Regina StravosHabía perdido la noción del tiempo. Calculaba que llevaba al menos dos días esposada, inmovilizada en esta cama que se había convertido en mi prisión. Al principio, había gritado hasta quedarme sin voz, pero mis súplicas y protestas habían sido inútiles. La única persona que cruzaba la puerta era una mujer del servicio, siempre silenciosa, que me traía las tres comidas del día y me ayudaba a ir al baño.Lo único que me había dicho fue que Michael no estaba.Al escuchar eso, un sentimiento contradictorio me invadió. Parte de mí se sentía aliviada, pensando que quizá su ausencia significaría un respiro. Pero otra parte, una más oscura, sabía que su regreso podía ser aún peor.Estaba perdida en esos pensamientos cuando la puerta se abrió de golpe. Al instante, me puse alerta.—¿Qué…? —balbuceé, con la garganta seca, al ver entrar a Julia.No estaba sola. Dos hombres enormes la acompañaban, escoltas, con rostros pétreos y movimientos intimidantes. Su presencia me llenó de u
Michael Foster Había vuelto a Estados Unidos solo para encontrarme con más muerte, más sangre. Ricardo el excandidato a gobernador y exesposo de Alexa , el hombre de confianza de Raegan Stravos, había sido asesinado, y con él, su esposa embarazada. La noticia me dejó una sensación amarga. Aunque detestaba a Raegan, no podía evitar preguntarme si ese asesinato no había sido otra jugada sucia de su parte. Ese bastardo no conoce límites, pero tarde o temprano caerá. Me aseguraré de ello. De vuelta en Italia, apenas bajé del avión, me dirigí directamente a la clínica privada que había contratado para mantener a Elijan con vida. Era un lugar discreto, exclusivo, donde el dinero compraba silencio y confidencialidad. Oficialmente, mi amigo estaba muerto, lo cual era necesario para protegerlo. Nadie podía saber que seguía aquí, con un nombre falso y en condiciones críticas. Entré en la habitación donde Elijan permanecía conectado a varios aparatos. Era extraño verlo así, inmóvil, vulnerabl
Michael Foster La semana se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Mis días giraban alrededor de Regina, monitoreando cada detalle, cada respiración, asegurándome de que nadie más que yo tuviera acceso a su cuerpo o su recuperación. Durante el día, la enfermera que contraté —y que mantenía bajo una amenaza que no se atrevería a desafiar— se encargaba de los cuidados básicos. Pero las noches eran mías. Solo yo aplicaba las cremas en su piel, tocándola con esa mezcla de devoción y posesión que no podía evitar sentir. Cada vez que sus labios se movían para murmurar algo en su inconsciencia, mi atención se intensificaba. No me importaba perder sueño; verla mejorar, incluso lentamente, era suficiente recompensa. Esa noche, cuando finalmente abrió los ojos y me miró con una mezcla de desconcierto y miedo, mi corazón dio un vuelco. —¿Dónde estoy? —preguntó, su voz apenas un susurro. La confusión en su rostro era evidente. Estaba perdida, vulnerable, y lo sabía. Era mi oportunidad pa
ReginaMis gritos resonaban en las paredes, pero nadie venía a detenerme. Sentía la rabia en mi pecho, un fuego ardiente que no podía extinguirse. Estaba furiosa. Ese maldito Michael Foster había cruzado la línea. El recuerdo de su beso forzado seguía quemando mi piel, un acto que no lograba borrar de mi mente. ¿Qué quería de mí? ¿Por qué este juego cruel? No lo sabía, pero lo odiaba con cada fibra de mi ser.Después de un día completo encerrada, escuché el sonido de la llave girando en la cerradura. La puerta se abrió lentamente, y lo primero que vi fue a Julia. Instintivamente, retrocedí unos pasos, mi cuerpo reaccionando antes de que mi mente pudiera procesarlo.—Quédate lejos de mí, Julia. —Advertí, con un tono que intentaba sonar firme, aunque sentía cómo las piernas me temblaban.Ella me miró con desdén, cruzándose de brazos mientras cerraba la puerta tras de sí.—Tranquila, Regina. No puedo lastimarte, aunque ganas no me faltan. —Dijo con frialdad, aunque algo en su mirada pare
MichaelEstaba sentado en la sala con Roberta, mi prometida, una mujer que muchos envidiarían tener a su lado. Con su cabello castaño cayendo en ondas perfectas y esos ojos oscuros llenos de misterio, era la definición de elegancia y belleza. Su risa resonaba en el aire mientras jugueteaba con los botones de mi camisa, ajena al caos que vivía en mi mente.Llevábamos más de un año juntos y, en otro momento, habría disfrutado su compañía sin preocuparme por nada más. Era la hija de un hombre poderoso, un socio estratégico para mi familia, y la conexión que tenía con ella me había beneficiado en más de un sentido. Pero desde la muerte de mi padre, todo había cambiado.Solo podía pensar en la venganza.—Siempre estás tan tenso últimamente —dijo Roberta, su voz melosa llenando el espacio mientras se acercaba más. Sus dedos trazaron líneas lentas sobre mi pecho.—Es lo que pasa cuando la vida te golpea como lo ha hecho conmigo —respondí, intentando parecer relajado, aunque mi mente estaba a
Regina Stravos Trabajé durante todo el día en la mansión, y tenía el doble de trabajo porque Julia y la mujer de Michael me trataban terriblemente mal. Me gritaban, me insultaban, y se aseguraban de que no tuviera un solo momento de descanso. A pesar de todo, finalmente llegó la noche. Exhausta, me acosté en mi cama. Afuera, la tormenta rugía con fuerza; la lluvia golpeaba las ventanas y el sonido del viento se colaba por las rendijas. Cerré los ojos, pero el cansancio no fue suficiente para evitar las pesadillas. Recordé aquel momento. Tenía catorce años y él era mucho mayor. Jamás debí caer en su trampa, ese miserable me robo la inocencia Las imágenes eran vívidas, como si estuviera ocurriendo de nuevo. Sentí el peso de su cuerpo, el asco, el dolor, la impotencia. Intenté gritar, pero no salía ningún sonido de mi garganta. Era mi culpa. Lo pensé entonces, y lo sigo pensando ahora. Temblaba, sudaba frío. Yo tenía tanto miedo. De pronto, desperté con un grito ahogado, las lágr
Regina StravosDespués de una noche de pesadillas y consuelo inesperado, desperté sintiéndome un poco más tranquila. Quizás fue el abrazo de Diego, o simplemente el cansancio acumulado que me obligó a dejar de llorar.Me arreglé rápidamente y bajé a desayunar, esperando que este día fuera menos caótico que los anteriores. Pero, como siempre, la paz era un lujo en esta casa.Mientras colocaba un plato en la mesa, Julia apareció como una tormenta, con su característico aire de superioridad.—Sigues aquí, Regina. ¿No tienes vergüenza? —dijo, cruzando los brazos mientras me miraba con desdén. —Eres una maldita coqueta, siempre tratando de llamar la atención de mis hermanos. ¡Eres una basura!La ignoré al principio, tratando de no perder la paciencia, pero Julia nunca sabía cuándo detenerse.—Mírate, arrastrándote por esta casa como si fueras algo más que una simple Stravos. Michael debería haber acabado contigo hace tiempo.No me controle y le pegué una bofetada, Roberta hizo acto de pres
Michael FosterLa observaba dormir, como todas las noches desde que la traje aquí. Se veía increíblemente hermosa, aún en su descanso. Su cabello dorado caía suavemente sobre la almohada, y su piel, tan suave, reflejaba la luz de la lámpara que dejé encendida. Me quedé allí por un momento, en silencio, observándola. Pero algo me llamó la atención.De repente, sus labios se movieron. —No, no me toque, no padrino, te lo ruego.Una punzada de rabia recorrió mi cuerpo al escuchar esas palabras. Maldita sea. No necesitaba ser un genio para saber que alguien la había lastimado. ¿Quién diablos se atrevió a ponerle una mano encima a Regina?Me acerqué lentamente a la cama, mis pasos suaves pero cargados de furia. Mi corazón latía con fuerza mientras la observaba temblar en su sueño, claramente atormentada por recuerdos dolorosos. La ira me consumía. —Ese hijo de puta que le hizo eso… lo pagará con sangre—murmuré entre dientes.Le acaricié la mejilla con cuidado, tratando de calmarla, aunque