Los italianos

Me encontraba sentada en una mesa apartada, rodeada de un murmullo constante de conversaciones y risas. La reunión estaba en pleno apogeo, un desfile de empresarios y socios que apoyaban la presidencia de Raegan. Entre copas de vino y discursos bien ensayados, la atmósfera parecía relajada, pero yo me sentía como una intrusa en mi propia vida.

Francia, sentada a mi lado, me observaba con curiosidad. Era la esposa de Aldo Miller, gobernador y el mejor amigo de Raegan, un hombre que irradiaba integridad y confianza. Aldo no tenía ni la más remota idea del tipo de alimaña con la que estaba aliado.

—Alex, te ves triste, ¿qué pasa? —me preguntó Francia, con una mezcla de dulzura y preocupación.

Ella era mi confidente desde que Regina decidió marcharse. Con Francia había encontrado un refugio, alguien con quien compartir mis pensamientos más oscuros. Sabía de mi amor por Elijan, de mis desencuentros con Raegan, pero no de la otra verdad, la que me pesaba como una roca en el pecho: que Ra
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