Regina Cuando desperté, todo era confuso. Mi cabeza estaba aún nublada por el efecto del pañuelo y la sensación de haber perdido el control. Miré a mi alrededor y me di cuenta de inmediato que no estaba en la calle, ni siquiera en algún lugar que reconociera. Estaba de nuevo en esa habitación de hotel, pero algo era diferente. Mis pies y mis piernas estaban esposados. El pánico se apoderó de mí. ¿Qué estaba pasando? Intenté moverme, pero no pude. Mi cuerpo estaba atado a la cama, y la sensación de impotencia me paralizó. Grité, sin pensar, sin razón, solo por el miedo que me invadía. —¡Déjenme ir! —grité, mi voz llena de desesperación. Dentro de pocos minutos, escuché el sonido de la puerta abriéndose, y lo vi. Michael. Su presencia, esa que siempre me había perturbado y atraído al mismo tiempo, se acercaba con pasos firmes. Su mirada no mostraba compasión, solo determinación. —Por favor, déjame ir —le supliqué, mi voz rota. No podía soportar más. No más mentiras, no más suf
Michael Foster. Mis escoltas llevaron a Regina rápidamente al baño para mantenerla fuera de la vista. Sabía que tenía que encargarme de esta situación sin que ella lo presenciara. Aún podía escuchar su voz en mi mente, rogándome que no lastimara a su hermanito. Pobre Regina, tan inocente como siempre. No sabía lo que realmente significaba lidiar con un hombre como Raegan. Al verlo de cerca, mi sangre hirvió. El maldito responsable de la muerte de mi padre estaba parado frente a mí. Su arrogancia era insoportable, y ese aire de superioridad que siempre llevaba solo me hacía querer borrarle la sonrisa de un golpe. —Michael Foster. Qué sorpresa verte aquí. —Su tono era cargado de ironía, su sonrisa cínica. —Raegan Stavros, el hombre que se esconde detrás de un traje caro mientras vive del poder que heredó de otros. —respondí con calma, aunque por dentro deseaba arrancarle la cabeza. Él soltó una risa burlona y dio un paso hacia mí, como si tuviera algo que probar. —Ahora soy el pre
Regina Stravos Desperté desorientada, con el sol italiano colándose por las cortinas de terciopelo. Reconocí la habitación al instante: la mansión de Michael. Su cama. Su territorio. Lo primero que sentí fue rabia. Me levanté rápidamente, el cuerpo todavía algo adormecido por lo que había hecho. ¡Me había dormido otra vez! No podía creer su descaro, su abuso. El sonido del agua cesó, y unos segundos después, Michael salió del baño envuelto en una toalla. Tenía esa mirada despreocupada y arrogante que me sacaba de quicio, como si todo estuviera bajo su control. —¿Cómo te atreves? —grité, mi voz temblando de furia mientras me acercaba a él. Mis manos se cerraron en puños—. ¡Eres un miserable, un abusador! ¿Quién demonios te crees para dormirme cada vez que no soportas oír la verdad? Michael arqueó una ceja, como si mi furia le divirtiera. Su actitud calmada solo alimentaba mi enojo. —Buenos días para ti también, mi amor. ¿Dormiste bien? Su burla fue la gota que colmó el va
Me desperté temprano y bajé al comedor. Allí encontré a Diego, sentado con un café en la mano, su semblante tranquilo como siempre. Había algo en él que transmitía calma, aunque en ese momento, mi mente estaba lejos de poder alcanzarla. —Buenos días, Regina —me saludó con una sonrisa amigable—. ¿Cómo te fue en el viaje? La pregunta me tomó por sorpresa, pero lo que más me desconcertó fue su tono, como si no tuviera idea de la situación en la que estaba. Dudé un segundo antes de responder, intentando no delatar mi incomodidad. —Bien… lo de siempre —mentí, forzando una sonrisa. Nos sentamos a conversar. Diego, como si quisiera llenar el silencio, comenzó a contar historias de su infancia con Michael, sus ojos brillando con nostalgia. —Michael siempre fue como un escudo para mí. Sobre todo después de que mamá se fue —dijo de repente, bajando la mirada hacia su taza. —¿Se fue? Pensé que había muerto.—pregunté con incredulidad. Hasta ese momento, yo había asumido que su madre h
La calma de la noche me envolvía mientras Michael me guiaba hacia una cabaña aislada, alejada de la mansión. La luna brillaba sobre el campo, y las luciérnagas danzaban en el aire, creando una atmósfera mágica, como sacada de un sueño. El silencio era absoluto, solo interrumpido por nuestros pasos sobre la tierra. Mi corazón latía con fuerza, aunque no estaba segura de qué esperar de esa noche. Cuando llegamos, me di cuenta de que la cabaña estaba cuidadosamente decorada. Velas iluminaban la habitación con su luz suave, reflejada en las rosas esparcidas por la mesa. La cena estaba perfectamente dispuesta, como si estuviera diseñada para impresionar. Todo en el ambiente indicaba que había un propósito detrás de esta escena tan elaborada. —¿Qué significa todo esto? —le pregunté, manteniendo mi distancia mientras analizaba el ambiente, confundida y cautelosa. Michael sonrió de manera enigmática y me miró fijamente. —Quiero que confíes en mí, Regina —dijo, acercándose lentamente m
No dejaba de besar los labios de Michael, cada beso era más profundo, más desesperado. Él respondía con la misma intensidad, como si quisiera transmitirme algo que las palabras no podían. Sentí su respiración entrecortada, la tensión que se liberaba en cada roce de nuestros labios. Me perdí en sus ojos grises, esos ojos que habían visto tanto, que guardaban secretos y dolor. Pero en ese momento, los veía diferentes, como si en ellos hubiese una frágil esperanza, como si yo fuera la única persona que podía ver más allá de la fachada de dureza que siempre mostraba. Mis manos recorrían su rostro, como si necesitara asegurarlo, sentirlo cercano, real. La conexión entre nosotros era tan intensa que nada más importaba. —Quiero estar contigo, quiero ser tuya... —le dije, mi voz temblando de anticipación y deseo. Me aparté lentamente de él, pero antes de que pudiera dar un paso atrás, su sonrisa se extendió, llena de complicidad y emoción. Michael no perdió ni un segundo, se levantó r
Me desperté completamente feliz después de hacer el amor con Michael, fue tan hermoso, tan especial. Pero la realidad me alcanzó rápido, y sabía que debíamos regresar a la mansión. El brillo en su mirada aún me calentaba el corazón. —Mi amor, ya no quiero firmar ese acuerdo porque te amo y no quiero irme nunca de tu lado... —le dije, las palabras saliendo con sinceridad, el miedo de separarnos invadiéndome, pero también el deseo de quedarme junto a él, donde me sentía segura. Él soltó una risa baja y suave, que me hizo sonrojar. —Lo firmarás, Regi. —dijo con voz firme, pero al mismo tiempo, dulce. —¿Acaso no confías en mí? —le respondí, casi ofendida, buscando sus ojos, esperando ver un poco de comprensión en su mirada. —Sí, confío en ti, rubia —contestó con tono juguetón—, pero es una forma de protegerte a ti también. Si algún día la policía nos descubre, podré protegerte. El abogado llega esta noche. —Como tú digas... —murmuré, resignada, aunque el nudo en mi pecho no se
Cuando regresé a la mansión, Michael ya estaba en el salón, sentado en uno de los sofás, revisando algunos papeles. Me miró apenas crucé la puerta y dejó lo que tenía entre manos. Me acerqué a él con paso tranquilo, todavía sosteniendo una bolsa con algunos de los libros que había comprado.—¿Cómo te fue, rubia? —preguntó, con esa sonrisa suya tan despreocupada, aunque sus ojos me analizaban como siempre, intentando leerme.Me senté junto a él y dejé las bolsas en el suelo.—Bien. Compré algunos libros y, bueno, tuve un pequeño inconveniente en el supermercado.Michael frunció el ceño al instante, inclinándose hacia mí.—¿Qué pasó?—Nada grave —respondí, levantando las manos para calmarlo antes de que saltara a conclusiones—. Solo me encontré con un hombre muy grosero. Quiso quitarme el vino que había elegido, y, bueno, tuve que ponerlo en su lugar.—¿Un hombre? —repitió, su tono más serio ahora. Su mandíbula se tensó, y pude ver cómo sus ojos se oscurecían ligeramente.—Sí —respondí,