—Tengo que irme —dije, levantándome de la cama y comenzando a vestirme rápidamente. Las sábanas aún guardaban el calor de nuestros cuerpos, pero yo ya estaba enfriándome, cerrándome en mi propia decisión.
—Leo, pero creí que te quedarías toda la noche. Por favor, no te vayas —suplicó la mujer a mi lado, cuyo nombre apenas recordaba. Sus ojos, húmedos y suplicantes, buscaban algo de comprensión en los míos, pero ya estaba demasiado lejos. Admito que soy un desastre y siempre he creído que el amor es una m*****a pérdida de tiempo. Todo en mi vida parece ser temporal, fugaz como las sombras al amanecer. No logro tener un momento de paz; siempre hay una mujer detrás de mí. Pero, al fin y al cabo, quien recibe un regalo no debería llorar. Yo aprovecharé lo que la vida me ofrece. Si las mujeres deciden entregarse a alguien como yo, que así sea. No me importa. —Leo, quédate —insistió la mujer en un último intento desesperado por convencerme de quedarme, algo que no haré. Su voz temblaba, cargada de emoción y un rastro de esperanza que se desvanecía rápidamente. —Jamás paso una noche entera con una mujer, y menos con alguien que es solo una distracción efímera. Adiós —declaré con firmeza, mi voz era la cortante brisa de otoño que barría las últimas hojas de los árboles. Terminé de ajustarme el pantalón mientras ella comenzaba a gritar insultos tras de mí. No las culpo; pasar una noche apasionada con ellas no significa que signifiquen algo más para mí. Antes de que pudiera reaccionar, sentí el impacto de una almohada en mi espalda. —¡Cobarde! —gritó ella, una acusación que se perdió entre las paredes desnudas del cuarto. Tomé las llaves de mi auto y salí de su departamento. Me dirigí a mi lugar favorito para distraerme, un viejo bar en la esquina de siempre, con el mismo bartender de siempre que ya conocía mi pedido sin que lo mencionara. Ni siquiera las mujeres logran llenar ese vacío que, lejos de disminuir, parece crecer con cada encuentro fugaz. Me senté al final de la barra, mirando subir la espuma en mi vaso de coptel, cada una llevándose un poco más de lo que me quedaba por dentro. Salí de ese bar, dejando atrás el bullicio y la algarabía, y me dirigí hacia mi refugio preferido en la ciudad. Necesitaba despejar mi mente, encontrar un respiro en medio del caos, porque incluso las mujeres ya no logran llenar el vacío que, en lugar de menguar, parece expandirse sin control. Sí, en apariencia tengo todo: riqueza, mujeres, lujos y placer. Soy el dueño de mi vida, un hombre que hace y deshace a su antojo. Pero en el fondo, algo falta, algo que se escapa de mi comprensión, algo que me mantiene anclado en un mar de insatisfacción. Me instalé en la cima de la colina donde se erige el nombre de nuestra ciudad. La vista desde aquí arriba es simplemente magnífica; todo parece diminuto y a la vez eterno. Las luces que salpican el firmamento añaden un toque de magia a la escena. Este es el único lugar donde las estrellas brillan con tal intensidad, un espectáculo que siempre me deja maravillado. Permanecí allí durante un buen rato, dejando que las preocupaciones se desvanecieran ante la inmensidad del horizonte nocturno. Después, emprendí el camino de regreso hacia mi departamento. Al llegar, una sensación de vacío me invadió. Sin embargo, al menos mi fiel compañero, Bary, me aguardaba en la puerta. Es un hermoso husky, con su pelaje grisáceo y sus ojos vivaces que reflejan lealtad inquebrantable. Lo acaricié con ternura, buscando en su presencia un destello de autenticidad en un mundo lleno de superficialidad. Este perro es mi única compañía, mi fiel amigo que nunca me ha fallado. Mis padres dicen que soy un alma solitaria, que no confío en nadie. No es que no confíe, simplemente no quiero hacerlo. No quiero perder el tiempo en estupideces. Las amistades son falsas, no existen amigos de verdad. Cuando era joven, en mis tiempos de juventud, todos se burlaban de mí por mi apariencia. Era el chico gordo y menos agraciado del salón. Mis anteojos eran prendas de burla, y vivía humildemente mientras mis compañeros presumían de sus viajes y las compras que les hacían sus padres. Y al final, siempre estaba yo, el chico al que todos acosaban, incluso Marisol, la chica de la que me enamoré perdidamente. Su cabello negro como la noche la hacía resplandecer entre todas las mujeres. Sus mejillas brillaban con luz propia y siempre tenía una sonrisa en el rostro, aunque no fuera dirigida hacia mí, sino hacia David, su estúpido novio que la trataba mal. Ellos eran como el yoyo, terminaban y volvían, la pareja más tóxica que existía. Después de que mi padre falleció, tuve que vivir aún más miserablemente. Pero un día, ella se acercó a consolarme. Eso me hizo amarla aún más. Pero al final, solo fue eso, un gesto de compasión. Nunca hablamos, y cuando finalmente me animé a hacerlo, mi madre me anunció que se había casado con un hombre muy rico. Él me sacó de la escuela, me metió en un colegio privado, y jamás volví a ver a Marisol. Me puse a dieta, adelgacé, y mi físico cambió totalmente. Pasé de ser el chico gordo, feo y sin gracia, a uno de los hombres más ricos, heredero en vida de la fortuna Ruiz y uno de los más apuestos. Pero aún así, nada de eso pudo llenar el vacío que Marisol dejó en mi corazón. Me desabroché la camisa y me dirigí hacia la regadera. Disfruté de un baño reconfortante y luego me puse mi ropa de dormir. —Bary, a dormir —le dije a mi perro, quien rápidamente subió a la cama y se acomodó mientras yo me recostaba. Preparándome para el día siguiente, cuando comenzaría una nueva jornada. Mañana es día de contrataciones, y me gusta encargarme personalmente de seleccionar a mis empleados. Si ninguno cumple con mis expectativas, prefiero no contratar a nadie.★Marisol.Mientras me preparaba para la cena romántica que había planeado para nuestro aniversario con David, la ansiedad me invadía.—Ya pasan de las 9 y aún no llegas —murmuré, observando el reloj que colgaba en la pared de nuestra casa.David rara vez era puntual. Su trabajo lo absorbía tanto que apenas tenía tiempo para llegar temprano a casa. Entendía su situación; habíamos pasado de ser jóvenes ricos a luchar por llegar a fin de mes.Recuerdo cómo cambió todo cuando quedé embarazada en la preparatoria. Mis padres me echaron de casa, David se negó a casarse conmigo, y me vi sin hogar.Durante dos meses, viví en casa de una compañera de la escuela, pero cuando mi embarazo se hizo evidente, sus padres me echaron también.Desesperada, busqué a David. No quería estar en la calle, incluso llegué a considerar abortar, pero sus padres lo convencieron de hacerse cargo de mí y del bebé. Nos casamos, y ahora, después de 10 años, nuestra relación ha tenido altibajos como cualquier otra pare
—¡Marisol! —gritó David, visiblemente consternado.—No me grites. Váyanse a su casa. Es muy tarde para que la señorita ande de pie. Debe estar cansada; su vientre es muy grande y seguro ya va a nacer el bebé, pobre mujer —le dije a David con sarcasmo—. Conozco a un buen masajeador de pies y de espalda por si necesitas un masaje. Y cuídate, porque después de tener el bebé uno tiende a engordar, solo mírame. Bueno, me voy a dormir.Puse mi mano en el hombro de la mujer y los dejé súper confundidos. No voy a llorar por un hombre que vale tres centavos. Por mí, puede irse al infierno un millón de veces.Subí a mi recámara y escuché cómo la puerta de la calle se cerraba. Al parecer, mi estúpido esposo ya se había ido.Si me siento mal, perdí mi figura, diez años de mi vida al lado de un inútil de hombre, y ni siquiera terminé mi carrera porque me dediqué a criar a un niño y a ser una esposa ejemplar. Pero por mi Mathías, haría cualquier cosa.Me di un baño relajante y me preparé emocionalm
—Sonreí ante su comentario, pero ella parecía ofendida.—¿Qué? ¿De qué se ríe? ¿Cree que me comí un payaso o qué? Señor, si solo se burla de esta gordita, sepa que buscaré trabajo por otro lado —advirtió, mostrando fiereza en su tono.Me levanté de inmediato, antes de que ella se fuera, y extendí la mano hacia ella.—No se vaya —le rogué, tomando su mano con suavidad.Cuando nuestros ojos se encontraron, me quedé sin palabras ante su hermosa mirada.—Deje de burlarse de mí, ¿señor? —me reprochó, con un brillo de indignación en sus ojos, aunque ni siquiera le había mencionado mi nombre.★Marisol.—Leonardo —pronunció, su voz resonaba en la oficina con una autoridad que me hizo estremecer.—Señor Leonardo, usted es el administrador de recursos humanos y no puede burlarse de mí, o le diré a su jefe que está abusando de su poder —respondí, sin retroceder ante su mirada penetrante.Él pareció sorprendido por mi respuesta, pero mantuvo la compostura.—¿Mi jefe? Yo...—¿No me diga que le tie
★Marisol.Me quedé en silencio por un buen rato, tratando de entender por qué había llamado a Leo «mi Leo». Observé cómo sus manos se movían con rapidez sobre el teclado mientras trataba de explicarme cómo usar la computadora. Su expresión de concentración contrastaba con mi confusión.—¿Qué piensas, Marisol? ¿Te parece más claro ahora cómo funciona? —preguntó Leo, sonriendo al notar mi silencio.—La verdad es que estoy algo perdida. Creo que necesitaré más práctica —confesé, sintiéndome frustrada por no entender del todo.—No te preocupes, estamos aquí para aprender juntos —respondió Leo, con una voz reconfortante.Mientras seguía intentando procesar la información, mi estómago recordó que ya era hora de comer con un fuerte gruñido.—¿Te gustaría ir a comer algo? —preguntó Leo, notando mi distracción por el hambre.—¿A comer? —dudé por un momento, queriendo decirle que no, pero el vacío en mi estómago me hizo cambiar de opinión—. Bueno, quizás un bocado no estaría mal. Tengo tanta ha
★Leonardo.El deseo me invadía por completo. Su boca contra la mía despertaba cada fibra de mi ser, tanto interior como exteriormente. Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba ante su cercanía, mi miembro tomó vida propia y todo lo que deseaba era perderme en cada centímetro de su cuerpo adorable.Pero justo cuando el ascensor sonó, ella salió corriendo como si el mismísimo diablo la persiguiera.—Marisol… —llamé, tratando de alcanzarla mientras salía disparado detrás de ella, pero pronto la perdí de vista en el bullicio de la ciudad.Me quedé parado en la acera, sintiéndome frustrado por mi propia imprudencia.¿Por qué había besado a Marisol de esa manera? Seguramente la había asustado.Me sentí abrumado por el remordimiento, preguntándome si había arruinado por completo nuestras posibilidades.Decidí regresar a la empresa, esperando encontrarla allí, pero ella no volvió. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirme. Marisol tenía que ser mía, sin importar el costo. Incluso si no podía tenerl
—¡Bien, cuenta! —exclamó Angie, con una expresión de expectativa en su rostro.—Me besé con un compañero de trabajo y casi hacíamos cositas en el ascensor —confesé, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas ante la mirada atenta de mis amigas.—¿Y esta guapo? —preguntó Andreina, interesada en los detalles.—Sí, está como caído del cielo, toda la tentación andando. Mientras me enseñaba a usar la computadora, mi corazón no paraba de latir y cuando lo empujé contra la pared del ascensor, no podía dejar de besarlo. Besa como los malditos grandes, nunca David me besó como él, hasta me metió la lengua muy adentro —confesé, reviviendo el momento con una mezcla de excitación y culpa.—Pero tú querías que te metiera otra cosa —intervino Itzel, quien creímos que estaba dormida, aunque después de mencionar eso, volvió a cerrar los ojos con una sonrisa pícara en los labios, provocando risas en el grupo.El chisme la llamaba aunque estuviera ausente.—Sí, quiero de todo con él. Pero a lo mejor
Me encontraba un poco aturdida y confundida, sin comprender totalmente lo que había pasado en los últimos minutos.Mientras Angie, Itzel y Andreina intentaban poner orden en el caos que había generado la inesperada visita de Leoncito, sentía cómo mi mente luchaba por entender sus motivos y mis emociones.—Marisol, ¿quién es este hombre? —preguntó Angie con un tono de preocupación mientras Itzel y Andreina me ayudaban a levantarme del suelo.—Es... es un compañero de trabajo —logré decir, aunque mis palabras se quedaron cortas para explicar su presencia en mi casa de manera tan abrupta. —Pero no entiendo, él... él arrancó la puerta de sus marcos al entrar. Chicas, de verdad que me asusté.Angie, siempre la protectora, me envolvió en un abrazo reconfortante, tratando de transmitirme su fuerza.—Ustedes dos, agárrenlo. No lo dejaremos ir de aquí hasta que explique por qué vino a molestar a mi dolor de cabeza —ordenó Andreina, asumiendo el rol de líder del grupo, con su voz firme y decidi
★Leonardo.Tener que explicarles por qué entré de esa manera a esas chicas tan entusiastas era demasiado, solo quería venir a ver a Marisol y terminé convirtiéndome en el modelo de sus próximas novelas.—Bueno, ya que ya escuchamos lo que tu 'banano' tenía que decir, nos vamos —dijo Andreina, con una sonrisa traviesa.Aún no entiendo por qué me comparan con una fruta.Marisol se acercó a mí.—No creas que te he perdonado por desmontar mi puerta —murmuró con un tono entre serio y juguetón.Me reí nerviosamente, sintiendo el peso de su mirada sobre mí.—Lo siento mucho, Marisol. Fue un error y estoy dispuesto a compensarlo de alguna manera —respondí, tratando de sonar lo más sincero posible.Ella asintió, pero su expresión seguía siendo un poco tensa.—Lo sé, Leo. Pero asegúrate de que no vuelva a suceder. Mi puerta no puede permitirse otro encuentro con tus habilidades destructivas —dijo con una sonrisa leve, pero sus ojos reflejaban una advertencia clara.Asentí con firmeza, decidido