Ya estamos a salvo.

Subí las escaleras con el corazón acelerado, rumbo a la habitación donde estaban mis dos pequeñas. Al entrar, lo primero que vi fue a Iris corriendo hacia Elijan con una sonrisa radiante, como si lo conociera de toda la vida. Lo abrazó con una intensidad que me dejó sin palabras, como si en lo más profundo de su ser supiera que él era su padre. Fue un momento tan emotivo que sentí un nudo formarse en mi garganta, incapaz de contener la avalancha de emociones.

—Elijan —dijo Iris con inocencia, sus pequeñas manos aferrándose al cuello de Elijan.

Él la abrazó con fuerza, cerrando los ojos como si quisiera grabar ese instante en su memoria. Su expresión estaba cargada de una mezcla de amor, culpa y alivio. Yo permanecía en la puerta, observando en silencio, hasta que Rubí, mi pequeña más tímida, se acercó a mí con pasos vacilantes.

—Mami... ¿dónde estamos? —preguntó Rubí, su vocecita llena de confusión.

La levanté en brazos y la abracé con fuerza, besando su cabello oscuro. Sentía
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