CAPITULO 97

La confusión se apodera de mí cuando observo por la ventana y diviso un imponente edificio de unos diez pisos.

—¿Qué es este lugar? —pregunto, tratando de descifrar el misterio.

No es un restaurante, eso queda claro después de nuestro desayuno. Tampoco parece un hotel típico. El edificio blanco, con sus ventanas de tamaño normal, despierta mi curiosidad. David, sin embargo, mantiene el silencio mientras estaciona el auto en un área designada como privada.

—¿Ya me dirás? —insisto, buscando respuestas que se ocultan tras la sonrisa enigmática de David.

Sin pronunciar palabra, él abre mi puerta, me tiende la mano y la acepto sin objeciones. Caminamos juntos hacia las imponentes puertas dobles que se abren automáticamente al acercarnos. Al entrar, una amalgama de aromas a esencias, lociones y rosas invade mis sentidos. El lugar huele divino, una fragancia relajante que anticipa algo más que un simple paseo.

—Bienvenidos —una mujer delgada y joven se acerca con una sonrisa, su tono amable
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