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23. Nublados por el deseo

El rostro de Fredrick se tornó de un rojo carmesí, sus manos no pudieron evitar colocarse sobre la parte noble de su cuerpo, aun así, se mantuvo erguido, como todo un rey.

—Permítame darle un consejo, Su Majestad —dijo Selene, ignorando por completo el dolor que había infligido en Frederick—. No comience algo, que no está dispuesto a terminar.

Frederick no respondió. ¡No podía hacerlo! Y Selene aprovechó para escapar y ponerse a salvo en la seguridad de su recámara, aunque era consciente de que, si el rey quería irrumpir en ella, no podría evitarlo; sin embargo, ella esperaba que Frederick se comportara como un caballero luego de su acalorado encuentro.

La noche fue ridículamente corta. No había otra manera de describirlo por parte de Selene, ella hubiese deseado tener un poco más de tiempo para descansar, no había podido conciliar el sueño y cuando estaba a punto de cerrar los ojos, el alba la sorprendió.

—¿Se encuentra bien, mi Lady? —preguntó su doncella, mientras le ayudaba a ajus
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