Michael Foster El olor a pólvora y sangre impregnaba el ambiente, mezclándose con el sudor y los gritos apagados del caos. Me encontraba con mis hombres, disparando sin piedad a los bastardos que manejaban ese sucio negocio. Estábamos disfrazados de oficiales para no levantar sospechas antes de atacar. Este maldito bar no era solo un punto de encuentro para tratantes de personas; era una jaula para niñas inocentes, arrancadas de sus vidas para ser vendidas como mercancía. Algunas eran rusas, otras italianas o de otros países lejanos. Las más pequeñas ni siquiera entendían el español. Sus rostros reflejaban el terror, una mezcla de desesperación y resignación que me quemaba por dentro. ¿Cómo era posible que existieran hombres tan monstruosos, capaces de hacer esto? El último bastardo al que interrogamos nos dio esta ubicación. Sin embargo, sabíamos que no podíamos confiar ciegamente en su palabra, así que nos aseguramos de que fuera verdad antes de actuar. Ahora estábamos aquí, ejec
Regina Cuando desperté y lo vi acostado a mi lado, mi enojo resurgió como una ola imparable. ¿Cómo podía estar tan tranquilo después de todo lo que había descubierto? Mientras él se estiraba con pereza y trataba de rodearme con sus brazos, me aparté bruscamente. Sin pensarlo, tomé el jarrón con agua de la mesa de noche y se lo lancé con todas mis fuerzas. —¡¿Qué demonios te pasa?! —gritó Michael, poniéndose de pie empapado y con el ceño fruncido, una mezcla de sorpresa y furia en su rostro. Lo miré con los ojos llenos de ira, respirando profundamente para no explotar aún más. —¡¿Qué me pasa a mí?! ¡¿Qué te pasa a ti, Michael?! ¡Eres un miserable, un mentiroso, un maldito hipócrita! —Baja la voz, Regina —dijo, intentando mantenerse sereno mientras se quitaba la camisa mojada. Su tono autoritario solo hizo que mi enojo creciera. —¡No me digas lo que tengo que hacer! —le grité, apuntándolo con un dedo acusador. Me sentía traicionada, humillada. El dolor era insoportable. Él ar
Salí del hotel envuelta en mi abrigo, tratando de despejar mi mente después de todo lo que había sucedido. Necesitaba un respiro de Michael, de su arrogancia, de su insistencia en controlarlo todo... y de su habilidad para hacer que, a pesar de todo, mi corazón se acelerara. Me encontraba caminando por las calles, era un lugar pequeño pero encantador, con montañas nevadas que se alzaban en el horizonte y calles pintorescas llenas de luces navideñas. Debía admitir que Michael había escogido un lugar hermoso para celebrar nuestra "Luna de miel". Él juraba que trataba de compensarme por la desastrosa boda, pero era todo lo contrario. También en esta ocasión me uso porque no me trajo aquí solo para pasarela bien también había asaltado ese bar para salvar a las niñas. Creía que yo no me había dado cuenta, pero jamás dejaba de mirar las noticias. La nieve crujía bajo mis botas mientras avanzaba, admirando los escaparates decorados. En ese momento, escuché unos pasos tras de mí. No tuve qu
Michael Foster Regina estaba absorta en ese maldito cachorro, como si fuera lo más precioso del mundo. Yo, por otro lado, estaba sentado en el borde de la cama, mirándola con una mezcla de incredulidad y celos. No lo iba a admitir en voz alta, pero me irritaba que le estuviera prestando más atención a ese peludo que a mí. Había planeado dos días perfectos, románticos y, sobre todo, muy intensos en este lugar. Mi idea era simple: no salir de la habitación, aprovechar el frío afuera para mantenernos cálidos en la cama y, básicamente, hacerle olvidar todo su berrinche. Pero no, el perro tenía que aparecer para arruinarlo todo. —¿De verdad, Regina? —dije finalmente, viendo cómo lo limpiaba con un paño con una ternura que jamás había mostrado por mí. —¿Qué? No puedo dejarlo así, Michael. Estaba sucio y temblando de frío —respondió sin siquiera mirarme. —¿Y qué sigue? ¿Le comprarás un suéter? Ella me ignoró, completamente concentrada en su "bebé peludo", como ya había comenzado
Regina Me desperté con una sensación cálida y algo fuera de lo común. Abrazada a Michael, sentía un pequeño bulto mullido entre nosotros. Cuando abrí los ojos, me encontré con el cachorro marrón, de ojos grandes y curiosos, acurrucado como si perteneciera allí. Había tenido miedo de dormir solo, así que, sin pensarlo demasiado, lo subí a la cama la noche anterior. Ahora se acomodaba con una naturalidad que me hizo sonreír. —Mi amor… —susurró Michael, riendo suavemente mientras el cachorro se inclinaba hacia su cuello, lanzando pequeñas lengüetadas juguetonas. Lo miré con curiosidad, conteniendo una carcajada. Al parecer, Michael aún no había abierto los ojos del todo y pensaba que era yo quien estaba acariciándolo. Su expresión relajada y confiada era adorable, casi infantil. —No sabía que tenías tanta energía por la mañana… —murmuró, su voz ronca por el sueño mientras trataba de atraparme con su brazo. No pude contenerme más y dejé escapar una risita. —Michael… ¿en serio
Regina Stravos El viaje de regreso a Italia fue breve pero tenso. Todo lo que había planeado para una noche romántica con Michael —el vestido, el vino, la cena perfecta— parecía haberse desmoronado por completo debido al asunto de Roberta. Sin embargo, estaba decidida a que esta noche sería diferente. Sería nuestra noche. Al llegar a la mansión, llevaba al cachorro en brazos, acurrucado contra mi pecho. Apenas cruzamos la puerta, ahí estaban Julia, la hermana de Michael, y Diego, su hermano menor. Como de costumbre, Julia me lanzó una mirada fría, mientras Diego, siempre más amable y despreocupado, se acercó con curiosidad. —¿Cómo se llama? —preguntó Diego, observando al cachorro con una sonrisa. —Todavía no tiene nombre. Lo llamo Mikito.—le respondí, acariciando la cabeza del pequeño. Diego sonrió mientras extendía una mano para acariciarlo también. —Es adorable. Le queda perfecto el nombre. En cambio, Julia hizo una mueca de desagrado y cruzó los brazos sobre su pecho.
Estaba recostada sobre la cama, envuelta entre las sábanas, mientras la calidez del cuerpo de Michael todavía persistía a mi lado. Apenas comenzaba a relajarme, cuando el sonido del celular vibrando en la mesita de noche rompió la calma de la habitación. Él lo tomó con rapidez, frunciendo el ceño al ver el nombre en la pantalla. —No puede ser —murmuró, su voz baja pero llena de tensión. Me incorporé ligeramente, mirándolo con curiosidad. Su expresión había cambiado por completo; su mandíbula estaba tensa, y sus ojos clavados en el móvil parecían perderse en algo lejano. —¿Qué pasa? —pregunté, intentando mantener la calma. Michael no respondió de inmediato. Se levantó de la cama, aún desnudo, y caminó hacia la ventana con el celular en la mano. Parecía dudar entre responder o no, y eso solo incrementó mi inquietud. —Michael, ¿qué sucede? —insistí con más firmeza esta vez. —No es nada, Regina —respondió finalmente, sin mirarme. —No me mientas —repliqué, cruzando los brazos
Michael Foster. Estaba frente a la doctora, escuchando cómo me explicaba la evolución de Elijan, pero mi mente apenas podía concentrarse en sus palabras. Mis ojos, casi por instinto, volvían una y otra vez hacia Regina. Allí estaba ella, al otro lado de la habitación, tomando la mano de Elijan con una delicadeza que me irritaba más de lo que quería admitir. Sus labios se movían mientras le hablaba en voz baja, y aunque no podía escuchar exactamente lo que decía, la expresión en su rostro lo decía todo. Era como si estuviera en su propio mundo con él, como si yo no estuviera presente. Un nudo incómodo se formó en mi estómago. Celos. No me gustaba admitirlo, pero eso era. —Señor Foster, como le decía... —La voz de la doctora me trajo de vuelta a la conversación. Me forcé a mirarla, aunque mi mente seguía atrapada en la escena detrás de mí. —Sí, entiendo —respondí con un tono automático, intentando no perder la compostura. Pero no podía evitarlo. Desde hace un año, he observad