La música vibraba en el aire mientras los invitados llenaban el salón con risas y conversaciones. Yo estaba cerca de la barra, sosteniendo una copa de champán más por protocolo que por deseo, cuando Lorenzo, el hermano de Francia, se acercó. Su porte relajado y esa sonrisa que siempre parecía un poco traviesa me resultaban familiares, pero esta vez había algo diferente en su mirada. —Alexa, siempre es un placer verte —dijo con una voz suave pero segura—. La mejor amiga de mi hermana siempre logra destacar, incluso entre tanta gente importante. —Gracias, Lorenzo. Siempre tan halagador —respondí, intentando que mi tono sonara casual, aunque sabía que Raegan, a pocos pasos de distancia, no le quitaba los ojos de encima. Lorenzo ignoró deliberadamente la presencia de Raegan, lo que tensó aún más el ambiente. Sin embargo, Raegan no se quedó callado. —Lorenzo, he escuchado que manejas algunas inversiones interesantes. Quizá podríamos hablar de negocios en algún momento. No sé si Ald
Estaba completamente furiosa con Raegan, y el odio que sentía hacia él hervía en mi interior como un volcán a punto de estallar. Después de todo lo cruel que era, lo único que deseaba era hacerlo pagar por su maldad. La discusión entre nosotros se intensificaba con cada palabra, una espiral de gritos y reproches que parecía no tener fin. —¡Tú consientes demasiado a Remo! —bramó Raegan, su rostro enrojecido por la ira. —¡Porque lo amo! —le grité de vuelta, sintiendo que la rabia me quemaba la garganta—. Pero claro, tú no tienes idea de lo que significa el amor de un padre, porque el tuyo era un maldito perro. ¡No sabes nada de amor! La provocación pareció hacerle perder el control. Dio un paso hacia mí, levantando una mano como si estuviera a punto de golpearme. Lo miré directamente a los ojos, sin apartarme ni un milímetro. —¡Hazlo! —le desafié, mi voz cargada de veneno y determinación—. ¡Múeleme a golpes si quieres, Raegan! Pero si lo haces, saldré a la fiesta y te acusaré fr
RaeganEstaba fuera de mí, completamente enojado. Cada parte de mi cuerpo vibraba con furia mientras caminaba de un lado a otro en la sala de espera, los músculos tensos, como si fuera incapaz de detenerme. Mi médico de confianza, el doctor Serrano, estaba atendiendo a Alexa en la clínica que había comprado exclusivamente para emergencias familiares. Nadie más podía acceder a ella, y ahora, yo estaba esperando a que me dieran noticias. No podía evitar pensar en cómo había llegado a esto. Todo por esa estúpida, por su falta de obediencia, por provocar una situación que claramente se me había ido de las manos.Maldita sea. No tenía ni idea de que estaba embarazada. Nunca me lo dijo. Si lo hubiera sabido, las cosas podrían haber sido diferentes, pero ella había decidido callarse, seguir con su actitud y hacer lo que quería. Lo que más me enfurecía era que sabía que me estaba provocando, que estaba empujándome al límite para que la golpeara. Pero no, ella nunca entendió. Nunca. Y yo, en m
Alexa Brown Estaba devastada, rota en mil pedazos. Apenas podía procesar lo que me habían dicho: había estado embarazada, y los golpes de Raegan habían arrebatado una vida que ni siquiera sabía que crecía dentro de mí. La rabia y la tristeza se entrelazaban en mi pecho como una soga que me asfixiaba. Ese miserable no se cansaba de lastimarme, una y otra vez, como si su crueldad no tuviera límites. Decidí insistir en volver a casa. Lo único que me daba algo de fuerza era la idea de estar con mis niñas, abrazarlas y fingir, aunque fuera por un momento, que todo estaba bien. También esperaba a Remo, a quien Raegan, finalmente, había accedido a traer nuevamente. Esa promesa era lo único que mantenía mis pies sobre la tierra. Estaba en mi habitación, intentando calmar la tormenta que se desataba dentro de mí, cuando la puerta se abrió sin aviso. Era Carla. Entró con esa actitud altanera que siempre me ponía los nervios de punta. Su cabello perfectamente arreglado, el maquillaje impe
Alexa BrownYo estaba demasiado nerviosa; mi mente no dejaba de dar vueltas al hecho de que Remo estuviera en manos de esos miserables. Elijan, como siempre, no había movido un dedo. La rabia y la impotencia me carcomían, pero al mismo tiempo, el miedo se apoderaba de mí. ¿Qué harían ellos ahora?Finalmente llegó el fin de semana, y para mi horror, habían organizado una maldita fiesta. Era una cena privada con Aldo y su familia obviamente estaría Lorenzo. No quería bajar, ni siquiera abrir la puerta de mi habitación. Me quedé en la cama, abrazada a mis dos hijas, intentando encontrar en su tranquilidad un poco de paz que yo no tenía.Durante esa distracción, mientras los invitados se perdían en su desenfreno, mi mente no dejó de planear. Lo tenía decidido: iba a huir. No podía quedarme más tiempo bajo el control de Elijan ni en esta casa, donde cada esquina parecía un testigo de mi sufrimiento. Mis manos temblaban mientras repasaba una y otra vez los pasos que tenía que dar, sabiendo
Alexa Cuando desperté, el miedo me envolvía. No podía reconocer el lugar en el que estaba. La habitación, lujosa y desconocida, me hizo sentir aún más perdida. Mi cabeza estaba llena de preguntas, pero lo primero que hice fue salir, buscando respuestas. Al bajar las escaleras, el sonido de mis pasos resonó en la casa silenciosa. Y allí estaba él, Lorenzo, sentado en una sala, como si nada hubiera pasado. Viéndolo allí, en esa posición, me invadió una sensación de traición indescriptible. ¿Cómo pudo? —Tú nos vendiste, miserable... dije, mi voz temblando de ira, mientras me acercaba a él y le soltaba una bofetada. Mi mano ardía, pero la rabia no se desvanecía. —¿Quién te pagó? Dime, Lorenzo. Él se quedó en silencio por un momento, su rostro tenso por el golpe. No respondió de inmediato, pero el dolor en su mirada me dejó más confundida aún. De repente, alguien pronunció mi nombre. —Alexa... Me giré rápidamente, el sonido familiar de mi nombre me hizo detener el corazón en
No podía creer lo que acababa de escuchar. Me quedé ahí, de pie, con el corazón en un puño y la sangre hirviendo en mis venas. Mis manos temblaban, pero no era por miedo, era por la rabia que crecía dentro de mí como una tormenta. Cinco años. Cinco años de matrimonio, de lucha, de amor, de sacrificios... Y ahora, todo se venía abajo con una simple frase de su boca.—¿Qué dijiste? —pregunté, sintiendo cómo mi voz se quebraba.Ricardo me miró con esos ojos fríos que ahora me parecían los de un extraño. Ni una pizca de compasión, ni una sombra del hombre con el que me casé. Solo desprecio.—Firmé los papeles —dijo con esa tranquilidad que me hervía la sangre—. Estamos divorciados. Quiero que te vayas de la casa.Mis piernas casi flaquearon, pero me negué a mostrarme débil frente a él. Esta casa... esta vida... era nuestra, ¿cómo podía tirarlo todo a la basura como si no hubiera significado nada?—No puedes hacerme esto —susurré, casi rogando, aunque odiaba cada palabra que salía de mi bo
Debí regresar a la casa de mi madre, aunque era lo último que quería hacer. El camino hasta aquí había sido una pesadilla interminable, pero no tenía otra opción. Cada día que pasaba, la desesperación se apoderaba más de mí. Me siento rota, pero no he dejado de pelear, no puedo hacerlo... no por mí, sino por mis hijos. He pasado los últimos días buscando abogados, moviéndome de oficina en oficina, intentando encontrar a alguien que se atreva a enfrentarse a Ricardo Beltrán, el hombre con todo el poder y el apellido que causa miedo con solo mencionarlo. Pero una vez que les digo quién es mi exesposo, veo el miedo en sus ojos. Ninguno quiere involucrarse. Ninguno quiere enfrentarse al futuro gobernador. Y, para colmo, mi madre no deja de gritarme. —¡Eres una inútil! —me recrimina mientras da vueltas por la pequeña cocina—. ¡¿Cómo pudiste perder a Ricardo, Alexa?! ¡Nos ha dejado sin nada! ¡Mira cómo hemos terminado por tu culpa! Yo la escucho, pero apenas puedo procesar sus palabras