Regina Stravos No sabía qué había hecho mi hermano para convencer a Alexa de casarse con él, pero aquí estábamos. La ceremonia seguía su curso en medio de la fastuosidad que Raegan había orquestado. Yo observaba todo desde mi lugar, sintiendo un nudo en la garganta mientras Alexa, vestida de blanco, se veía hermosa pero abatida. Sus ojos, vacíos de alegría, delataban su desdicha. Me sentía culpable. Culpable porque sabía, en lo más profundo, que algo terrible se escondía tras este matrimonio forzado. —Alexa, ¿aceptas a Raegan Stravos como tu esposo? —preguntó el cura, su voz solemne retumbando en la iglesia. La tensión se hizo palpable. Alexa bajó la mirada, sus labios temblaban, incapaz de responder. —Mi esposa está emocionada; por supuesto que acepta —intervino Raegan con esa sonrisa fría y calculadora que tanto detestaba. Sujetó su brazo con fuerza, dejándole claro que no había opción para ella. Una punzada de rabia atravesó mi pecho, pero antes de que pudiera reacciona
Regina Stravos No lograba dejar de llorar. El peso de la traición me aplastaba el pecho, y cada sollozo que escapaba de mis labios era un recordatorio cruel de lo que había hecho. Alexa me odiaba. Ella era la única amiga que yo había tenido, mi mejor amiga, y yo la había traicionado de la manera más dolorosa. El vacío en mi pecho era inmenso, y las lágrimas no dejaban de caer, inundando mi rostro con la rabia y la desesperación que sentía. Me encontraba en mi habitación, frente a mi maleta, tratando de meter algunas prendas sin mucha organización. Mis manos temblaban, incapaces de encontrar la calma que tanto necesitaba. Cada cosa que metía en la maleta me recordaba lo que había perdido, lo que había hecho mal. Me sentía vacía, como si todo lo que había creído en mi vida se desmoronara de un solo golpe. De repente, escuché un golpe suave en la puerta antes de que se abriera lentamente. Raegan apareció en el umbral, su presencia fuerte y definitiva. Me miró en silencio por un mo
Regina Stravos Cuando desperté, me sentía completamente desorientada. La habitación era extraña, sombría, y apenas entraba el sol por una pequeña ventana. Mi mente estaba nublada, un revoltijo de recuerdos confusos. Recordaba haber estado en una cafetería, con Diego a mi lado, y luego... luego sentí que me mareaba, el café en mis manos resbalaba, y la oscuridad me había invadido rápidamente. Todo había ocurrido demasiado rápido, y ahora, aquí estaba, en un lugar que no reconocía. Abrí los ojos lentamente, como si mi cuerpo necesitara un tiempo para reaccionar. Al principio, no veía nada con claridad, solo sombras borrosas. Sin embargo, al enfocar mi vista, pude distinguir la silueta de un hombre acercándose. Mis ojos se ajustaron rápidamente, y entonces lo vi claramente. Era un hombre alto, con una presencia imponente, su rostro duro, casi frío. Tenía el cabello oscuro y sus ojos... esos ojos grises e intensos que me atravesaron como cuchillos. Mis entrañas se retorcieron. No pod
No podía creer lo que acababa de escuchar. Me quedé ahí, de pie, con el corazón en un puño y la sangre hirviendo en mis venas. Mis manos temblaban, pero no era por miedo, era por la rabia que crecía dentro de mí como una tormenta. Cinco años. Cinco años de matrimonio, de lucha, de amor, de sacrificios... Y ahora, todo se venía abajo con una simple frase de su boca.—¿Qué dijiste? —pregunté, sintiendo cómo mi voz se quebraba.Ricardo me miró con esos ojos fríos que ahora me parecían los de un extraño. Ni una pizca de compasión, ni una sombra del hombre con el que me casé. Solo desprecio.—Firmé los papeles —dijo con esa tranquilidad que me hervía la sangre—. Estamos divorciados. Quiero que te vayas de la casa.Mis piernas casi flaquearon, pero me negué a mostrarme débil frente a él. Esta casa... esta vida... era nuestra, ¿cómo podía tirarlo todo a la basura como si no hubiera significado nada?—No puedes hacerme esto —susurré, casi rogando, aunque odiaba cada palabra que salía de mi bo
Debí regresar a la casa de mi madre, aunque era lo último que quería hacer. El camino hasta aquí había sido una pesadilla interminable, pero no tenía otra opción. Cada día que pasaba, la desesperación se apoderaba más de mí. Me siento rota, pero no he dejado de pelear, no puedo hacerlo... no por mí, sino por mis hijos. He pasado los últimos días buscando abogados, moviéndome de oficina en oficina, intentando encontrar a alguien que se atreva a enfrentarse a Ricardo Beltrán, el hombre con todo el poder y el apellido que causa miedo con solo mencionarlo. Pero una vez que les digo quién es mi exesposo, veo el miedo en sus ojos. Ninguno quiere involucrarse. Ninguno quiere enfrentarse al futuro gobernador. Y, para colmo, mi madre no deja de gritarme. —¡Eres una inútil! —me recrimina mientras da vueltas por la pequeña cocina—. ¡¿Cómo pudiste perder a Ricardo, Alexa?! ¡Nos ha dejado sin nada! ¡Mira cómo hemos terminado por tu culpa! Yo la escucho, pero apenas puedo procesar sus palabras
Elijan MorganHabía sido un día completamente agotador. Tuve una audiencia, pero finalmente logré ganar, como siempre. Desde que terminé la carrera, no había perdido un solo juicio. La verdad era que no me importaba una mierda si mis clientes eran culpables o inocentes; lo único que realmente me importaba era el resultado. Solo tenía dos reglas: no defendía a hombres que abusaran o maltrataran a niños, ni a aquellos que abusaran de mujeres. Si no hacían nada de eso, no me importaba si eran narcotraficantes o lo que fuera; los dejaría libres.Después de un día así, me dirigí al bar que quedaba cerca de mi despacho. Era mi refugio, un lugar donde podía relajarme y disfrutar de un trago bien servido. Aquí, el ambiente siempre estaba cargado de risas y conversaciones animadas, y el barman sabía exactamente cómo prepararme mi whisky favoritoEstaba sentado en la barra, sorbiendo mi bebida, cuando noté que una mujer se acercaba. Era de cabello ondulado, una mezcla entre rojo y café que caía
Estaba completamente furiosa. No podía creer la propuesta que me había hecho ese miserable; estaba loco si creía que aceptaría ser su amante por demasiado tiempo. Me levanté a primera hora y me dirigí al colegio de mis pequeños. Los veía entrar, y mi corazón se llenaba de amor. Eran tan hermosos. Mi pequeño Remo, con sus grandes ojos azules y su cabello oscuro, siempre me hacía sonreír. A su lado, la pequeña Rubí, con su cabello ondulado y sus ojos del mismo color que los míos, reflejaba la misma dulzura. Mis gemelos eran el amor de mi vida, y no podía imaginar un futuro sin ellos. Cuando entraron al colegio, se despidieron de su nana con un abrazo cálido y se marcharon. A penas ellos entraron, me acerqué a la mujer, pero los escoltas me detuvieron. —Señora Alexa, los niños no dejan de preguntar por usted —me informó uno de los hombres con una voz grave, pero llena de preocupación. Mis bebés. No podía permitir que Silvia los maltratara. —Por favor, dime que no les ha hecho da
Cuando me desperté, una niebla densa me envolvía, tanto en mi mente como en la habitación. Todo era blanco y frío, el aire impregnado con el fuerte olor a desinfectante. Parpadeé varias veces, tratando de aclarar mis pensamientos, pero nada parecía hacer sentido. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí?Mis recuerdos estaban desordenados, como si alguien los hubiera sacudido. Solo fragmentos borrosos: el sonido de un coche acercándose, el miedo que me atravesó, y luego… nada. Me incorporé lentamente, el dolor en mi pecho incrementándose con cada movimiento. —Finalmente despiertas —la voz grave de Elijan rompió el silencio como un cuchillo cortante. Me giré para encontrarlo de pie en el umbral de la puerta, observándome con esa expresión que siempre parecía cruzar entre burla y control absoluto. —¿Qué pasó? —logré preguntar, mi garganta seca, aunque trataba de mantener la voz firme.—Cruzaste la calle sin mirar. Un coche casi te atropella —respondió él, con esa calma irritante que si