Michael Foster Apenas pisé Estados Unidos, ya sabía lo que debía hacer. No era solo venganza; esto era justicia, a mi manera. Reuní a mis hombres, aquellos en quienes siempre confío para este tipo de trabajos. Me vestí de negro, con el pasamontañas que ocultaba mi identidad, y me subí a la camioneta junto a ellos. La operación estaba planeada al detalle. Sabíamos exactamente dónde interceptaríamos al maldito de Carlos Miller, el supuesto "mejor amigo" de Lucas Stravos y el desgraciado padrino de Regina. Solo pensar en lo que le había hecho me hervía la sangre. Siempre había usado al Cóndor como mi máscara, la figura que el mundo conocía como un vigilante implacable, alguien que entregaba narcotraficantes a la policía y rescataba víctimas de trata. Era mi forma de equilibrar el infierno en el que me movía. Pero esta vez no se trataba de negocios ni de justicia universal. Esto era personal. Ese bastardo se había metido con algo que me pertenecía.Me limpié las manos con calma, ignora
Regina Stravos He estado nerviosa durante horas. Julia apenas me dirige la palabra, lo cual es un alivio, pero Diego... él no deja de acercarse. Ahora mismo está sentado frente a mí, mirándome con esa sonrisa encantadora que siempre usa para desarmar a cualquiera. —¿Cómo te sientes? —me pregunta con suavidad. Intento ser amable, pero mi tono es cortante. —Estoy bien, gracias. Sé que no debería ser grosera. Después de todo, no es su culpa lo que pasa aquí. Pero no puedo evitar sentirme culpable cada vez que lo miro. Besar a Michael, su hermano, fue un error, y siento que todos lo saben aunque no hayan dicho nada. —Dime la verdad, Regina —insiste, inclinándose hacia mí. ¿Qué quiere escuchar? No puedo decirle lo que realmente pienso. Pero entonces él ríe, una risa ligera y despreocupada, como si estuviera divirtiéndose con mi incomodidad. —Regi, durante el último año en cada fiesta, cada reunión familiar, he visto cómo Michael y tú se miran. —¿Qué? No sé de qué hablas... —
Regina Stravos No dejé de pensar en lo que me contó Michael. La noche fue un tormento, con pesadillas horribles que parecían no tener fin. Al día siguiente me desperté temprano, pero antes de levantarme de la cama, él apareció con una sonrisa y una caja de chocolates en la mano, mis favoritos. —Te los compré en mi viaje —dijo, como si el gesto fuera suficiente para borrar todo. Luego, con un tono más serio, añadió—: Regina, lamento mucho cómo comenzaron las cosas entre nosotros. Lo miré incrédula, sentándome en la cama mientras sostenía la caja de chocolates. —¿Te refieres a secuestrarme y humillarme? —repliqué con sarcasmo, levantando una ceja—. ¿De verdad crees que unos chocolates van a arreglar eso? Michael suspiró, sentándose en la silla junto a la cama, como si estuviera preparado para enfrentarme. —Sé que no es suficiente, Regina, pero no sé cómo compensarte. Estoy tratando de hacer las cosas de una forma distinta. —¿Distinta? —solté una risa amarga—. Michael, ¿t
Después de ducharme, me vestí rápidamente y bajé a desayunar. Como todos los días, los escoltas estaban apostados en cada salida de la casa, recordándome lo atrapada que estaba. Julia, como siempre, no perdió la oportunidad de molestarme. —Regina, hoy te toca limpiar la sala y el comedor —ordenó con su tono autoritario, cruzándose de brazos. —No tengo por qué hacerlo, Julia —respondí sin siquiera mirarla. —Claro que sí. No creas que por ser la favorita de Michael estás exenta. En ese momento, Michael entró al comedor y escuchó la discusión. —Julia, deja de molestarla —intervino con firmeza, mientras se sentaba frente a mí. Julia lo miró, sorprendida, y luego su expresión se llenó de rabia. —¡Claro, defiéndela! Seguro te tiene comiendo de su mano, como a todos. ¿Qué pasa, Michael? ¿Ya te acostaste con ella también? —espetó con veneno en la voz—. Es igual de zorra que su amiga Alexa. Sentí cómo la sangre me hervía, pero antes de que pudiera decir algo, Michael se puso de
Después de cenar, me encontraba sentada en el sofá junto a Diego. Ambos estábamos viendo una comedia romántica que, aunque simple, me hacía reír más de lo esperado. Por primera vez en mucho tiempo, sentí algo parecido a la libertad. En mi familia, todo era distinto. Mi papá no perdía oportunidad de menospreciarme, mi mamá vivía atrapada en un mundo de sumisión, y mi hermana no hacía más que envidiarme y buscar formas de lastimarme. Raegan, aunque siempre había sido mi refugio, no estaba ahí para mí todo el tiempo. Durante las cenas familiares, el ambiente siempre era sofocante; las conversaciones se centraban en despreciar a las mujeres y recalcar lo poco que valíamos según ellos. Pero aquí, con Diego, me sentía diferente. Nos reíamos de las escenas ridículas de la película, compartiendo un momento ligero, como si nada más existiera. Fue entonces cuando sentí una presencia que cambió el aire de la habitación. Michael había llegado. Apenas cruzó la puerta, su mirada se clavó en
Michael Foster.Me quedé mirando a Regina mientras dormía, con su rostro tan sereno, tan ajeno a la tormenta que se desata dentro de mí. La culpa me consume, pero también lo hace la rabia. ¿Cómo pude lastimar a alguien tan inocente, tan niña? Lo sé, la respuesta es fácil: la venganza. Siempre fue la venganza, desde el primer día. La necesidad de destruir todo lo que se interpusiera entre mis deseos y mi objetivo, cuando murió papá enloquecí. Pero ahora, mientras la observo, me doy cuenta de algo que no había considerado: Regina no tiene la culpa de nada, de las decisiones de su padre y hermano, ellos son unos monstruos y ella un ángel que nació en la familia equivocada. Es tan... frágil. Inocente. La forma en que duerme, tan tranquila, como si el mundo exterior no existiera, como si no supiera que su vida se ha convertido en un infierno. La odio por todo lo que representa, pero también la necesito. No quiero que sufra más, aunque mi naturaleza me diga lo contrario, soy un monstruo,
Regina Aún no podía creer que otra vez había dormido con Michael. Realmente, debía estar completamente demente para dejar que eso sucediera, pero alguna parte de mí... alguna parte oculta de mi mente... lo deseaba. Como si no pudiera dejar de estar cerca de él, aunque me odiara por lo que me había hecho. Bajé a desayunar rápidamente, intentando evitar pensar en lo sucedido. Me concentré en el café y en el pan, pero mi mente no podía dejar de volver a lo que había pasado esa noche. Cuando terminé, me dirigí al despacho donde él estaba. Sabía que tenía que hablar con él, pero no sabía cómo. Toqué la puerta, dudosa. —¿Puedo pasar? —pregunté, mi voz sonando más insegura de lo que quería. —Claro, rubia —respondió él sin mirar siquiera, concentrado en unos papeles en su escritorio. Me quedé allí, de pie, esperando algo más. Pero lo que dijo después me dejó sin palabras. —Podríamos salir un rato, si te parece bien. Reí fuerte, sin poder evitarlo, casi burlándome de la situaci
Regina Cuando Michael y yo regresamos de cabalgar, parecía incapaz de mantener sus manos alejadas de mí. Me rodeaba con sus brazos, y sus labios se entretenían dejando pequeños besos en mi cuello. Intentaba no sucumbir del todo a sus caricias, pero no podía evitar reírme por sus movimientos juguetones. —¡Michael! —protesté, empujándolo suavemente cuando comenzó a cosquillearme con su barba incipiente. —Me gusta verte así, rubia —dijo con una sonrisa maliciosa, inclinándose para dejar otro beso en mi mejilla. De repente, su celular comenzó a sonar. Lo vi fruncir el ceño mientras lo sacaba del bolsillo. La pantalla iluminada reflejaba un número sin identificar. Mi curiosidad se disparó de inmediato. —¿Es Roberta? —pregunté sin pensarlo. Michael arqueó una ceja, y luego dejó escapar una carcajada profunda. —¿Estás celosa, Regina? —preguntó, con una expresión que mezclaba diversión y picardía. —Me encantan tus escenas de celos, rubia, pero... tengo que atender esto. Antes