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26. Un ardiente deseo

La reina tragó saliva, pues no sabía cómo decirle a su hija lo que solo eran sospechas desde hace años, pues como tal, Henry no había sido descubierto en ninguna de las cosas que hiciera.

—Cuando tu hermano y Henry empezaron a convivir acá en el castillo, Henry constantemente se quejaba de algunas maldades que Frederick le hacía, todo era tan convincente, que con tu padre en más de una ocasión le creímos, además, no podíamos dejar de lado el sentir lástima por él, pues siendo tan pequeño, había perdido a sus padres, sin embargo, poco a poco las actitudes que fue tomando, dejaron en evidencia que, lo que decía tu hermano, al desmentir los ataques, no era más que la verdad. Henry llegaba al punto de lastimarse a sí mismo, con el fin de acusar a tu hermano y que nosotros estuviéramos en contra de nuestro propio hijo —le contó la reina a su hija, quien la escuchó asombrada.

—Pero… de todas formas, eso fue cuando pequeño —dijo Samantha, pues había visto en sus primos una actitud similar,
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