Al día siguiente, Hariella se encontraba en la oficina de su empresa. Ya era de tarde. Debido a las discusiones, el proyecto de la alianza entre Industrias Hansen e Industrias Mars, habían quedado a un lado. Pero era un tema relevante y también era una excusa, para volverse a encontrar con Hermes.Hariella cogió el celular, se aclaró la garganta y le marcó al número de Hermes. Esperó pocos segundos y la llamada fue recibida.—Aló —respondió Hermes con tono neutro—. ¿Con quién hablo?—Sabes con quién hablas, no te hagas el tonto, que no lo eres —dijo Hariella con arrogancia.—Pienso que se ha equivocado de número, señora.Hariella se despegó el móvil de la oreja y vio que Hermes le había colgado la llamada. Esa era la primera vez que, alguien le cortaba la llamada a Hariella Hansen, la misma e inalcanzable magnate. Endureció su expresión y un aura asesina la cubrió. Luego su celular sonó y recibió la llamada. Era Hermes de nuevo.—Señora Hariella, discúlpeme. No la he distinguido —dijo
Hariella sacó un pequeño espejo de su bolso, un pintalabios y maquillaje. Se dio un pequeño retoque y se apretó varias veces los labios. Luego se levantó de la silla y cuando iba caminando, Lena la vio.—¿Va a salir, señora? —preguntó Lena con sosiego.—Sí, iré a dar un paseo por la ciudad.—¿Puedo ir con usted? Ya casi es hora de salir.—Haz lo que quieras, Lena. —Hariella se mostró desinteresada, pero luego una idea llegó a su cabeza—. Contrata un camión,Hermes soltó un suspiro cuando terminó de hablar con Hariella. Estaba sentado en un sillón de su cuarto de hotel. Hablar con Hariella siempre era complicado; esa mujer era arrogante, caprichosa, egocéntrica y orgullosa, pero él sabía que muy, pero muy en el fondo, era amable, cariñosa y tierna. Solo que, a la distinguida magnate, le gustaba mostrarse fría e imponente, para mostrar su poderío y para ocultar sus verdaderos sentimientos. Era un tonto, pero él amaba a esa mujer tan engreída y solo quería abrazarla con fuerza. Las mujer
Hermes oyó la voz tan familiar que le hablaba y alzó su vista hacia Hariella. No importaba cuantas veces la había visto, ella todos los días amanecía más preciosa. Sus ojos se cruzaron e ignoraron a los que estaban a los alrededores. Esa vista celeste lo atraían de gran manera y nadie más lograba cautivarlo de esa forma tan poderosa.—Creí que ya no venias.—Debe ser un honor para ti tenerme como invitada. Ahora ya un sitio importante, solo por mi presencia—comentó Hariella con reservada altanería—. De mensajero a vendedor, un cambio bastante pobre.—Siempre tan arrogante. Pero esta es la fila para comprar.—¿Quién dijo que no iba a comprar? —Hariella chasqueó los dedos. Lena vio la señal y le indicó al conductor del camión para que avanzara—. Llevaré una rosa.Hermes vio el enorme camión y enarcó las cejas.—¿Un poco exagerado, no lo crees?—La sencillez no existe en mi diccionario —respondió Hariella con arrogancia.—Puedo verlo. —Hermes le dio la rosa y un trabajador la recibió por
Hermes vio como un ostentoso auto se estacionó en la carretera. Las puertas fueron abiertas por una mujer de avanzada edad. Recordaba de quien se trataba; era la verdadera ama de llaves de la mansión Hansen. Frunció el ceño cuando vio a dos pequeños niños con aura angelical, que también se bajaban del carro. Para completar, a ellos también los conocía; eran los mellizos con los que se había topado cuando había legado de nuevo al país. Pero, cada uno, en sus brazos, traía una flor; el niño, la rosa amarilla eterna, y la niña, la rosa roja.—Los niños del aeropuerto y el centro comercial —comentó Hermes en voz baja, casi como un leve susurro.—¿Los niños del aeropuerto? —preguntó Hariella, que lo alcanzó a escuchar.—Ya los había conocido. Me los encontré cuando regresé al país. Ellos se habían perdido y yo los llevé hasta un guardia de seguridad —confesó Hermes—. Además, también me los encontré en el centro comercial, ¿y por qué traen esas rosas? Se parecen a las que había comprado.A
—Yo comeré más que tú, Helios —dijo Hera, alegre y divertida, sabiendo que siempre comía más que su hermano gemelo.—No, yo comeré más que tú, Hera —respondió Helios y así siguieron discutiendo, mientras Hariella y Hermes, sonreían al oírlos.En la mansión Hansen, luego de la cena, Hermes se quedó a jugar con sus hijos, hasta que cayeron rendidos por el sueño. Hermes cargó pegado a su pecho a cada uno de sus mellizos y los acostó con cuidado en las camas de ellos. Se quedó admirándolos; eran tan tiernos, inocentes y encantadores, que solo le provocaba cuidarlos.—Su papá ya está con ustedes, mis niños —dijo Hermes con lágrimas en sus ojos—. Y no me volveré a ir de su lado, ya lo había prometido hace cuatro años.Hermes les acomodó las cobijas y después de varios minutos, les dio un beso en la frente y salió del cuarto. Se limpió su llanto con las mangas de su traje y liberó un ligero suspiro.—¿Tus ojos se bañan? —bromeó Hariella, que había visto y escuchado lo que Hermes había hecho.
—¿Me extrañaste? —preguntó Hariella, cuando Hermes se acostó a su lado.—Cada segundo —contestó Hermes, dándole un beso.—Abrázame —dijo Hariella en tono caprichoso—. Hace frío y entonces no podré dormir.—¿Por qué eres tan mandona? —preguntó Hermes, con una sonrisa en su boca.Los dos se cubrieron con las sábanas y se quedaron dormidos. Hermes abrió sus párpados y observó la fina espalda de Hariella. Jugó metiendo su cara en el brillante cabello rubio de ella. Luego se le ocurrió una idea mejor y la mordió con suavidad por el cuello.—Oye —dijo Hariella, todavía somnolienta. Se dio la vuelta—. ¿Ahora eres un vampiro? ¿Por qué me muerdes?—¿Te molesta? —preguntó Hermes con humor.—No, en lo absoluto.Hariella se puso a horcajadas sobre él.Hermes la agarró por la cintura y el pecho de ella se mostraba a plenitud. Los cubrió con sus manos y empezó apretarlos con levedad.—Tus senos son más grandes —dijo él con picardía.—Las ventajas del embarazo —respondió Hariella, guiñándolo un ojo.
Hermes rodeó a Hariella con un brazo, mientras el otro sostenía a uno de los mellizos. Hariella, con una mano en la de Hermes y la otra en la de su hija, se sentía plena y feliz. Los gritos de los vendedores ambulantes y el aroma de las palomitas de maíz y los perritos calientes llenaban el aire, creando una atmósfera familiar y festiva. Era increíble como el tiempo les permitía estar compartiendo de esta manera tan fantástica y de ensueño, cuando años atrás cada quien había tomado su rombo a países diferentes. Sin embargo, la vida los había hecho volver a converger, para nunca más separarse.Durante la mitad del partido, la cámara del estadio comenzó a buscar parejas para la Kiss Cam. La pantalla gigante mostraba a varias parejas besándose, y los espectadores aplaudían y animaban cada beso. De repente, la cámara enfocó a Hermes y Hariella. Los mellizos, comprendiendo la tradición, comenzaron a aplaudir y a animar a sus padres.Hermes sonrió y miró a Hariella. Sus ojos se encontraron,
La fecha de la boda llegó, después de su despedida de solteros de manera tranquila y amena. Hermes contó con Werner, Jarrer, Joseph a su lado. Mientras que Hariella estuvo acompañada por Lena, Mariane y Mónica.Ese día todos se levantaron temprano, para prepararse para el gran evento.Marianne ayudaba con los últimos detalles de la decoración y fue hasta la sección de las bebidas. Empezó a degustar cada uno, cuando un hombre se acercó hasta ella y también hizo lo mismo.—Vino rosado noble —dijo Jarrer Miller, captando la atención de la hermosa Marianne—. Semidulce.—¿Sabes de vinos? —preguntó Marianne, sin poder ocultar su interés.—Un poco, me gustan y me encanta disfrutarlo en mi tiempo libre —respondió Jarrer, viéndola directo a los ojos.—Marianne —dijo ella, presentándose, mientras extendía una mano hacia el hombre que la había hablado.—Jarrer —contestó él, sin negar la atracción que le causó Marianne—. Es un gusto conocerte.El edificio mirador había sido adornado con una alfom