★Marisol.
Me quedé en silencio por un buen rato, tratando de entender por qué había llamado a Leo «mi Leo». Observé cómo sus manos se movían con rapidez sobre el teclado mientras trataba de explicarme cómo usar la computadora. Su expresión de concentración contrastaba con mi confusión. —¿Qué piensas, Marisol? ¿Te parece más claro ahora cómo funciona? —preguntó Leo, sonriendo al notar mi silencio. —La verdad es que estoy algo perdida. Creo que necesitaré más práctica —confesé, sintiéndome frustrada por no entender del todo. —No te preocupes, estamos aquí para aprender juntos —respondió Leo, con una voz reconfortante. Mientras seguía intentando procesar la información, mi estómago recordó que ya era hora de comer con un fuerte gruñido. —¿Te gustaría ir a comer algo? —preguntó Leo, notando mi distracción por el hambre. —¿A comer? —dudé por un momento, queriendo decirle que no, pero el vacío en mi estómago me hizo cambiar de opinión—. Bueno, quizás un bocado no estaría mal. Tengo tanta hambre que me comería un elefante. Leo rió ante mi exageración, y juntos nos dirigimos hacia la salida de la oficina, listos para disfrutar de un merecido descanso y algo de comida. Él era mucho más alto que yo, fácilmente alcanzaba los dos metros de altura. Aunque su estatura imponente podría resultar intimidante, su presencia era innegablemente atractiva. Sus ojos, profundos y expresivos, capturaban mi atención cada vez que se posaban en los míos. Mientras avanzaba a su lado, no podía evitar observarlo furtivamente, tratando de descifrar cada gesto y cada expresión que cruzaba su rostro. ¿Qué pensaría de mí? ¿Le habría causado buena impresión? Con una gentileza que me sorprendió, sostuvo la puerta de la oficina y salí detrás de él, consciente de las miradas curiosas que nos seguían. Me sentía como en un escaparate, expuesta a la curiosidad de todos. Muchas de las mujeres cercanas nos observaban con interés, y yo me sentía notablemente pequeña a su lado. Su presencia imponente eclipsaba la mía, pero cuando colocó su mano en mi cintura, experimenté una extraña sensación de seguridad, como si de repente el mundo a mi alrededor se ralentizara y solo existiéramos él y yo. Juntos caminamos hacia el ascensor, y en ese pequeño espacio, podía sentir y escuchar el latido acelerado de mi corazón. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, una corriente eléctrica parecía recorrer mi cuerpo, llenándome de una emoción que nunca antes había experimentado. Ni siquiera con David, nunca había sentido esta mezcla abrumadora de emoción y temor. Estaba adentrándome en un territorio desconocido, pero algo en la forma en que él me miraba me decía que valdría la pena cada segundo de esta aventura incierta. —¿Estás bien? —preguntó Leoncito con un tono de preocupación que me hizo sentir un cosquilleo en el estómago. —Sí, es solo que... ¿No te da vergüenza que las demás compañeras te vean conmigo? Perdón por tutearte sin permiso, sé que eres mi jefe inmediato, aunque después sigue el ogro del CEO —me disculpé, sintiéndome como un pez fuera del agua en esta situación. Leoncito soltó una pequeña risa y luego comenzó a toser, lo que me hizo entrar en acción de inmediato. —Oye, Leo, ¿estás bien? —pregunté con preocupación, dando palmadas suaves en su espalda mientras él intentaba recuperar el aliento. —Sí, todo bien. Puedes tutearme si quieres, por mí no hay problema. Pero pondré una condición a esos cambios, señorita —dijo, con una sonrisa amable que me tranquilizó. —Soy una señora, ya tengo un hijo —respondí, dejando escapar una sonrisa al recordar a mi Matías y sentirme un poco más en confianza. —¿Tienes un hijo? —preguntó Leo, con genuina curiosidad en sus ojos. —Sí, tengo un hijo. ¿Cuál es tu condición? —pregunté, intrigada por saber qué tenía en mente. —Quiero que me dejes llamarte Cachetitos, me encantan tus cachetes, brillan muy bonito —dijo con una mirada cálida que hizo que me ruborizara ante su halago, pero también me hizo sentir un cosquilleo en el corazón por la cercanía inesperada entre nosotros. —Jajaja, cualquiera pensaría que estás enamorado de mí —bromeé, tratando de aligerar la tensión que se había creado entre nosotros. Él sonrió, pero luego su expresión se volvió más seria y sus ojos se encontraron con los míos en un silencio lleno de significado. —Pondré el piso al que vamos —mencioné, carraspeando ligeramente para romper la intensidad del momento. Con un gesto coordinado, ambos llevamos nuestras manos a los botones del ascensor al mismo tiempo. Presionamos la planta baja, y en ese instante, un deseo abrumador me invadió. No supe si era por la claustrofobia momentánea o la tensión acumulada entre nosotros, pero me sentí impulsada a actuar. Sin pensarlo dos veces, lo empujé suavemente contra la pared del ascensor, tiré de su corbata y me atreví a besar sus labios con una pasión que había estado latente desde que lo conocí. Madre santísima, no sé qué me pasó, pero una vez que nuestros labios se unieron, ya no pude detenerme. No había decoro en nuestras acciones, solo un deseo desenfrenado que nos consumía a ambos. Sus manos, atrevidas pero seguras, rodearon mi cintura y me alzó con una facilidad sorprendente, envolviendo mis piernas alrededor de su cintura. Aunque mi peso era considerable, él me sostenía como si fuera una pluma. Sentí sus manos explorando mi trasero mientras su lengua exploraba mi boca, y todo lo que quería era más de él. Incluso pude sentir su evidente excitación rozando mi entrepierna. La dureza y el calor de su cuerpo me hicieron perder la razón, y comencé a restregarme contra él en busca de más contacto, más sensaciones que me hicieran olvidar todo lo demás. El sonido repentino del timbre del ascensor nos sacó abruptamente de nuestro trance, anunciando que habíamos llegado a la planta baja. El miedo me invadió de repente, y bajé rápidamente de encima de él, retrocediendo como si estuviera siendo perseguida por un delincuente. Mis pasos se convirtieron en una carrera frenética, como si pudiera escapar de todo lo que acababa de suceder. Sabía que nadie podría alcanzarme mientras corría a toda velocidad por el pasillo, pero ¿podría realmente huir de mis propios deseos?★Leonardo.El deseo me invadía por completo. Su boca contra la mía despertaba cada fibra de mi ser, tanto interior como exteriormente. Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba ante su cercanía, mi miembro tomó vida propia y todo lo que deseaba era perderme en cada centímetro de su cuerpo adorable.Pero justo cuando el ascensor sonó, ella salió corriendo como si el mismísimo diablo la persiguiera.—Marisol… —llamé, tratando de alcanzarla mientras salía disparado detrás de ella, pero pronto la perdí de vista en el bullicio de la ciudad.Me quedé parado en la acera, sintiéndome frustrado por mi propia imprudencia.¿Por qué había besado a Marisol de esa manera? Seguramente la había asustado.Me sentí abrumado por el remordimiento, preguntándome si había arruinado por completo nuestras posibilidades.Decidí regresar a la empresa, esperando encontrarla allí, pero ella no volvió. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirme. Marisol tenía que ser mía, sin importar el costo. Incluso si no podía tenerl
—¡Bien, cuenta! —exclamó Angie, con una expresión de expectativa en su rostro.—Me besé con un compañero de trabajo y casi hacíamos cositas en el ascensor —confesé, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas ante la mirada atenta de mis amigas.—¿Y esta guapo? —preguntó Andreina, interesada en los detalles.—Sí, está como caído del cielo, toda la tentación andando. Mientras me enseñaba a usar la computadora, mi corazón no paraba de latir y cuando lo empujé contra la pared del ascensor, no podía dejar de besarlo. Besa como los malditos grandes, nunca David me besó como él, hasta me metió la lengua muy adentro —confesé, reviviendo el momento con una mezcla de excitación y culpa.—Pero tú querías que te metiera otra cosa —intervino Itzel, quien creímos que estaba dormida, aunque después de mencionar eso, volvió a cerrar los ojos con una sonrisa pícara en los labios, provocando risas en el grupo.El chisme la llamaba aunque estuviera ausente.—Sí, quiero de todo con él. Pero a lo mejor
Me encontraba un poco aturdida y confundida, sin comprender totalmente lo que había pasado en los últimos minutos.Mientras Angie, Itzel y Andreina intentaban poner orden en el caos que había generado la inesperada visita de Leoncito, sentía cómo mi mente luchaba por entender sus motivos y mis emociones.—Marisol, ¿quién es este hombre? —preguntó Angie con un tono de preocupación mientras Itzel y Andreina me ayudaban a levantarme del suelo.—Es... es un compañero de trabajo —logré decir, aunque mis palabras se quedaron cortas para explicar su presencia en mi casa de manera tan abrupta. —Pero no entiendo, él... él arrancó la puerta de sus marcos al entrar. Chicas, de verdad que me asusté.Angie, siempre la protectora, me envolvió en un abrazo reconfortante, tratando de transmitirme su fuerza.—Ustedes dos, agárrenlo. No lo dejaremos ir de aquí hasta que explique por qué vino a molestar a mi dolor de cabeza —ordenó Andreina, asumiendo el rol de líder del grupo, con su voz firme y decidi
★Leonardo.Tener que explicarles por qué entré de esa manera a esas chicas tan entusiastas era demasiado, solo quería venir a ver a Marisol y terminé convirtiéndome en el modelo de sus próximas novelas.—Bueno, ya que ya escuchamos lo que tu 'banano' tenía que decir, nos vamos —dijo Andreina, con una sonrisa traviesa.Aún no entiendo por qué me comparan con una fruta.Marisol se acercó a mí.—No creas que te he perdonado por desmontar mi puerta —murmuró con un tono entre serio y juguetón.Me reí nerviosamente, sintiendo el peso de su mirada sobre mí.—Lo siento mucho, Marisol. Fue un error y estoy dispuesto a compensarlo de alguna manera —respondí, tratando de sonar lo más sincero posible.Ella asintió, pero su expresión seguía siendo un poco tensa.—Lo sé, Leo. Pero asegúrate de que no vuelva a suceder. Mi puerta no puede permitirse otro encuentro con tus habilidades destructivas —dijo con una sonrisa leve, pero sus ojos reflejaban una advertencia clara.Asentí con firmeza, decidido
—David, ¿qué haces aquí? —preguntó Marisol, alejándose de mí.Fue en ese momento que caí en cuenta de que este era el idiota que había hecho sufrir a mi cachetitos.—Solo vine a mi casa. ¿Acaso no puedo venir? —replicó él, sin dejar de mirar con desprecio hacia donde estábamos.—No tienes nada que hacer aquí, vete con tu mujer —dijo Marisol con firmeza, aunque su voz temblaba ligeramente, revelando la tensión del momento.David frunció el ceño, claramente irritado por la respuesta de Marisol, pero no se movió de la entrada. Cruzó los brazos, aparentemente decidido a complicar más las cosas.—Es que aún no entiendes, Marisol, ¿verdad? Esta sigue siendo mi casa también, y tengo derecho a estar aquí tanto como tú.—Tal vez legalmente, pero moralmente, perdiste ese derecho hace mucho.Intervine, dando un paso hacia él, sintiendo una oleada de protección hacia Marisol.—David, ¿qué haces aquí? —preguntó Marisol, alejándose de mí. Fue en ese momento que caí en cuenta de que este era el idio
—Cachetitos...—No, no entiendes, Leoncito. Mi hijo es mi vida. Si él me lo quita, me muero —las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas.Me acerqué a ella y la abracé.—No permitiré que él te quite lo que más amas, Marisol, te lo juro.—¿Y qué puedes hacer tú? Su padre es muy rico y, por lo que vi, él tiene el apoyo de sus padres. No teníamos ni siquiera para comprar un auto, y ahora trae uno de lujo. Su familia nunca me quiso, dicen que solo me embaracé para obligar a David a casarse conmigo. Ellos me amaban cuando mis padres me apoyaban, pero después de que vieron que no ganaron nada con nuestro matrimonio, me hicieron la vida imposible. Si ellos contratan al mejor abogado, me van a quitar a mi bebé.Marisol no paraba de llorar. Comencé a limpiar sus lágrimas con mi pulgar.—Eso no pasará, cachetitos. No voy a permitir que te quiten a tu hijo. Él tendrá el apoyo de su familia, pero tú tienes todo el mío —afirmé con determinación.—¿Y quién eres tú? —preguntó Marisol, con l
—¿Mami, dónde está papá? —preguntaba mi pequeño Mathias con sus grandes ojos llenos de curiosidad mientras jugueteaba con su osito de peluche.No sabía qué decirle. No podía contarle a mi hijo que su papá nunca volvería a vivir con nosotros.—Él... —dudé, tratando de encontrar las palabras adecuadas mientras acariciaba su cabello suavemente.—¿Mami, papá te hizo llorar de nuevo? Dime si lo hizo y le daré una patada en el tobillo. No quiero que te haga llorar jamás. Yo quiero verte siempre riendo.Despeiné su cabello mientras él permanecía recostado en su cama, rodeado de sus juguetes favoritos.—No, mi amor. Le di una patada en el tobillo. Él no me hará llorar jamás. —me acosté a su lado en la cama y él me abrazó con fuerza, buscando consuelo en mi presencia.—¿Mami, eso quiere decir que papá y tú se van a divorciar? —Me sorprendió escuchar a mi hijo hablar de divorcio.¿No se supone que es solo un niño que debería estar preocupado por jugar y divertirse?— ¿No te molestaría si lo hic
—Tal vez es por el tamaño de la inyección —mencionó Leo, con una mirada cómplice hacia mí, insinuando un doble sentido en sus palabras.—Oh, sí, el tamaño importa, ¿verdad? —respondí con una sonrisa juguetona, jugando junto con él en el juego de palabras.La doctora, ajena al intercambio de miradas entre Leo y yo, continuó con la consulta, pero noté una chispa de complicidad en su expresión al hablar sobre el tratamiento para Mathias. Parecía comprender la dinámica entre Leo y yo, y su gesto me hizo sentir más relajada ante la situación.—Sí, siempre es importante asegurarse de que sea del tamaño adecuado para causar el efecto deseado —agregó Leo con una risa suave, manteniendo el doble sentido en nuestra conversación mientras se acercaba discretamente a mí.—Definitivamente, no queremos que algo tan pequeño no cumpla su función correctamente —respondí, disfrutando de la complicidad entre nosotros mientras la doctora continuaba revisando a Mathias.—Entonces deberías usar una más gran