Michael Foster.Me quedé mirando a Regina mientras dormía, con su rostro tan sereno, tan ajeno a la tormenta que se desata dentro de mí. La culpa me consume, pero también lo hace la rabia. ¿Cómo pude lastimar a alguien tan inocente, tan niña? Lo sé, la respuesta es fácil: la venganza. Siempre fue la venganza, desde el primer día. La necesidad de destruir todo lo que se interpusiera entre mis deseos y mi objetivo, cuando murió papá enloquecí. Pero ahora, mientras la observo, me doy cuenta de algo que no había considerado: Regina no tiene la culpa de nada, de las decisiones de su padre y hermano, ellos son unos monstruos y ella un ángel que nació en la familia equivocada. Es tan... frágil. Inocente. La forma en que duerme, tan tranquila, como si el mundo exterior no existiera, como si no supiera que su vida se ha convertido en un infierno. La odio por todo lo que representa, pero también la necesito. No quiero que sufra más, aunque mi naturaleza me diga lo contrario, soy un monstruo,
Regina Aún no podía creer que otra vez había dormido con Michael. Realmente, debía estar completamente demente para dejar que eso sucediera, pero alguna parte de mí... alguna parte oculta de mi mente... lo deseaba. Como si no pudiera dejar de estar cerca de él, aunque me odiara por lo que me había hecho. Bajé a desayunar rápidamente, intentando evitar pensar en lo sucedido. Me concentré en el café y en el pan, pero mi mente no podía dejar de volver a lo que había pasado esa noche. Cuando terminé, me dirigí al despacho donde él estaba. Sabía que tenía que hablar con él, pero no sabía cómo. Toqué la puerta, dudosa. —¿Puedo pasar? —pregunté, mi voz sonando más insegura de lo que quería. —Claro, rubia —respondió él sin mirar siquiera, concentrado en unos papeles en su escritorio. Me quedé allí, de pie, esperando algo más. Pero lo que dijo después me dejó sin palabras. —Podríamos salir un rato, si te parece bien. Reí fuerte, sin poder evitarlo, casi burlándome de la situaci
Regina Cuando Michael y yo regresamos de cabalgar, parecía incapaz de mantener sus manos alejadas de mí. Me rodeaba con sus brazos, y sus labios se entretenían dejando pequeños besos en mi cuello. Intentaba no sucumbir del todo a sus caricias, pero no podía evitar reírme por sus movimientos juguetones. —¡Michael! —protesté, empujándolo suavemente cuando comenzó a cosquillearme con su barba incipiente. —Me gusta verte así, rubia —dijo con una sonrisa maliciosa, inclinándose para dejar otro beso en mi mejilla. De repente, su celular comenzó a sonar. Lo vi fruncir el ceño mientras lo sacaba del bolsillo. La pantalla iluminada reflejaba un número sin identificar. Mi curiosidad se disparó de inmediato. —¿Es Roberta? —pregunté sin pensarlo. Michael arqueó una ceja, y luego dejó escapar una carcajada profunda. —¿Estás celosa, Regina? —preguntó, con una expresión que mezclaba diversión y picardía. —Me encantan tus escenas de celos, rubia, pero... tengo que atender esto. Antes
Michael FosterRegina está actuando extraño desde anoche. Ayer en la tarde no se despegaba de mí; me abrazaba, reía, parecía más abierta, más mía. Pero ahora está rígida, como si algo la tuviera preocupada.Me desperté con el deseo de besarla, como siempre. Sus labios son mi debilidad, y no pude resistirme. Me incliné hacia ella, dejando pequeños besos sobre su boca. Al principio, no se apartó, pero tampoco respondió. Sus labios estaban ahí, quietos, fríos.—¿Estás bien, rubia? —le susurré contra la piel, intentando tentarla con mi voz.Ella asintió, pero no dijo nada. Algo no estaba bien.No me gusta cuando Regina intenta cerrarse, y mucho menos cuando me deja fuera. Soy Michael Foster, su hombre. Si hay algo que la perturba, es mi maldito derecho saberlo.Me acerqué más, mis labios buscando los suyos con mayor intensidad. Mordí suavemente su labio inferior, esperando que eso rompiera su barrera. Mis manos se deslizaron hacia su cintura, atrayéndola más cerca.—Regina, no vas a escap
Regina No podía creer que había logrado seguirlo. Mi corazón latía con fuerza mientras bajaba del taxi y me escabullía tras él, con el sigilo de alguien que no quiere ser descubierto. Lo seguí hasta una vieja bodega, un lugar que parecía sacado de una pesadilla. Cuando abrí ligeramente la puerta, el hedor a metal oxidado y madera húmeda me golpeó como una bofetada. Ahí estaba él, mi Michael, mi supuesto protector, de pie frente a un hombre amarrado a una silla con la cabeza cubierta. Las herramientas alrededor no dejaban lugar a dudas sobre lo que estaba a punto de suceder. No quise creerlo, pero cada segundo que pasaba confirmaba lo que sospechaba. Cuando Michael me vio, su rostro se tensó. Se acercó a mí, intentando tocarme, pero me aparté como si su mano quemara. —Tú... tú eres el Cóndor —grité, mi voz quebrándose a mitad de la frase. Michael abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, un hombre moreno, alto y de aspecto intimidante, dio un paso al
Regina Cuando desperté, todo era confuso. Mi cabeza estaba aún nublada por el efecto del pañuelo y la sensación de haber perdido el control. Miré a mi alrededor y me di cuenta de inmediato que no estaba en la calle, ni siquiera en algún lugar que reconociera. Estaba de nuevo en esa habitación de hotel, pero algo era diferente. Mis pies y mis piernas estaban esposados. El pánico se apoderó de mí. ¿Qué estaba pasando? Intenté moverme, pero no pude. Mi cuerpo estaba atado a la cama, y la sensación de impotencia me paralizó. Grité, sin pensar, sin razón, solo por el miedo que me invadía. —¡Déjenme ir! —grité, mi voz llena de desesperación. Dentro de pocos minutos, escuché el sonido de la puerta abriéndose, y lo vi. Michael. Su presencia, esa que siempre me había perturbado y atraído al mismo tiempo, se acercaba con pasos firmes. Su mirada no mostraba compasión, solo determinación. —Por favor, déjame ir —le supliqué, mi voz rota. No podía soportar más. No más mentiras, no más suf
Michael Foster. Mis escoltas llevaron a Regina rápidamente al baño para mantenerla fuera de la vista. Sabía que tenía que encargarme de esta situación sin que ella lo presenciara. Aún podía escuchar su voz en mi mente, rogándome que no lastimara a su hermanito. Pobre Regina, tan inocente como siempre. No sabía lo que realmente significaba lidiar con un hombre como Raegan. Al verlo de cerca, mi sangre hirvió. El maldito responsable de la muerte de mi padre estaba parado frente a mí. Su arrogancia era insoportable, y ese aire de superioridad que siempre llevaba solo me hacía querer borrarle la sonrisa de un golpe. —Michael Foster. Qué sorpresa verte aquí. —Su tono era cargado de ironía, su sonrisa cínica. —Raegan Stavros, el hombre que se esconde detrás de un traje caro mientras vive del poder que heredó de otros. —respondí con calma, aunque por dentro deseaba arrancarle la cabeza. Él soltó una risa burlona y dio un paso hacia mí, como si tuviera algo que probar. —Ahora soy el pre
Regina Stravos Desperté desorientada, con el sol italiano colándose por las cortinas de terciopelo. Reconocí la habitación al instante: la mansión de Michael. Su cama. Su territorio. Lo primero que sentí fue rabia. Me levanté rápidamente, el cuerpo todavía algo adormecido por lo que había hecho. ¡Me había dormido otra vez! No podía creer su descaro, su abuso. El sonido del agua cesó, y unos segundos después, Michael salió del baño envuelto en una toalla. Tenía esa mirada despreocupada y arrogante que me sacaba de quicio, como si todo estuviera bajo su control. —¿Cómo te atreves? —grité, mi voz temblando de furia mientras me acercaba a él. Mis manos se cerraron en puños—. ¡Eres un miserable, un abusador! ¿Quién demonios te crees para dormirme cada vez que no soportas oír la verdad? Michael arqueó una ceja, como si mi furia le divirtiera. Su actitud calmada solo alimentaba mi enojo. —Buenos días para ti también, mi amor. ¿Dormiste bien? Su burla fue la gota que colmó el va