★Leonardo.
El deseo me invadía por completo. Su boca contra la mía despertaba cada fibra de mi ser, tanto interior como exteriormente. Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba ante su cercanía, mi miembro tomó vida propia y todo lo que deseaba era perderme en cada centímetro de su cuerpo adorable. Pero justo cuando el ascensor sonó, ella salió corriendo como si el mismísimo diablo la persiguiera. —Marisol… —llamé, tratando de alcanzarla mientras salía disparado detrás de ella, pero pronto la perdí de vista en el bullicio de la ciudad. Me quedé parado en la acera, sintiéndome frustrado por mi propia imprudencia. ¿Por qué había besado a Marisol de esa manera? Seguramente la había asustado. Me sentí abrumado por el remordimiento, preguntándome si había arruinado por completo nuestras posibilidades. Decidí regresar a la empresa, esperando encontrarla allí, pero ella no volvió. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirme. Marisol tenía que ser mía, sin importar el costo. Incluso si no podía tenerla físicamente, estar a su lado sería suficiente para mí. Con la firmeza ardiendo en mi pecho, decidí dirigirme a casa de mis padres en busca de consuelo. Al llegar, vi a mi madre tomando el sol cerca de la piscina, mientras mi hermano jugaba a ser un intrépido explorador con la señora de la limpieza, y mi padre, como siempre, estaba sumergido en su trabajo en su despacho. El ambiente familiar me reconfortó, pero aún así, no podía sacar a Marisol de mi mente ni de mi corazón y menos ahora que al fin había probado su delicioso sabor a vainilla de sus labios. Todos en la casa estaban inmersos en sus propias actividades, así que decidí subir a la que solía ser mi habitación cuando vivía allí. Al entrar, me envolvió una oleada de nostalgia al ver que las cosas en mi habitación estaban tal y como las recordaba. En una esquina, encontré el anuario de mi temporada en la secundaria, cubierto de polvo pero lleno de recuerdos. Abrí el viejo libro y recorrí las páginas con cuidado, deteniéndome en las fotos de mis antiguos compañeros. Y entonces la vi: Marisol Sánchez. Era hermosa en aquel entonces, pero ahora, oh, ahora se veía más que suculenta, más que maravillosa. Cerré el anuario con su imagen grabada en mi mente y me recosté sobre la cama, con la mirada fija en el techo. Mis pensamientos se inundaron con la memoria del apasionado beso que compartimos en el ascensor. Quería más. Quería besarla de nuevo, quería sentir su piel bajo mis manos, quería explorar cada centímetro de su cuerpo. Quería ser su hombre, en todos los sentidos de la palabra. ★Marisol. Después de salir corriendo, llegué a casa y decidí llamar a mi madre para ver cómo estaba mi hermoso y brillante hijo. Su respuesta me tranquilizó; estaba disfrutando de un día de pesca con mi padre, su actividad favorita juntos. —¡Hola, mamá! ¿Cómo están Matías y papá? —pregunté, tratando de ocultar el nerviosismo en mi voz. —¡Hola, mi niña! Están de maravilla. Tu padre llevó a Matías de pesca y están pasando un día estupendo. ¿Y tú, cómo estás? —respondió mi madre con su tono cálido y tranquilizador. —Bueno, es un poco complicado... Conseguí un trabajo, pero... también lo perdí el mismo día —confesé, sintiéndome avergonzada por mi falta de estabilidad laboral. —Oh, cariño, no te preocupes. Todo saldrá bien. ¿Quieres hablar más sobre lo que pasó? —me ofreció, con su voz llena de apoyo. Mientras hablaba con mi madre, no pude evitar compartirle mi situación: había conseguido y perdido un trabajo el mismo día. La vergüenza me invadió al recordar el beso apasionado en el ascensor. Seguramente Leoncito pensaría que era una mujer suelta y fácil por haber permitido que eso sucediera. Pero la verdad era que estar cerca de él era algo místico, algo que me hacía perder la razón y las limitaciones. Después de terminar mi conversación con mi madre, decidí llamar a mi mejor amiga, Andreina. Ella era como mi hermana, aunque a veces decía que yo era su dolor de cabeza. La invité a casa y le dije que también podía traer a Itzel y a Angie para que se unieran a nosotras. —¡Hola, Andreina! ¿Qué tal? ¿Te gustaría venir a casa? Necesito una noche de chicas —le propuse con una sonrisa. —¡Claro que sí, Marisol! Justo necesitaba un plan para esta tarde. Déjame llamar a Itzel y Angie para que se unan a nosotras. Nos vemos en un rato —respondió entusiasmada, y colgó el teléfono. En menos de una hora, estábamos las cuatro reunidas en mi sala, con la música a todo volumen y cantando como locas la canción de Paquita la del Barrio. Era reconfortante tenerlas a mi lado, incluso en los momentos más difíciles. —¡Rata de dos patas, te estoy hablando, David! —gritó Angie, sosteniendo un retrato de David mientras estaba encaramada sobre el sofá, lanzando acusaciones a la foto como si fuera él mismo. —Angie es como la mamá de todas nosotras, siempre lista para defender a sus amigas. Si algo nos falta, ella está lista para armar una pelea, y eso no a todos les cae bien —comenté, admirando su valentía y lealtad. —Pero no importa, la amo tal y como es, incluso si a algunos no les agrada —añadí, con una sonrisa cómplice hacia Angie. Terminamos la noche bebiendo y riendo, tiradas en el suelo como si fuéramos adolescentes de nuevo. Andreina comenzó a contar sobre su último enamoramiento: un chico que resultó ser un amante de los gatos, lo cual era irónico ya que ella era alérgica a los felinos. —¿Cómo puedes estar enamorada de alguien que tiene gatos si eres alérgica? —preguntó Angie, entre risas, mientras nos pasábamos la botella de vino. —Bueno, el amor es así de complicado, supongo —respondió Andreina, encogiéndose de hombros con una sonrisa. Mientras tanto, Angie nos contaba sus peripecias en el hospital, donde trabajaba como doctora. Sus horarios cambiantes y las jornadas dobles la tenían al borde del colapso, pero su dedicación era admirable. Itzel, la más tranquila de todas, había caído rendida en el suelo como un bebé, ajena al bullicio que reinaba a su alrededor. Entre risas y confidencias, nos dimos cuenta de que, a pesar de las diferencias y las dificultades de la vida, teníamos algo especial: una amistad que resistía cualquier adversidad. Andreina comenzó a rayarle la cara a la foto de David con un marcador mientras yo observaba con una sonrisa cómplice. —Ya déjalo, mejor vengan, les contaré algo —sugerí, y todas nos sentamos en el piso formando un círculo, ansiosas por escuchar mi historia.—¡Bien, cuenta! —exclamó Angie, con una expresión de expectativa en su rostro.—Me besé con un compañero de trabajo y casi hacíamos cositas en el ascensor —confesé, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas ante la mirada atenta de mis amigas.—¿Y esta guapo? —preguntó Andreina, interesada en los detalles.—Sí, está como caído del cielo, toda la tentación andando. Mientras me enseñaba a usar la computadora, mi corazón no paraba de latir y cuando lo empujé contra la pared del ascensor, no podía dejar de besarlo. Besa como los malditos grandes, nunca David me besó como él, hasta me metió la lengua muy adentro —confesé, reviviendo el momento con una mezcla de excitación y culpa.—Pero tú querías que te metiera otra cosa —intervino Itzel, quien creímos que estaba dormida, aunque después de mencionar eso, volvió a cerrar los ojos con una sonrisa pícara en los labios, provocando risas en el grupo.El chisme la llamaba aunque estuviera ausente.—Sí, quiero de todo con él. Pero a lo mejor
Me encontraba un poco aturdida y confundida, sin comprender totalmente lo que había pasado en los últimos minutos.Mientras Angie, Itzel y Andreina intentaban poner orden en el caos que había generado la inesperada visita de Leoncito, sentía cómo mi mente luchaba por entender sus motivos y mis emociones.—Marisol, ¿quién es este hombre? —preguntó Angie con un tono de preocupación mientras Itzel y Andreina me ayudaban a levantarme del suelo.—Es... es un compañero de trabajo —logré decir, aunque mis palabras se quedaron cortas para explicar su presencia en mi casa de manera tan abrupta. —Pero no entiendo, él... él arrancó la puerta de sus marcos al entrar. Chicas, de verdad que me asusté.Angie, siempre la protectora, me envolvió en un abrazo reconfortante, tratando de transmitirme su fuerza.—Ustedes dos, agárrenlo. No lo dejaremos ir de aquí hasta que explique por qué vino a molestar a mi dolor de cabeza —ordenó Andreina, asumiendo el rol de líder del grupo, con su voz firme y decidi
★Leonardo.Tener que explicarles por qué entré de esa manera a esas chicas tan entusiastas era demasiado, solo quería venir a ver a Marisol y terminé convirtiéndome en el modelo de sus próximas novelas.—Bueno, ya que ya escuchamos lo que tu 'banano' tenía que decir, nos vamos —dijo Andreina, con una sonrisa traviesa.Aún no entiendo por qué me comparan con una fruta.Marisol se acercó a mí.—No creas que te he perdonado por desmontar mi puerta —murmuró con un tono entre serio y juguetón.Me reí nerviosamente, sintiendo el peso de su mirada sobre mí.—Lo siento mucho, Marisol. Fue un error y estoy dispuesto a compensarlo de alguna manera —respondí, tratando de sonar lo más sincero posible.Ella asintió, pero su expresión seguía siendo un poco tensa.—Lo sé, Leo. Pero asegúrate de que no vuelva a suceder. Mi puerta no puede permitirse otro encuentro con tus habilidades destructivas —dijo con una sonrisa leve, pero sus ojos reflejaban una advertencia clara.Asentí con firmeza, decidido
—David, ¿qué haces aquí? —preguntó Marisol, alejándose de mí.Fue en ese momento que caí en cuenta de que este era el idiota que había hecho sufrir a mi cachetitos.—Solo vine a mi casa. ¿Acaso no puedo venir? —replicó él, sin dejar de mirar con desprecio hacia donde estábamos.—No tienes nada que hacer aquí, vete con tu mujer —dijo Marisol con firmeza, aunque su voz temblaba ligeramente, revelando la tensión del momento.David frunció el ceño, claramente irritado por la respuesta de Marisol, pero no se movió de la entrada. Cruzó los brazos, aparentemente decidido a complicar más las cosas.—Es que aún no entiendes, Marisol, ¿verdad? Esta sigue siendo mi casa también, y tengo derecho a estar aquí tanto como tú.—Tal vez legalmente, pero moralmente, perdiste ese derecho hace mucho.Intervine, dando un paso hacia él, sintiendo una oleada de protección hacia Marisol.—David, ¿qué haces aquí? —preguntó Marisol, alejándose de mí. Fue en ese momento que caí en cuenta de que este era el idio
—Cachetitos...—No, no entiendes, Leoncito. Mi hijo es mi vida. Si él me lo quita, me muero —las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas.Me acerqué a ella y la abracé.—No permitiré que él te quite lo que más amas, Marisol, te lo juro.—¿Y qué puedes hacer tú? Su padre es muy rico y, por lo que vi, él tiene el apoyo de sus padres. No teníamos ni siquiera para comprar un auto, y ahora trae uno de lujo. Su familia nunca me quiso, dicen que solo me embaracé para obligar a David a casarse conmigo. Ellos me amaban cuando mis padres me apoyaban, pero después de que vieron que no ganaron nada con nuestro matrimonio, me hicieron la vida imposible. Si ellos contratan al mejor abogado, me van a quitar a mi bebé.Marisol no paraba de llorar. Comencé a limpiar sus lágrimas con mi pulgar.—Eso no pasará, cachetitos. No voy a permitir que te quiten a tu hijo. Él tendrá el apoyo de su familia, pero tú tienes todo el mío —afirmé con determinación.—¿Y quién eres tú? —preguntó Marisol, con l
—¿Mamá, dónde está papá? —preguntó Mathias, jugando con su peluche mientras me miraba con esos grandes ojos llenos de curiosidad. Me congelé. No era fácil responder. ¿Cómo explicarle que su padre ya no estaría con nosotros? —Él... —mi voz vaciló mientras acariciaba su cabello con delicadeza, buscando fuerzas donde no había. —¿Papá te hizo llorar otra vez? —insistió, frunciendo el ceño como si estuviera listo para pelear—. Dime si lo hizo, y le doy una patada en el tobillo. No quiero que te haga llorar jamás. Quiero verte siempre riendo. Solté una pequeña risa, revolviendo sus cabellos suaves. Él estaba acostado entre sus juguetes, con una determinación que me enterneció. —No, amor. Yo fui quien le dio una patada en el tobillo esta vez. No volverá a hacerme llorar, lo prometo. Me recosté junto a él, y Mathias se acurrucó en mis brazos como si fuera su refugio. —¿Eso significa que se van a divorciar? —preguntó, su voz era más madura de lo que debería ser a su edad. Sentí que el a
—Tal vez es por el tamaño de la inyección —mencionó Leo, con una mirada cómplice hacia mí, insinuando un doble sentido en sus palabras.—Oh, sí, el tamaño importa, ¿verdad? —respondí con una sonrisa juguetona, jugando junto con él en el juego de palabras.La doctora, ajena al intercambio de miradas entre Leo y yo, continuó con la consulta, pero noté una chispa de complicidad en su expresión al hablar sobre el tratamiento para Mathias. Parecía comprender la dinámica entre Leo y yo, y su gesto me hizo sentir más relajada ante la situación.—Sí, siempre es importante asegurarse de que sea del tamaño adecuado para causar el efecto deseado —agregó Leo con una risa suave, manteniendo el doble sentido en nuestra conversación mientras se acercaba discretamente a mí.—Definitivamente, no queremos que algo tan pequeño no cumpla su función correctamente —respondí, disfrutando de la complicidad entre nosotros mientras la doctora continuaba revisando a Mathias.—Entonces deberías usar una más gran
Quería que él me bajara al suelo, pero en lugar de eso, me llevó entre sus brazos hasta donde yo le indiqué que era mi habitación.La abrió con cuidado y entramos, luego la cerró con el pie.Sentía que tenía mi corazón en la garganta; ¿realmente esto estaba sucediendo?No podía creerlo. Leonardo era un hombre muy apuesto y en este momento estaba a punto de hacerlo solo mío.Le pedí que me bajara al suelo y caminé hacia el interruptor de la luz, decidida a apagarla. Pero él me detuvo con su voz cálida y profunda.—¿Por qué pagarías la luz? —me preguntó, con su tono lleno de curiosidad y ternura.¿Acaso no era obvio?—Me da pena que me veas... cuando tenía intimidad con David, él siempre apagaba la luz —mencioné avergonzada, bajando la mirada.—David sin duda es un idiota. ¿Por qué pagarías la luz? Quiero ver tu cuerpo, quiero verte totalmente. Quiero ver a la diosa que me vuelve loco, a la única mujer que ha logrado despertar tanto en mí. Marisol, eres la mujer más hermosa que he visto