Regina Stravos No lograba dejar de llorar. El peso de la traición me aplastaba el pecho, y cada sollozo que escapaba de mis labios era un recordatorio cruel de lo que había hecho. Alexa me odiaba. Ella era la única amiga que yo había tenido, mi mejor amiga, y yo la había traicionado de la manera más dolorosa. El vacío en mi pecho era inmenso, y las lágrimas no dejaban de caer, inundando mi rostro con la rabia y la desesperación que sentía. Me encontraba en mi habitación, frente a mi maleta, tratando de meter algunas prendas sin mucha organización. Mis manos temblaban, incapaces de encontrar la calma que tanto necesitaba. Cada cosa que metía en la maleta me recordaba lo que había perdido, lo que había hecho mal. Me sentía vacía, como si todo lo que había creído en mi vida se desmoronara de un solo golpe. De repente, escuché un golpe suave en la puerta antes de que se abriera lentamente. Raegan apareció en el umbral, su presencia fuerte y definitiva. Me miró en silencio por un mo
Regina Stravos Cuando desperté, me sentía completamente desorientada. La habitación era extraña, sombría, y apenas entraba el sol por una pequeña ventana. Mi mente estaba nublada, un revoltijo de recuerdos confusos. Recordaba haber estado en una cafetería, con Diego a mi lado, y luego... luego sentí que me mareaba, el café en mis manos resbalaba, y la oscuridad me había invadido rápidamente. Todo había ocurrido demasiado rápido, y ahora, aquí estaba, en un lugar que no reconocía. Abrí los ojos lentamente, como si mi cuerpo necesitara un tiempo para reaccionar. Al principio, no veía nada con claridad, solo sombras borrosas. Sin embargo, al enfocar mi vista, pude distinguir la silueta de un hombre acercándose. Mis ojos se ajustaron rápidamente, y entonces lo vi claramente. Era un hombre alto, con una presencia imponente, su rostro duro, casi frío. Tenía el cabello oscuro y sus ojos... esos ojos grises e intensos que me atravesaron como cuchillos. Mis entrañas se retorcieron. No pod
Michael Foster Estaba sentado en la sala de aquella vieja mansión, con la mirada fija en el fuego que ardía en la chimenea. La luz de las llamas iluminaba tenuemente la habitación, pero en mi mente todo seguía sumido en la oscuridad. Había demasiadas voces resonando en mi cabeza, todas gritando lo mismo: venganza. Ella estaba en la habitación de arriba, encerrada, como una prisionera. Regina Stravos. Su nombre me hacía apretar los dientes. Esa familia m*****a había destrozado la mía, quitándome a mi padre y a Elijan, mi mejor amigo, como si sus vidas no valieran nada. No obstante, cuando cerraba los ojos, lo primero que veía no era el rostro de mi padre ni el cuerpo ensangrentado de Elijan. Era ella. Regina. Esa m*****a cabellera dorada que brillaba como si atrapara el sol, esos ojos verdes que parecían tan inocentes, tan ajenos al horror que había desatado su familia. Esa cara de niña buena que era una mentira, una máscara. Me hervía la sangre con solo pensar en lo fácil que debía
Regina StravosHabía perdido la noción del tiempo. Calculaba que llevaba al menos dos días esposada, inmovilizada en esta cama que se había convertido en mi prisión. Al principio, había gritado hasta quedarme sin voz, pero mis súplicas y protestas habían sido inútiles. La única persona que cruzaba la puerta era una mujer del servicio, siempre silenciosa, que me traía las tres comidas del día y me ayudaba a ir al baño.Lo único que me había dicho fue que Michael no estaba.Al escuchar eso, un sentimiento contradictorio me invadió. Parte de mí se sentía aliviada, pensando que quizá su ausencia significaría un respiro. Pero otra parte, una más oscura, sabía que su regreso podía ser aún peor.Estaba perdida en esos pensamientos cuando la puerta se abrió de golpe. Al instante, me puse alerta.—¿Qué…? —balbuceé, con la garganta seca, al ver entrar a Julia.No estaba sola. Dos hombres enormes la acompañaban, escoltas, con rostros pétreos y movimientos intimidantes. Su presencia me llenó de u
Michael Foster Había vuelto a Estados Unidos solo para encontrarme con más muerte, más sangre. Ricardo el excandidato a gobernador y exesposo de Alexa , el hombre de confianza de Raegan Stravos, había sido asesinado, y con él, su esposa embarazada. La noticia me dejó una sensación amarga. Aunque detestaba a Raegan, no podía evitar preguntarme si ese asesinato no había sido otra jugada sucia de su parte. Ese bastardo no conoce límites, pero tarde o temprano caerá. Me aseguraré de ello. De vuelta en Italia, apenas bajé del avión, me dirigí directamente a la clínica privada que había contratado para mantener a Elijan con vida. Era un lugar discreto, exclusivo, donde el dinero compraba silencio y confidencialidad. Oficialmente, mi amigo estaba muerto, lo cual era necesario para protegerlo. Nadie podía saber que seguía aquí, con un nombre falso y en condiciones críticas. Entré en la habitación donde Elijan permanecía conectado a varios aparatos. Era extraño verlo así, inmóvil, vulnerabl
Michael Foster La semana se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Mis días giraban alrededor de Regina, monitoreando cada detalle, cada respiración, asegurándome de que nadie más que yo tuviera acceso a su cuerpo o su recuperación. Durante el día, la enfermera que contraté —y que mantenía bajo una amenaza que no se atrevería a desafiar— se encargaba de los cuidados básicos. Pero las noches eran mías. Solo yo aplicaba las cremas en su piel, tocándola con esa mezcla de devoción y posesión que no podía evitar sentir. Cada vez que sus labios se movían para murmurar algo en su inconsciencia, mi atención se intensificaba. No me importaba perder sueño; verla mejorar, incluso lentamente, era suficiente recompensa. Esa noche, cuando finalmente abrió los ojos y me miró con una mezcla de desconcierto y miedo, mi corazón dio un vuelco. —¿Dónde estoy? —preguntó, su voz apenas un susurro. La confusión en su rostro era evidente. Estaba perdida, vulnerable, y lo sabía. Era mi oportunidad pa
ReginaMis gritos resonaban en las paredes, pero nadie venía a detenerme. Sentía la rabia en mi pecho, un fuego ardiente que no podía extinguirse. Estaba furiosa. Ese maldito Michael Foster había cruzado la línea. El recuerdo de su beso forzado seguía quemando mi piel, un acto que no lograba borrar de mi mente. ¿Qué quería de mí? ¿Por qué este juego cruel? No lo sabía, pero lo odiaba con cada fibra de mi ser.Después de un día completo encerrada, escuché el sonido de la llave girando en la cerradura. La puerta se abrió lentamente, y lo primero que vi fue a Julia. Instintivamente, retrocedí unos pasos, mi cuerpo reaccionando antes de que mi mente pudiera procesarlo.—Quédate lejos de mí, Julia. —Advertí, con un tono que intentaba sonar firme, aunque sentía cómo las piernas me temblaban.Ella me miró con desdén, cruzándose de brazos mientras cerraba la puerta tras de sí.—Tranquila, Regina. No puedo lastimarte, aunque ganas no me faltan. —Dijo con frialdad, aunque algo en su mirada pare
MichaelEstaba sentado en la sala con Roberta, mi prometida, una mujer que muchos envidiarían tener a su lado. Con su cabello castaño cayendo en ondas perfectas y esos ojos oscuros llenos de misterio, era la definición de elegancia y belleza. Su risa resonaba en el aire mientras jugueteaba con los botones de mi camisa, ajena al caos que vivía en mi mente.Llevábamos más de un año juntos y, en otro momento, habría disfrutado su compañía sin preocuparme por nada más. Era la hija de un hombre poderoso, un socio estratégico para mi familia, y la conexión que tenía con ella me había beneficiado en más de un sentido. Pero desde la muerte de mi padre, todo había cambiado.Solo podía pensar en la venganza.—Siempre estás tan tenso últimamente —dijo Roberta, su voz melosa llenando el espacio mientras se acercaba más. Sus dedos trazaron líneas lentas sobre mi pecho.—Es lo que pasa cuando la vida te golpea como lo ha hecho conmigo —respondí, intentando parecer relajado, aunque mi mente estaba a