Me desperté completamente feliz después de hacer el amor con Michael, fue tan hermoso, tan especial. Pero la realidad me alcanzó rápido, y sabía que debíamos regresar a la mansión. El brillo en su mirada aún me calentaba el corazón. —Mi amor, ya no quiero firmar ese acuerdo porque te amo y no quiero irme nunca de tu lado... —le dije, las palabras saliendo con sinceridad, el miedo de separarnos invadiéndome, pero también el deseo de quedarme junto a él, donde me sentía segura. Él soltó una risa baja y suave, que me hizo sonrojar. —Lo firmarás, Regi. —dijo con voz firme, pero al mismo tiempo, dulce. —¿Acaso no confías en mí? —le respondí, casi ofendida, buscando sus ojos, esperando ver un poco de comprensión en su mirada. —Sí, confío en ti, rubia —contestó con tono juguetón—, pero es una forma de protegerte a ti también. Si algún día la policía nos descubre, podré protegerte. El abogado llega esta noche. —Como tú digas... —murmuré, resignada, aunque el nudo en mi pecho no se
Cuando regresé a la mansión, Michael ya estaba en el salón, sentado en uno de los sofás, revisando algunos papeles. Me miró apenas crucé la puerta y dejó lo que tenía entre manos. Me acerqué a él con paso tranquilo, todavía sosteniendo una bolsa con algunos de los libros que había comprado.—¿Cómo te fue, rubia? —preguntó, con esa sonrisa suya tan despreocupada, aunque sus ojos me analizaban como siempre, intentando leerme.Me senté junto a él y dejé las bolsas en el suelo.—Bien. Compré algunos libros y, bueno, tuve un pequeño inconveniente en el supermercado.Michael frunció el ceño al instante, inclinándose hacia mí.—¿Qué pasó?—Nada grave —respondí, levantando las manos para calmarlo antes de que saltara a conclusiones—. Solo me encontré con un hombre muy grosero. Quiso quitarme el vino que había elegido, y, bueno, tuve que ponerlo en su lugar.—¿Un hombre? —repitió, su tono más serio ahora. Su mandíbula se tensó, y pude ver cómo sus ojos se oscurecían ligeramente.—Sí —respondí,
El rugido constante del avión era lo único que rompía el silencio entre nosotros. Estaba furiosa, pero Michael se comportaba como si nada hubiera pasado. Yo, sentada junto a la ventana, miraba el horizonte sin prestarle atención, tratando de calmar la mezcla de enojo y decepción que sentía. —Rubia, ¿vas a ignorarme todo el vuelo? —preguntó con su tono despreocupado, ese que siempre parecía minimizar cualquier problema. Lo miré de reojo, cruzándome de brazos. —¿Qué quieres que te diga, Michael? ¿Que estoy agradecida por cómo me engañaste? Porque no lo estoy —respondí con frialdad. Michael dejó escapar una risa suave, como si mi enojo fuera un capricho pasajero. —Sabías que iba a hacer algo grande tarde o temprano. Es parte de mi estilo. —¿Tu estilo? —repetí, con el ceño fruncido—. Michael, firmé algo sin saber que era un matrimonio. ¿Entiendes lo que eso significa para mí? Él se inclinó en su asiento, apoyando los codos en sus rodillas mientras me observaba con esa intens
Michael y yo llegamos a una ciudad que nunca había escuchado nombrar antes: Serenity Falls, una pequeña y sofisticada joya escondida en el estado de Colorado. No era la típica ciudad bulliciosa, sino un lugar tranquilo rodeado de montañas imponentes y con calles llenas de arquitectura victoriana, calles empedradas que parecían susurrar historias antiguas. Había algo cautivador en su atmósfera, como si todo en Serenity Falls estuviera hecho para ser observado lentamente, para disfrutarlo a su propio ritmo. El hotel al que llegamos era un edificio de varios pisos, con columnas adornadas y ventanas de vidrio decoradas con finos bordados. La recepcionista, una mujer con una sonrisa perfectamente calculada, nos dio la bienvenida. Michael la saludó con una sonrisa relajada, como si fuera un lugar familiar para él. —Bienvenidos a Serenity Falls Hotel, señor y señora Foster. —La recepcionista nos condujo al elegante vestíbulo, su voz suave y profesional. Cuando llegamos a la habitación,
Michael Foster El olor a pólvora y sangre impregnaba el ambiente, mezclándose con el sudor y los gritos apagados del caos. Me encontraba con mis hombres, disparando sin piedad a los bastardos que manejaban ese sucio negocio. Estábamos disfrazados de oficiales para no levantar sospechas antes de atacar. Este maldito bar no era solo un punto de encuentro para tratantes de personas; era una jaula para niñas inocentes, arrancadas de sus vidas para ser vendidas como mercancía. Algunas eran rusas, otras italianas o de otros países lejanos. Las más pequeñas ni siquiera entendían el español. Sus rostros reflejaban el terror, una mezcla de desesperación y resignación que me quemaba por dentro. ¿Cómo era posible que existieran hombres tan monstruosos, capaces de hacer esto? El último bastardo al que interrogamos nos dio esta ubicación. Sin embargo, sabíamos que no podíamos confiar ciegamente en su palabra, así que nos aseguramos de que fuera verdad antes de actuar. Ahora estábamos aquí, ejec
Regina Cuando desperté y lo vi acostado a mi lado, mi enojo resurgió como una ola imparable. ¿Cómo podía estar tan tranquilo después de todo lo que había descubierto? Mientras él se estiraba con pereza y trataba de rodearme con sus brazos, me aparté bruscamente. Sin pensarlo, tomé el jarrón con agua de la mesa de noche y se lo lancé con todas mis fuerzas. —¡¿Qué demonios te pasa?! —gritó Michael, poniéndose de pie empapado y con el ceño fruncido, una mezcla de sorpresa y furia en su rostro. Lo miré con los ojos llenos de ira, respirando profundamente para no explotar aún más. —¡¿Qué me pasa a mí?! ¡¿Qué te pasa a ti, Michael?! ¡Eres un miserable, un mentiroso, un maldito hipócrita! —Baja la voz, Regina —dijo, intentando mantenerse sereno mientras se quitaba la camisa mojada. Su tono autoritario solo hizo que mi enojo creciera. —¡No me digas lo que tengo que hacer! —le grité, apuntándolo con un dedo acusador. Me sentía traicionada, humillada. El dolor era insoportable. Él ar
Salí del hotel envuelta en mi abrigo, tratando de despejar mi mente después de todo lo que había sucedido. Necesitaba un respiro de Michael, de su arrogancia, de su insistencia en controlarlo todo... y de su habilidad para hacer que, a pesar de todo, mi corazón se acelerara. Me encontraba caminando por las calles, era un lugar pequeño pero encantador, con montañas nevadas que se alzaban en el horizonte y calles pintorescas llenas de luces navideñas. Debía admitir que Michael había escogido un lugar hermoso para celebrar nuestra "Luna de miel". Él juraba que trataba de compensarme por la desastrosa boda, pero era todo lo contrario. También en esta ocasión me uso porque no me trajo aquí solo para pasarela bien también había asaltado ese bar para salvar a las niñas. Creía que yo no me había dado cuenta, pero jamás dejaba de mirar las noticias. La nieve crujía bajo mis botas mientras avanzaba, admirando los escaparates decorados. En ese momento, escuché unos pasos tras de mí. No tuve qu
Michael Foster Regina estaba absorta en ese maldito cachorro, como si fuera lo más precioso del mundo. Yo, por otro lado, estaba sentado en el borde de la cama, mirándola con una mezcla de incredulidad y celos. No lo iba a admitir en voz alta, pero me irritaba que le estuviera prestando más atención a ese peludo que a mí. Había planeado dos días perfectos, románticos y, sobre todo, muy intensos en este lugar. Mi idea era simple: no salir de la habitación, aprovechar el frío afuera para mantenernos cálidos en la cama y, básicamente, hacerle olvidar todo su berrinche. Pero no, el perro tenía que aparecer para arruinarlo todo. —¿De verdad, Regina? —dije finalmente, viendo cómo lo limpiaba con un paño con una ternura que jamás había mostrado por mí. —¿Qué? No puedo dejarlo así, Michael. Estaba sucio y temblando de frío —respondió sin siquiera mirarme. —¿Y qué sigue? ¿Le comprarás un suéter? Ella me ignoró, completamente concentrada en su "bebé peludo", como ya había comenzado