—Sonreí ante su comentario, pero ella parecía ofendida.
—¿Qué? ¿De qué se ríe? ¿Cree que me comí un payaso o qué? Señor, si solo se burla de esta gordita, sepa que buscaré trabajo por otro lado —advirtió, mostrando fiereza en su tono. Me levanté de inmediato, antes de que ella se fuera, y extendí la mano hacia ella. —No se vaya —le rogué, tomando su mano con suavidad. Cuando nuestros ojos se encontraron, me quedé sin palabras ante su hermosa mirada. —Deje de burlarse de mí, ¿señor? —me reprochó, con un brillo de indignación en sus ojos, aunque ni siquiera le había mencionado mi nombre. ★Marisol. —Leonardo —pronunció, su voz resonaba en la oficina con una autoridad que me hizo estremecer. —Señor Leonardo, usted es el administrador de recursos humanos y no puede burlarse de mí, o le diré a su jefe que está abusando de su poder —respondí, sin retroceder ante su mirada penetrante. Él pareció sorprendido por mi respuesta, pero mantuvo la compostura. —¿Mi jefe? Yo... —¿No me diga que le tiene miedo a su jefe? —lo desafié, sosteniendo su mirada con firmeza. —No, señorita Sánchez, pero no estoy bromeando. Quiero que trabaje en esta compañía, en el área de Administración —declaró con seriedad, cambiando el tono de la conversación. ★Leonardo. Me di cuenta de que casi nadie me conocía en la empresa, ya que la mayoría de mis tareas las realizaba por teléfono y solo aparecía en persona cuando era estrictamente necesario, como en casos de contratación de nuevos empleados. Decidí no revelarle a Marisol que era el CEO de la empresa, al menos no hasta que pudiera acercarme más a ella. Necesitaba saber si era una mujer interesada, ya que mi corazón seguía latiendo por ella. ★Marisol. —¿En verdad? —pregunté, sintiendo cómo mi mano era sujeta por la suya. Mi corazón latía descontroladamente, como un burro sin mecate, ante la presencia de este hombre que parecía haber revuelto mi mundo por completo. ¿Qué demonios me pasa? Marisol, ya no eres una niña, madura, pero a este hombre sí le dejaría hacer lo que quisiera. Mi maldito esposo me tuvo en abstinencia por más de cuatro meses. ¡Quiero un banano! —No miento, señorita —afirmó, interrumpiendo mis pensamientos. —Muy bien, acepto el trabajo. ¿Dígame qué tengo que hacer? —pregunté, deseando que finalmente soltara mi mano antes de que me desmayara. —Claro... —él me soltó y sentí el vacío de su mano sobre la mía. —Sí, este... —titubeé, mirando a mi alrededor, mientras él señalaba su escritorio. —Necesito que me ayudes a organizar esos expedientes y a realizar algunos archivos digitales para subirlos a la nube. —¿Pero hoy está soleado? —pregunté confundida. Él empezó a reír, mientras yo permanecía seria, sin entender a qué se refería con «la nube». ¿Acaso había una escalera lo suficientemente alta como para llegar a ella? —Siéntate en el escritorio, te enseñaré a usar la computadora —me indicó. Asentí y caminé hacia su escritorio, mientras él se posicionaba detrás de mí y movía una especie de ratón, haciendo que la pantalla se iluminara. —Aquí tienes el mouse, este es el teclado, y este es el monitor —explicaba mientras señalaba cada parte del equipo—. Vamos a empezar por abrir el programa que necesitamos. Seguí sus instrucciones paso a paso, tratando de no hacer el ridículo. Aunque me costó un poco entender, poco a poco fui familiarizándome con el manejo de la computadora. —Excelente, Marisol. Estás aprendiendo rápido —elogió, sonriendo. Su sonrisa me hizo sentir un cosquilleo en el estómago, pero me esforcé por mantener la compostura. —Gracias, señor... ¿Cómo dijiste que te llamabas? —pregunté, sintiéndome un poco avergonzada por no haberlo preguntado antes. —Leonardo. Leonardo Ru... —respondió, con una mirada cálida que me hizo sonrojar. Soy medio ignorante para la tecnología, ya que nunca me importó y apenas sé manejar mi teléfono. —Mira, esta app es conocida como la nube. Vas a crear algunos archivos y los vas a guardar aquí —me explicó ese hombre muy cerca de mi oído, y sentí su respiración causarme escalofríos. Madre santa, ¿qué pecado cometí para que el demonio me tenga de esta manera? —Sí, ¿y cómo hago eso? —pregunté, intentando mantener la compostura mientras su aliento rozaba mi piel. Comenzó a hablar, pero la verdad es que no escuché nada, no podía concentrarme mientras su respiración estaba tan cerca. Volteé a verlo mientras hablaba y nuestras miradas se conectaron. Ambos nos quedamos en silencio y él se acercó un poco más a mí. Con delicadeza, acomodó un mechón de mi cabello y yo no pude evitar sonreír. —Cachetitos… —susurró. Sus dedos acariciaron mi mejilla con tanta suavidad que mis piernas comenzaron a temblar. —¿Cómo me has llamado? —pregunté, tratando de recuperar la compostura. —Tus cachetitos. Brillan mucho, se ven lindos —respondió con una sonrisa. —Señor, creo que usted necesita visitar a un oftalmólogo, ya que su vista no está muy bien —bromeé, intentando ocultar mi nerviosismo. —No me llames señor, llámame Leonardo —dijo con calma. —Leonardo está muy largo, te llamaré Leo, o Leoncito —propuse, buscando relajar un poco la atmósfera. —Puedes decirme como quieras... Te realizaré tu contrato, para que quede registrado que ahora trabajarás en esta compañía —anunció con un tono más serio. —Tú que sabes de contratos y demás, seguro conoces un buen abogado que no sea muy costoso —comenté, tratando de cambiar de tema. —¿Un abogado? ¿Estás metida en problemas? —Leonardo preguntó con cierta preocupación en su voz. —No, Leoncito, claro que no. Solo quiero divorciarme del idiota de mi marido —respondí con una sonrisa, tratando de disipar cualquier inquietud. Leonardo asintió con comprensión. —Conozco a uno muy bueno y barato—dijo con seguridad. ★ Leonardo. En realidad, mentía. Le daré el número de Dante, uno de los mejores abogados que conozco. Marisol debe divorciarse lo más rápido posible. Ya la perdí una vez en el pasado y no lo permitiré de nuevo. ¿Estoy perdiendo la cabeza acaso? ★Marisol. —Gracias —respondí sinceramente. —La empresa asumirá los gastos del abogado —agregó Leonardo. —No, no es necesario —intenté rechazar la oferta. —Claro que lo es. El CEO es muy exigente y no le gusta que sus empleados se distraigan con trivialidades —insistió. —¿Y es muy malo? —pregunté con curiosidad, aunque ya podía imaginar la respuesta. —Pues... —Leonardo titubeó. —No es necesario que lo digas. Seguro es un ogro explotador con sus empleados. No quiero imaginar lo que me hará cuando me tenga... ★Leonardo. Marisol no pudo terminar la frase. —Que no te hará... —intervine rápidamente, tratando de tranquilizarla. Aunque ella no tiene idea de lo que quiero hacerle. Quiero comérmela de pies a cabeza. Ella tragó saliva y continuó con una determinación renovada. —No me asustaré, mi Leo. Si Marisol todo tuyo.★Marisol.Me quedé en silencio por un buen rato, tratando de entender por qué había llamado a Leo «mi Leo». Observé cómo sus manos se movían con rapidez sobre el teclado mientras trataba de explicarme cómo usar la computadora. Su expresión de concentración contrastaba con mi confusión.—¿Qué piensas, Marisol? ¿Te parece más claro ahora cómo funciona? —preguntó Leo, sonriendo al notar mi silencio.—La verdad es que estoy algo perdida. Creo que necesitaré más práctica —confesé, sintiéndome frustrada por no entender del todo.—No te preocupes, estamos aquí para aprender juntos —respondió Leo, con una voz reconfortante.Mientras seguía intentando procesar la información, mi estómago recordó que ya era hora de comer con un fuerte gruñido.—¿Te gustaría ir a comer algo? —preguntó Leo, notando mi distracción por el hambre.—¿A comer? —dudé por un momento, queriendo decirle que no, pero el vacío en mi estómago me hizo cambiar de opinión—. Bueno, quizás un bocado no estaría mal. Tengo tanta ha
★Leonardo.El deseo me invadía por completo. Su boca contra la mía despertaba cada fibra de mi ser, tanto interior como exteriormente. Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba ante su cercanía, mi miembro tomó vida propia y todo lo que deseaba era perderme en cada centímetro de su cuerpo adorable.Pero justo cuando el ascensor sonó, ella salió corriendo como si el mismísimo diablo la persiguiera.—Marisol… —llamé, tratando de alcanzarla mientras salía disparado detrás de ella, pero pronto la perdí de vista en el bullicio de la ciudad.Me quedé parado en la acera, sintiéndome frustrado por mi propia imprudencia.¿Por qué había besado a Marisol de esa manera? Seguramente la había asustado.Me sentí abrumado por el remordimiento, preguntándome si había arruinado por completo nuestras posibilidades.Decidí regresar a la empresa, esperando encontrarla allí, pero ella no volvió. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirme. Marisol tenía que ser mía, sin importar el costo. Incluso si no podía tenerl
—¡Bien, cuenta! —exclamó Angie, con una expresión de expectativa en su rostro.—Me besé con un compañero de trabajo y casi hacíamos cositas en el ascensor —confesé, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas ante la mirada atenta de mis amigas.—¿Y esta guapo? —preguntó Andreina, interesada en los detalles.—Sí, está como caído del cielo, toda la tentación andando. Mientras me enseñaba a usar la computadora, mi corazón no paraba de latir y cuando lo empujé contra la pared del ascensor, no podía dejar de besarlo. Besa como los malditos grandes, nunca David me besó como él, hasta me metió la lengua muy adentro —confesé, reviviendo el momento con una mezcla de excitación y culpa.—Pero tú querías que te metiera otra cosa —intervino Itzel, quien creímos que estaba dormida, aunque después de mencionar eso, volvió a cerrar los ojos con una sonrisa pícara en los labios, provocando risas en el grupo.El chisme la llamaba aunque estuviera ausente.—Sí, quiero de todo con él. Pero a lo mejor
Me encontraba un poco aturdida y confundida, sin comprender totalmente lo que había pasado en los últimos minutos.Mientras Angie, Itzel y Andreina intentaban poner orden en el caos que había generado la inesperada visita de Leoncito, sentía cómo mi mente luchaba por entender sus motivos y mis emociones.—Marisol, ¿quién es este hombre? —preguntó Angie con un tono de preocupación mientras Itzel y Andreina me ayudaban a levantarme del suelo.—Es... es un compañero de trabajo —logré decir, aunque mis palabras se quedaron cortas para explicar su presencia en mi casa de manera tan abrupta. —Pero no entiendo, él... él arrancó la puerta de sus marcos al entrar. Chicas, de verdad que me asusté.Angie, siempre la protectora, me envolvió en un abrazo reconfortante, tratando de transmitirme su fuerza.—Ustedes dos, agárrenlo. No lo dejaremos ir de aquí hasta que explique por qué vino a molestar a mi dolor de cabeza —ordenó Andreina, asumiendo el rol de líder del grupo, con su voz firme y decidi
★Leonardo.Tener que explicarles por qué entré de esa manera a esas chicas tan entusiastas era demasiado, solo quería venir a ver a Marisol y terminé convirtiéndome en el modelo de sus próximas novelas.—Bueno, ya que ya escuchamos lo que tu 'banano' tenía que decir, nos vamos —dijo Andreina, con una sonrisa traviesa.Aún no entiendo por qué me comparan con una fruta.Marisol se acercó a mí.—No creas que te he perdonado por desmontar mi puerta —murmuró con un tono entre serio y juguetón.Me reí nerviosamente, sintiendo el peso de su mirada sobre mí.—Lo siento mucho, Marisol. Fue un error y estoy dispuesto a compensarlo de alguna manera —respondí, tratando de sonar lo más sincero posible.Ella asintió, pero su expresión seguía siendo un poco tensa.—Lo sé, Leo. Pero asegúrate de que no vuelva a suceder. Mi puerta no puede permitirse otro encuentro con tus habilidades destructivas —dijo con una sonrisa leve, pero sus ojos reflejaban una advertencia clara.Asentí con firmeza, decidido
—David, ¿qué haces aquí? —preguntó Marisol, alejándose de mí.Fue en ese momento que caí en cuenta de que este era el idiota que había hecho sufrir a mi cachetitos.—Solo vine a mi casa. ¿Acaso no puedo venir? —replicó él, sin dejar de mirar con desprecio hacia donde estábamos.—No tienes nada que hacer aquí, vete con tu mujer —dijo Marisol con firmeza, aunque su voz temblaba ligeramente, revelando la tensión del momento.David frunció el ceño, claramente irritado por la respuesta de Marisol, pero no se movió de la entrada. Cruzó los brazos, aparentemente decidido a complicar más las cosas.—Es que aún no entiendes, Marisol, ¿verdad? Esta sigue siendo mi casa también, y tengo derecho a estar aquí tanto como tú.—Tal vez legalmente, pero moralmente, perdiste ese derecho hace mucho.Intervine, dando un paso hacia él, sintiendo una oleada de protección hacia Marisol.—David, ¿qué haces aquí? —preguntó Marisol, alejándose de mí. Fue en ese momento que caí en cuenta de que este era el idio
—Cachetitos...—No, no entiendes, Leoncito. Mi hijo es mi vida. Si él me lo quita, me muero —las lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas.Me acerqué a ella y la abracé.—No permitiré que él te quite lo que más amas, Marisol, te lo juro.—¿Y qué puedes hacer tú? Su padre es muy rico y, por lo que vi, él tiene el apoyo de sus padres. No teníamos ni siquiera para comprar un auto, y ahora trae uno de lujo. Su familia nunca me quiso, dicen que solo me embaracé para obligar a David a casarse conmigo. Ellos me amaban cuando mis padres me apoyaban, pero después de que vieron que no ganaron nada con nuestro matrimonio, me hicieron la vida imposible. Si ellos contratan al mejor abogado, me van a quitar a mi bebé.Marisol no paraba de llorar. Comencé a limpiar sus lágrimas con mi pulgar.—Eso no pasará, cachetitos. No voy a permitir que te quiten a tu hijo. Él tendrá el apoyo de su familia, pero tú tienes todo el mío —afirmé con determinación.—¿Y quién eres tú? —preguntó Marisol, con l
—¿Mamá, dónde está papá? —preguntó Mathias, jugando con su peluche mientras me miraba con esos grandes ojos llenos de curiosidad. Me congelé. No era fácil responder. ¿Cómo explicarle que su padre ya no estaría con nosotros? —Él... —mi voz vaciló mientras acariciaba su cabello con delicadeza, buscando fuerzas donde no había. —¿Papá te hizo llorar otra vez? —insistió, frunciendo el ceño como si estuviera listo para pelear—. Dime si lo hizo, y le doy una patada en el tobillo. No quiero que te haga llorar jamás. Quiero verte siempre riendo. Solté una pequeña risa, revolviendo sus cabellos suaves. Él estaba acostado entre sus juguetes, con una determinación que me enterneció. —No, amor. Yo fui quien le dio una patada en el tobillo esta vez. No volverá a hacerme llorar, lo prometo. Me recosté junto a él, y Mathias se acurrucó en mis brazos como si fuera su refugio. —¿Eso significa que se van a divorciar? —preguntó, su voz era más madura de lo que debería ser a su edad. Sentí que el a