Regina Stravos El viaje de regreso a Italia fue breve pero tenso. Todo lo que había planeado para una noche romántica con Michael —el vestido, el vino, la cena perfecta— parecía haberse desmoronado por completo debido al asunto de Roberta. Sin embargo, estaba decidida a que esta noche sería diferente. Sería nuestra noche. Al llegar a la mansión, llevaba al cachorro en brazos, acurrucado contra mi pecho. Apenas cruzamos la puerta, ahí estaban Julia, la hermana de Michael, y Diego, su hermano menor. Como de costumbre, Julia me lanzó una mirada fría, mientras Diego, siempre más amable y despreocupado, se acercó con curiosidad. —¿Cómo se llama? —preguntó Diego, observando al cachorro con una sonrisa. —Todavía no tiene nombre. Lo llamo Mikito.—le respondí, acariciando la cabeza del pequeño. Diego sonrió mientras extendía una mano para acariciarlo también. —Es adorable. Le queda perfecto el nombre. En cambio, Julia hizo una mueca de desagrado y cruzó los brazos sobre su pecho.
Estaba recostada sobre la cama, envuelta entre las sábanas, mientras la calidez del cuerpo de Michael todavía persistía a mi lado. Apenas comenzaba a relajarme, cuando el sonido del celular vibrando en la mesita de noche rompió la calma de la habitación. Él lo tomó con rapidez, frunciendo el ceño al ver el nombre en la pantalla. —No puede ser —murmuró, su voz baja pero llena de tensión. Me incorporé ligeramente, mirándolo con curiosidad. Su expresión había cambiado por completo; su mandíbula estaba tensa, y sus ojos clavados en el móvil parecían perderse en algo lejano. —¿Qué pasa? —pregunté, intentando mantener la calma. Michael no respondió de inmediato. Se levantó de la cama, aún desnudo, y caminó hacia la ventana con el celular en la mano. Parecía dudar entre responder o no, y eso solo incrementó mi inquietud. —Michael, ¿qué sucede? —insistí con más firmeza esta vez. —No es nada, Regina —respondió finalmente, sin mirarme. —No me mientas —repliqué, cruzando los brazos
Michael Foster. Estaba frente a la doctora, escuchando cómo me explicaba la evolución de Elijan, pero mi mente apenas podía concentrarse en sus palabras. Mis ojos, casi por instinto, volvían una y otra vez hacia Regina. Allí estaba ella, al otro lado de la habitación, tomando la mano de Elijan con una delicadeza que me irritaba más de lo que quería admitir. Sus labios se movían mientras le hablaba en voz baja, y aunque no podía escuchar exactamente lo que decía, la expresión en su rostro lo decía todo. Era como si estuviera en su propio mundo con él, como si yo no estuviera presente. Un nudo incómodo se formó en mi estómago. Celos. No me gustaba admitirlo, pero eso era. —Señor Foster, como le decía... —La voz de la doctora me trajo de vuelta a la conversación. Me forcé a mirarla, aunque mi mente seguía atrapada en la escena detrás de mí. —Sí, entiendo —respondí con un tono automático, intentando no perder la compostura. Pero no podía evitarlo. Desde hace un año, he observad
Me desperté temprano esa mañana, aún con el recuerdo de la discusión de la noche anterior rondando mi cabeza. Michael había estado más distante de lo normal, y aunque intentaba fingir que todo estaba bien, sus ojos lo delataban. Sabía que algo le molestaba, pero no me lo diría. Su orgullo siempre lo hacía guardar silencio hasta que estallaba, y yo lo conocía demasiado bien.Mientras me vestía, recibí una notificación en mi teléfono: un mensaje del servicio de entrega avisándome que un paquete había llegado. Al abrir la puerta, me encontré con un enorme ramo de flores, tan perfecto que parecía sacado de una pintura. El aroma a rosas llenó la habitación al instante. Mi primer pensamiento fue que era un gesto de Michael, quizá una forma de disculparse por su actitud reciente. Pero cuando leí la tarjeta, todo se desplomó."Para Regina, un pequeño gesto de admiración. Lorenzo Bianchi."Mis manos temblaban. ¿Qué demonios estaba pensando Lorenzo al enviarme esto? Apenas lo conocía, y cada ve
El día comenzó con una tensa calma. Michael había salido temprano, dejándome sola en la casa. Después de lo ocurrido con las flores y nuestra discusión en la clínica, el ambiente entre nosotros estaba cargado de emociones no resueltas. Aunque yo intentaba ignorarlo, el peso de su desconfianza estaba empezando a agobiarme. Decidí pasar la mañana con el cachorro. Lo había llamado "Luca", en honor al protagonista de una novela que me encantaba. Mientras lo alimentaba con el biberón, intentaba distraerme del constante nudo en mi estómago. A media mañana, un mensaje en mi teléfono interrumpió mis pensamientos. "Regina, ¿podemos hablar? Sé que esto puede incomodarte, pero necesito hablar contigo Lorenzo." Leí el mensaje varias veces, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba. ¿Por qué estaba insistiendo tanto? Sus intenciones eran obvias, y aunque yo no tenía ningún interés en él, sabía que esto enfurecería a Michael si se enteraba. Dejé el teléfono a un lado y decidí ignorarlo. Michael
La mañana siguiente, me desperté con una extraña sensación de ansiedad. Michael ya no estaba en la cama, como de costumbre, y aunque intentaba no preocuparme, sabía que algo seguía rondando su mente. Desde el encuentro con Lorenzo la noche anterior, su actitud había cambiado, como si estuviera aún más alerta y distante.Decidí ocuparme con Luca para despejar mi mente. El pequeño cachorro seguía siendo una de las pocas cosas que me arrancaban sonrisas últimamente. Mientras le daba su biberón en la sala, escuché la puerta principal abrirse.Michael entró, acompañado de una mujer. Mi respiración se detuvo por un instante. La joven tenía cabello oscuro y largo, ojos expresivos y una figura elegante. Su presencia irradiaba una mezcla de vulnerabilidad y fuerza, lo que me desconcertó.—Regina, necesito que escuches algo —dijo Michael, su voz firme pero con un matiz de precaución.—¿Quién es ella? —pregunté de inmediato, aunque ya estaba claro que su llegada no era casual.La mujer me miró c
Estaba sentada en el salón principal, mirando sin mucho interés los documentos que Michael había dejado sobre la mesa. La casa estaba tranquila, aunque la presencia de Esmeralda Morgan seguía siendo una sombra incómoda para mí. Desde que había llegado, parecía estar en todas partes, y ahora mismo, la veía charlando animadamente con Julia en el jardín.Julia, la hermana de Michael, no era precisamente una amiga para mí. Desde que llegué a esta familia, había hecho todo lo posible para hacerme sentir fuera de lugar, con sus comentarios sarcásticos y su actitud altiva. Pero con Esmeralda, todo parecía diferente. Julia sonreía, su tono era cálido y hasta le ofreció una copa de vino. Era extraño verla actuar de esa manera.Suspiré y desvié la mirada hacia Luca, mi cachorro, que dormía plácidamente en su pequeña cama cerca de mí. Al menos él era una constante en medio del caos.Después de unos minutos, Julia se despidió de Esmeralda y desapareció por la puerta principal. Fue entonces cuando
La clínica estaba más silenciosa de lo habitual cuando llegué. Michael me había pedido que lo acompañara, pero algo dentro de mí me decía que no debía quedarme. Necesitaba tiempo, y él lo sabía. Mientras caminaba por el pasillo, mis pensamientos iban y venían, tenía la necesidad de ver a Elijan, de tocar sus manos y abrazarlo, me sentía tan estúpida al querer tenerlo cerca. Me acerque a su habitación y lo abracé comenzando a llorar él ni siquiera se movía. De repente fui interrumpidos por alguien más. Era Lorenzo Bianchi. Al verlo, una sensación extraña se apoderó de mí. No podía soportarlo, pero algo en su mirada me hizo temer lo peor. —Regina —dijo, con una voz suave que me erizó la piel—. Lo siento, no quiero interrumpir, pero hay algo que necesitas saber. Te he intentado buscar, pero Michael no lo permite. Sentí el peso de sus palabras incluso antes de que me las dijera. Mi corazón comenzó a latir más rápido, como si estuviera presintiendo lo que venía. —¿Qué es? —pregunté