo y furioso con la vida, se refugió en su trabajo, volcándose completamente en su ambición. Ese mismo año comenzó a preparar su primera candidatura presidencial, aliándose con su mejor amigo y abogado, Elliot Morgan. Sin embargo, todo se derrumbó. Un grupo de narcotraficantes asesinó a Elliot, a su esposa y a su hija. Fue un golpe devastador. Desde ese momento, mi padre se llenó de culpa, como si la tr
Regina Stravos No sabía qué había hecho mi hermano para convencer a Alexa de casarse con él, pero aquí estábamos. La ceremonia seguía su curso en medio de la fastuosidad que Raegan había orquestado. Yo observaba todo desde mi lugar, sintiendo un nudo en la garganta mientras Alexa, vestida de blanco, se veía hermosa pero abatida. Sus ojos, vacíos de alegría, delataban su desdicha. Me sentía culpable. Culpable porque sabía, en lo más profundo, que algo terrible se escondía tras este matrimonio forzado. —Alexa, ¿aceptas a Raegan Stravos como tu esposo? —preguntó el cura, su voz solemne retumbando en la iglesia. La tensión se hizo palpable. Alexa bajó la mirada, sus labios temblaban, incapaz de responder. —Mi esposa está emocionada; por supuesto que acepta —intervino Raegan con esa sonrisa fría y calculadora que tanto detestaba. Sujetó su brazo con fuerza, dejándole claro que no había opción para ella. Una punzada de rabia atravesó mi pecho, pero antes de que pudiera reacciona
Regina Stravos No lograba dejar de llorar. El peso de la traición me aplastaba el pecho, y cada sollozo que escapaba de mis labios era un recordatorio cruel de lo que había hecho. Alexa me odiaba. Ella era la única amiga que yo había tenido, mi mejor amiga, y yo la había traicionado de la manera más dolorosa. El vacío en mi pecho era inmenso, y las lágrimas no dejaban de caer, inundando mi rostro con la rabia y la desesperación que sentía. Me encontraba en mi habitación, frente a mi maleta, tratando de meter algunas prendas sin mucha organización. Mis manos temblaban, incapaces de encontrar la calma que tanto necesitaba. Cada cosa que metía en la maleta me recordaba lo que había perdido, lo que había hecho mal. Me sentía vacía, como si todo lo que había creído en mi vida se desmoronara de un solo golpe. De repente, escuché un golpe suave en la puerta antes de que se abriera lentamente. Raegan apareció en el umbral, su presencia fuerte y definitiva. Me miró en silencio por un mo
Regina Stravos Cuando desperté, me sentía completamente desorientada. La habitación era extraña, sombría, y apenas entraba el sol por una pequeña ventana. Mi mente estaba nublada, un revoltijo de recuerdos confusos. Recordaba haber estado en una cafetería, con Diego a mi lado, y luego... luego sentí que me mareaba, el café en mis manos resbalaba, y la oscuridad me había invadido rápidamente. Todo había ocurrido demasiado rápido, y ahora, aquí estaba, en un lugar que no reconocía. Abrí los ojos lentamente, como si mi cuerpo necesitara un tiempo para reaccionar. Al principio, no veía nada con claridad, solo sombras borrosas. Sin embargo, al enfocar mi vista, pude distinguir la silueta de un hombre acercándose. Mis ojos se ajustaron rápidamente, y entonces lo vi claramente. Era un hombre alto, con una presencia imponente, su rostro duro, casi frío. Tenía el cabello oscuro y sus ojos... esos ojos grises e intensos que me atravesaron como cuchillos. Mis entrañas se retorcieron. No pod