Michael FosterLa observaba dormir, como todas las noches desde que la traje aquí. Se veía increíblemente hermosa, aún en su descanso. Su cabello dorado caía suavemente sobre la almohada, y su piel, tan suave, reflejaba la luz de la lámpara que dejé encendida. Me quedé allí por un momento, en silencio, observándola. Pero algo me llamó la atención.De repente, sus labios se movieron. —No, no me toque, no padrino, te lo ruego.Una punzada de rabia recorrió mi cuerpo al escuchar esas palabras. Maldita sea. No necesitaba ser un genio para saber que alguien la había lastimado. ¿Quién diablos se atrevió a ponerle una mano encima a Regina?Me acerqué lentamente a la cama, mis pasos suaves pero cargados de furia. Mi corazón latía con fuerza mientras la observaba temblar en su sueño, claramente atormentada por recuerdos dolorosos. La ira me consumía. —Ese hijo de puta que le hizo eso… lo pagará con sangre—murmuré entre dientes.Le acaricié la mejilla con cuidado, tratando de calmarla, aunque
Regina Stravos Me desperté lentamente, sintiendo el calor de las sábanas sobre mi piel. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba sola. Mi respiración se detuvo por un momento, el pánico recorriéndome, pero al abrir los ojos y ver la figura a mi lado, mi mente empezó a ordenar las piezas. Michael. Estaba allí, acostado junto a mí, sin mostrar la frialdad que usualmente me aterraba. Recordé todo lo que había sucedido la noche anterior. Había sido la primera vez en mucho tiempo que había hablado de lo que había pasado, de lo que me había marcado para siempre. La vergüenza aún me quemaba, como si mi alma se hubiera expuesto por completo, vulnerable. Nunca antes había hablado con nadie sobre eso. Nadie. Y ahora él lo sabía. Sin embargo, cuando me di cuenta de que no me sentía rechazada, algo cambió en mí. Michael se comportaba de manera diferente, casi… cariñoso. Había algo en su actitud que me desconcertaba, algo que no me esperaba de él. El hombre que había sido tan frío,
Michael Foster Apenas pisé Estados Unidos, ya sabía lo que debía hacer. No era solo venganza; esto era justicia, a mi manera. Reuní a mis hombres, aquellos en quienes siempre confío para este tipo de trabajos. Me vestí de negro, con el pasamontañas que ocultaba mi identidad, y me subí a la camioneta junto a ellos. La operación estaba planeada al detalle. Sabíamos exactamente dónde interceptaríamos al maldito de Carlos Miller, el supuesto "mejor amigo" de Lucas Stravos y el desgraciado padrino de Regina. Solo pensar en lo que le había hecho me hervía la sangre. Siempre había usado al Cóndor como mi máscara, la figura que el mundo conocía como un vigilante implacable, alguien que entregaba narcotraficantes a la policía y rescataba víctimas de trata. Era mi forma de equilibrar el infierno en el que me movía. Pero esta vez no se trataba de negocios ni de justicia universal. Esto era personal. Ese bastardo se había metido con algo que me pertenecía.Me limpié las manos con calma, ignora
Regina Stravos He estado nerviosa durante horas. Julia apenas me dirige la palabra, lo cual es un alivio, pero Diego... él no deja de acercarse. Ahora mismo está sentado frente a mí, mirándome con esa sonrisa encantadora que siempre usa para desarmar a cualquiera. —¿Cómo te sientes? —me pregunta con suavidad. Intento ser amable, pero mi tono es cortante. —Estoy bien, gracias. Sé que no debería ser grosera. Después de todo, no es su culpa lo que pasa aquí. Pero no puedo evitar sentirme culpable cada vez que lo miro. Besar a Michael, su hermano, fue un error, y siento que todos lo saben aunque no hayan dicho nada. —Dime la verdad, Regina —insiste, inclinándose hacia mí. ¿Qué quiere escuchar? No puedo decirle lo que realmente pienso. Pero entonces él ríe, una risa ligera y despreocupada, como si estuviera divirtiéndose con mi incomodidad. —Regi, durante el último año en cada fiesta, cada reunión familiar, he visto cómo Michael y tú se miran. —¿Qué? No sé de qué hablas... —
Regina Stravos No dejé de pensar en lo que me contó Michael. La noche fue un tormento, con pesadillas horribles que parecían no tener fin. Al día siguiente me desperté temprano, pero antes de levantarme de la cama, él apareció con una sonrisa y una caja de chocolates en la mano, mis favoritos. —Te los compré en mi viaje —dijo, como si el gesto fuera suficiente para borrar todo. Luego, con un tono más serio, añadió—: Regina, lamento mucho cómo comenzaron las cosas entre nosotros. Lo miré incrédula, sentándome en la cama mientras sostenía la caja de chocolates. —¿Te refieres a secuestrarme y humillarme? —repliqué con sarcasmo, levantando una ceja—. ¿De verdad crees que unos chocolates van a arreglar eso? Michael suspiró, sentándose en la silla junto a la cama, como si estuviera preparado para enfrentarme. —Sé que no es suficiente, Regina, pero no sé cómo compensarte. Estoy tratando de hacer las cosas de una forma distinta. —¿Distinta? —solté una risa amarga—. Michael, ¿t
Después de ducharme, me vestí rápidamente y bajé a desayunar. Como todos los días, los escoltas estaban apostados en cada salida de la casa, recordándome lo atrapada que estaba. Julia, como siempre, no perdió la oportunidad de molestarme. —Regina, hoy te toca limpiar la sala y el comedor —ordenó con su tono autoritario, cruzándose de brazos. —No tengo por qué hacerlo, Julia —respondí sin siquiera mirarla. —Claro que sí. No creas que por ser la favorita de Michael estás exenta. En ese momento, Michael entró al comedor y escuchó la discusión. —Julia, deja de molestarla —intervino con firmeza, mientras se sentaba frente a mí. Julia lo miró, sorprendida, y luego su expresión se llenó de rabia. —¡Claro, defiéndela! Seguro te tiene comiendo de su mano, como a todos. ¿Qué pasa, Michael? ¿Ya te acostaste con ella también? —espetó con veneno en la voz—. Es igual de zorra que su amiga Alexa. Sentí cómo la sangre me hervía, pero antes de que pudiera decir algo, Michael se puso de
Después de cenar, me encontraba sentada en el sofá junto a Diego. Ambos estábamos viendo una comedia romántica que, aunque simple, me hacía reír más de lo esperado. Por primera vez en mucho tiempo, sentí algo parecido a la libertad. En mi familia, todo era distinto. Mi papá no perdía oportunidad de menospreciarme, mi mamá vivía atrapada en un mundo de sumisión, y mi hermana no hacía más que envidiarme y buscar formas de lastimarme. Raegan, aunque siempre había sido mi refugio, no estaba ahí para mí todo el tiempo. Durante las cenas familiares, el ambiente siempre era sofocante; las conversaciones se centraban en despreciar a las mujeres y recalcar lo poco que valíamos según ellos. Pero aquí, con Diego, me sentía diferente. Nos reíamos de las escenas ridículas de la película, compartiendo un momento ligero, como si nada más existiera. Fue entonces cuando sentí una presencia que cambió el aire de la habitación. Michael había llegado. Apenas cruzó la puerta, su mirada se clavó en
Michael Foster.Me quedé mirando a Regina mientras dormía, con su rostro tan sereno, tan ajeno a la tormenta que se desata dentro de mí. La culpa me consume, pero también lo hace la rabia. ¿Cómo pude lastimar a alguien tan inocente, tan niña? Lo sé, la respuesta es fácil: la venganza. Siempre fue la venganza, desde el primer día. La necesidad de destruir todo lo que se interpusiera entre mis deseos y mi objetivo, cuando murió papá enloquecí. Pero ahora, mientras la observo, me doy cuenta de algo que no había considerado: Regina no tiene la culpa de nada, de las decisiones de su padre y hermano, ellos son unos monstruos y ella un ángel que nació en la familia equivocada. Es tan... frágil. Inocente. La forma en que duerme, tan tranquila, como si el mundo exterior no existiera, como si no supiera que su vida se ha convertido en un infierno. La odio por todo lo que representa, pero también la necesito. No quiero que sufra más, aunque mi naturaleza me diga lo contrario, soy un monstruo,