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Capítulo 4: Necesito un buen abogado.

—Sonreí ante su comentario, pero ella parecía ofendida.

—¿Qué? ¿De qué se ríe? ¿Cree que me comí un payaso o qué? Señor, si solo se burla de esta gordita, sepa que buscaré trabajo por otro lado —advirtió, mostrando fiereza en su tono.

Me levanté de inmediato, antes de que ella se fuera, y extendí la mano hacia ella.

—No se vaya —le rogué, tomando su mano con suavidad.

Cuando nuestros ojos se encontraron, me quedé sin palabras ante su hermosa mirada.

—Deje de burlarse de mí, ¿señor? —me reprochó, con un brillo de indignación en sus ojos, aunque ni siquiera le había mencionado mi nombre.

★Marisol.

—Leonardo —pronunció, su voz resonaba en la oficina con una autoridad que me hizo estremecer.

—Señor Leonardo, usted es el administrador de recursos humanos y no puede burlarse de mí, o le diré a su jefe que está abusando de su poder —respondí, sin retroceder ante su mirada penetrante.

Él pareció sorprendido por mi respuesta, pero mantuvo la compostura.

—¿Mi jefe? Yo...

—¿No me diga que le tiene miedo a su jefe? —lo desafié, sosteniendo su mirada con firmeza.

—No, señorita Sánchez, pero no estoy bromeando. Quiero que trabaje en esta compañía, en el área de Administración —declaró con seriedad, cambiando el tono de la conversación.

★Leonardo.

Me di cuenta de que casi nadie me conocía en la empresa, ya que la mayoría de mis tareas las realizaba por teléfono y solo aparecía en persona cuando era estrictamente necesario, como en casos de contratación de nuevos empleados.

Decidí no revelarle a Marisol que era el CEO de la empresa, al menos no hasta que pudiera acercarme más a ella. Necesitaba saber si era una mujer interesada, ya que mi corazón seguía latiendo por ella.

★Marisol.

—¿En verdad? —pregunté, sintiendo cómo mi mano era sujeta por la suya.

Mi corazón latía descontroladamente, como un burro sin mecate, ante la presencia de este hombre que parecía haber revuelto mi mundo por completo.

¿Qué demonios me pasa? Marisol, ya no eres una niña, madura, pero a este hombre sí le dejaría hacer lo que quisiera. Mi maldito esposo me tuvo en abstinencia por más de cuatro meses.

¡Quiero un banano!

—No miento, señorita —afirmó, interrumpiendo mis pensamientos.

—Muy bien, acepto el trabajo. ¿Dígame qué tengo que hacer? —pregunté, deseando que finalmente soltara mi mano antes de que me desmayara.

—Claro... —él me soltó y sentí el vacío de su mano sobre la mía.

—Sí, este... —titubeé, mirando a mi alrededor, mientras él señalaba su escritorio.

—Necesito que me ayudes a organizar esos expedientes y a realizar algunos archivos digitales para subirlos a la nube.

—¿Pero hoy está soleado? —pregunté confundida.

Él empezó a reír, mientras yo permanecía seria, sin entender a qué se refería con «la nube».

¿Acaso había una escalera lo suficientemente alta como para llegar a ella?

—Siéntate en el escritorio, te enseñaré a usar la computadora —me indicó.

Asentí y caminé hacia su escritorio, mientras él se posicionaba detrás de mí y movía una especie de ratón, haciendo que la pantalla se iluminara.

—Aquí tienes el mouse, este es el teclado, y este es el monitor —explicaba mientras señalaba cada parte del equipo—. Vamos a empezar por abrir el programa que necesitamos.

Seguí sus instrucciones paso a paso, tratando de no hacer el ridículo. Aunque me costó un poco entender, poco a poco fui familiarizándome con el manejo de la computadora.

—Excelente, Marisol. Estás aprendiendo rápido —elogió, sonriendo.

Su sonrisa me hizo sentir un cosquilleo en el estómago, pero me esforcé por mantener la compostura.

—Gracias, señor... ¿Cómo dijiste que te llamabas? —pregunté, sintiéndome un poco avergonzada por no haberlo preguntado antes.

—Leonardo. Leonardo Ru... —respondió, con una mirada cálida que me hizo sonrojar.

Soy medio ignorante para la tecnología, ya que nunca me importó y apenas sé manejar mi teléfono.

—Mira, esta app es conocida como la nube. Vas a crear algunos archivos y los vas a guardar aquí —me explicó ese hombre muy cerca de mi oído, y sentí su respiración causarme escalofríos.

Madre santa, ¿qué pecado cometí para que el demonio me tenga de esta manera?

—Sí, ¿y cómo hago eso? —pregunté, intentando mantener la compostura mientras su aliento rozaba mi piel.

Comenzó a hablar, pero la verdad es que no escuché nada, no podía concentrarme mientras su respiración estaba tan cerca. Volteé a verlo mientras hablaba y nuestras miradas se conectaron.

Ambos nos quedamos en silencio y él se acercó un poco más a mí. Con delicadeza, acomodó un mechón de mi cabello y yo no pude evitar sonreír.

—Cachetitos… —susurró.

Sus dedos acariciaron mi mejilla con tanta suavidad que mis piernas comenzaron a temblar.

—¿Cómo me has llamado? —pregunté, tratando de recuperar la compostura.

—Tus cachetitos. Brillan mucho, se ven lindos —respondió con una sonrisa.

—Señor, creo que usted necesita visitar a un oftalmólogo, ya que su vista no está muy bien —bromeé, intentando ocultar mi nerviosismo.

—No me llames señor, llámame Leonardo —dijo con calma.

—Leonardo está muy largo, te llamaré Leo, o Leoncito —propuse, buscando relajar un poco la atmósfera.

—Puedes decirme como quieras... Te realizaré tu contrato, para que quede registrado que ahora trabajarás en esta compañía —anunció con un tono más serio.

—Tú que sabes de contratos y demás, seguro conoces un buen abogado que no sea muy costoso —comenté, tratando de cambiar de tema.

—¿Un abogado? ¿Estás metida en problemas? —Leonardo preguntó con cierta preocupación en su voz.

—No, Leoncito, claro que no. Solo quiero divorciarme del idiota de mi marido —respondí con una sonrisa, tratando de disipar cualquier inquietud.

Leonardo asintió con comprensión.

—Conozco a uno muy bueno y barato—dijo con seguridad.

★ Leonardo.

En realidad, mentía. Le daré el número de Dante, uno de los mejores abogados que conozco. Marisol debe divorciarse lo más rápido posible. Ya la perdí una vez en el pasado y no lo permitiré de nuevo.

¿Estoy perdiendo la cabeza acaso?

★Marisol.

—Gracias —respondí sinceramente.

—La empresa asumirá los gastos del abogado —agregó Leonardo.

—No, no es necesario —intenté rechazar la oferta.

—Claro que lo es. El CEO es muy exigente y no le gusta que sus empleados se distraigan con trivialidades —insistió.

—¿Y es muy malo? —pregunté con curiosidad, aunque ya podía imaginar la respuesta.

—Pues... —Leonardo titubeó.

—No es necesario que lo digas. Seguro es un ogro explotador con sus empleados. No quiero imaginar lo que me hará cuando me tenga...

★Leonardo.

Marisol no pudo terminar la frase.

—Que no te hará... —intervine rápidamente, tratando de tranquilizarla.

Aunque ella no tiene idea de lo que quiero hacerle. Quiero comérmela de pies a cabeza.

Ella tragó saliva y continuó con una determinación renovada.

—No me asustaré, mi Leo.

Si Marisol todo tuyo.

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