Elijan MorganEstaba en la casa de Michael, mi cabeza aún latía con una mezcla de furia y frustración. No podía creer que Alexa estuviera a punto de casarse con Raegan, y solo la idea de verla junto a ese miserable me encendía por dentro. Sabía que no podía quedarme de brazos cruzados. Faltaban horas para esa maldita boda. Michael me observaba, su expresión era severa, como si intentara encontrar alguna señal de calma en mí que no existía. Alessandro, su padre, estaba allí también, sentado al otro lado del escritorio, con la mirada firme y calculadora que siempre lo caracterizaba. Ambos parecían estar a la espera de mis palabras. —Esto tiene que acabar —dije finalmente, mi voz cargada de determinación y rabia contenida—. No puedo permitir que Alexa se case con Raegan. No ahora que sabe lo que es capaz de hacer. Si ella lo hace... —tomé aire, intentando contenerme—. Si no podemos detenerlo por la vía legal, entonces me la llevaré. Alexa no merece esto. No pienso dejarla en sus manos,
Tres años después. Mi vida se ha convertido en una pesadilla interminable. Han sido los peores años que he vivido. Raegan ahora es el presidente de la nación y uno de los hombres más poderosos; el narcotráfico ha azotado al país de manera implacable. La opinión pública ya no está tan a su favor, pero su fortuna ha crecido exponencialmente, reflejando el oscuro camino que ha tomado. Abandoné mi carrera para concentrarme por completo en nuestros tres hijos. Los educamos en casa, donde los protegemos de un mundo que se ha vuelto aterradoramente inseguro. Sé que Raegan ha acumulado demasiados enemigos, y eso me aterra. Él ha prometido que, al finalizar su mandato, nos marcharemos los cinco lejos de aquí, aunque eso no me da consuelo alguno. Vivir casada con él ha sido un verdadero infierno. Desde la muerte de Elijan, siento que me convertí en una sombra de lo que solía ser. Estuve a punto de acabar con mi vida en aquellas primeras semanas después de perderlo, pero entonces descubrí
Me encuentro acariciando el suave cabello de mi pequeña Rubí, quien está sentada en mis piernas, riendo suavemente. Ella es mi mayor adoración, el amor de mi vida, mi pequeña princesa. Siento su calidez y me invade una paz que rara vez experimento. —Papi, pronto será mi cumpleaños... ¿me harás mi fiesta de princesa? —pregunta con una ilusión en sus ojos que me derrite. Le sonrío, sin poder ocultar el amor y el orgullo que siento por ella. —Pues claro, todo para mi princesa hermosa. Sabes que te amo —le digo, con la certeza de que haría cualquier cosa por verla feliz. Rubí es tan hermosa, con su cabello ondulado y esos ojos idénticos a los de su madre. Cada vez que la miro, veo reflejado en ella algo de Alexa. Amo y odio tanto a esa mujer… es la mujer de mi vida, la que me obsesiona hasta la locura, pero hace más de tres años que es solo una sombra en nuestra vida. Es evidente que no me ama. Es fría, distante, incluso en la cama. Mientras sigo acariciando el cabello de Rubí,
Alexa Estaba sentada en el banco del parque, observando cómo mis pequeños jugaban alrededor, sus risas llenando el aire. Remo estaba jugando con Iris, corriendo por el césped con la alegría de un niño que no conoce la maldad del mundo, mientras Rubí permanecía a mi lado, mirando a los demás con una expresión que variaba entre la molestia y el desdén. Últimamente, había notado que mi hija no dejaba de resentirme, y aunque intentaba comprenderla, el dolor de su comportamiento me hacía sentir que no era suficiente como madre. —Mi amor, ve a jugar con tus hermanos —le dije suavemente, sin dejar de mirar a Iris y Remo, pero Rubí no movió ni un músculo. La tensión en su rostro se mantuvo, como si mis palabras no fueran más que una invitación a algo que no quería escuchar. —Ella no es mi hermana... —respondió, señalando a Iris con un gesto brusco y despectivo, como si esas palabras fueran una condena. El rechazo en su voz me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Iris no era su hermana de
Estaba completamente desconcertada por la flor que había aparecido junto con la nota. Mi corazón latía fuerte en mi pecho, casi como si quisiera escapar de mi cuerpo. La nota, con sus palabras que no dejaban de dar vueltas en mi mente, solo aumentaba mi confusión. Lo que más deseaba en ese momento era que Elijan estuviera vivo, que todo fuera una mentira, una cruel ilusión que mi mente había creado para escapar de la realidad. Pero entonces recordé el cuerpo, la fría certeza de que él ya no estaba, de que había muerto. La verdad me golpeó como un puño, dejándome sin aliento. Regresé a la casa lo más rápido que pude, mis tres pequeños en brazos. Estaban tranquilos, pero yo sentía como si el mundo estuviera desmoronándose a mi alrededor. Les pedí a la nana que llevara a Iris a bañarse y a los mellizos también, no podía con todo en este momento. Les recordó que después deberían hacer las tareas, pero mis pensamientos estaban lejos, en otro lugar. No podía concentrarme. Comencé a cami
Me encontraba sentada en una mesa apartada, rodeada de un murmullo constante de conversaciones y risas. La reunión estaba en pleno apogeo, un desfile de empresarios y socios que apoyaban la presidencia de Raegan. Entre copas de vino y discursos bien ensayados, la atmósfera parecía relajada, pero yo me sentía como una intrusa en mi propia vida. Francia, sentada a mi lado, me observaba con curiosidad. Era la esposa de Aldo Miller, gobernador y el mejor amigo de Raegan, un hombre que irradiaba integridad y confianza. Aldo no tenía ni la más remota idea del tipo de alimaña con la que estaba aliado. —Alex, te ves triste, ¿qué pasa? —me preguntó Francia, con una mezcla de dulzura y preocupación. Ella era mi confidente desde que Regina decidió marcharse. Con Francia había encontrado un refugio, alguien con quien compartir mis pensamientos más oscuros. Sabía de mi amor por Elijan, de mis desencuentros con Raegan, pero no de la otra verdad, la que me pesaba como una roca en el pecho: que Ra
La música vibraba en el aire mientras los invitados llenaban el salón con risas y conversaciones. Yo estaba cerca de la barra, sosteniendo una copa de champán más por protocolo que por deseo, cuando Lorenzo, el hermano de Francia, se acercó. Su porte relajado y esa sonrisa que siempre parecía un poco traviesa me resultaban familiares, pero esta vez había algo diferente en su mirada. —Alexa, siempre es un placer verte —dijo con una voz suave pero segura—. La mejor amiga de mi hermana siempre logra destacar, incluso entre tanta gente importante. —Gracias, Lorenzo. Siempre tan halagador —respondí, intentando que mi tono sonara casual, aunque sabía que Raegan, a pocos pasos de distancia, no le quitaba los ojos de encima. Lorenzo ignoró deliberadamente la presencia de Raegan, lo que tensó aún más el ambiente. Sin embargo, Raegan no se quedó callado. —Lorenzo, he escuchado que manejas algunas inversiones interesantes. Quizá podríamos hablar de negocios en algún momento. No sé si Ald
Estaba completamente furiosa con Raegan, y el odio que sentía hacia él hervía en mi interior como un volcán a punto de estallar. Después de todo lo cruel que era, lo único que deseaba era hacerlo pagar por su maldad. La discusión entre nosotros se intensificaba con cada palabra, una espiral de gritos y reproches que parecía no tener fin. —¡Tú consientes demasiado a Remo! —bramó Raegan, su rostro enrojecido por la ira. —¡Porque lo amo! —le grité de vuelta, sintiendo que la rabia me quemaba la garganta—. Pero claro, tú no tienes idea de lo que significa el amor de un padre, porque el tuyo era un maldito perro. ¡No sabes nada de amor! La provocación pareció hacerle perder el control. Dio un paso hacia mí, levantando una mano como si estuviera a punto de golpearme. Lo miré directamente a los ojos, sin apartarme ni un milímetro. —¡Hazlo! —le desafié, mi voz cargada de veneno y determinación—. ¡Múeleme a golpes si quieres, Raegan! Pero si lo haces, saldré a la fiesta y te acusaré fr