EXTRA

Benedikt

Observo las postales que año con año se han convertido en una pequeña pila que guardo con mucho cariño y vuelvo a releer la primera que recibí hace años procedente de las islas Cook «Sunt liber (soy libre)».

Miro con nostalgia la foto que adorna mi escritorio y acaricio el rostro de la mujer que me mira sonriente.

—¿Lo ves nana?, al final Ana fue libre, tanto como ella deseaba y tú siempre tuviste razón, enamorarse ese hombre fue lo mejor que le pudo pasar a esa niña que llegó con el corazón y el alma rota a nuestras vidas hace tantos años —expreso poniéndome de pie y guardando la última postal que recibí hace unos días—. Por fin es libre y feliz, como siempre debió de serlo, antes de que esos cerdos mancharan su inocencia.

Antes de que pueda seguir sumido en esa pequeña tristeza que se instaló en mí, desde el día en que en esa explosión perdí más de lo que podía soportar, tocan a mi despacho.

—Jefe, es hora de irnos —me informa uno de mis hombres.

—Vámonos, antes de ver a es
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