Capítulo 2.

Mientras bajo las escaleras inspecciono un poco más la estructura de la que ahora es mi nueva casa. Paredes viejas, algunos cuadros de Andrea cuando apenas era una bebé, un olor peculiar, como a viejo y una que otra telaraña, sin embargo, no puedo negar la tranquilidad que se siente en este lugar.

El vecindario es callado, por lo que he podido notar, además Andrew parece no ser un pederasta en potencia, en cambio, la que se comportó muy mal fui yo, tampoco es alcohólico como el ultimo novio y nos preparó una cena hecha en casa la primera noche, no las sobras del día anterior como lo hizo Steven, el anterior al último.

Al llegar a la primera planta de la casa me dirijo al comedor donde ya los tres me esperan con sus miradas espectadoras. Noto que hay mucha comida sobre la mesa y no puedo evitar sonreír.

 —Parece que ya sé cómo ganarte; con la comida —comenta Andrew mientras se sirve un poco de pasta.

—No creo que sea la manera correcta, no la verás comiendo mucho, no quiere engordar —le contesta mi madre en un tono peculiar, como si le pareciera una completa estupidez.

—No es mi culpa que sí me importe mantener lo bonito que me dio Dios —contesto mientras me siento.

—El problema no es mantenerlo o no, el problema es el propósito con que lo haces.

—¿Qué me estás tratando de decir?

—Que cuando observo tu vida la comparo con la de muchas mujeres y te aseguro que no me refiero a las que son damas —touché

La muy estúpida me acaba de enterrar en el abdomen mi propia espada, con la que la herí hace solo un par de horas y no puedo evitar lo fascinante que se siente, sí, fascinante porque cada pelea con Amber es una nueva aventura, una aventura llena de frenesí y excitación.

Como en noveno grado cuando la llamaron de la escuela porque robé las respuestas del examen de la oficina del profesor de biología. Ella llegó con su vestido tres cuartos, el que siempre utiliza cuando quiere parecer una dama decente, su cabello rubio recogido en un moño alto, unos zapatos de tacón y el bolso más elegante que tiene, el que compró por quince dólares en una venta de garaje.

Comenzó a gritarme cuando le contaron lo que yo había hecho, se llevó la mano al pecho como si yo fuera una decepción para la familia, se puso roja como un tomate como si la situación la avergonzara y eso, eso me enojó como un demonio porque lo que ella estaba haciendo era mucho peor que lo que yo había hecho, estaba allí con su mascara falsa de madre perfecta y educada. Era una hipócrita y yo quería que se enterara, quería decirle al director que si lo había hecho no era por mi mal comportamiento, era por el mal ejemplo que tenía en casa. Le grité lo mucho que la odiaba y que se veía patética intentando encajar en el prototipo de señora del hogar, y que de todas las cosas que se había podido calzar esos zapatos que se robó del centro comercial había sido la peor elección.

Recuerdo la expresión en su rostro, cómo cambió inmediatamente, dejó de verse apenada a verse realmente enojada, no fingía, estaba realmente enojada así que levanto su mano derecha y me dio una tremenda bofetada; no me inmuté, no dije nada, solo que me quedé allí viéndola mientras el rector de la escuela se levantaba velozmente de su silla y le pedía que se calmara.

Para mis adentros me reí, me reí porque era mentira, jamás se había robado esos zapatos y puede que nuestro acompañante de esa ocasión no lo creyera, pero le había quitado la careta, le había mostrado a él cómo era ella en realidad. Después de eso le recomendaron que lo mejor fuese trasladarme a otra escuela. Me importó un carajo las consecuencias de ello, porque la mejor parte había sido la sensación de poder que hacer eso me dio.

—¿Ya le contaste a Andrew la vez que te arrestaron en la tienda de víveres por encontrarte chupándole el pene a tu novio Steven? Porque si lo que me quieres decir es que soy una zorra, créeme que lo aprendí de la mejor, la diferencia es que yo pienso en grande, porque si al menos se la tengo que chupar a alguien sería por una casa en un bonito vecindario, no por veinte dólares para cerveza y cigarrillos.

—¡Victoria por favor! —el hombre en la mesa me reprocha lo que acabo de decir mientras Andrea solo sigue comiendo con las mejillas ligeramente coloradas.

—¡¿Qué?! ¡No me conoces Andrew! No sabes una m****a de los problemas que ella y yo tenemos y déjame decirte que en verdad espero que consigas algo mucho mejor que todo esto —me levanto de la mesa sin siquiera haber tocado el plato y corro directo escaleras arriba.

Abro la puerta de mi habitación y la cierro tras de mí dando un portazo. Vierto sobre la cama todo el contenido de mi bolso de mano hasta que encuentro lo que busco; los cigarrillos.

Tomo uno de la caja, lo enciendo y a los segundos después escucho que tocan la puerta.

—Mientras no sea Amber, cualquiera puede pasar.

Abren la puerta y la cabellera ligeramente desordenada de Andrea aparece, se recuesta en el marco de la puerta y niega con la cabeza antes de comenzar a hablar.

—Mi padre te matará si te ve fumando. Se podía fumar una caja por día, pero lo dejó.

—Al menos no quedó con alguna tonta manía —ella ríe.

—Puedes pasar si quieres —ella acepta mi sugerencia y se sienta de piernas cruzadas sobre la cama.

—Tu madre le dijo a mi papá que eras un poco complicada, pero lo que realmente está complicado es tu relación con ella —yo río,

—¿Complicado? Más bien al borde de la erupción volcánica.

—¿Por qué te llevas tan mal con ella? —pregunta mientras juguetea con mi teléfono que estaba sobre la cama.

—Disculpa Andrea, pero literalmente te acabo de conocer y no le cuento mis mierdas a nadie —ella abre los ojos y comienza a gaguear.

—Mmm… claro, no… me refiero —yo vuelvo a reír.

—Tampoco esperes que te llame hermana —ella frunce el ceño.

—Nunca esperé eso. No soy una perdedora, Victoria —dice luego de un tiempo en silencio—, no soy una reinita del baile como tú, pero no me molestan en los baños de la escuela si es lo que crees.

—¿A qué te refieres con reinita del baile?

—Bueno, eres alta, delgada, rubia, ojos azules, cabello de revista. Cuando entres a la escuela van a pelearte para que seas animadora.

—Lo mío no es la gimnasia —le contesto—, y nunca he sido buena haciendo amigos. A la gente le molesta que le diga las cosas que pienso en la cara.

—Bueno, podríamos ir a una fiesta para que mejores tus habilidades comunicativas y sociales antes de comenzar a vivir tu vida escolar aquí.

—¡Vaya, entonces la chica de overoles sí va a fiestas! —exclamo fingiendo asombro. Ella rueda los ojos.

—Entonces sí pensabas que estabas lidiando con una idiota.

—Digamos que aún está a consideración. A propositico, ¿a qué escuela iré?

—A la mía, de hecho, empiezas mañana.

—¿Tan rápido?

—Papá arregló todo, es profesor allí.

—¡Mierda! —me río—, si eres una idiota.

—Vete al carajo.

—Okey, como sea, ¿dónde es la puta fiesta? —pregunto al tiempo que me levanto y me comienzo a quitar la ropa.

Andrea me trajo a un par de calles alejadas de su casa, a una vivienda muy parecida a la suya que está repleta de personas, hay multitud de gente que incluso están bebiendo fuera de la casa.

Ambas abrimos la puerta y entramos recibiéndonos mucha gente sudada, bailando con sus vasos rojos y la música extremadamente alta. Mientras la sigo, la gran mayoría de chicos me observan, Andrea lo nota y se ríe.

—Esto no es una película, no sé por qué todos me miran, tal vez me manché, aunque es imposible porque es mi último día del periodo.

—Aquí todos nos conocemos —dice por encima de la música—, y es evidente que eres nueva aquí y no, no estás manchada.

—¿Ahora se me van a acercar como borregos a decirme cosas obscenas? —pregunto y ella niega.

—Eso pasaría si nos quedamos aquí, la verdadera fiesta está allá —dice señalándome la puerta que al parecer conduce al sótano.

Efectivamente la puerta da al sótano donde hay una vibra muy distinta a la de arriba. Al bajar puedes sentir como entra en tus fosas nasales el olor a esa planta que no deberíamos fumar, el alcohol y el mal viaje de muchos.

Aquí abajo hay menos personas, algunos juegan beer pong, otros fuman sobre el sillón, unos cuantos bailan y con solo mirada puedo detectar al anfitrión saliendo del baño; es u chico alto, guapo, con unos jeans y una camisa negra, la gorra hacia atrás y un vaso de cerveza en su mano, Dios, puedo apostar que se llama Max o Colin, alguna m****a así.

—¡Mi querida Andy! —grita en cuanto nos ve—, pensé que ya no venias, pero lo hiciste y acompañada —se acerca hasta nosotras, saluda a Andrea y me da la mano. Yo la tomo y él sonríe; bonita sonrisa.

—Bueno, no está mal que me pagues con cerveza gratis mis clases de cálculo. Sin mí no vas a entrar a la universidad —le contesta.

—Nunca pierdes un segundo para alardear tu inteligencia, pero dime, ¿quién es tu amiga?

—Ella es...

—Victoria —la interrumpo—, un placer. El chico vuelve a sonreír y carajo, que lindos dientes.

—Aaron, el placer es mío. Bueno antes de ofrecerles cerveza o lo que sea, quisiera decir que evidentemente ustedes no son familia, así que debes ser alguna amiga que lastimosamente viene de paso.

—Ella es la hija de la novia de mi padre, te conté que se mudarían —Aaron abre los ojos como si no creyera lo que acaba de escuchar.

—¡Carajo! Tú… diablos, nunca pensé que tú… tu madre debe estar buenísima, a puesto a que parecen hermanas.

—¿Qué? ¿pensaste que lo acabas de decir sonaría cool y sofisticado? ¿Qué te invitaría a un trio de bienvenida conmigo y con mi madre? ¡que imbécil eres! Y de todas formas jamás me acostaría contigo.

No espero su respuesta y me alejo hacia la mesa llena de bebidas que hace un segundo no había visto. Okey, admito que mentí, de hecho, justo así han sido todas mis conquistas últimamente, lo que significa que definitivamente me acostaría con él, pero me enojó, me enojó lo que intento decir.

Comienzo a servirme un vaso con cerveza hasta que escucho la voz de Andrea justo a mi lado.

—Es un buen chico, Victoria, a veces idiota, pero no el más idiota, te lo aseguro.

—¿Tratas de ayudarlo conmigo?

—No —contesta—, trato de que hagas amigos.

—Bueno, ya ves que soy un fracaso haciendo eso

—Créeme, le gustas más ahora —dice y ambas reímos.

Me doy a vuelta y le doy el vaso de cerveza que ya me había servido al tiempo que observo la llegada de una chica, se abre el cierre de su chaqueta de cuero y se baja ligeramente su falda corta, le sonríe a Aaron, se saludan y ambos se meten al baño.

—¿Y esa quién es?

—No sé su nombre la verdad, es del norte. Viene de vez en cuando por aquí.

—Evidentemente. Está usando botas Channel y las condenadas son las reales, pero ¿qué puede buscar una chica que ya lo tiene todo en el lado de la m****a de su ciudad?

—¿Y qué es lo que él lado de la m****a te puede ofrecer que el norte no? —ambas nos reímos entiendo a lo que nos referimos.

—Así que Aaron vende drogas…

—Nunca se lo he preguntado, pero es evidente que sí —me contesta antes de beber de su vaso.

—A propósito, ¿dónde estudian esas perras ricas? ¿en la misma escuela de nosotras? —Andrea ríe.

—Por supuesto que no, hay dos escuelas, una de su lado y una del nuestro. Con lo que cuesta la mensualidad de esa probablemente te podrías comprar dos pares de esas bonitas botas que lleva puesta —contesta mientras vemos cómo ella sale del baño metiendo algo al bolsillo de su chaqueta, la vuelve a cerrar y se va.

—¿Y quién dice que tú y yo no podemos estudiar allí?

—No lo sé, ¿el dinero que no tienen nuestros padres?

Yo la observo con una ancha sonrisa en mi rostro.

—Querida Andy, tienes la suerte de que yo siempre consigo lo que me propongo.

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