La calma de la noche me envolvía mientras Michael me guiaba hacia una cabaña aislada, alejada de la mansión. La luna brillaba sobre el campo, y las luciérnagas danzaban en el aire, creando una atmósfera mágica, como sacada de un sueño. El silencio era absoluto, solo interrumpido por nuestros pasos sobre la tierra. Mi corazón latía con fuerza, aunque no estaba segura de qué esperar de esa noche. Cuando llegamos, me di cuenta de que la cabaña estaba cuidadosamente decorada. Velas iluminaban la habitación con su luz suave, reflejada en las rosas esparcidas por la mesa. La cena estaba perfectamente dispuesta, como si estuviera diseñada para impresionar. Todo en el ambiente indicaba que había un propósito detrás de esta escena tan elaborada. —¿Qué significa todo esto? —le pregunté, manteniendo mi distancia mientras analizaba el ambiente, confundida y cautelosa. Michael sonrió de manera enigmática y me miró fijamente. —Quiero que confíes en mí, Regina —dijo, acercándose lentamente m
No dejaba de besar los labios de Michael, cada beso era más profundo, más desesperado. Él respondía con la misma intensidad, como si quisiera transmitirme algo que las palabras no podían. Sentí su respiración entrecortada, la tensión que se liberaba en cada roce de nuestros labios. Me perdí en sus ojos grises, esos ojos que habían visto tanto, que guardaban secretos y dolor. Pero en ese momento, los veía diferentes, como si en ellos hubiese una frágil esperanza, como si yo fuera la única persona que podía ver más allá de la fachada de dureza que siempre mostraba. Mis manos recorrían su rostro, como si necesitara asegurarlo, sentirlo cercano, real. La conexión entre nosotros era tan intensa que nada más importaba. —Quiero estar contigo, quiero ser tuya... —le dije, mi voz temblando de anticipación y deseo. Me aparté lentamente de él, pero antes de que pudiera dar un paso atrás, su sonrisa se extendió, llena de complicidad y emoción. Michael no perdió ni un segundo, se levantó r
Me desperté completamente feliz después de hacer el amor con Michael, fue tan hermoso, tan especial. Pero la realidad me alcanzó rápido, y sabía que debíamos regresar a la mansión. El brillo en su mirada aún me calentaba el corazón. —Mi amor, ya no quiero firmar ese acuerdo porque te amo y no quiero irme nunca de tu lado... —le dije, las palabras saliendo con sinceridad, el miedo de separarnos invadiéndome, pero también el deseo de quedarme junto a él, donde me sentía segura. Él soltó una risa baja y suave, que me hizo sonrojar. —Lo firmarás, Regi. —dijo con voz firme, pero al mismo tiempo, dulce. —¿Acaso no confías en mí? —le respondí, casi ofendida, buscando sus ojos, esperando ver un poco de comprensión en su mirada. —Sí, confío en ti, rubia —contestó con tono juguetón—, pero es una forma de protegerte a ti también. Si algún día la policía nos descubre, podré protegerte. El abogado llega esta noche. —Como tú digas... —murmuré, resignada, aunque el nudo en mi pecho no se
Cuando regresé a la mansión, Michael ya estaba en el salón, sentado en uno de los sofás, revisando algunos papeles. Me miró apenas crucé la puerta y dejó lo que tenía entre manos. Me acerqué a él con paso tranquilo, todavía sosteniendo una bolsa con algunos de los libros que había comprado.—¿Cómo te fue, rubia? —preguntó, con esa sonrisa suya tan despreocupada, aunque sus ojos me analizaban como siempre, intentando leerme.Me senté junto a él y dejé las bolsas en el suelo.—Bien. Compré algunos libros y, bueno, tuve un pequeño inconveniente en el supermercado.Michael frunció el ceño al instante, inclinándose hacia mí.—¿Qué pasó?—Nada grave —respondí, levantando las manos para calmarlo antes de que saltara a conclusiones—. Solo me encontré con un hombre muy grosero. Quiso quitarme el vino que había elegido, y, bueno, tuve que ponerlo en su lugar.—¿Un hombre? —repitió, su tono más serio ahora. Su mandíbula se tensó, y pude ver cómo sus ojos se oscurecían ligeramente.—Sí —respondí,
El rugido constante del avión era lo único que rompía el silencio entre nosotros. Estaba furiosa, pero Michael se comportaba como si nada hubiera pasado. Yo, sentada junto a la ventana, miraba el horizonte sin prestarle atención, tratando de calmar la mezcla de enojo y decepción que sentía. —Rubia, ¿vas a ignorarme todo el vuelo? —preguntó con su tono despreocupado, ese que siempre parecía minimizar cualquier problema. Lo miré de reojo, cruzándome de brazos. —¿Qué quieres que te diga, Michael? ¿Que estoy agradecida por cómo me engañaste? Porque no lo estoy —respondí con frialdad. Michael dejó escapar una risa suave, como si mi enojo fuera un capricho pasajero. —Sabías que iba a hacer algo grande tarde o temprano. Es parte de mi estilo. —¿Tu estilo? —repetí, con el ceño fruncido—. Michael, firmé algo sin saber que era un matrimonio. ¿Entiendes lo que eso significa para mí? Él se inclinó en su asiento, apoyando los codos en sus rodillas mientras me observaba con esa intens
Michael y yo llegamos a una ciudad que nunca había escuchado nombrar antes: Serenity Falls, una pequeña y sofisticada joya escondida en el estado de Colorado. No era la típica ciudad bulliciosa, sino un lugar tranquilo rodeado de montañas imponentes y con calles llenas de arquitectura victoriana, calles empedradas que parecían susurrar historias antiguas. Había algo cautivador en su atmósfera, como si todo en Serenity Falls estuviera hecho para ser observado lentamente, para disfrutarlo a su propio ritmo. El hotel al que llegamos era un edificio de varios pisos, con columnas adornadas y ventanas de vidrio decoradas con finos bordados. La recepcionista, una mujer con una sonrisa perfectamente calculada, nos dio la bienvenida. Michael la saludó con una sonrisa relajada, como si fuera un lugar familiar para él. —Bienvenidos a Serenity Falls Hotel, señor y señora Foster. —La recepcionista nos condujo al elegante vestíbulo, su voz suave y profesional. Cuando llegamos a la habitación,
Michael Foster El olor a pólvora y sangre impregnaba el ambiente, mezclándose con el sudor y los gritos apagados del caos. Me encontraba con mis hombres, disparando sin piedad a los bastardos que manejaban ese sucio negocio. Estábamos disfrazados de oficiales para no levantar sospechas antes de atacar. Este maldito bar no era solo un punto de encuentro para tratantes de personas; era una jaula para niñas inocentes, arrancadas de sus vidas para ser vendidas como mercancía. Algunas eran rusas, otras italianas o de otros países lejanos. Las más pequeñas ni siquiera entendían el español. Sus rostros reflejaban el terror, una mezcla de desesperación y resignación que me quemaba por dentro. ¿Cómo era posible que existieran hombres tan monstruosos, capaces de hacer esto? El último bastardo al que interrogamos nos dio esta ubicación. Sin embargo, sabíamos que no podíamos confiar ciegamente en su palabra, así que nos aseguramos de que fuera verdad antes de actuar. Ahora estábamos aquí, ejec
Regina Cuando desperté y lo vi acostado a mi lado, mi enojo resurgió como una ola imparable. ¿Cómo podía estar tan tranquilo después de todo lo que había descubierto? Mientras él se estiraba con pereza y trataba de rodearme con sus brazos, me aparté bruscamente. Sin pensarlo, tomé el jarrón con agua de la mesa de noche y se lo lancé con todas mis fuerzas. —¡¿Qué demonios te pasa?! —gritó Michael, poniéndose de pie empapado y con el ceño fruncido, una mezcla de sorpresa y furia en su rostro. Lo miré con los ojos llenos de ira, respirando profundamente para no explotar aún más. —¡¿Qué me pasa a mí?! ¡¿Qué te pasa a ti, Michael?! ¡Eres un miserable, un mentiroso, un maldito hipócrita! —Baja la voz, Regina —dijo, intentando mantenerse sereno mientras se quitaba la camisa mojada. Su tono autoritario solo hizo que mi enojo creciera. —¡No me digas lo que tengo que hacer! —le grité, apuntándolo con un dedo acusador. Me sentía traicionada, humillada. El dolor era insoportable. Él ar