Regina Stravos. Desde que nací, siempre me he sentido fuera de lugar en mi familia. Mi padre es un hombre cruel, de mirada fría y palabras hirientes. Apenas si me ha mostrado algún indicio de afecto, y cuando lo hace, es tan superficial que apenas lo reconozco. Es como si su amor estuviera reservado para otros, nunca para mí. Mi madre, por otro lado, está completamente enamorada de él. Vive para complacerlo, obedeciendo sus órdenes como una sombra. Es todo lo que yo no quiero ser, una mujer que se pierde en su sumisión, que renuncia a su propia identidad por él. Mi hermana Renata, si es que se le puede llamar así, me odia. No hay una razón clara para su desprecio, pero lo siento en cada uno de sus gestos, en cada palabra fría o cruel que me lanza, como si mi mera existencia fuera una ofensa para ella. A veces, me pregunto si ella misma sabe por qué me odia, o si simplemente aprendió a hacerlo de manera instintiva, siguiendo el ejemplo de un padre que nunca mostró amor por mí. Lo
Michael Foster Desde que nací, mi vida ha sido complicada. Soy el primero de tres hijos, el primogénito de los Foster, una familia honorable y adinerada. Mi madre nos amaba profundamente a mi padre, a mis hermanos, y a mí, pero un día se cansó. Se hartó de las múltiples infidelidades de mi padre, de las apariencias, y decidió marcharse. Nos abandonó. Julia y Diego, mis hermanos menores, no lo recuerdan; eran demasiado pequeños. Pero yo sí. Aún puedo sentir la calidez de su último abrazo antes de que desapareciera de nuestras vidas. Fue un año horrible. Mi padre, herido en su orgullo y furioso con la vida, se refugió en su trabajo, volcándose completamente en su ambición. Ese mismo año comenzó a preparar su primera candidatura presidencial, aliándose con su mejor amigo y abogado, Elliot Morgan. Sin embargo, todo se derrumbó. Un grupo de narcotraficantes asesinó a Elliot, a su esposa y a su hija. Fue un golpe devastador. Desde ese momento, mi padre se llenó de culpa, como si la tr
Regina Stravos No sabía qué había hecho mi hermano para convencer a Alexa de casarse con él, pero aquí estábamos. La ceremonia seguía su curso en medio de la fastuosidad que Raegan había orquestado. Yo observaba todo desde mi lugar, sintiendo un nudo en la garganta mientras Alexa, vestida de blanco, se veía hermosa pero abatida. Sus ojos, vacíos de alegría, delataban su desdicha. Me sentía culpable. Culpable porque sabía, en lo más profundo, que algo terrible se escondía tras este matrimonio forzado. —Alexa, ¿aceptas a Raegan Stravos como tu esposo? —preguntó el cura, su voz solemne retumbando en la iglesia. La tensión se hizo palpable. Alexa bajó la mirada, sus labios temblaban, incapaz de responder. —Mi esposa está emocionada; por supuesto que acepta —intervino Raegan con esa sonrisa fría y calculadora que tanto detestaba. Sujetó su brazo con fuerza, dejándole claro que no había opción para ella. Una punzada de rabia atravesó mi pecho, pero antes de que pudiera reacciona
Regina Stravos No lograba dejar de llorar. El peso de la traición me aplastaba el pecho, y cada sollozo que escapaba de mis labios era un recordatorio cruel de lo que había hecho. Alexa me odiaba. Ella era la única amiga que yo había tenido, mi mejor amiga, y yo la había traicionado de la manera más dolorosa. El vacío en mi pecho era inmenso, y las lágrimas no dejaban de caer, inundando mi rostro con la rabia y la desesperación que sentía. Me encontraba en mi habitación, frente a mi maleta, tratando de meter algunas prendas sin mucha organización. Mis manos temblaban, incapaces de encontrar la calma que tanto necesitaba. Cada cosa que metía en la maleta me recordaba lo que había perdido, lo que había hecho mal. Me sentía vacía, como si todo lo que había creído en mi vida se desmoronara de un solo golpe. De repente, escuché un golpe suave en la puerta antes de que se abriera lentamente. Raegan apareció en el umbral, su presencia fuerte y definitiva. Me miró en silencio por un mo
Regina Stravos Cuando desperté, me sentía completamente desorientada. La habitación era extraña, sombría, y apenas entraba el sol por una pequeña ventana. Mi mente estaba nublada, un revoltijo de recuerdos confusos. Recordaba haber estado en una cafetería, con Diego a mi lado, y luego... luego sentí que me mareaba, el café en mis manos resbalaba, y la oscuridad me había invadido rápidamente. Todo había ocurrido demasiado rápido, y ahora, aquí estaba, en un lugar que no reconocía. Abrí los ojos lentamente, como si mi cuerpo necesitara un tiempo para reaccionar. Al principio, no veía nada con claridad, solo sombras borrosas. Sin embargo, al enfocar mi vista, pude distinguir la silueta de un hombre acercándose. Mis ojos se ajustaron rápidamente, y entonces lo vi claramente. Era un hombre alto, con una presencia imponente, su rostro duro, casi frío. Tenía el cabello oscuro y sus ojos... esos ojos grises e intensos que me atravesaron como cuchillos. Mis entrañas se retorcieron. No pod
Michael Foster Estaba sentado en la sala de aquella vieja mansión, con la mirada fija en el fuego que ardía en la chimenea. La luz de las llamas iluminaba tenuemente la habitación, pero en mi mente todo seguía sumido en la oscuridad. Había demasiadas voces resonando en mi cabeza, todas gritando lo mismo: venganza. Ella estaba en la habitación de arriba, encerrada, como una prisionera. Regina Stravos. Su nombre me hacía apretar los dientes. Esa familia m*****a había destrozado la mía, quitándome a mi padre y a Elijan, mi mejor amigo, como si sus vidas no valieran nada. No obstante, cuando cerraba los ojos, lo primero que veía no era el rostro de mi padre ni el cuerpo ensangrentado de Elijan. Era ella. Regina. Esa m*****a cabellera dorada que brillaba como si atrapara el sol, esos ojos verdes que parecían tan inocentes, tan ajenos al horror que había desatado su familia. Esa cara de niña buena que era una mentira, una máscara. Me hervía la sangre con solo pensar en lo fácil que debía
Regina StravosHabía perdido la noción del tiempo. Calculaba que llevaba al menos dos días esposada, inmovilizada en esta cama que se había convertido en mi prisión. Al principio, había gritado hasta quedarme sin voz, pero mis súplicas y protestas habían sido inútiles. La única persona que cruzaba la puerta era una mujer del servicio, siempre silenciosa, que me traía las tres comidas del día y me ayudaba a ir al baño.Lo único que me había dicho fue que Michael no estaba.Al escuchar eso, un sentimiento contradictorio me invadió. Parte de mí se sentía aliviada, pensando que quizá su ausencia significaría un respiro. Pero otra parte, una más oscura, sabía que su regreso podía ser aún peor.Estaba perdida en esos pensamientos cuando la puerta se abrió de golpe. Al instante, me puse alerta.—¿Qué…? —balbuceé, con la garganta seca, al ver entrar a Julia.No estaba sola. Dos hombres enormes la acompañaban, escoltas, con rostros pétreos y movimientos intimidantes. Su presencia me llenó de u
Michael Foster Había vuelto a Estados Unidos solo para encontrarme con más muerte, más sangre. Ricardo el excandidato a gobernador y exesposo de Alexa , el hombre de confianza de Raegan Stravos, había sido asesinado, y con él, su esposa embarazada. La noticia me dejó una sensación amarga. Aunque detestaba a Raegan, no podía evitar preguntarme si ese asesinato no había sido otra jugada sucia de su parte. Ese bastardo no conoce límites, pero tarde o temprano caerá. Me aseguraré de ello. De vuelta en Italia, apenas bajé del avión, me dirigí directamente a la clínica privada que había contratado para mantener a Elijan con vida. Era un lugar discreto, exclusivo, donde el dinero compraba silencio y confidencialidad. Oficialmente, mi amigo estaba muerto, lo cual era necesario para protegerlo. Nadie podía saber que seguía aquí, con un nombre falso y en condiciones críticas. Entré en la habitación donde Elijan permanecía conectado a varios aparatos. Era extraño verlo así, inmóvil, vulnerabl