MichaelEstaba sentado en la sala con Roberta, mi prometida, una mujer que muchos envidiarían tener a su lado. Con su cabello castaño cayendo en ondas perfectas y esos ojos oscuros llenos de misterio, era la definición de elegancia y belleza. Su risa resonaba en el aire mientras jugueteaba con los botones de mi camisa, ajena al caos que vivía en mi mente.Llevábamos más de un año juntos y, en otro momento, habría disfrutado su compañía sin preocuparme por nada más. Era la hija de un hombre poderoso, un socio estratégico para mi familia, y la conexión que tenía con ella me había beneficiado en más de un sentido. Pero desde la muerte de mi padre, todo había cambiado.Solo podía pensar en la venganza.—Siempre estás tan tenso últimamente —dijo Roberta, su voz melosa llenando el espacio mientras se acercaba más. Sus dedos trazaron líneas lentas sobre mi pecho.—Es lo que pasa cuando la vida te golpea como lo ha hecho conmigo —respondí, intentando parecer relajado, aunque mi mente estaba a
Regina Stravos Trabajé durante todo el día en la mansión, y tenía el doble de trabajo porque Julia y la mujer de Michael me trataban terriblemente mal. Me gritaban, me insultaban, y se aseguraban de que no tuviera un solo momento de descanso. A pesar de todo, finalmente llegó la noche. Exhausta, me acosté en mi cama. Afuera, la tormenta rugía con fuerza; la lluvia golpeaba las ventanas y el sonido del viento se colaba por las rendijas. Cerré los ojos, pero el cansancio no fue suficiente para evitar las pesadillas. Recordé aquel momento. Tenía catorce años y él era mucho mayor. Jamás debí caer en su trampa, ese miserable me robo la inocencia Las imágenes eran vívidas, como si estuviera ocurriendo de nuevo. Sentí el peso de su cuerpo, el asco, el dolor, la impotencia. Intenté gritar, pero no salía ningún sonido de mi garganta. Era mi culpa. Lo pensé entonces, y lo sigo pensando ahora. Temblaba, sudaba frío. Yo tenía tanto miedo. De pronto, desperté con un grito ahogado, las lágr
Regina StravosDespués de una noche de pesadillas y consuelo inesperado, desperté sintiéndome un poco más tranquila. Quizás fue el abrazo de Diego, o simplemente el cansancio acumulado que me obligó a dejar de llorar.Me arreglé rápidamente y bajé a desayunar, esperando que este día fuera menos caótico que los anteriores. Pero, como siempre, la paz era un lujo en esta casa.Mientras colocaba un plato en la mesa, Julia apareció como una tormenta, con su característico aire de superioridad.—Sigues aquí, Regina. ¿No tienes vergüenza? —dijo, cruzando los brazos mientras me miraba con desdén. —Eres una maldita coqueta, siempre tratando de llamar la atención de mis hermanos. ¡Eres una basura!La ignoré al principio, tratando de no perder la paciencia, pero Julia nunca sabía cuándo detenerse.—Mírate, arrastrándote por esta casa como si fueras algo más que una simple Stravos. Michael debería haber acabado contigo hace tiempo.No me controle y le pegué una bofetada, Roberta hizo acto de pres
Michael FosterLa observaba dormir, como todas las noches desde que la traje aquí. Se veía increíblemente hermosa, aún en su descanso. Su cabello dorado caía suavemente sobre la almohada, y su piel, tan suave, reflejaba la luz de la lámpara que dejé encendida. Me quedé allí por un momento, en silencio, observándola. Pero algo me llamó la atención.De repente, sus labios se movieron. —No, no me toque, no padrino, te lo ruego.Una punzada de rabia recorrió mi cuerpo al escuchar esas palabras. Maldita sea. No necesitaba ser un genio para saber que alguien la había lastimado. ¿Quién diablos se atrevió a ponerle una mano encima a Regina?Me acerqué lentamente a la cama, mis pasos suaves pero cargados de furia. Mi corazón latía con fuerza mientras la observaba temblar en su sueño, claramente atormentada por recuerdos dolorosos. La ira me consumía. —Ese hijo de puta que le hizo eso… lo pagará con sangre—murmuré entre dientes.Le acaricié la mejilla con cuidado, tratando de calmarla, aunque
Regina Stravos Me desperté lentamente, sintiendo el calor de las sábanas sobre mi piel. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba sola. Mi respiración se detuvo por un momento, el pánico recorriéndome, pero al abrir los ojos y ver la figura a mi lado, mi mente empezó a ordenar las piezas. Michael. Estaba allí, acostado junto a mí, sin mostrar la frialdad que usualmente me aterraba. Recordé todo lo que había sucedido la noche anterior. Había sido la primera vez en mucho tiempo que había hablado de lo que había pasado, de lo que me había marcado para siempre. La vergüenza aún me quemaba, como si mi alma se hubiera expuesto por completo, vulnerable. Nunca antes había hablado con nadie sobre eso. Nadie. Y ahora él lo sabía. Sin embargo, cuando me di cuenta de que no me sentía rechazada, algo cambió en mí. Michael se comportaba de manera diferente, casi… cariñoso. Había algo en su actitud que me desconcertaba, algo que no me esperaba de él. El hombre que había sido tan frío,
Michael Foster Apenas pisé Estados Unidos, ya sabía lo que debía hacer. No era solo venganza; esto era justicia, a mi manera. Reuní a mis hombres, aquellos en quienes siempre confío para este tipo de trabajos. Me vestí de negro, con el pasamontañas que ocultaba mi identidad, y me subí a la camioneta junto a ellos. La operación estaba planeada al detalle. Sabíamos exactamente dónde interceptaríamos al maldito de Carlos Miller, el supuesto "mejor amigo" de Lucas Stravos y el desgraciado padrino de Regina. Solo pensar en lo que le había hecho me hervía la sangre. Siempre había usado al Cóndor como mi máscara, la figura que el mundo conocía como un vigilante implacable, alguien que entregaba narcotraficantes a la policía y rescataba víctimas de trata. Era mi forma de equilibrar el infierno en el que me movía. Pero esta vez no se trataba de negocios ni de justicia universal. Esto era personal. Ese bastardo se había metido con algo que me pertenecía.Me limpié las manos con calma, ignora
Regina Stravos He estado nerviosa durante horas. Julia apenas me dirige la palabra, lo cual es un alivio, pero Diego... él no deja de acercarse. Ahora mismo está sentado frente a mí, mirándome con esa sonrisa encantadora que siempre usa para desarmar a cualquiera. —¿Cómo te sientes? —me pregunta con suavidad. Intento ser amable, pero mi tono es cortante. —Estoy bien, gracias. Sé que no debería ser grosera. Después de todo, no es su culpa lo que pasa aquí. Pero no puedo evitar sentirme culpable cada vez que lo miro. Besar a Michael, su hermano, fue un error, y siento que todos lo saben aunque no hayan dicho nada. —Dime la verdad, Regina —insiste, inclinándose hacia mí. ¿Qué quiere escuchar? No puedo decirle lo que realmente pienso. Pero entonces él ríe, una risa ligera y despreocupada, como si estuviera divirtiéndose con mi incomodidad. —Regi, durante el último año en cada fiesta, cada reunión familiar, he visto cómo Michael y tú se miran. —¿Qué? No sé de qué hablas... —
Regina Stravos No dejé de pensar en lo que me contó Michael. La noche fue un tormento, con pesadillas horribles que parecían no tener fin. Al día siguiente me desperté temprano, pero antes de levantarme de la cama, él apareció con una sonrisa y una caja de chocolates en la mano, mis favoritos. —Te los compré en mi viaje —dijo, como si el gesto fuera suficiente para borrar todo. Luego, con un tono más serio, añadió—: Regina, lamento mucho cómo comenzaron las cosas entre nosotros. Lo miré incrédula, sentándome en la cama mientras sostenía la caja de chocolates. —¿Te refieres a secuestrarme y humillarme? —repliqué con sarcasmo, levantando una ceja—. ¿De verdad crees que unos chocolates van a arreglar eso? Michael suspiró, sentándose en la silla junto a la cama, como si estuviera preparado para enfrentarme. —Sé que no es suficiente, Regina, pero no sé cómo compensarte. Estoy tratando de hacer las cosas de una forma distinta. —¿Distinta? —solté una risa amarga—. Michael, ¿t