Me encontraba sentada en una mesa apartada, rodeada de un murmullo constante de conversaciones y risas. La reunión estaba en pleno apogeo, un desfile de empresarios y socios que apoyaban la presidencia de Raegan. Entre copas de vino y discursos bien ensayados, la atmósfera parecía relajada, pero yo me sentía como una intrusa en mi propia vida. Francia, sentada a mi lado, me observaba con curiosidad. Era la esposa de Aldo Miller, gobernador y el mejor amigo de Raegan, un hombre que irradiaba integridad y confianza. Aldo no tenía ni la más remota idea del tipo de alimaña con la que estaba aliado. —Alex, te ves triste, ¿qué pasa? —me preguntó Francia, con una mezcla de dulzura y preocupación. Ella era mi confidente desde que Regina decidió marcharse. Con Francia había encontrado un refugio, alguien con quien compartir mis pensamientos más oscuros. Sabía de mi amor por Elijan, de mis desencuentros con Raegan, pero no de la otra verdad, la que me pesaba como una roca en el pecho: que Ra
La música vibraba en el aire mientras los invitados llenaban el salón con risas y conversaciones. Yo estaba cerca de la barra, sosteniendo una copa de champán más por protocolo que por deseo, cuando Lorenzo, el hermano de Francia, se acercó. Su porte relajado y esa sonrisa que siempre parecía un poco traviesa me resultaban familiares, pero esta vez había algo diferente en su mirada. —Alexa, siempre es un placer verte —dijo con una voz suave pero segura—. La mejor amiga de mi hermana siempre logra destacar, incluso entre tanta gente importante. —Gracias, Lorenzo. Siempre tan halagador —respondí, intentando que mi tono sonara casual, aunque sabía que Raegan, a pocos pasos de distancia, no le quitaba los ojos de encima. Lorenzo ignoró deliberadamente la presencia de Raegan, lo que tensó aún más el ambiente. Sin embargo, Raegan no se quedó callado. —Lorenzo, he escuchado que manejas algunas inversiones interesantes. Quizá podríamos hablar de negocios en algún momento. No sé si Ald
Estaba completamente furiosa con Raegan, y el odio que sentía hacia él hervía en mi interior como un volcán a punto de estallar. Después de todo lo cruel que era, lo único que deseaba era hacerlo pagar por su maldad. La discusión entre nosotros se intensificaba con cada palabra, una espiral de gritos y reproches que parecía no tener fin. —¡Tú consientes demasiado a Remo! —bramó Raegan, su rostro enrojecido por la ira. —¡Porque lo amo! —le grité de vuelta, sintiendo que la rabia me quemaba la garganta—. Pero claro, tú no tienes idea de lo que significa el amor de un padre, porque el tuyo era un maldito perro. ¡No sabes nada de amor! La provocación pareció hacerle perder el control. Dio un paso hacia mí, levantando una mano como si estuviera a punto de golpearme. Lo miré directamente a los ojos, sin apartarme ni un milímetro. —¡Hazlo! —le desafié, mi voz cargada de veneno y determinación—. ¡Múeleme a golpes si quieres, Raegan! Pero si lo haces, saldré a la fiesta y te acusaré fr
RaeganEstaba fuera de mí, completamente enojado. Cada parte de mi cuerpo vibraba con furia mientras caminaba de un lado a otro en la sala de espera, los músculos tensos, como si fuera incapaz de detenerme. Mi médico de confianza, el doctor Serrano, estaba atendiendo a Alexa en la clínica que había comprado exclusivamente para emergencias familiares. Nadie más podía acceder a ella, y ahora, yo estaba esperando a que me dieran noticias. No podía evitar pensar en cómo había llegado a esto. Todo por esa estúpida, por su falta de obediencia, por provocar una situación que claramente se me había ido de las manos.Maldita sea. No tenía ni idea de que estaba embarazada. Nunca me lo dijo. Si lo hubiera sabido, las cosas podrían haber sido diferentes, pero ella había decidido callarse, seguir con su actitud y hacer lo que quería. Lo que más me enfurecía era que sabía que me estaba provocando, que estaba empujándome al límite para que la golpeara. Pero no, ella nunca entendió. Nunca. Y yo, en m
Alexa Brown Estaba devastada, rota en mil pedazos. Apenas podía procesar lo que me habían dicho: había estado embarazada, y los golpes de Raegan habían arrebatado una vida que ni siquiera sabía que crecía dentro de mí. La rabia y la tristeza se entrelazaban en mi pecho como una soga que me asfixiaba. Ese miserable no se cansaba de lastimarme, una y otra vez, como si su crueldad no tuviera límites. Decidí insistir en volver a casa. Lo único que me daba algo de fuerza era la idea de estar con mis niñas, abrazarlas y fingir, aunque fuera por un momento, que todo estaba bien. También esperaba a Remo, a quien Raegan, finalmente, había accedido a traer nuevamente. Esa promesa era lo único que mantenía mis pies sobre la tierra. Estaba en mi habitación, intentando calmar la tormenta que se desataba dentro de mí, cuando la puerta se abrió sin aviso. Era Carla. Entró con esa actitud altanera que siempre me ponía los nervios de punta. Su cabello perfectamente arreglado, el maquillaje impe
Alexa BrownYo estaba demasiado nerviosa; mi mente no dejaba de dar vueltas al hecho de que Remo estuviera en manos de esos miserables. Elijan, como siempre, no había movido un dedo. La rabia y la impotencia me carcomían, pero al mismo tiempo, el miedo se apoderaba de mí. ¿Qué harían ellos ahora?Finalmente llegó el fin de semana, y para mi horror, habían organizado una maldita fiesta. Era una cena privada con Aldo y su familia obviamente estaría Lorenzo. No quería bajar, ni siquiera abrir la puerta de mi habitación. Me quedé en la cama, abrazada a mis dos hijas, intentando encontrar en su tranquilidad un poco de paz que yo no tenía.Durante esa distracción, mientras los invitados se perdían en su desenfreno, mi mente no dejó de planear. Lo tenía decidido: iba a huir. No podía quedarme más tiempo bajo el control de Elijan ni en esta casa, donde cada esquina parecía un testigo de mi sufrimiento. Mis manos temblaban mientras repasaba una y otra vez los pasos que tenía que dar, sabiendo
Alexa Cuando desperté, el miedo me envolvía. No podía reconocer el lugar en el que estaba. La habitación, lujosa y desconocida, me hizo sentir aún más perdida. Mi cabeza estaba llena de preguntas, pero lo primero que hice fue salir, buscando respuestas. Al bajar las escaleras, el sonido de mis pasos resonó en la casa silenciosa. Y allí estaba él, Lorenzo, sentado en una sala, como si nada hubiera pasado. Viéndolo allí, en esa posición, me invadió una sensación de traición indescriptible. ¿Cómo pudo? —Tú nos vendiste, miserable... dije, mi voz temblando de ira, mientras me acercaba a él y le soltaba una bofetada. Mi mano ardía, pero la rabia no se desvanecía. —¿Quién te pagó? Dime, Lorenzo. Él se quedó en silencio por un momento, su rostro tenso por el golpe. No respondió de inmediato, pero el dolor en su mirada me dejó más confundida aún. De repente, alguien pronunció mi nombre. —Alexa... Me giré rápidamente, el sonido familiar de mi nombre me hizo detener el corazón en
Subí las escaleras con el corazón acelerado, rumbo a la habitación donde estaban mis dos pequeñas. Al entrar, lo primero que vi fue a Iris corriendo hacia Elijan con una sonrisa radiante, como si lo conociera de toda la vida. Lo abrazó con una intensidad que me dejó sin palabras, como si en lo más profundo de su ser supiera que él era su padre. Fue un momento tan emotivo que sentí un nudo formarse en mi garganta, incapaz de contener la avalancha de emociones. —Elijan —dijo Iris con inocencia, sus pequeñas manos aferrándose al cuello de Elijan. Él la abrazó con fuerza, cerrando los ojos como si quisiera grabar ese instante en su memoria. Su expresión estaba cargada de una mezcla de amor, culpa y alivio. Yo permanecía en la puerta, observando en silencio, hasta que Rubí, mi pequeña más tímida, se acercó a mí con pasos vacilantes. —Mami... ¿dónde estamos? —preguntó Rubí, su vocecita llena de confusión. La levanté en brazos y la abracé con fuerza, besando su cabello oscuro. Sentía